miércoles, 31 de julio de 2024

La gente está sexualizada, ¿quién la desexualizará?

Últimamente se ha popularizado bastante el término “sexualizar”. Su uso se empezó a extender hace algo menos de dos décadas; en el diccionario de la RAE, por ejemplo, fue incorporado en 2014, aunque yo diría que se ha multiplicado especialmente en los últimos cinco años, más o menos. Se define como dar carácter sexual a alguien o algo.

El primer problema que le veo a este término es de carácter semántico. Me parece una palabra contradictoria en sí misma, por el hecho de que los seres humanos somos seres sexuales. Entonces, ¿cómo se le va a dar carácter sexual a alguien que ya lo tiene?

Se pueden hacer algunas matizaciones sobre el hecho de que seamos seres sexuales, claro. En primer lugar, si alguien, en el sentido de su orientación sexual, es asexual, me parece estupendo. Es una orientación sexual como otra cualquiera y, desde luego, no pretendo convencer a nadie de que no es asexual ni me refiero a eso cuando hablo de que los seres humanos somos seres sexuales.

En segundo lugar, están las personas que todavía no han alcanzado la pubertad. No hay caracteres sexuales secundarios, no están en edad reproductiva, vaya. Aunque basta estudiar un poco de psicología para entender que la sexualidad infantil sí existe, es una sexualidad bastante distinta a la adulta y no debe ser tratada como si fuera igual.

Pero, contempladas estas dos excepciones, los seres humanos somos seres sexuales. ¿Cómo se puede sexualizar lo que ya es sexual? Por eso creo que este discurso tiene sus fallos lógicos ya desde que nace, pero este artículo está más centrado en los contextos en los que se usa este término y en las consecuencias de estos discursos.

Por empezar a poner ejemplos sobre los argumentos que suelen salir en este discurso, también me hace cierta gracia el de las escenas innecesarias. Cuando veo a alguien quejándose de que una película o serie de TV tenga alguna escena de sexo o de desnudos, éste es el término que más veo que se repite: la queja es que esa escena de sexo o de desnudos era innecesaria, que realmente no aportaba nada imprescindible a la trama.

El problema que le veo a esta argumentación es que, por definición, cualquier obra de arte o de ficción específica es innecesaria. El arte y la ficción en general sí me parecen necesarios para la experiencia humana tal y como la conocemos, pero ninguna obra específica es necesaria, porque hay muchas más entre las que escoger.

Por otro lado, estoy seguro de que cualquier obra con suficiente duración tiene un buen número de escenas innecesarias para entender el argumento y lo que intenta transmitir. A cualquier película se le podrían quitar unas cuantas escenas o sustituirlas por otras más breves y que siga contando la misma historia. Por tanto, si veo a alguien quejarse de una escena de sexo por considerarla innecesaria me cuesta mucho creer que realmente sea por innecesaria. Yo creo que lo que le molesta es que sea sexo, no que sea innecesario para la trama.

A la hora de reflexionar sobre por qué a tanta gente le molesta ver escenas de sexo en una película, el contraste con la violencia también es interesante, y creo que obedece a una moral estadounidense para la que el sexo siempre ha sido algo mucho peor que la violencia, y que se ha extendido por todo el mundo, empapando casi todo a su paso. Bajo el sistema de clasificación estadounidense, los tiroteos, la sangre, los asesinatos o las amputaciones reciben una clasificación más adecuada para todos los públicos que un simple pezón femenino, que puede suponer que no se emita en cines comerciales, ni siquiera con una clasificación de mayores de 18 años. Sospecho que esta clasificación, en un principio impuesta de forma artificial y forzada, ha calado lo bastante en la forma de pensar de mucha gente como para que realmente, por iniciativa propia, hayan terminado prefiriendo la visión de la violencia a la del sexo. Cabría preguntarse si hay un motivo lógico para esto y si es algo sano.

En cualquier caso, efectivamente, estas quejas parecen estar teniendo su fruto. Un análisis reciente mostraba que, desde el año 2000, el número de escenas de sexo y desnudos en el cine comercial se ha reducido en un 40%. El número de películas que no tienen absolutamente ningún contenido sexual ha aumentado desde un 20% cada año hasta un 50%.

Por cierto, se podría hablar aquí de, si además de las quejas de la gente, han influido otros factores, como, por ejemplo, la mayor disponibilidad de pornografía gracias a internet. Puede que ya no haya tanta gente queriendo ver contenido sexual en el cine comercial porque para eso ya está el porno. SI así fuera, por cierto, me parecería un grave error, porque creo que el sexo es una parte lo bastante importante de la vida y de la sociedad como para merecer que se aborde de una manera más natural y con mayor variedad de prismas que el que ofrece la pornografía.

