miércoles, 7 de diciembre de 2022

Reseña de Jerusalén, de Alan Moore (edición corregida)

 


En su momento, hice una reseña sobre Jerusalén, la monstruosa obra de Alan Moore, cuando salió la edición española (http://kallixti.blogspot.com/2020/01/resena-de-jerusalen-de-alan-moore.html). Como quizá sepáis, la edición estaba mal corregida, por no haber dado tiempo suficiente a que el traductor, José Torralba, acabara su obra. En un ejercicio de honradez, al menos, a quienes habíamos comprado la primera edición, la editorial Minotauro nos envió sin coste alguno la edición bien corregida que salió posteriormente. Después de recibir esta edición (con el estuche un poco roto, pero no pasa nada, porque puedo usar el estuche de la edición mal traducida), creo que tengo que reseñar también ésta.

Así pues, intercalaré párrafos de la reseña anterior con nuevas apreciaciones correspondientes a la edición corregida. Esto podría quedar raro, por mezclar cosas escritas cuando estaba leyendo la novela por primera vez con cosas escritas ahora, pero eh, precisamente leer algo que transcurre en distintos momentos del tiempo mezclándose parece muy adecuado para una reseña de Jerusalén.

La intención es que la reseña no tenga demasiados spoilers. Digo “no demasiados”, pero serán inevitables algunos, así que supongo que si alguien está interesado en leerla no le interesará leer más que unos párrafos de esta reseña. Sin embargo, la complejidad de esta obra, su asombrosa extensión y la importancia que podría tener para la literatura -aunque seguramente no llegue a tenerla-, por su originalidad, me lleva a pensar que esta reseña podría interesar incluso a gente que ya haya decidido que no quiere leer Jerusalén. Simplemente... a modo de reseña de un hito. Escribir esta novela tiene tanto mérito y es un asunto tan curioso que creo que puede llegar a ser interesante leer sobre ella, sólo para saber lo que se puede llegar a hacer juntando palabras. A su vez, en la reseña original, traté de no leer otras reseñas o explicaciones de esta obra para así poder decir sólo lo que yo interpreto de ella, sólo lo que me parece a mí, con mi bagaje cultural y mi conocimiento previo de otras obras de Moore. De esta forma no me dejé influir por otras interpretaciones; en esta nueva versión de la reseña pues ya es inevitable, claro, ya he leído otras.

Al empezar, Jerusalén recuerda principalmente a James Joyce, dada su extraordinaria habilidad para convertir actos cotidianos en una gran obra de la literatura (destaca en ese aspecto Ulises, claro). De hecho, sabemos que el planteamiento es similar al de Ulises, al escribirse los capítulos en estilos literarios distintos. El punto de vista inicial es el de una niña de 5 años, lo que recuerda a otra novela de Joyce, Retrato del artista adolescente. Sin embargo, la manera en la que Moore se mete en el cerebro de la niña y explica con lenguaje complicado los pensamientos de una niña (asustándose porque las tiendas están cerradas, tratando de recordar cuál era el camino, etc) recuerda más a otra obra anterior de Moore, El amnios natal.

Por otro lado, en los diálogos de algunos personajes vemos transcritos sus errores al hablar, cosa que ya hacía Moore en From Hell. Sirve como recurso para identificar un acento de barrio bajo, por ejemplo, aunque puede hacerse difícil de entender.

Desde el principio vemos una descripción muy precisa de Northampton: si el propio James Joyce dijo que alguien podría reconstruir Dublín a partir de su descripción en Ulises, en esta obra que tanto hereda de Ulises no podía ser menos con la ciudad de Alan Moore. Ya desde el principio vemos referencias culturales, como al cuadro Bubbles (1886) o al himno Jerusalén, de William Blake, que da título al libro, y que nos recuerda a un fragmento de Serpientes y Escaleras de Moore. En esta obra, Moore escribía: "En esta ciudad, están contenidas todas: las que desaparecieron, las que vendrán, o aquellas que nunca fueron, en una simultaneidad grandiosa. Despojada de sus circunstancias terrenales, Londres es Nínive, Bizancio, es la Jerusalén de Blake y el Dublín de Joyce". Y sospecho que en estas dos frases de una obra previa está el germen de Jerusalén: o, al menos, de su título y de parte de lo que busca transmitir.

La novela transcurre tomando distintos protagonistas de distintas épocas en Northampton (con alguna excepción, sí hay capítulos que transcurren en otros lugares). En ese sentido, la premisa es idéntica a la de la primera novela de Moore, La voz del fuego, pero, desde luego, son novelas muy distintas.

El traductor, como decía, José Torralba -que ha tenido que acometer una tarea nada fácil, y ahora podemos decir que la ha superado con éxito- ya nos avisa desde el principio que el libro va a tener varios juegos de palabras recurrentes: entre "angel" (ángel) y "angle" (ángulo), por ejemplo, que en inglés suenan muy similares, o la expresión "go round the bend", que en inglés significa "volverse loco" pero que literalmente puede significar "doblar la esquina". Estos juegos se producirán, sí.

