Parece buen momento para dejar por aquí una de las mejores escenas de El lado oscuro del corazón, una obra maestra de la filmografía de Eliseo Subiela, en la que la Muerte hace una visita a Oliverio. Escena también bastante conocida por el sampleo de unas cuantas frases en la canción Pura droga sin cortar, de Violadores del Verso.
Muerte: —¿No estás escribiendo?
Oliverio: —Estoy con mi tren.
¿Te gusta? Lo acabo de comprar. Tuve varios, pero los fui perdiendo en las
mudanzas.
M: —¿Y desde cuándo no
escribes nada?
O: —Estuve de viaje.
M: —Quizá ya no tengas nada
que decir. O quizá comenzaste a darte cuenta que soy la mujer más importante de
tu vida. O quizá decidiste quedarte en silencio para que yo te dicte mis
palabras.
O: —Tus palabras. Puede ser
que sirvan para redactar un comunicado militar, pero un poema…
M: —¿Ya encontraste a la que
vuela?
O: —Todavía no.
M: —Me estás ocultando algo.
O: —Siempre te voy a ocultar
algo. Lo sabés, y creo que eso es lo que más te gusta.
M: —¿Gustarme? A mí nada
puede gustarme, Oliverio.
O: —Pobrecita. Sos tan
aburrida… ¿Qué me miras?
M: —No sé. Pensaba en el día
que tenga que llevarte y te confieso que no sé cómo te lo voy a decir. Con
otros es más fácil, pero a vos no sé cómo te lo voy a decir.
O: —Te compadezo.
M: —¿Por?
O: —Tenés un laburo de
mierda. ¿Querés un café? ¿Un cigarrillo…? Qué ridícula sos. Te cuidas la salud.
M: —Mira, aquí te marqué
varios trabajos posibles: hay uno interesante como gerente de un banco. Bueno,
en realidad dice “subgerente”, pero yo podría hacer los arreglos. El hombre que
está allá es un poco mayor…
O: —No necesito que me
busques trabajo. Estoy bien así. ¿Cómo te lo tengo que decir? Mi oficio es el
de poeta.
M: —¿Poeta?
O: —Soy poeta.
M: —¿Qué oficio es ser poeta?
¿Dónde dice aquí “se busca: poeta. Buena remuneración”? Ah-ah. Sólo trato de
que seas sensato, Oliverio, que dejes de ser un niño.
O: —¿Para qué? Los nervios se
me adhieren al barro, a las paredes. Abrazan los ramajes, penetran en la
tierra, se esparcen por el aire hasta alcanzar el cielo, el mármol. ¡Los
caballos tienen mis propias venas! Cualquier dolor lastima mi carne, mi
esqueleto. Las veces que me he muerto al ver matar a un toro.
M: —Estás completamente loco.
Un demente. Un chico enfermo. Un idiota irresponsable al que debería obligar a
suicidarse.
O: —Si diviso una nube, debo
emprender el vuelo; si una mujer se acuesta, yo me acuesto con ella. Cuántas
veces me he dicho: ¿seré yo esa piedra? Nunca sigo un cadáver sin quedarme a su
lado. Cuando ponen huevos, yo también cacareo. Basta que alguien me piense para
ser un recuerdo.
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