Este artículo lo publiqué originalmente en la revista Anthropologies.
Según nos cuentan unos cuantos medios, desde hace unos cuantos años en Islandia se viene produciendo una especie de milagro en las políticas sobre drogas.
“Islandia sabe cómo acabar con las drogas entre adolescentes, pero el resto del mundo no escucha”, nos contaba El País en 2017. “Imagínate un país donde beber alcohol dejó de estar de moda entre los adolescentes y donde encontrar a un joven que fume tabaco o que consuma cannabis se convirtió en algo excepcional”, decía la BBC en el mismo año, e Infobae anunciaba “la fórmula de Islandia para terminar con el consumo de drogas que asombra al mundo”.” Cómo Islandia ha erradicado el consumo de alcohol y otras drogas entre sus jóvenes”, insistía La Información. ”Islandia, un ejemplo a seguir para combatir el alcoholismo juvenil”, explicaba RTVE en 2022. ”Así solucionó Islandia el problema de drogas en los jóvenes”, narraba el diario As en 2019. ” Islandia, ejemplo global en la prevención del consumo de drogas en adolescentes”, añadía la UNODC.
¿Qué pasó en Islandia? ¿Qué milagrosa estrategia llevaron a cabo? Mano dura y medidas estrictas. De hecho, desde 2002, se llegó incluso a poner un toque de queda para niños y adolescentes: los menores de 13 años no pueden andar solos por la calle pasadas las ocho de la noche, y los menores de 16 no pueden pasadas las diez (en verano se amplía el horario hasta las doce). También se aumentó la financiación y se incentivó la creación de clubs de deporte, música, danza, etc, y se dio ayudas a familias con pocos ingresos para que sus hijos pudieran participar en estos clubs con mayor facilidad, como única medida “amable” al respecto, eso sí.
Los resultados fueron sorprendentes. El porcentaje de adolescentes de 15 y 16 años que habían estado borrachos en el mes anterior se desplomó del 42 % en 1998 al 5 % en 2016; el porcentaje que alguna vez ha usado cannabis ha bajado del 17 % al 7%, y los fumadores de cigarrillos diarios cayeron del 23 % a solo el 3 %. Así, Islandia encabezó la tasa de menor consumo de drogas entre adolescentes en Europa.
Sólo hay un pequeño problema… todos esos artículos sólo mencionan variables relacionadas con el consumo, no con los problemas que pueden derivar del consumo. Se nos muestran estadísticas relacionadas con qué porcentaje de la población consume drogas, pero no se nos muestra qué porcentaje de la población muere por consumirlas, qué porcentaje de la población es hospitalizado por consumirlas, qué porcentaje de la población desarrolla problemas de adicción… ¿por qué?
Probablemente porque, si lo hicieran, tendrían que cambiar el tono del artículo por completo. Y es que todos esos datos son bastante menos positivos.
La tasa de muertes por sobredosis se multiplicó. Actualmente, con un ratio de muertes de 4,41 por 100.000 habitantes, Islandia es el duodécimo país del mundo en el que mayor porcentaje de la población muere por sobredosis de drogas. Encabeza este índice en Europa, aunque compitiendo estrechamente contra Suecia, que tiene unas políticas similares al respecto. Las hospitalizaciones y todo índice acerca del daño que producen las drogas en la población general también se dispararon.
Lejos de suponer una sorpresa, es exactamente el resultado previsible de aplicar políticas que aumenten la persecución a las drogas. ¿Qué pasa conforme un país tiene una mano más dura y unas políticas más estrictas sobre las drogas? Las consumirá menos gente, pues esto desincentivará el consumo; pero para quien las consuma, será mucho más difícil pedir ayuda cuando surjan problemas relacionados con ellas. Entre que tendrá que aislarse para consumirlas y evitar la persecución, que podría surgir miedo de enfrentarse a consecuencias legales si admite consumir, etc… todo dificulta la posibilidad de pedir ayudas si surgieran problemas, y aumenta las posibilidades de que esos problemas tengan consecuencias más graves. Eso es lo que podemos ver con bastante claridad que ha pasado en Islandia.