En la edición anterior, se podía encontrar un curioso gazapo en el prólogo, cuando se afirmaba que un personaje tenía 49 años y, transcurridos 14 meses, se volvía a afirmar que tenía 49 años. En la edición corregida esto se arregla, y la segunda vez que se menciona la edad del personaje se habla de 50 años. El asunto me ha intrigado tanto que he buscado a ver qué dice la edición original, y en ella se indican 49 años en los dos momentos. Así que, salvo que haya una edición en inglés posterior que también arregla esto, podemos decir que la traducción corregida al castellano arregla un pequeño gazapo del propio Moore.

Aún sin salir del prólogo, vemos que Jerusalén va a tener buenas críticas sociales: se menciona cómo, en lugar de gastarse dinero público en mejorar la calidad de vida de la gente desfavorecida, se gasta en policías para reprimirles en caso de que se les ocurra protestar. Vemos también la descripción de dos malos viajes que consisten en "gente tirando de ti desde el techo", y esto me recuerda también al mal viaje que tiene uno de los personajes de otra obra de Moore, Promethea, que posteriormente escribe un libro hablando de ello. No creo que el parecido sea casual, y sospecho que el mal viaje en el que se siente como si alguien tirara de ti desde el techo es una experiencia personal de Moore que ha aprovechado ya en dos de sus obras.

Temas como la psicogeografía o las sincronicidades, que también interesan a Moore, también afloran. Este libro, es al fin y al cabo, un compendio de toda su filosofía.

Por último, el prólogo concluye con una descripción de la depresión tan precisa que estremece: la sensación de que nada tiene sentido, que sólo existe la muerte y el olvido, recurrir a buscar argumentos internos que emplear contra esa negrura y que esos argumentos sean aún más crueles porque sólo hacen que el miedo de la certeza de perderlo todo duela más. Pocas veces he visto una depresión tan bien descrita en pocos párrafos; depresión que se manifiesta como angustia existencial, forma con la que estoy muy familiarizado y con la que no he podido evitar sentirme identificado. La solución que Moore deja caer no son antidepresivos, sino arte: arte contra la angustia existencial. "La tarea del artista no es sucumbir a la desesperación sino buscar un antídoto para el vacío de la existencia", que decía Gertrude Stein escrita por Woody Allen.

El primer capítulo transcurre en Lambeth y en Londres, en 1865. Vemos referencias irónicas al futuro, como que al protagonista le extrañe la idea de que en el futuro la gente se desplace bajo tierra (recurso que Moore usa mucho también en Providence). Tenemos también la primera muestra del lenguaje de los ángeles, que es un idioma que Moore, al estilo Tolkien, ha inventado para la ocasión (o, al menos, unas cuantas frases). En este caso, se parece al latín mezclado con inglés... tiene cierta inspiración real, en definitiva. Y, dentro de la obra, posee la cualidad de que unas pocas palabras pueden desplegarse dentro de la mente de quien las oye y transmitir un lenguaje más complejo. Esto también lo vimos en otra obra más de Moore, The Courtyard.

El siguiente capítulo nos lleva de vuelta a 2006 y escrito en un estilo mucho más informal y salpicado de palabras malsonantes, sexo y drogas. Podría estar escrito por Irving Welsh, sin ir más lejos; el cambio de estilo es muy notable. También hay referencias a la historia de Jack el Destripador, que Moore trató mucho en From Hell.

El segundo capítulo está protagonizado por una prostituta; el tercero, por un vagabundo. Moore no tiene reparos en tratar con personajes marginales, sin paternalismos pero sin ignorar las duras condiciones sociales. El vagabundo, sin embargo, no es lo que parece; y sólo hacia la mitad de su capítulo empecé a entender de qué trataba en realidad. Es entonces cuando muchas frases y dobles sentidos del tercer capítulo empiezan a cobrar sentido, pero también algunos detalles del segundo o del prólogo. Recuerdo un extracto de Eduardo Galeano diciendo que el mundo no lo construyó Dios, sino los albañiles; y esa idea parece presente en Jerusalén. Sean quienes sean los Cuatro Albañiles, parecen los altos cargos del extraño mundo espiritual que se configura en Jerusalén; y Dios no juega a los dados con el Universo, sino a una extraña variedad de billar. El tiempo no lineal, tal y como le encanta a Moore, queda mucho más patente en este capítulo, y se empieza a intuir de qué va a tratar la novela.

Por cierto, la gran cantidad de personajes y referencias a otra parte de la novela me empieza a despistar cuando llevo poco más de 100 páginas. En principio, sospecho que, aunque de momento creo estar pillando casi todas, va a ponerse más difícil a medida que la novela avance. En todo caso, hasta el momento no está siendo en absoluto una novela indescifrable, es entretenida y no se hace demasiado densa. Sin embargo, sí hay que decir que el tercer capítulo está cargado de referencias muy oscuras que no molestan, pero tampoco se entenderán hasta mucho después. Sólo llegando al final de la novela empezaré a entender que precisamente esos dos capítulos, el segundo y el tercero, tienen una cantidad ingente de pistas sobre lo que ocurrirá después que hay que recordar muy bien.

En la edición anterior, el tercer capítulo tenía un error de traducción que podía llevar a que cierto aspecto de la novela no se entendiera bien. Este error también ha sido corregido en la edición nueva.