Entonces veo ahí una tendencia criticable. Por supuesto, eso no quita que pienso que ningún actor o actriz debería recibir presión para rodar una escena sexual que no quiere rodar. Y, por supuesto, el rodaje de escenas sexuales no debería amparar ningún tipo de abuso o conducta poco ética, como ha ocurrido en algún caso (veáse el de Maria Schneider en el rodaje de El último tango en París, por ejemplo, aunque también es interesante que en algunos medios este caso se haya exagerado para venderlo como una violación cuando ella misma dejó claro que no había habido violación). Pero no es eso de lo que estamos hablando, estamos hablando del alto número de personas a las que les incomoda la mera existencia de escenas de contenido sexual, por muy voluntariamente que las grabaran sus protagonistas.

Quizá, por tanto, se vea más claro en ejemplos que no involucran a actores o actrices de carne y hueso. El hecho de que haya gente que expresa esta comodidad también en cuanto a productos de ficción dibujados, que no requieren que nadie pose con poca ropa para ser creados, da menos lugar a confusiones sobre qué es lo que realmente incomoda.

Un buen ejemplo es One Piece. En torno a este manga y anime he leído muchas quejas por lo que se denomina “sexualización de los personajes femeninos”. Algunas sólo son críticas, otras personas afirman que jamás leerán o verán One Piece debido a esto… otra afirmaba: “Literalmente pagaría por una versión occidentalizada, en donde todas esas escenas se censuraran, me ahorraría muchos momentos incómodos.”

Fue un comentario que me llamó la atención por el uso explícito de la palabra “censura”. Creo que es un pensamiento que comparte mucha gente, pero en la mayoría de los casos se busca algún eufemismo para “censura” o no se explicita tan claramente que es eso lo que se busca. Eso me preocupó porque la censura me parece algo negativo, sí. Pero luego volvemos con el tema de hasta qué punto se puede extender la censura y si podría triunfar; primero, para matizar bien, me parece importante distinguir la censura de la simple crítica.

La crítica, por supuesto, es legítima, aunque dependiendo de donde se ponga el listón, a mí me puede parecer una crítica absurda. En otros casos, puedo compartirla. Lo que quiero decir es que en esto hay mucha subjetividad, vamos, que cada cual pone el listón donde quiere.

A mí la película de animación Heavy Metal me pareció cutre y decepcionante. La vi pensando que sería más interesante y que me gustaría más de lo que me gustó, y  el hecho de que todos los personajes femeninos tengan una personalidad tan pobre y sólo se dediquen a tener poca ropa y mucho sexo contribuyó a que me gustara menos de lo que me podría haber gustado. El manga Berserk, de Kentaro Miura, sí me gustó bastante, pero durante la mayor parte de la obra acabé hastiado de que cualquier personaje femenino fuera a estar involucrado en una escena sexual o, más probablemente, en una escena de violencia sexual (cabe destacar aquí que parece que él mismo se dio cuenta de lo repetitivo que era esto y, conforme avanza la obra, se va corrigiendo). Y si volvemos a saltar brevemente del terreno del dibujo a la imagen real, por supuesto, hay una larga lista de películas en las que se nota que el guión o muchos otros aspectos son flojísimos y se recurre a enseñar el cuerpo de una actriz que la gente vaya a considerar atractiva como único aliciente para que, al menos, alguien sea capaz de disfrutar viendo un producto tan mediocre.

Vamos, que sí: puedo entender algunas de estas críticas al contenido sexual en una obra de ficción y compartirlas hasta cierto punto. Lo que no me gusta tanto es el salto de la crítica al deseo de censurar, que parece que se produce bastante rápido (no sólo en el sexo, eh. En todos los aspectos posibles, es sorprendente cuánta gente querría que desapareciera todo lo que no les gusta a ellos).

Un ejemplo del que se habló mucho recientemente, y que me ayudó a empezar a moldear lo que quería contar en este artículo, fue el del videojuego Stellar Blade.

Este videojuego tiene una protagonista que encaja en los cánones de una mujer atractiva, que, dependiendo del traje que se escoja para ella, puede enseñar un buen porcentaje de su piel, y con unas físicas que subrayan el movimiento de sus tetas y de su culo (de una forma, por cierto, que no se parece mucho a los cuerpos reales).

El intercambio de tweets en torno a este tema no tardó en desembocar en una polémica con sus extremos polarizados: quienes querían censurar el juego y quienes lo defendían. Para el primer grupo, el segundo eran pajilleros misóginos, y para el segundo, el primero eran aspirantes a dictadores woke.

Finalmente, en medio de todo este intercambio de opiniones, los desarrolladores optaron por un término medio sólo ligeramente censurado respecto a lo que habían anunciado en un principio, con unos pocos trajes que cubrían un porcentaje ligeramente mayor de piel que en los planes iniciales.

