miércoles, 23 de diciembre de 2015

Memoria de psicología positiva

Este texto corresponde a una memoria de lo que aprendí en la asignatura de Salud y psicología positiva, que estudié en 4º de carrera. Sirvió de trabajo final de la asignatura, pero me parece que tiene mucho más interés, en caso de que alguien tenga curiosidad por la psicología positiva, esta "nueva" rama que parece crecer cada vez más. Trato también algunos temas que supongo que pueden ser de interés para todo el mundo, como las maneras de ser feliz o si es cierto eso de que el dinero da la felicidad.


La psicología, durante la mayor parte de su historia, ha dedicado su lado terapéutico y práctico a tratar enfermedades, trastornos, problemas. La psicología positiva es la idea de que la psicología puede ayudar también a mejorar la salud de personas que no tienen ningún problema concreto, que están “sanas”, por así decirlo.

Esta rama tiene su origen en el discurso de investidura como presidente de la APA de Martin Seligman, en 1998. El cargo de Seligman ayudó a que cobrara importancia rápidamente, y ya en 2000 la revista American Psychologist dedicó un número entero centrado en la psicología positiva.

En pocos años, la psicología positiva ha contado con importantes figuras, como el propio Seligman, Mihály Csíkszentmihályi, Edward Diener, Barbara Fredrickson, etc.

No todo fueron buenas críticas. Algunos psicólogos argumentaron que, si bien la idea era buena, había intentos muy anteriores al discurso de investidura de Seligman; es decir, que éste se estaba atribuyendo méritos que en realidad no le correspondían.

Especialmente, fueron señaladas muchas similitudes con el humanismo de Maslow y Rogers. Peterson (2006) señala también la psicología de la personalidad de los años 50-60 (Allport, Erikson…), la psicología de la adaptación y bienestar de los 80-90 o incluso antecedentes remotos en Aristóteles o Santo Tomás de Aquino.

Aún así, la psicología positiva ha sabido evolucionar y hoy cubre una cantidad considerable de áreas y de teorías. Entre los temas que trata están la felicidad y la satisfacción vital, por supuesto; la resilencia y la capacidad de sobreponerse a las dificultades; las fortalezas y virtudes de cada persona, y cómo mejorarlas; o el sentido y el propósito de la vida, en un plano casi filosófico.

Es posible abarcar esta gran cantidad de temas porque se ha sabido aprovechar cualquier cosa que pueda servir para hacer que la gente se sienta mejor: de ahí que se traten temas tan diversos entre sí como las fortalezas del carácter o el sentido de la vida.

Uno de los pilares de la psicología positiva son las llamadas emociones positivas. Definirlas y clasificarlas ha sido un reto y, por supuesto, aún existen muchas discrepancias. Incluso el simple hecho de definir “emoción” y distinguirlo de otros términos como “sensación” o “sentimiento” ya supone problemas.

Hay que entender que las emociones positivas siempre coexisten con las negativas, y que puede haber grandes diferencias en ellas no sólo entre individuos, sino también social y culturalmente. Resulta interesante ver que cualquier persona a la que preguntemos probablemente sabrá nombrar muchas más emociones positivas que negativas; tal vez sea porque en las positivas nos deleitamos más y las queremos percibir mejor.

Según Fredrickson (2009), las más comunes son alegría (dicha, júbilo), gratitud, serenidad, interés, esperanza, orgullo, diversión, inspiración, sobrecogimiento (turbación) y amor.

Aún así, existe una gran diversidad de emociones positivas, en las que a menudo el lenguaje tiene matices tan sutiles que pueden haber sinónimos. Esta diversidad también parece estar relacionada con la cognición social y la diversidad de emociones que podemos interpretar al ver la expresión facial de una persona.

Hay una gran variedad de estudios que se pueden hacer sobre las emociones. Por ejemplo, también es interesante comprobar la tasa cardíaca, que suele aumentar en las emociones intensas (tanto positivas como negativas). También es interesante mencionar el llamado ratio de positividad: es más importante la frecuencia que la intensidad de emociones positivas. Este estudio me sonó a confirmación, porque intuitivamente yo ya pensaba lo mismo.