Los dos siguientes capítulos nos llevan a momentos más antiguos en la historia de Northampton, dando variedad a la historia. También nos dan nuevos ejemplos de la lengua de los ángeles, nos sugieren otro motivo por el que el título de esta novela puede ser Jerusalén, reflexiones muy certeras sobre la romantización de la pobreza, sobre la identidad, el destino... el siguiente, manteniendo cierta relación con el previo -y confirmando que viene bien recordar a los muchos personajes que pasan por estas páginas-, también trata el racismo, la maldad.

En estos capítulos abundan los encuentros aparentemente casuales que dan vueltas en torno al concepto de "sincronicidad" acuñado por gente como Carl Jung. A su vez, también se resaltan constantemente motivos por los que Northampton es un lugar especial y muy influyente en toda la Historia humana. Alan Moore ha comentado alguna vez, medio en serio, medio en broma, que como él es de Northampton piensa que esa ciudad es el centro del Universo, pero como además es un escritor culto puede dar muchos argumentos que apoyen esa certeza. En esta novela parece, desde luego, decidido a hacerlo.

Llegando a un capítulo protagonizado por un poeta venido a menos, todo esto -y más- se confirma. Seguimos teniendo la importancia de Northampton, de las ideas de Moore, los cruces con personajes de cientos de páginas atrás... tenemos también una referencia a James Joyce, cuya hija estuvo internada en el sanatorio de Northampton y, precisamente, a su obra Finnegans Wake. La referencia al monje que protagoniza uno de los capítulos anteriores me lleva a pensar que buena parte de la novela está basada en hechos reales y personajes supuestamente reales -cosa de la que ya se avisaba en el comienzo, pero que yo no me había tomado lo bastante en serio, parece ser- y otro elemento no muy importante en la trama llama mi atención: la hermana del protagonista de este capítulo murió hace décadas en un accidente de tráfico, en el que la moto que conducía su novio chocó con un camión que no llevaba las luces reglamentarias para señalizar grandes cargas. Conozco la anécdota, y es que la leí en otra obra de Alan Moore, la ya mencionada El amnios natal. El amnios natal es la adaptación de una obra de teatro escrita por Moore y principalmente autobiográfica, en la que menciona exactamente esa forma de morir como un hecho impactante que recuerda de su infancia: fue la hermana de uno de sus compañeros de clase la que murió de esa forma. Así pues, al menos esa parte del trasfondo de la historia también parece estar basada en hechos reales.

Por cierto, aprovechando el tema, cabe destacar que la novela está dedicada a una intérprete de acordeón de piano llamada Audrey Vernon, así que también es de suponer que el personaje de Audrey Vernall se inspira en alguien real. Pero, por el momento, hasta aquí me quedo en cuánto a qué personajes están basados en hechos reales y qué personajes son puramente ficticios. Posteriormente en la novela descubriré que alguno de los personajes que ha protagonizado un capítulo de los que ya he leído también es real -y, de hecho, bastante conocido mundialmente-, pero prefiero evitar spoilers. Y eso que el título del capítulo es una pista muy obvia, así que debo autofustigarme un poco por no haberlo pillado a la primera. En cualquier caso, la sección de Agradecimientos al final del libro es la que más profundiza en qué personajes son reales.

En este punto, también creo conveniente señalar que el hecho de que cada capítulo trate sobre algo distinto, al impedir una trama que realmente avance, supone un pequeño lastre para la lectura. No es un defecto propio de un mal escritor, claro: se trata del fruto de una decisión sobre de qué trata esta novela, así que Moore es plenamente consciente de lo que hace y decide escribir así. Sin embargo, eso no quita para que sea algo que pueda hacer que la lectura sea algo más pesada. A mí me lo está pareciendo, vaya, me parece una novela que se hace lenta, aunque muchas de las obras que más he disfrutado también se me hicieron lentas al principio, precisamente porque parecía ser necesario ir sembrando los elementos que la componen poco a poco para después poder alcanzar un nivel realmente alto de calidad; y sí, más tarde veré que ése es el caso.

Un capítulo más y se insiste en la concepción no lineal del tiempo. Ya antes esto remitía al Dr. Manhattan en Watchmen, probablemente la obra más conocida de Moore, y su idea de que todos somos marionetas pero él es una que ve los hilos: pero en este capítulo, dado que el protagonista percibe el tiempo de esta forma, el parecido se hace mucho más evidente. Se debate sobre el libre albedrío, y el protagonista sostiene que la auténtica libertad es la de saber que no hay libertad, sino que todo está predestinado. También hay reflexiones interesantes sobre monumentos y otros tipos de legados.

Remitiendo al final del prólogo, recuerdo que esta concepción del tiempo sirve a Moore -y a muchos de sus personajes en Jerusalén- como consuelo existencial, como antídoto contra el dolor de la existencia, de la muerte, de la pérdida de seres queridos. Sin embargo, tampoco se le escapa -e insisto: ni a él ni a sus personajes- que esto conlleva otras consecuencias dolorosas, aunque menos. Compensa percibir el tiempo como una dimensión más, como en el espacio-tiempo de Minkowski concebido a raíz de las ideas de Einstein, pero también implica problemas menores con los que hay que lidiar, como la sensación de la falta de libertad y el conocimiento de que las experiencias más terribles también quedan tan grabadas a fuego como las buenas.

