Este artículo lo publiqué originalmente en la revista digital Anthropologies y nada, aquí, amortizándolo.
La ficción es, según la RAE, la acción y efecto de fingir, una invención, una obra narrativa que trata sucesos imaginarios. Bueno, es una definición que he simplificado un poco, ya que la definición completa de la tercera acepción, “clase de obras literarias o cinematográficas, generalmente narrativas, que tratan de sucesos y personajes imaginarios”, me parece bastante constrictiva y limitada. Diría, incluso, que está mal hecha, y eso es un problema, pero bueno, es sólo uno de los muchos problemas que tiene la RAE, me parece a mí.
Así pues, este artículo va a trabajar con una definición de “ficción” bastante más amplia que la de la RAE, con el fin de defenderla. No es un artículo objetivo, no, porque trato de defender con la mayor contundencia que pueda la importancia de la ficción.
La ficción puede presentarse en una cantidad ingente de formas: cuentos orales, leyendas, fábulas; novelas, relatos, poemas, cuentos; ilustraciones, murales, novelas ilustradas, cómics; teatro; películas, series de TV, cortometrajes; seriales radiofónicos, audiolibros, canciones; videojuegos; experiencias inmersivas o combinaciones de todo lo anterior. Todas ellas son válidas para contar una historia, y todas tienen sus propias ventajas y desventajas, sus propios recursos narrativos.