Comparar las tasas de muertes y problemas causados por las drogas en Islandia y en países que apuestan un mínimo por la reducción de daños –y remarco: sólo un mínimo, realmente mucho menos de lo que deberían, en mi opinión- tampoco arroja lugar a dudas. La diferencia es muy notable, la tasa en Islandia es varias veces superior.
Quizá, a efectos prácticos, tanto para drogas legales como ilegales, nos encontramos con sólo dos grandes modelos y sus puntos intermedios para escoger. Podemos apostar por la persecución, que consuma menos gente y que mayor porcentaje de esa gente tenga problemas; o podemos apostar por la reducción de daños, que consuma más gente y que un menor porcentaje de la gente que consuma tenga problemas. Ésas parecen ser las opciones entre las que nos movemos. Por ejemplo, que el 10% de la población consuma una sustancia muy peligrosa y que el 0,3% de la gente que consume acabe muriendo por ello; o que sólo el 4% de la población consuma esa sustancia pero muera el 3% de la gente que la consume.
Para mí, no hay el menor rastro de duda: el modelo que produzca un menor porcentaje de la población total hospitalizada por consumir drogas, encarcelada por consumir drogas o muerta por consumir drogas es el que hay que apoyar. El modelo que menos vidas se cobra y que menos vidas y familias arruine. Supongo que lo contrario sólo podría interesar a quien piense que la gente merece sufrir y morir por consumir drogas como una especie de castigo merecido.
Por eso, el modelo de Islandia me parece absolutamente desastroso. Me parece irrelevante que haya conseguido que menos gente consuma drogas si el porcentaje total de la población que sufre y muere por ellas prácticamente se ha triplicado. De hecho, se supone que el motivo por el que alguien querría reducir la cantidad de gente que consume drogas es para evitar sufrimiento y muertes, ¿no? ¿Por qué alguien querría reducir la cantidad de gente que consume drogas pero aumentando el sufrimiento y las muertes? Supongo que sólo por una especie de moralismo vacío, contraproducente, carente de toda empatía y compasión real, y que realmente se siente satisfecho con que las personas que consumen drogas sufran y mueran más, como decía, quizá como una especie de castigo que merecen por desobedecerles.
Es más, incluso, leyendo las declaraciones de algunos de los expertos entrevistados en los artículos que he mencionado al principio, parece dejarse entrever esta postura. Por ejemplo, en el artículo de La Información habla Harvey Milkman, un profesor de psicología implicado desde el principio en las políticas tomadas por Islandia, y explica así la situación: “¡Cualquiera que anduviera por las calles de Reikiavik un viernes o sábado por la noche hubiese tenido miedo! Los adolescentes deambulaban borrachos, desagradables, eran ruidosos... Parecía incluso peligroso. Toda la sociedad se preocupó, no solo los padres.”
Ciertamente, que uno de los problemas que más destaca es que los adolescentes fueran ruidosos me parece muy relevante. Eso explica por qué alguien consideraría un éxito las políticas tomadas por Islandia a pesar de que las muertes se hayan multiplicado: porque los adolescentes ya no son ruidosos. No pueden ser ruidosos si están muertos, obviamente. Problema solucionado.
Pero bueno, existen todo tipo de posturas, y cada cual decidirá mejor cuál encaja con su conciencia. De momento, me conformo con que este artículo sea al menos una excepción que se ha dignado a hablar sobre cómo la tasa de hospitalizaciones, muertes y problemas derivados de las drogas en general se ha multiplicado en Islandia, mientras la inmensa mayoría de artículos sobre el tema omite vergonzosamente estos datos, repitiendo una y otra vez que cada vez menos adolescentes consumen drogas en Islandia y que ese país es una especie de paraíso de la sobriedad.
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