Al mismo tiempo que se producía este debate en torno a la sexualización y la censura en Stellar Blade, otro videojuego hacía algo similar: una actualización de Pokémon Go cambió los avatares de los jugadores. Este cambio se produjo tanto en figuras masculinas como en femeninas, haciendo que los cuerpos fueran menos delgados, pero en las figuras femeninas el cambio fue mucho más notorio. Toda la figura de los avatares femeninos, especialmente las caderas, fue completamente cambiada para suavizar sus curvas.


Esta decisión es especialmente curiosa por no ser una decisión tomada al inicio. Es decir, se trataba de modificar avatares que ya existían, de introducir un cambio en un producto ya realizado: vamos, que se dedicó tiempo y dinero específicamente para cambiar eso.

Por supuesto, y creo que no está de más remarcarlo, tanto en productos de ficción como en actrices y modelos de carne y hueso, usar un cuerpo femenino atractivo como reclamo comercial es mucho más frecuente que hacer lo propio con el masculino. Vamos, que lo que vendría a llamarse “sexualización femenina” es mucho más frecuente que la masculina.

Eso no significa que no se use también, en diversos productos, el cuerpo de hombres como reclamo. No me refiero, por ejemplo, al manido argumento de “Kratos tiene menos ropa que la mayor parte de protagonistas femeninas de un videojuego” que suele ser contestado inmediatamente con un “pero Kratos es una fantasía de poder dirigida a hombres heterosexuales, no una fantasía sexual dirigida a mujeres heterosexuales”. También hay productos pensados para mujeres heterosexuales en los que el cuerpo masculino se usa como reclamo sexual, sí, como las novelas románticas. Basta ver cubiertas de novelas de este tipo (si alguien quisiera ejemplos, puede echar un ojo a las portadas de novelas de Monica McCarty, Aubrey Ross, Julie Garwood, Shayla Black, Alexandra Ivy, Joanna Bourne, Julia London, Donna Grant y un larguísimo etcétera) para comprobar que este fenómeno existe, aunque, a nivel general, es mucho menos abundante el reclamo sexual hacia un producto usando el cuerpo masculino que el femenino.


Volviendo al tema: todos estos discursos sobre “sexualización” creo que denotan cierta aversión hacia el sexo, cierto concepto del sexo como algo negativo. Se nota cuando se habla de que las escenas producen incomodidad, se nota cuando se pretende censurar… se nota en muchas cosas. Por contemplar alguna que no ha sido mencionada a lo largo de los muchos ejemplos de este artículo, me parece interesante también el uso de “pajero” o “pajillero” como insulto, revelando un sistema de creencias en el que la masturbación se considera algo intrínsecamente malo. Ése es el resumen del discurso estructurado en torno al concepto de “sexualización”: que el sexo es malo y ni siquiera por ningún motivo en concreto, sólo porque es sexo.

Es decir, en las grandes religiones, por ejemplo, hay una cadena de conclusiones: el sexo es pecado y el pecado es malo. Por tanto, el sexo es malo porque es pecado. Con el uso actual del término “sexualizar” y la connotación que se le da, se omite ese paso intermedio del pecado, y el razonamiento religioso, por pobre que fuera, queda ausente. Ya no hay razonamiento siquiera, sólo una tautología: el sexo es malo porque es sexo.

Sirven de excepción a esto último los argumentos ya mencionados de que el sexo es malo porque es innecesario o que el sexo es malo porque es incómodo, que no son lo mismo que decir que el sexo es malo porque es sexo, aunque el primero no me parezca muy honesto y el segundo pueda ser conveniente investigar un poco de dónde viene.

Se me ocurren unas cuantas posibles consecuencias de este discurso, y me parece que van a ser negativas. Una de ellas es la ya mencionada censura. La censura me parece algo negativo de por sí. Y no quiero caer en una falacia de pendiente resbaladiza, pero creo que ya hay motivos para preocuparnos. El ejemplo reciente más claro que se me viene a la mente es el cartel del VII Concursu de Sidra Casero de Piloña, celebrado en 2023. Para este cartel, la artista Covadonga Casado dibujó a Eva escanciando sidra.

Yo creo que la elección del motivo a dibujar es fácil de entender. La sidra viene de las manzanas, en nuestra cultura una de las historias más célebres sobre manzanas es la que tiene como protagonista a Eva (cosa de los pintores renacentistas, por cierto. La Biblia habla de un Fruto del Edén pero no especifica que fuera una manzana, fueron los pintores renacentistas los que cogieron la costumbre de representarlo así), y Eva en el Jardín del Edén iba desnuda y así se la ha representado siempre.