El siguiente capítulo es el segundo consecutivo en narrar un parto, y es buen momento para recordar que fue precisamente mostrar un parto una de tantas revoluciones que aportó Moore al género de los superhéroes, concretamente en Miracleman. Es, además, probablemente, hasta el momento el capítulo en el que mejor se ve el arte como un bálsamo contra el dolor de la vida. A través de los personajes, Moore suelta un puñado de ideas que consuelan ante una situación horriblemente dolorosa. También cabe mencionar que los cruces entre personajes se van acentuando cada vez más, y a estas alturas ya son muchos los encuentros entre dos personajes que hemos visto dos veces (uno en el capítulo protagonizado por uno, y otro en el capítulo protagonizado por otro, claro).

De hecho, en algunos aspectos incluso se vuelve predecible la novela, al augurarse con facilidad que ciertos encuentros llamativos entre los personajes que protagonizan los capítulos y otros que aún no hemos conocido llevarán a que posteriormente en la novela haya un capítulo protagonizado por ese otro personaje. Pero esta previsibilidad no le quita intriga, al irse construyendo una trama interesante y ver una visión bastante completa de las vidas de los miembros de la familia con más protagonismo en Jerusalén.

Las referencias culturales siguen muy presentes; a mí me ha parecido útil, por ejemplo, escuchar Whispering grass, al ser una canción con cierta relevancia en la trama y a la que se hace referencia varias veces.

El último capítulo del primer libro nos vuelve a llevar a terreno conocido. Además, la vida se describe como un cuento que se le está contando a alguien que además lo protagoniza; es la misma descripción que Moore daba en Promethea. En varios aspectos, el primer libro termina llevándonos a terrenos ya conocidos, y, mediante un discurso que rompe las reglas del lenguaje al más puro estilo William Burroughs o Grant Morrison, dándonos algunas claves de qué otros elementos serán importantes en los capítulos por venir.

El segundo libro empieza con el primer capítulo hasta el momento protagonizado por un personaje que ya había tenido un capítulo dedicado a él. En ese sentido, quizá la división de la novela en tres libros no sea completamente al azar para crear un tamaño manejable, sino que también podría haber diferencias entre los tres.

Este capítulo es denso y curioso: incluye otro nuevo idioma creado por Moore, que no es el mismo que el de los ángeles, y cuyas normas gramaticales atisbamos a entender un poco (por ejemplo: los verbos suelen ser una mezcla de tiempos verbales para representar un tiempo no lineal). Entendemos también que lo que aquí llaman Boroughs, en honor al barrio de Northampton en el que transcurre la mayor parte de la acción, son distintos planos de la existencia, muy semejantes a las sephiras del Árbol de la Vida en la Cábala judía, que Moore ya ha tratado en Promethea, Serpientes y Escaleras y alguna otra obra.

El segundo capítulo está protagonizado por un personaje más bien... mitológico, en cierto aspecto. Dejémoslo ahí. Incluye referencias a William Shakespeare -lo que me resulta relevante tanto por ser una influencia de Moore como por su importancia en la literatura inglesa, en la que, insisto, Jerusalén podría terminar siendo una pieza importante aunque mucha gente vaya a opinar que no-, pero también muchas otras cosas. Continúa indagando en esa visión particular que Moore tiene sobre el tiempo; hace referencias a dimensiones matemáticas superiores y pone unos ejemplos que recuerdan mucho la Planilandia de la que hablaba Carl Sagan (creada por Abbott, como descubriré gracias a esta misma novela) para instruir sobre estas cuestiones. También da claves de lo que va a pasar, y remarca algunas referencias que ya se habían hecho en capítulos previos de la novela y que en su momento pensé que no tendrían mucha relevancia, haciéndome ahora cambiar de opinión. Por ejemplo, pensaba que la referencia a varios años en el futuro que se hacía muchos capítulos atrás sería una forma muy vaga de mencionar el calentamiento global, pero parece que no, que va a tener más importancia. También habla de palomas, de diablos que descienden en círculos en torno a un árbol, de las normas que les obligan a decir la verdad... elementos de sobra conocidos para quien haya leído Promethea, aunque no tengan una importancia surgida únicamente de la mente de Moore sino una gran importancia cultural y mitológica que Moore remarca: la serpiente en el Jardín del Edén, el caduceo, el rey Salomón, etc.

La importancia histórica de Northampton es una vez más subrayada a lo largo de este capítulo, y Moore no parece lejos de convencer de que es uno de los lugares más importantes de la historia de la Humanidad, no: tiene buenos argumentos para ello. Comentarios anteriores y elementos anteriores de la novela también tienen más sentido, y al mapa de los Boroughs que aparece en las primeras páginas del libro se le puede sacar más provecho. Se retoman conceptos creados por John Bunyan, que se une a Shakespeare en esta lista de influencias y grandes antecesores en la literatura británica; siendo además, en el caso de este escritor, un habitual de Northampton. Tampoco he podido evitar que algunos elementos de este capítulo me recuerden a Los Invisibles de Grant Morrison y a Sandman de Neil Gaiman, siendo lo último más probable dada la amistad entre Moore y Gaiman.