La variable más estudiada en la psicología positiva, y que además es, al fin y al cabo, la más relacionada con los objetivos que propone esta rama de la psicología, es la felicidad; seguida por el bienestar, aunque a menudo pueden ser confundidos.

Podríamos clasificar la felicidad en cuatro grandes categorías: la felicidad hedónica (el placer continuado), la comprometida (vida autoafirmativa), eudaimónica (con sentido) y la existencial y espiritual (a menudo relacionada con las religiones).

Tradicionalmente, la mayoría de filósofos e intelectuales han menospreciado la felicidad hedónica, especialmente bajo la influencia de las grandes religiones, las cuales siempre la han condenado.

Por otro lado, sobre la felicidad eudaimónica conviene leer a Victor Frankl (2011), quien afirmaba que cualquier obstáculo o situación puede ser superada con optimismo si hay un sentido para la vida. Es especialmente relevante dada su estancia en un campo de concentración nazi, donde perdió a su familia.

Sobre la felicidad, también me resulta interesante el concepto de la adaptación: conforme se va sucediendo la felicidad, nos habituamos a ella, hasta que terminamos por volver a la linea base. Esto es algo que, asumiendo de por sí cierta correlación entre el bienestar físico y la felicidad, creo ver mucho en gente pobre; y, sobre todo, creo haber visto durante mi experiencia en las prácticas en la Comisión Antisida este semestre. Parece que una persona acostumbrada a dormir en la calle, sin apenas comer, tiene una linea base de felicidad bastante similar a la de otra persona que viva con todo tipo de comodidades. Sin embargo, si la primera persona se viera en la situación de la segunda, su felicidad aumentaría hasta niveles altísimos; pero si la segunda persona se viera en la situación de la primera, probablemente ni siquiera podría soportarlo, desmoronándose a los pocos días.

También me pareció interesante el dato de que las personas discapacitadas idealizan su pasado, cosa que parece muy lógica, como recordando que antes de quedar discapacitadas todo era maravilloso. Creo, aunque esto es sólo una opinión subjetiva sin un estudio que lo respalde, que podría ocurrir lo mismo con gran parte de los ancianos.

Finalmente, me pareció especialmente interesante el estudio que relaciona el poder adquisitivo con la felicidad. Vemos que conforme aumenta el poder adquisitivo, aumenta la felicidad, pero sólo hasta cierto punto: después se mantiene más o menos estable, e incluso desciende un poco. Creo que los resultados de este estudio son interesantes por el potencial que tendrían para cambiar la mentalidad de la gente si se difundieran lo bastante: yo creo que está muy extendida, casi generalizada, la creencia errónea de que el dinero trae la felicidad. Esto es un problema por la avaricia que pueda generar, y lo es especialmente ahora que estamos atravesando una crisis económica en la que la desigualdad entre ricos y pobres está aumentando cada vez más. El hecho de que haya 6 millones de parados en España, al tiempo que también está la tercera persona más rica del mundo –Amancio Ortega- me parece un tema muy preocupante que probablemente tiene bastante relación con esta falsa creencia. Si toda la población fuera consciente de que acumular fortunas no trae felicidad, probablemente se podría repartir más la riqueza y garantizar un mayor bienestar para el total de la población.

En cuanto al bienestar, tampoco es fácil de describir y clasificar. Podríamos distinguir entre bienestar subjetivo, psicológico y social.

Así, mientras que el bienestar subjetivo se correspondería únicamente con las sensaciones de cada persona, el bienestar psicológico, propuesto por Ryff (Ryff y Singer, 2008),  intentaría introducir variables más objetivas: para ello, desgranaría el bienestar en variables igualmente subjetivas, pero más fáciles de medir y matizar (dominio del entorno, propósito en la vida, crecimiento personal…). Otro tanto haría Keyes con su concepto de bienestar social, pero orientando las variables hacia la interacción social: integración, aceptación, contribución, actualización y coherencia (Keyes y Haidt, 2006).

Veamos esto con detalle: el bienestar subjetivo sería el más fácil de medir, puesto que sólo necesitamos tener en cuenta la opinión de la persona a la que vamos a evaluar. Para ello, podemos usar la escala de satisfacción de Diener (Diener, Oishi y Lucas, 2009).

