La psicología, durante la mayor parte de su historia, ha dedicado su lado
terapéutico y práctico a tratar enfermedades, trastornos, problemas. La
psicología positiva es la idea de que la psicología puede ayudar también a
mejorar la salud de personas que no tienen ningún problema concreto, que están
“sanas”, por así decirlo.
Esta rama tiene su origen en el discurso de investidura como presidente
de la APA de Martin Seligman, en 1998. El cargo de Seligman ayudó a que cobrara
importancia rápidamente, y ya en 2000 la revista American Psychologist dedicó
un número entero centrado en la psicología positiva.
En pocos años, la psicología positiva ha contado con importantes figuras,
como el propio Seligman, Mihály Csíkszentmihályi, Edward Diener, Barbara
Fredrickson, etc.
No todo fueron buenas críticas. Algunos psicólogos argumentaron que, si
bien la idea era buena, había intentos muy anteriores al discurso de
investidura de Seligman; es decir, que éste se estaba atribuyendo méritos que
en realidad no le correspondían.
Especialmente, fueron señaladas muchas similitudes con el humanismo de Maslow
y Rogers. Peterson (2006) señala también la psicología de la personalidad de
los años 50-60 (Allport, Erikson…), la psicología de la adaptación y bienestar
de los 80-90 o incluso antecedentes remotos en Aristóteles o Santo Tomás de
Aquino.
Aún así, la psicología positiva ha sabido evolucionar y hoy cubre una
cantidad considerable de áreas y de teorías. Entre los temas que trata están la
felicidad y la satisfacción vital, por supuesto; la resilencia y la capacidad
de sobreponerse a las dificultades; las fortalezas y virtudes de cada persona,
y cómo mejorarlas; o el sentido y el propósito de la vida, en un plano casi
filosófico.
Es posible abarcar esta gran cantidad de temas porque se ha sabido
aprovechar cualquier cosa que pueda servir para hacer que la gente se sienta
mejor: de ahí que se traten temas tan diversos entre sí como las fortalezas del
carácter o el sentido de la vida.
Uno de los pilares de la psicología positiva son las llamadas emociones
positivas. Definirlas y clasificarlas ha sido un reto y, por supuesto, aún
existen muchas discrepancias. Incluso el simple hecho de definir “emoción” y
distinguirlo de otros términos como “sensación” o “sentimiento” ya supone
problemas.
Hay que entender que las emociones positivas siempre coexisten con las
negativas, y que puede haber grandes diferencias en ellas no sólo entre
individuos, sino también social y culturalmente. Resulta interesante ver que
cualquier persona a la que preguntemos probablemente sabrá nombrar muchas más
emociones positivas que negativas; tal vez sea porque en las positivas nos
deleitamos más y las queremos percibir mejor.
Según Fredrickson (2009), las más comunes son alegría (dicha, júbilo),
gratitud, serenidad, interés, esperanza, orgullo, diversión, inspiración,
sobrecogimiento (turbación) y amor.
Aún así, existe una gran diversidad de emociones positivas, en las que a
menudo el lenguaje tiene matices tan sutiles que pueden haber sinónimos. Esta
diversidad también parece estar relacionada con la cognición social y la
diversidad de emociones que podemos interpretar al ver la expresión facial de
una persona.
Hay una gran variedad de estudios que se pueden hacer sobre las
emociones. Por ejemplo, también es interesante comprobar la tasa cardíaca, que
suele aumentar en las emociones intensas (tanto positivas como negativas).
También es interesante mencionar el llamado ratio de positividad: es más
importante la frecuencia que la intensidad de emociones positivas. Este estudio
me sonó a confirmación, porque intuitivamente yo ya pensaba lo mismo.
La variable más estudiada en la psicología positiva, y que además es, al
fin y al cabo, la más relacionada con los objetivos que propone esta rama de la
psicología, es la felicidad; seguida por el bienestar, aunque a menudo pueden
ser confundidos.
Podríamos clasificar la felicidad en cuatro grandes categorías: la
felicidad hedónica (el placer continuado), la comprometida (vida
autoafirmativa), eudaimónica (con sentido) y la existencial y espiritual (a
menudo relacionada con las religiones).