No sé si la gente que comenzó a criticar el cartel entendía la relación manzanas, sidra, Eva o ni siquiera tenían la capacidad de comprenderla, pero, de una forma u otra, empezaron a llegar críticas. “El ayuntamiento de Piloña convoca un concurso con este cartel. Alguien de @PilonaPSOE que nos lo explique. El alcalde que tal? bien? #SeAcabo“, twitteaba una periodista que se define como “feminista” en su biografía (en realidad, por cierto, el ayuntamiento ni siquiera tenía relación con el cartel, pero bueno). La queja fue suscrita y repetida por unas cuantas docenas de cuentas más, incluyendo otras cuentas que también tenían bastante alcance y un buen número de seguidores por ser personalidades más o menos famosas.

Ante las críticas, la asociación que convocaba el concurso decidió retirar el cartel: la censura triunfó.

Cabe destacar también, para más inri, que los pechos de Eva están censurados con sendas manzanas, de tal forma que no es un dibujo explícito y que, además, el estilo de dibujo escogido para esta obra es poco realista. Creo que estos dos factores contribuyen todavía más a que el dibujo ni siquiera tenga el menor carácter erótico; o sea, no se me ocurre que nadie pueda sentir excitación sexual ante el dibujo en cuestión. Eso es algo que me produjo todavía más sorpresa, el hecho de que alguien se escandalizara por un dibujo que ni siquiera podría producir excitación sexual a nadie.


No deja de ser curioso también que el dibujo censurado fuera precisamente el de Eva, a quien siempre muestra desnuda el arte religioso y se puede encontrar representada de esta forma en los murales de muchas iglesias sin que las monjas más conservadoras pestañeen ante ello. Podemos decir, por tanto, que quienes impulsaron a censurar este cartel literalmente se escandalizaban con más facilidad ante la visión de un cuerpo desnudo que las monjas más conservadoras.

Si en los mencionados casos de Stellar Blade o Pokémon Go es posible que haya habido cierta censura sobre el trabajo de algunas personas, en este caso ya no hay lugar a dudas de que ha sido así.

¿Qué daño podía hacer a nadie ese cartel? Y, como estoy bastante seguro de que la respuesta es “ninguno”, ¿por qué hay gente que dedica sus energías a atacar algo que no hace daño a nadie?

Probablemente veamos muchos más casos de censura de este estilo en los próximos años. Tampoco es nada nuevo, ya lo hacía Wertham con su Comics Code o la censura franquista, recortando escenas y añadiendo capas de ropa cuando consideraba que se exhibía demasiada piel. La novedad es que hoy en día la censura sea impulsada por gente que afirma estar en el lado opuesto del espectro político al que estaban Wertham o los censores franquistas.

Otra posible consecuencia negativa del discurso sobre la sexualización es que mete en un mismo saco cosas muy distintas, lo que sirve para quitar importancia a las que de verdad pueden ser dañinas, al mezclarlas con otras absolutamente inofensivas.

Como ejemplo de esto, me sirve una noticia relativamente reciente en la que hubo una protesta del alumnado contra un profesor universitario, según se decía, porque sexualizaba a algunas alumnas. No se daban más detalles al respecto, eso es todo cuanto tenemos, que sexualizaba a alumnas.

Supongo que con eso se refieren a avances sexuales indeseados hacia las alumnas, comentarios sobre sus cuerpos o su atractivo físico o alguna de las formas más leves de acoso sexual. Sin meterme el tema de si efectivamente es culpable de lo que se le acusa, creo entender que la acusación es ésa, vamos. Y, en ese caso, me parece comprensible la queja, la gente no va a la universidad para soportar que le babosee alguien en quien no tiene ningún interés sexual.

Pero claro, es que eso son suposiciones que puedo hacer yo por el contexto. Si fuera por el uso de la palabra “sexualización”, yo no sabría si se está denunciando un caso de acoso sexual o que a alguien le molesta un cartel con un dibujito de Eva escanciando sidra. No creo que usar la misma palabra para cosas tan distintas sea útil ni práctico; sobre todo, porque, en base a casos como los que he ido comentando, parece lógico que mucha gente vaya a empezar a asociar la palabra “sexualización” a gente que se escandaliza por chorradas y que no está denunciando nada que merezca ser denunciado.

Por último, no descarto que la represión sexual que delatan y que pueden hacer crecer estos discursos termine desembocando en un mayor malestar en general, mayores sentimientos de culpabilidad, mayor tendencia a depresión y ansiedad o incluso un aumento de los crímenes sexuales. Todo esto último, sin embargo, es mucho más difícil de demostrar, dada la enorme cantidad de factores que influyen a la hora de explicar el número de agresiones sexuales o de suicidios en un territorio. Tengo la impresión de que la represión sexual genera mucho más sufrimiento del que evita, y que, como una olla a presión, sólo hace que los estallidos sexuales sean mucho más violentos de lo que serían si hubiera más libertad; pero, como digo, es difícil demostrarlo, así que voy a subrayar que esto último es una impresión mía y no pretendo hacerlo pasar como una verdad absoluta. El tiempo nos lo dirá, supongo.

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