Para el bienestar psicológico tenemos, por ejemplo, la escala de Díaz et al. (2006).

Otro fenómeno muy estudiado en la psicología positiva, como se indicaba unos párrafos atrás, es la experiencia de flujo.

Este tipo de experiencia es, con ciertos matices, lo que conocemos como “estar absortos” en una actividad que nos gusta, normalmente creativa o deportiva. Se produce ante objetivos claros y con un feedback inmediato, con la presencia de retos que suponen un esfuerzo pero que es posible superar. Todos la hemos sentido alguna vez; a mí, por ejemplo, me ocurre en ocasiones al escribir.

La experiencia de flujo se caracteriza por el llamado “flujo de la conciencia”, así como por una concentración intensa, la pérdida de consciencia del yo, sensación de control y competencia y cierta distorsión del tiempo. Por supuesto, también hay una motivación intrínseca hacia la actividad que estamos realizando.

Algunos modelos consideran la experiencia de flujo como el equilibrio perfecto entre la ansiedad y el aburrimiento, o la relajación.

Otro de los aspectos de la psicología que podemos estudiar es el afecto positivo; no sólo desde su aportación al bienestar psicológico, sino porque parece correlacionar positivamente con la salud física. También, por supuesto, con la salud psicológica. De hecho, se han encontrado correlaciones con la mayor parte de aspectos generales de  la salud: salud física y mental, salud percibida, longevidad…

Todos estos aspectos positivos que hemos mencionado pueden ser mejorados, lo que es el principal reto al que tiene que hacer frente la psicología positiva. Una vez hechos los estudios que nos muestran qué rasgos son realmente positivos, podemos centrarnos en intentar potenciarlos.

Tenemos que tener en cuenta también que eliminar o disminuir los rasgos negativos no necesariamente hace que los positivos aparezcan. Es conveniente disminuir los rasgos negativos, pero intentar reprimirlos, a la larga, es peor: hay que aceptarlos tal y como son y “argumentar” contra ellos, intentando también ver el lado positivo de las cosas.

En general, cultivar actitudes positivas es algo que puede hacer uno mismo, así como intentar pensar de forma más positiva, dotar a las cosas de significado, hacer las cosas más positivas para los demás, intentar encontrar un sentido de la vida más amplio, como sugería Frankl (2011), etc.

Resulta interesante mencionar también el savoring (Bryant y Veroff, 2007), un proceso destinado a incrementar la frecuencia, intensidad y duración de las emociones y experiencias positivas. El savoring se enfoca a pasado, presente y futuro; considera también importante recordar las buenas experiencias pasadas o anticipar las venideras.

Una vez analizadas las emociones positivas, resulta interesante centrarse en los rasgos; es decir, qué aspectos de nuestra personalidad son positivos. Existen multitud de teorías sobre los rasgos, pero antes de la psicología positiva no ponían énfasis en cuáles son positivos y cuáles negativos.

La positividad de los rasgos se puede contemplar desde cuatro perspectivas: la hedónica (rasgos asociados a la felicidad), la eudaimónica (asociados al bienestar psicológico), la de salud y la moral (aquellos rasgos considerados “buenos”; Peterson y Seligman, 2004).

Fueron precisamente Peterson y Seligman los que crearon un modelo de rasgos para la psicología positiva (VIA). Buscaron en diversas fuentes y literatura previa, además de pedir voluntarios vía internet, con el fin de localizar rasgos comunes a casi todas las culturas, que contribuyeran a la satisfacción y a la felicidad, y que fueran moralmente “buenos”. Además, estos rasgos tenían que ser bipolares (es decir, tener un antónimo, una contrapartida negativa), medibles y ausentes en algunas personas.

A partir del modelo VIA, es más fácil analizar los rasgos positivos: además, Peterson y Seligman también crearon autoinformes y entrevistas estructuradas con el fin de conocer cuáles de estos rasgos están presentes en cada persona. Entre los diversos análisis y estudios que realizaron caben destacar los siguientes: los rasgos positivos más frecuentes son amabilidad, equidad, autenticidad, gratitud y mentalidad abierta. Las mujeres puntúan más alto en gratitud, amabilidad y amor que los hombres; conforme aumenta la edad, aumenta también la prudencia; y los casados puntúan más alto en perdón que los solteros.