Tradicionalmente, la mayoría de filósofos e intelectuales han
menospreciado la felicidad hedónica, especialmente bajo la influencia de las
grandes religiones, las cuales siempre la han condenado.
Por otro lado, sobre la felicidad eudaimónica conviene leer a Victor
Frankl (2011), quien afirmaba que cualquier obstáculo o situación puede ser
superada con optimismo si hay un sentido para la vida. Es especialmente
relevante dada su estancia en un campo de concentración nazi, donde perdió a su
familia.
Sobre la felicidad, también me resulta interesante el concepto de la
adaptación: conforme se va sucediendo la felicidad, nos habituamos a ella,
hasta que terminamos por volver a la linea base. Esto es algo que, asumiendo de
por sí cierta correlación entre el bienestar físico y la felicidad, creo ver
mucho en gente pobre; y, sobre todo, creo haber visto durante mi experiencia en
las prácticas en la Comisión Antisida este semestre. Parece que una persona
acostumbrada a dormir en la calle, sin apenas comer, tiene una linea base de
felicidad bastante similar a la de otra persona que viva con todo tipo de
comodidades. Sin embargo, si la primera persona se viera en la situación de la
segunda, su felicidad aumentaría hasta niveles altísimos; pero si la segunda
persona se viera en la situación de la primera, probablemente ni siquiera
podría soportarlo, desmoronándose a los pocos días.
También me pareció interesante el dato de que las personas discapacitadas
idealizan su pasado, cosa que parece muy lógica, como recordando que antes de
quedar discapacitadas todo era maravilloso. Creo, aunque esto es sólo una
opinión subjetiva sin un estudio que lo respalde, que podría ocurrir lo mismo
con gran parte de los ancianos.
Finalmente, me pareció especialmente interesante el estudio que relaciona
el poder adquisitivo con la felicidad. Vemos que conforme aumenta el poder
adquisitivo, aumenta la felicidad, pero sólo hasta cierto punto: después se
mantiene más o menos estable, e incluso desciende un poco. Creo que los
resultados de este estudio son interesantes por el potencial que tendrían para
cambiar la mentalidad de la gente si se difundieran lo bastante: yo creo que
está muy extendida, casi generalizada, la creencia errónea de que el dinero
trae la felicidad. Esto es un problema por la avaricia que pueda generar, y lo
es especialmente ahora que estamos atravesando una crisis económica en la que
la desigualdad entre ricos y pobres está aumentando cada vez más. El hecho de
que haya 6 millones de parados en España, al tiempo que también está la tercera
persona más rica del mundo –Amancio Ortega- me parece un tema muy preocupante
que probablemente tiene bastante relación con esta falsa creencia. Si toda la
población fuera consciente de que acumular fortunas no trae felicidad,
probablemente se podría repartir más la riqueza y garantizar un mayor bienestar
para el total de la población.
En cuanto al bienestar, tampoco es fácil de describir y clasificar.
Podríamos distinguir entre bienestar subjetivo, psicológico y social.
Así, mientras que el bienestar subjetivo se correspondería únicamente con
las sensaciones de cada persona, el bienestar psicológico, propuesto por Ryff
(Ryff y Singer, 2008), intentaría
introducir variables más objetivas: para ello, desgranaría el bienestar en
variables igualmente subjetivas, pero más fáciles de medir y matizar (dominio
del entorno, propósito en la vida, crecimiento personal…). Otro tanto haría
Keyes con su concepto de bienestar social, pero orientando las variables hacia
la interacción social: integración, aceptación, contribución, actualización y
coherencia (Keyes y Haidt, 2006).
Veamos esto con detalle: el bienestar subjetivo sería el más fácil de
medir, puesto que sólo necesitamos tener en cuenta la opinión de la persona a
la que vamos a evaluar. Para ello, podemos usar la escala de satisfacción de
Diener (Diener, Oishi y Lucas, 2009).
Para el bienestar psicológico tenemos, por ejemplo, la escala de Díaz et
al. (2006).