El siguiente capítulo es un homenaje nada disimulado a las novelas de Enid Blyton, añadiendo así otro estilo y otra influencia más que hacen de Jerusalén un compendio importante de la esencia de la literatura inglesa. También está parcialmente basado en una referencia a un relato previo de Moore para la antología The Thackery T. Lambshead Cabinet of Curiosities, como señala la nota del traductor -de no ser por ella, esta referencia se me habría escapado-. A su vez, el siguiente, del que no sabría decir si sólo tiene una referencia a Lewis Carroll o también está escrito con su mismo estilo, nos confirma que este segundo libro no tiene unos saltos de protagonismo y época tan variados como el primero, sino que, esta vez sí, sigue un hilo argumental muy claro.

La tónica a lo largo de los siguientes capítulos es similar, ofreciendo cosas que encajan, pistas de lo que va a ocurrir, explicaciones de las ideas de Moore, etc. Aquí, en la edición anterior, es donde empezaba a flojear la traducción. Siguen apareciendo personajes esporádicos que creo que tendrán protagonismo después, aunque viendo este hilo argumental, seguramente sea en el tercer libro, y no sé si para entonces recordaré todas las apariciones que quiero recordar. La novela continúa de forma divertida, anónima y con consciencia social. Da una descripción bastante certera y divertida del yihadismo, la verdad.

Conforme van pasando estos capítulos, queda claro que los capítulos impares del segundo libro están todos protagonizados por el mismo personaje, mientras que los pares tienen un protagonista distinto en cada ocasión, como estábamos más acostumbrados en el primer libro. Sin embargo, insisto, el hilo argumental es el mismo, aunque cruzándose con muchos otros que ya se nos habían presentado. Moore crea una mitología fascinante en torno a los edificios de Northampton, y a estas alturas ya ha conseguido despertarme ganas de visitar los Boroughs en persona.

Los próximos capítulos están más centrados en explorar la historia de Northampton, a menudo ahondando en detalles que ya habían sido mencionados pero no explorados de forma tan precisa como ahora. Mientras tanto, las personalidades de los miembros de la Banda de los Muertos Muertos se van definiendo y se van descubriendo ciertas sorpresas (algunas más previsibles, otras menos). Todo esto mientras reaparecen personajes que ya conocíamos del primer libro y se siguen conectando las piezas que forman esta novela. También se usa algún recurso literario interesante, como el de combinar frases de una narración y de otra con los azulejos que narran una historia de otro tiempo.

Hacia el principio del capítulo protagonizado por el personaje de Marjorie podemos aprovechar el resumen de sus aventuras en bibliotecas para ver una lista de autores que han influido en Moore, buena parte de ellos ya mencionados en otros momentos de la novela.

El penúltimo capítulo del segundo libro rompe la tradición de este segundo libro de alternar entre un capítulo protagonizado por el mismo personaje y otro por un personaje distinto. En la edición original, aquí se acumulaba una buena racha de errores de traducción, incluyendo cosas como traducir "play" por "jugar" en un contexto en el que claramente significa "tocar”. He buscado específicamente estos fallos y puedo confirmar que han sido corregidos en la nueva edición, sí.

Moore también aprovecha para rendir homenaje a los cómics de Forbidden Worlds, y muchas piezas empiezan a encajar, incluido unas cuantas que no me esperaba y cuyas pistas no había captado bien -mientras que otras sí-. Leídos ya dos tercios de esta obra, puedo decir que Jerusalén no es una novela terriblemente densa e inaccesible, pero sí exige bastante esfuerzo, sobre todo para reconocer personajes que sólo son mencionados cada varios cientos de páginas y a menudo no por su nombre, sino por una simple descripción, lo que dificulta aún mucho más el reconocerlos de nuevo.

Como pequeña crítica al segundo libro, encuentro que, dentro de las normas establecidas por la propia novela, es poco realista que, habiendo tantos seres que tienen toda la Eternidad para vagar por todos los momentos históricos interesantes, no se encuentren miles de ellos a la vez en cada momento histórico que visitan. Sí, hay más opciones, pero, en una cantidad infinita de tiempo y quedando cualquier paso por ahí suspendido indefinidamente, debería haber más.

El primer capítulo del tercer libro es una loca genialidad de las más propias de Alan Moore, escrito de esa forma experimental tan propia de él. Rompe la cuarta pared en un estilo muy similar al de Promethea, hablando directamente al lector y sabiendo qué teclas tocar; pero mientras relaciona los cuatro arcángeles con las cuatro fuerzas fundamentales del Universo -el otro día leí que muchos científicos creen que puede haber una quinta; si la descubren, le quitaría un poco de gracia a ese fragmento- y repasa la historia de la familia que protagoniza Jerusalén, arrojando luz sobre muchas cuestiones. Al hacerlo, visitamos eventos que ya habían sido narrados en capítulos anteriores de la novela, otros que sólo se habían insinuado y otros nuevos. También recopila detalles de muchos otros personajes que han ido apareciendo a lo largo de las páginas, haciendo que se entiendan mejor: de hecho, hasta ahora yo no me había dado cuenta de quién era Oatsie, vaya.

El capítulo también tiene un pequeño detalle que viene a ser el único aspecto mejorable que he encontrado de la nueva traducción: en la página 41, diría que se ha traducido lo que en inglés es el pronombre they/them de una forma que no es la más adecuada para el castellano. Que esto haya sido lo único mejorable (y tampoco me parece del todo incorrecto) que he podido encontrar dice mucho a favor de la traducción. El capítulo también tiene unos párrafos dedicados a explicar qué es la vida y qué es el mundo francamente brillantes, al mejor nivel de Moore.