Aún se pueden hacer muchos estudios sobre este modelo, y se siguen haciendo. Actualmente hay en marcha estudios longitudinales para buscar correlación entre estos rasgos y el trabajo y la salud. También podría ser interesante investigar más a fondo sobre los rasgos comunes en padres e hijos.

Ha habido varias interpretaciones más sobre los rasgos positivos: algunas mucho antes incluso de la psicología positiva, como los estadios de desarrollo de Erikson o el humanismo y su ideal de hombre desarrollado. Otros ejemplos serían las 5 fortalezas distintivas de Clifton o los activos personales de Benson.

Probablemente, el rasgo más estudiado en la psicología positiva es el optimismo, al que se entiende incluso como elemento clave en la evolución humana. Actuando de puente entre los acontecimientos externos y la manera en que los interpretamos, es indudable que el optimismo tiene un fuerte impacto en el bienestar y la felicidad de las personas.

La gente optimista no sólo parece sentirse mejor, sino incluso tener mejor salud (Carver, Scheier y Bridges, 1994). También tienen menos estrés, mayores ingresos económicos (tal vez por poner más persistencia en esfuerzos formativos) y mayor satisfacción en las relaciones interpersonales. El optimismo como disposición, tal y como lo definieron Carver y Scheier, se puede medir con la escala LOT-R.

Seligman, por su parte, analizó el optimismo más como un estilo explicativo inspirado en la teoría atribucional. No obstante, los resultados que encontró en cuanto a las correlaciones con la salud, etc, coinciden con los de Carver y Scheier.

Por el momento, es difícil decir de dónde viene exactamente el optimismo: podrían influir la genética y el aprendizaje, así como algún trauma severo. En cualquier caso, parece que el optimismo puede ser enseñado.

También hay que tener en cuenta el optimismo irrealista, aquel demasiado exagerado, que puede causar más mal que bien. Si se sobrestiman las capacidades propias, la decepción al “chocarse con la realidad” puede ser mayor y más dañina. Creo que este pensamiento queda bien resumido con una frase del video que vimos en clase: “sí, fumar mata, pero mata a los demás”.

Relacionado con el optimismo irrealista aparece el concepto de pesimismo defensivo: es decir, esperar lo peor para estar ya preparado. Personalmente, creo que es la estrategia que uso más a menudo, y me resulta bastante útil; aunque los estudios parecen confirmar que el optimismo realista es considerablemente mejor.

Sobre el optimismo y el pesimismo, un gran ejemplo es el corto El circo de la mariposa. En este corto vemos como el jefe del circo anima a diversas personas, la amplia mayoría de las cuales eran marginadas y rechazadas por la sociedad, a usar el optimismo para encontrar las virtudes positivas que puedan tener. El protagonista se resiste a hacerlo en un principio, abrumado por el pesimismo; pero finalmente, lo consigue, aumentando significativamente su felicidad y su bienestar.
 Otro rasgo positivo muy útil es la resiliencia, la capacidad de recuperarse de hechos traumáticos y dolor emocional. Un gran porcentaje de las personas que vive un hecho traumático consigue volver a la línea base de bienestar emocional en apenas unos meses. De hecho, existe un concepto que me pareció muy interesante, y es el de crecimiento postraumático: entre un 5 y un 10 % de las personas, de hecho, puede salir recuperada de un hecho traumático. Esto puede deberse a que dicho hecho le enseña a ser más fuerte, o a valorar las cosas que realmente importan, etc.

Para ver evidencias de todo lo comentado, podemos analizar algunos de los estudios realizados (tanto antes de la aparición de la psicología positiva como tal, como después). Estas intervenciones, centradas en fortalecer rasgos positivos y mejorar la calidad de vida, fueron aplicadas en todo tipo de áreas: clínica, educativa, psicosocial, organizacional… Sin y Lyubomirsky (2009) hicieron un meta-análisis de 51 intervenciones, confirmando que efectivamente se notaba un aumento significativo del bienestar.