Otro fenómeno muy estudiado en la psicología positiva, como se indicaba
unos párrafos atrás, es la experiencia de flujo.
Este tipo de experiencia es, con ciertos matices, lo que conocemos como
“estar absortos” en una actividad que nos gusta, normalmente creativa o
deportiva. Se produce ante objetivos claros y con un feedback inmediato, con la
presencia de retos que suponen un esfuerzo pero que es posible superar. Todos
la hemos sentido alguna vez; a mí, por ejemplo, me ocurre en ocasiones al
escribir.
La experiencia de flujo se caracteriza por el llamado “flujo de la
conciencia”, así como por una concentración intensa, la pérdida de consciencia
del yo, sensación de control y competencia y cierta distorsión del tiempo. Por
supuesto, también hay una motivación intrínseca hacia la actividad que estamos
realizando.
Algunos modelos consideran la experiencia de flujo como el equilibrio
perfecto entre la ansiedad y el aburrimiento, o la relajación.
Otro de los aspectos de la psicología que podemos estudiar es el afecto
positivo; no sólo desde su aportación al bienestar psicológico, sino porque parece
correlacionar positivamente con la salud física. También, por supuesto, con la
salud psicológica. De hecho, se han encontrado correlaciones con la mayor parte
de aspectos generales de la salud: salud
física y mental, salud percibida, longevidad…
Todos estos aspectos positivos que hemos mencionado pueden ser mejorados,
lo que es el principal reto al que tiene que hacer frente la psicología
positiva. Una vez hechos los estudios que nos muestran qué rasgos son realmente
positivos, podemos centrarnos en intentar potenciarlos.
Tenemos que tener en cuenta también que eliminar o disminuir los rasgos
negativos no necesariamente hace que los positivos aparezcan. Es conveniente
disminuir los rasgos negativos, pero intentar reprimirlos, a la larga, es peor:
hay que aceptarlos tal y como son y “argumentar” contra ellos, intentando
también ver el lado positivo de las cosas.
En general, cultivar actitudes positivas es algo que puede hacer uno
mismo, así como intentar pensar de forma más positiva, dotar a las cosas de
significado, hacer las cosas más positivas para los demás, intentar encontrar
un sentido de la vida más amplio, como sugería Frankl (2011), etc.
Resulta interesante mencionar también el savoring (Bryant y Veroff, 2007),
un proceso destinado a incrementar la frecuencia, intensidad y duración de las
emociones y experiencias positivas. El savoring se enfoca a pasado, presente y
futuro; considera también importante recordar las buenas experiencias pasadas o
anticipar las venideras.
Una vez analizadas las emociones positivas, resulta interesante centrarse
en los rasgos; es decir, qué aspectos de nuestra personalidad son positivos.
Existen multitud de teorías sobre los rasgos, pero antes de la psicología
positiva no ponían énfasis en cuáles son positivos y cuáles negativos.
La positividad de los rasgos se puede contemplar desde cuatro
perspectivas: la hedónica (rasgos asociados a la felicidad), la eudaimónica
(asociados al bienestar psicológico), la de salud y la moral (aquellos rasgos
considerados “buenos”; Peterson y Seligman, 2004).
Fueron precisamente Peterson y Seligman los que crearon un modelo de
rasgos para la psicología positiva (VIA). Buscaron en diversas fuentes y
literatura previa, además de pedir voluntarios vía internet, con el fin de
localizar rasgos comunes a casi todas las culturas, que contribuyeran a la
satisfacción y a la felicidad, y que fueran moralmente “buenos”. Además, estos
rasgos tenían que ser bipolares (es decir, tener un antónimo, una contrapartida
negativa), medibles y ausentes en algunas personas.
A partir del modelo VIA, es más fácil analizar los rasgos positivos:
además, Peterson y Seligman también crearon autoinformes y entrevistas
estructuradas con el fin de conocer cuáles de estos rasgos están presentes en
cada persona. Entre los diversos análisis y estudios que realizaron caben
destacar los siguientes: los rasgos positivos más frecuentes son amabilidad,
equidad, autenticidad, gratitud y mentalidad abierta. Las mujeres puntúan más
alto en gratitud, amabilidad y amor que los hombres; conforme aumenta la edad,
aumenta también la prudencia; y los casados puntúan más alto en perdón que los
solteros.