El tercer libro continúa con un capítulo protagonizado por el personaje que más se parece al autor. Si ya lo intuíamos por su forma de vida, sus hábitos, sus preocupaciones y su estética, esto se nos confirma al comentar cómo eludió llevar gafas de pequeña o su buena relación con Michael Moorcock o Melinda Gebbie. Continúa teniendo mucha conciencia social, y habla de un holocausto silenciado que estoy bastante de acuerdo en que se produce: el de la gente pobre. Continúan también las apariciones rápidas y referencias a otros muchos personajes, cada vez más a menudo sin un nombre aunque haciéndose reconocibles... en su mayoría, supongo, seguro que al menos alguna ya me he perdido.

A continuación viene el capítulo más difícil, el protagonizado por Lucia Joyce. Cuando leí la edición anterior de Jerusalén en castellano, no podía imaginar hasta qué punto se había desaprovechado por una traducción apresurada. Únicamente este capítulo, por lo que supone, justifica la reimpresión de una nueva edición, la verdad. Fue James Joyce el que, sobre todo en Finnegans Wake, desarrolló un lenguaje con varias interpretaciones. Estamos ante niveles de complejidad a los que es difícil llegar. Robert Anton Wilson dedicó mucho esfuerzo y bagaje a interpretar lo que Joyce quería decir. Es apropiado que, en un capítulo protagonizado por su hija, Moore haga lo propio y desarrolle un lenguaje basado, mayormente, en fusiones de palabras para que cada palabra incluya una connotación añadida. El esfuerzo que supone también esta traducción, que quede algo comprensible y que conserva buena parte de las referencias semejantes a las de Moore, la convierte también en una obra digna de alabanza.

Así, la diferencia entre la traducción de la primera edición y de ésta es abismal. "Agotadas y satisfecas, las dos mugeres" ahora es "Sexhaustas y computamente satisbellas, ambis sexamantes". "Secarse el mentón, ambas seguras" ahora es "Limbiarse las vulbillas, del doto coñencidas". Un insulso “fanáticos estadounidenses” ahora se convierte en “armericanos”, brillante término que no me importaría incorporar a mi vocabulario habitual.

También se incluye aquí a personajes menores que no esperaba volver a ver a lo largo de la novela, y a unos cuantos personajes reales, ya puestos, incluido John Clare, que también protagonizaba un capítulo de La voz del fuego. Un poco de bagaje sobre Lucia Joyce, Samuel Beckett y John Clare, sobre todo, ayuda mucho a entender mejor todas las referencias de este capítulo. El capítulo concluye con una canción, por probar más géneros de escritura, que, como bien señala una nota del traductor, Moore llegó a grabar: You are my asylum, publicada en el disco Nation of Saints. Escucharla también me parece recomendable.

El siguiente capítulo mezcla la biografía de un personaje que ya conocíamos y que iba siendo hora de que protagonizara su propio capítulo con una historia de la economía local de Northampton, de la inglesa y de la global, con lo a menudo que se mezclan -insistiéndonos otra vez en la importancia de Northampton en la Historia de la humanidad-. Dada la perspectiva anticapitalista nada disimulada con la que se narra esta historia, se hace bastante interesante de leer. Por desgracia, las conclusiones que se extraen de la historia del dinero son un poco pesimistas. Por cierto, este capítulo también es el más estrechamente relacionado con el final de la novela y el que más pistas nos da sobre lo que va a pasar en el posludio.

A continuación tenemos un capítulo más coral, teniendo varios protagonistas -uno de los cuales ya había protagonizado un capítulo anterior-, con su color de piel en común. También habla de política, y también incluye algunos detalles interesantes: por ejemplo, la reflexión sobre los personajes de ficción, poniendo como ejemplos de personajes ficticios que inspiran a la gente a ser mejores a Hércules y a Sherlock Holmes, los mismos que Moore ya puso de ejemplo en boca de Próspero en su obra LXG: Black Dossier, en un discurso muy similar. Aprovecha también para cargar contra el mercado actual de cómics de superhéroes -así como de películas derivadas de ellos-, un tema que suele repetir en entrevistas, pero no tan explícitamente en sus obras; en este caso, resume el panorama actual como "fantasías de posguerra de Stan Lee enfocadas en legitimar al hombre neurótico americano blanco de clase media", en lo que lleva cierta razón (aunque yo no estoy tan en contra como él de reciclar personajes de hace décadas y seguir contando historias con ellos, siempre que esas historias aporten algo nuevo e interesante). 

Manteniéndose en una calidad muy buena, el capítulo posterior nos lleva a una escena que ya vimos por primera vez en el primer libro y que en el primer capítulo del tercer libro ya supimos que ocultaba algo (concretamente, personajes no visibles a simple vista). Insisto en la importancia de la memoria y de recordar todos esos pequeños detalles, por tanto, el aspecto en el que más exigente es Jerusalén. Este capítulo nos revela quiénes eran esos personajes y está escrito al más puro estilo de una obra de teatro de William Shakespeare.

También se dan ciertas pistas que a mí ya me parecen definitivas sobre la identidad de un personaje que, supongo, es uno de los misterios más significativos de la novela; aunque en este caso me parece algo previsible, porque sólo con pistas bastante menos claras que se habían dado en el libro anterior yo ya suponía cuál sería la identidad de ese personaje, y espero haber acertado.

