domingo, 29 de septiembre de 2024

La hipocresía del puritanismo

Hoy toca compartir un texto interesante de Emma Goldman, que nunca viene mal. 

Hablando del puritanismo respecto al arte, Mr. Gutzon Borglum ha dicho:

El puritanismo nos ha hecho tan estrechos de mente y de tal modo hipócritas y ello por tan largo tiempo, que la sinceridad, así como la aceptación de los impulsos más naturales en nosotros han sido completamente desterrados con el consecuente resultado que ya no pudo haber verdad alguna, ni en los individuos ni en el arte.

Mr. Borglum pudo añadir que el puritanismo hizo también imposible e intolerable la vida misma. Esta, más que el arte, más que la estética, representa la belleza en sus miles cambiantes y variaciones es, en realidad, un gigantesco panorama en mudanza continua. Y el puritanismo, al contrario, fijó una concepción de vida inamovible; se basa en la idea calvinista, por la cual la existencia es una maldición que se nos impuso por mandato de Dios. Con la finalidad de redimirse, la criatura humana ha de penar constantemente, deberá repudiar todo lo que le es natural, todo sano impulso, volviéndole la espalda a la belleza y a la alegría.

El puritanismo inauguró su reinado de terror en Inglaterra durante los siglos XVII y XVIII, destruyendo y persiguiendo toda manifestación de arte y cultura. Ha sido el espíritu del puritanismo el que le robó a Shelley sus hijos porque no quiso inclinarse ante los dictados de la religión. Fue la misma estrechez espiritual que enemistó a Byron con su tierra natal; porque el genio supo rebelarse contra la monotonía, la vulgaridad y la pequeñez de su país. Ha sido también el puritanismo el que forzó a algunas mujeres libres de Inglaterra a incurrir en la mentira convencional del matrimonio: Mary Wollstonecraft, luego, George Elliot. Y más recientemente también exigió otra víctima: Oscar Wilde. En efecto, el puritanismo no cesó nunca de ser el facto más pernicioso en los dominios de John Bull, actuando como censor en las expresiones artísticas de su pueblo, estampando su consentimiento solamente cuando se trataba de la respetable vulgaridad de la mediocracia.

miércoles, 18 de septiembre de 2024

La balada de Hakon: Los siete guerreros


Unas nubes no muy espesas cubrían parcialmente el sol, proyectando así sus sombras sobre los campos del reino de Medderd. El paisaje estaba sembrado de pequeñas granjas situadas en mitad de la nada: una por aquí, otra por allá. Por allí sólo transcurría una vía importante: el Camino Tranquilo, cuyo nombre había sido bastante descriptivo hasta épocas recientes, en las que, ocasionalmente, algunos bandidos interrumpían aquella calma.

Por dicho camino pasaba Hakon, montado en un burro. El norteño escudriñaba el paisaje, pensando que sería agradable tener una granja allí y llevar una vida tranquila: no obstante, por supuesto, no tenía dinero para ser propietario de una, y probablemente nunca lo tendría. De ahí que se viera obligado a recurrir a todo tipo de trabajos precarios que apenas le suponían ingresos suficientes para llegar vivo al siguiente.

Hacía unos meses, había decidido volver a uno de los que ya había ejercido varias veces a lo largo de sus treinta y cinco años de vida: vendedor de baratijas. Al menos, no se metía en problemas. Había vuelto a comprar unos cuantos puñados de baratijas a un comerciante cíngaro, había vuelto a comprar un burro y volvía a recorrer los caminos. Otra vez. No podía negar que también la monotonía le molestaba un poco.

Su destino era ahora el reino de Muhsserd, donde esperaba vender aquellas baratijas, aunque, secretamente, también apostaba por planes alternativos, en caso de aburrirse del plan principal. Era bien sabido que el rey Sedrik ocupaba su tiempo en fiestas, banquetes y descanso; era un rey que no se molestaba mucho en ocuparse de los asuntos de Muhsserd, lo que había propiciado que los bandidos florecieran en aquel reino. En caso de verse sin otras opciones, tal vez Hakon podría volver a ser un bandido, robar a algunos comerciantes ricos y así ahorrar lo suficiente para retirarse y no tener que volver a recorrer los caminos…

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