Aún se pueden hacer muchos estudios sobre este modelo, y se siguen
haciendo. Actualmente hay en marcha estudios longitudinales para buscar
correlación entre estos rasgos y el trabajo y la salud. También podría ser
interesante investigar más a fondo sobre los rasgos comunes en padres e hijos.
Ha habido varias interpretaciones más sobre los rasgos positivos: algunas
mucho antes incluso de la psicología positiva, como los estadios de desarrollo
de Erikson o el humanismo y su ideal de hombre desarrollado. Otros ejemplos
serían las 5 fortalezas distintivas de Clifton o los activos personales de
Benson.
Probablemente, el rasgo más estudiado en la psicología positiva es el
optimismo, al que se entiende incluso como elemento clave en la evolución
humana. Actuando de puente entre los acontecimientos externos y la manera en
que los interpretamos, es indudable que el optimismo tiene un fuerte impacto en
el bienestar y la felicidad de las personas.
La gente optimista no sólo parece sentirse mejor, sino incluso tener
mejor salud (Carver, Scheier y Bridges, 1994). También tienen menos estrés,
mayores ingresos económicos (tal vez por poner más persistencia en esfuerzos
formativos) y mayor satisfacción en las relaciones interpersonales. El
optimismo como disposición, tal y como lo definieron Carver y Scheier, se puede
medir con la escala LOT-R.
Seligman, por su parte, analizó el optimismo más como un estilo
explicativo inspirado en la teoría atribucional. No obstante, los resultados
que encontró en cuanto a las correlaciones con la salud, etc, coinciden con los
de Carver y Scheier.
Por el momento, es difícil decir de dónde viene exactamente el optimismo:
podrían influir la genética y el aprendizaje, así como algún trauma severo. En
cualquier caso, parece que el optimismo puede ser enseñado.
También hay que tener en cuenta el optimismo irrealista, aquel demasiado
exagerado, que puede causar más mal que bien. Si se sobrestiman las capacidades
propias, la decepción al “chocarse con la realidad” puede ser mayor y más
dañina. Creo que este pensamiento queda bien resumido con una frase del video
que vimos en clase: “sí, fumar mata, pero mata a los demás”.
Relacionado con el optimismo irrealista aparece el concepto de pesimismo
defensivo: es decir, esperar lo peor para estar ya preparado. Personalmente,
creo que es la estrategia que uso más a menudo, y me resulta bastante útil;
aunque los estudios parecen confirmar que el optimismo realista es
considerablemente mejor.
Sobre el optimismo y el pesimismo, un gran ejemplo es el corto El circo
de la mariposa. En este corto vemos como el jefe del circo anima a diversas
personas, la amplia mayoría de las cuales eran marginadas y rechazadas por la
sociedad, a usar el optimismo para encontrar las virtudes positivas que puedan
tener. El protagonista se resiste a hacerlo en un principio, abrumado por el
pesimismo; pero finalmente, lo consigue, aumentando significativamente su
felicidad y su bienestar.
Para ver evidencias de todo lo comentado, podemos analizar algunos de los
estudios realizados (tanto antes de la aparición de la psicología positiva como
tal, como después). Estas intervenciones, centradas en fortalecer rasgos
positivos y mejorar la calidad de vida, fueron aplicadas en todo tipo de áreas:
clínica, educativa, psicosocial, organizacional… Sin y Lyubomirsky (2009)
hicieron un meta-análisis de 51 intervenciones, confirmando que efectivamente
se notaba un aumento significativo del bienestar.
Un ejemplo es el modelo de Fordyce, pionero en este campo, ya que se
remonta a las décadas de los 70 y 80. Su objetivo era el incremento de la
felicidad y el bienestar en una población normal. Para ello, se basaba en
conceptos educativos, para “enseñar” el bienestar. Había también un grupo de
control para asegurarse de la eficacia del programa.