De vez en cuando, temas como las monedas del Imperio Romano, las caminatas de John Clare o los castigos medievales recuerdan a fragmentos de La voz del fuego, lo que es bastante lógico.

Tras el capítulo shakesperiano aguarda uno de los más curiosos, que vuelve a recurrir a un sistema semejante al de los azulejos en el libro anterior para narrar historias en distintos tiempos, aunque en este caso exprimiendo al máximo el concepto. Por cierto, todo el capítulo es todo un gigantesco párrafo, no hay más separaciones a lo largo de él y es difícil escoger una línea para pausar la lectura, por tanto. La historia que sirve de esqueleto para el resto se convierte en un relato de ciencia-ficción en el que se nos lleva mucho más allá en el futuro que cualquier otro momento hasta ahora de la novela, mientras que en el resto de historias se nos lleva principalmente a momentos que ya recordábamos, pero vistos desde otra perspectiva. Estas perspectivas incluyen capítulos vistos desde el punto de vista de un bebé que recuerdan poderosamente a El amnios natal por la complejidad y el detalle del acercamiento: elementos como la sinestesia, la consciencia inicial del propio pensamiento, la percepción del tiempo, los difusos límites entre el yo y el mundo exterior... son cosas que no se suelen tener en cuenta de la forma de pensar de un bebé, salvo si se ha leído mucho a Piaget y a psicólogos del desarrollo, supongo. Como en El amnios natal, están perfectamente bien transmitidas y evocan aspectos de mi infancia en los que no suelo pensar. También recuerda a El amnios natal en alguna anécdota menor como el sexo a orillas del río, que me hace pensar que también es una vivencia biográfica de Moore.

Después pasamos al primer capítulo escrito en primera persona, si no me equivoco, con un protagonista que no esperaba e incluso más referencias a escenas de hace más de 1000 páginas que sería muy fácil haber olvidado ya. Está escrito con pocos signos de puntuación, frases muy largas, lo que transmite cierta sensación de agobio bien lograda. También se ahonda un poco en las cuestiones morales que implica una visión determinista del universo, a través de un personaje que no lo tiene tan claro como lo tenía la santa del veinticinco un par de capítulos atrás. En todo caso, Moore parece ser muy piadoso con sus enemigos, como con Margaret Thatcher en Miracleman.

Confieso que empieza a preocuparme un poco que los últimos capítulos sean demasiado densos y concentren demasiada acción, porque parecen quedar muchas cosas por contar y que la trama avanza lentamente. Aunque, de hecho, este último capítulo creo que ayuda a entender hasta cuatro escenas narradas previamente, siguen quedando demasiadas incógnitas y pocos capítulos para que acabe la novela.

El siguiente capítulo nos lleva al género noir; o, más bien, a la parodia del género noir. En cuanto al bagaje cultural que puede ayudar a entender este capítulo, conviene quizás escuchar algo del grupo de rock Bauhaus, natural de Northampton (de hecho, uno de sus miembros es David J, con quien Alan Moore ha formado varios proyectos a lo largo de los años) y al que Moore atribuye haber creado la subcultura gótica, lo que sigue confirmándonos que Northampton es el centro del Universo. Y, de hecho, también de la literatura gótica del siglo XVIII, a través de otra gente.

En la primera lectura, este capítulo también me ayudó a entender muchas cosas, incluida alguna que debería haber entendido antes, como por ejemplo, la identidad de la persona que habita la casa casi en ruinas que contiene una puerta hacia arriba. Esto se debió, en su momento, a un error de traducción en el capítulo de Freddy que, como digo, ya ha sido subsanado . Con todo, subrayo que la enorme cantidad de referencias que hay, sobre todo, en el capítulo de Freddy, que no pueden entenderse hasta muchos cientos de páginas más tarde, hacen que repasar ese capítulo a medida que se avanza en la novela tampoco sea mala idea. De hecho, otra de esas referencias es a Jem Perrit, que es precisamente en este capítulo de detectives noir en el que creo que queda claro por primera vez quién es, aunque probablemente también se podría haber deducido antes.

Con los misterios con los que más juega Jerusalén es con eso, con la identidad de personajes: hay unas cuantas situaciones de personajes que se ven desde distintos puntos de vista y cuyo nombre sólo se dice en uno de ellos, para, a posteriori, revelarse que dos personajes que el lector creía que eran distintos resultan ser una misma persona. Pasa varias veces a lo largo de la novela, y creo que siempre se dejan suficientes pistas; yo, al menos, creo estar averiguando éstos antes de la revelación, y como tampoco es que yo sea el culmen de la inteligencia humana, supongo que cualquier lector atento podrá hacer las mismas deducciones que yo.