Un ejemplo es el modelo de Fordyce, pionero en este campo, ya que se remonta a las décadas de los 70 y 80. Su objetivo era el incremento de la felicidad y el bienestar en una población normal. Para ello, se basaba en conceptos educativos, para “enseñar” el bienestar. Había también un grupo de control para asegurarse de la eficacia del programa.

Otro ejemplo es la terapia del bienestar de Fava, basada en el modelo de bienestar psicológico de Ryff y en una terapia cognitivo-conductual. Pensada como complemento a otras intervenciones, resultó ser muy útil en trastornos de depresión y ansiedad, y prevenir las recaídas en trastornos afectivos. Quizá ésta encaja menos en el concepto de psicología positiva, ya que está pensada para población clínica, pero el hecho de que se complemente con cualquier otra terapia y busque mejorar el bienestar y los momentos positivos hace que pueda entrar en este campo.

La terapia de calidad de vida de Frisch también intenta mejorar el bienestar de las personas, pero lo matiza hasta el punto de dividir la satisfacción vital en 16 ámbitos: salud, auto consideración, filosofía de vida, nivel de vida, trabajo, ocio, aprendizaje, creatividad, acción social, compromiso cívico, relación de pareja, amistad, relación con hijos, relación con familiares, hogar, vecindario y comunidad. Pretende, por tanto, mejorar la satisfacción en todos estos ámbitos por separado, considerando las circunstancias objetivas frente a las subjetivas de cada uno y analizando también el peso que tiene cada ámbito en el total (tal vez para una persona sea más importante la amistad, para otra la familia, etc).

Entre otras intervenciones más específicas, podemos encontrar una gran variedad: mindfulness, la narrativa de sucesos positivos del pasado para rememorarlos, intervenciones basadas en el perdón o en la esperanza, identificar las fortalezas propias, pensar cada noche en tres cosas buenas de la vida, visitas de gratitud (visitar a algún amigo o familiar para agradecerle algo)…

Seligman también diseñó una psicoterapia basada en la forma positiva para pacientes con depresión, de manera similar a la ya mencionada terapia del bienestar de Fava. La terapia, que podía ser individual para pacientes con depresión grave o grupal en el caso de depresiones más leves o distimias, mostró buenos resultados.

En conclusión, vemos que la psicología positiva ha dado buenos resultados y me parece interesante que se siga investigando en este ámbito, tanto en la creación de nuevas terapias como en el análisis y el estudio de los rasgos positivos.


Referencias

Bryant & Veroff (2007). Savoring: a new model of positive experience. Mahwah, NJ, US: Lawrence Erlbaum Associates Publishers.
Carver, Scheier & Bridges (1994). Distinguishing optimism from neuroticism (and trait anxiety, self-mastery, and self-esteem): A reevaluation of the Life Orientation Test. Journal of Personality and Social Psychology, LXVII, 6, 1063-1078.
Díaz et al. (2006) Adaptación española de las escalas de bienestar psicológico de Ryff. Psicothema, XVIII, 3, 572-577.
Diener, E., Oishi, S. & Lucas, R.E. (2009). Subjective wellbeing: the science of happiness and life satisfaction. En, Lopez, S.J. &  Snyder, C.R. (eds). (2009). Oxford handbook of positive psychology. Oxford: Oxford University Press. 187-194.
Frankl, V. (2011). El hombre en busca de sentido. Traducción de Christine Kopplhuber y Gabriel Insausti Herrero. Madrid: Herder.
Fredrickson, B. (2009). Positivity. NY: Crown
Keyes, C.L.M. & Haidt, J. (2006). Flourishing: positive psychology and the life well lived. Washington DC, USA: American Psychological Association.
Peterson, C. (2006). A primer in positive psychology. Oxford: Oxford University Press.
Peterson, C. & Seligman, M. E. P. (2004). Character strengths and virtues: a handbook and classification. Washington: American Psychological Association.
Ryff, C. & Singer, B. (2008). Know Thyself and Become What You Are: A Eudaimonic Approach to Psychological Well-Being. Journal of Happiness Studies, IX, 1, 13-39.
Sin, N.L. & Lyubomirsky, S. (2009). Enhancing well‐being and alleviating depressive symptoms with positive psychology interventions: A practice‐friendly meta‐analysis. Journal of Clinical Psychology, LXV, 5, 467-487.

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