Otro ejemplo es la terapia del bienestar de Fava, basada en el modelo de
bienestar psicológico de Ryff y en una terapia cognitivo-conductual. Pensada
como complemento a otras intervenciones, resultó ser muy útil en trastornos de
depresión y ansiedad, y prevenir las recaídas en trastornos afectivos. Quizá
ésta encaja menos en el concepto de psicología positiva, ya que está pensada
para población clínica, pero el hecho de que se complemente con cualquier otra
terapia y busque mejorar el bienestar y los momentos positivos hace que pueda
entrar en este campo.
La terapia de calidad de vida de Frisch también intenta mejorar el
bienestar de las personas, pero lo matiza hasta el punto de dividir la
satisfacción vital en 16 ámbitos: salud, auto consideración, filosofía de vida,
nivel de vida, trabajo, ocio, aprendizaje, creatividad, acción social,
compromiso cívico, relación de pareja, amistad, relación con hijos, relación
con familiares, hogar, vecindario y comunidad. Pretende, por tanto, mejorar la
satisfacción en todos estos ámbitos por separado, considerando las
circunstancias objetivas frente a las subjetivas de cada uno y analizando
también el peso que tiene cada ámbito en el total (tal vez para una persona sea
más importante la amistad, para otra la familia, etc).
Entre otras intervenciones más específicas, podemos encontrar una gran
variedad: mindfulness, la narrativa de sucesos positivos del pasado para
rememorarlos, intervenciones basadas en el perdón o en la esperanza,
identificar las fortalezas propias, pensar cada noche en tres cosas buenas de
la vida, visitas de gratitud (visitar a algún amigo o familiar para agradecerle
algo)…
Seligman también diseñó una psicoterapia basada en la forma positiva para
pacientes con depresión, de manera similar a la ya mencionada terapia del
bienestar de Fava. La terapia, que podía ser individual para pacientes con
depresión grave o grupal en el caso de depresiones más leves o distimias,
mostró buenos resultados.
En conclusión, vemos que la psicología positiva ha dado buenos resultados
y me parece interesante que se siga investigando en este ámbito, tanto en la
creación de nuevas terapias como en el análisis y el estudio de los rasgos
positivos.
Referencias
Bryant & Veroff
(2007). Savoring: a new model of positive
experience. Mahwah , NJ ,
US : Lawrence Erlbaum Associates Publishers.
Carver, Scheier &
Bridges (1994). Distinguishing optimism from
neuroticism (and trait anxiety, self-mastery, and self-esteem): A reevaluation
of the Life Orientation Test. Journal of
Personality and Social Psychology, LXVII, 6, 1063-1078.
Díaz et al. (2006) Adaptación española de las escalas de bienestar psicológico de
Ryff. Psicothema, XVIII, 3, 572-577.
Diener,
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wellbeing: the science of happiness and life satisfaction. En, Lopez, S.J. & Snyder, C.R. (eds). (2009). Oxford
handbook of positive psychology. Oxford : Oxford University
Press. 187-194.
Frankl, V.
(2011). El hombre en busca de sentido.
Traducción de Christine Kopplhuber y Gabriel Insausti Herrero. Madrid :
Herder.
Fredrickson, B. (2009). Positivity. NY: Crown
Keyes, C.L.M. & Haidt, J. (2006). Flourishing: positive psychology and the
life well lived. Washington DC , USA : American Psychological Association.
Peterson, C.
(2006). A primer in positive psychology.
Oxford: Oxford University
Press.
Peterson, C. & Seligman, M. E. P.
(2004). Character strengths and virtues:
a handbook and classification. Washington :
American Psychological Association.
Ryff, C. & Singer, B. (2008). Know
Thyself and Become What You Are: A Eudaimonic Approach to Psychological
Well-Being. Journal of Happiness Studies,
IX, 1, 13-39.
Sin, N.L. & Lyubomirsky, S. (2009). Enhancing well‐being and alleviating depressive symptoms with positive psychology interventions: A practice‐friendly meta‐analysis. Journal of Clinical Psychology, LXV, 5, 467-487.
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