El siguiente capítulo, escrito en verso (lo que ha debido de ser difícil de traducir, y supone un nuevo mérito digno de reseñar para Torralba), nos da como protagonista a un personaje al que ya le iba tocando un capítulo propio después de sus cameos anteriores en la novela. Ahora, leyendo el capítulo descubro que esos cameos eran más numerosos de lo que yo pensaba, pues se vuelve a dar otra situación en la que lo que parecían ser varios personajes que no tenían nada que ver resultan ser el mismo. Además, tenemos el misterio de quién es el hombre torturado en el Jolly Smokers, y creo que ésta respuesta sí he podido deducirla, y tiene mucho que ver con el accidente de coche acontecido poco después de la violación, según declaraba cientos de páginas atrás el policía que aparece en el capítulo protagonizado por Ben Perrit. O dicho de otra forma, sin spoilers explícitos: cuando escribí que probablemente la víctima de ese accidente tendría un capítulo propio, ahora creo que no la tendrá, pero que sé su identidad.

El último capítulo tiene un toque cinematográfico y cierta variedad de protagonistas, al tiempo que aprovecha para dar la visión de Moore de eventos que están sucediendo por todo el mundo en 2006 (y algunos otros del pasado). Sirve para atar unos cuantos cabos sueltos y para confirmar alguna de mis teorías, en las que me alegro de haber acertado. Para entender este capítulo mejor, conviene tener algo de bagaje sobre la monarquía inglesa, especialmente sobre Lady Di, pero no es imprescindible. También habla del Tarot, como ya hizo en Promethea.

El clímax de la obra no viene en el último capítulo sino en el posludio, el momento que estábamos esperando desde el principio. Este capítulo se convierte en una especie de auto-homenaje a toda la novela, y mi intuición de que cada obra representaría un capítulo, que había calculado por el número de ellas que se mencionaba anteriormente, es hasta más acertada de lo que pensaba, mucho más precisa. Es un buen homenaje a toda la obra, una especie de metaliteratura en la que Moore insiste en la intención que tenía al escribir esta novela. La mayor parte de cabos sueltos que quedaban se cierran, y entiendo que los que no es porque yo no los he pillado. Por ejemplo, en la primera lectura, me quedé con alguna intuición sobre la identidad de las dos ancianas cuyo nombre no se menciona, pero no me quedó del todo claro… veo, por las conclusiones de otras reseñas, que acerté, eso sí.

La conclusión es satisfactoria, aunque no al 100%, me deja un poco "con ganas de más". Quizá esperaba que la santa del 25 y otros personajes también se cruzaran más directamente con la trama principal, o más presencia de los cuatro albañiles y una aclaración más precisa de qué es el Portimoth di Norhan y la pesquisa de Vernall. Aunque entenderse, se puede entender; y en cualquier caso, aunque sea de forma indirecta, sí encaja todo y se forma un complejo puzzle que termina siendo bastante interesante. Por el camino vemos el origen del capitalismo en una anécdota que no esperaba y que insiste por enésima vez en la importancia de Northampton, y, con una anécdota de Picasso que ya conocía, se da un final bastante redondo a la obra.

En resumen: es una obra muy compleja, con muchas referencias oscuras que se van aclarando conforme llega al final, aunque quizá incluso sea necesaria una relectura para entenderla del todo. Moore domina estilos muy distintos de literatura y lo hace bien. Insiste sobre los temas que le gustan, especialmente el eternalismo -aunque, como confiesa en los agradecimientos, él mismo no conocía el término aún siendo uno de sus principales defensores durante décadas-. Se puede considerar que supone una especie de guinda a toda su obra, sobre todo por este tema, aunque hay referencias desde Jack el Destripador hasta Guy Fawkes -normal también, considerando la participación de Northampton en el Complot de la Pólvora- o incluso al test de Rorschach, por casuales que puedan ser éstas, aunque sospecho que no lo son. Con todo, yo creo que es bastante accesible, porque se puede disfrutar aún no entendiendo todas sus referencias, y es más entretenida de lo que parece, reconociendo el mérito que supone que una novela tan larga no llegue a aburrir.

Tras leer la edición defectuosa, dije que era una novela muy buena, rozando la categoría de obra maestra o quizá entrando en ella. Después de ver cómo muchas de sus virtudes sólo se podían disfrutar del todo con una traducción mucho más revisada, creo que sí puedo decir sin duda que es una obra maestra. En muchos casos, no sabía lo que me estaba perdiendo por no leer una buena traducción, vaya. Hay capítulos enteros que mejoran considerablemente ahora y suben la calidad media de toda la obra.

Pasando a la parte del trabajo que no corresponde a Moore (o no del todo), la portada, terminada por Joe Brown, que se va entendiendo poco a poco, está calculada al milímetro y totalmente repleta de detalles. Es un buen resumen de la novela, con todos sus personajes principales, que son muchos, y con situaciones muy representativas. Las portadas de los tres volúmenes, en este caso fotográficas, también cumplen, mostrando los que probablemente sean los tres lugares más emblemáticos de la novela (bueno, la escalinata de la Iglesia de Todos los Santos también podría haber entrado en esa categoría). La traducción ahora sí merece un sobresaliente, era una obra enormemente compleja y capítulos como el de Lucia Joyce son uno de los mayores retos a los que puede enfrentarse un traductor. En su momento dije “ Quizá en el futuro, una segunda edición corrigiendo esos errores sí sea una obra mucho más meritoria” y sí, lo ha sido.

Total: una obra maestra, y muy recomendable, si os gusta la literatura inglesa en general, si os gusta Alan Moore en general o si queréis un buen antídoto contra el dolor de la existencia; siempre que os preparéis para encontrar algo denso pero entretenido.

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