Va un relato que, hasta ahora, sólo se podía leer en la recopilación de Tres tercios españoles, lo que es un buen momento para recordaros que existe y podéis leerla aquí.
Cuando los guardias divisaron una silueta corriendo,
apenas iluminada por la luz de la luna que se filtraba entre las nubes, lo
primero que hicieron fue dar la voz de alto. Lo que empezaba a dibujarse como
un hombre escapando de la finca no obedeció; de modo que dispararon.
Las detonaciones rasgaron el silencio nocturno cuatro
veces, cinco, seis. La silueta se desplomó.
Los guardias acudieron corriendo al lugar en el que
había caído. Estaba muerto. Era un hombre de unos 45 años, delgado, con los
ojos hundidos. Vestía con ropas sencillas, de campesino; con la mano izquierda,
parecía haberse intentado tapar la primera herida que había recibido. La mano
derecha estaba cerrada en un puño.
—Eh—dijo uno de los guardias—, ¿éste no es…?
—Sí. No me acuerdo cómo se llamaba, pero es aquel tipo
que trabajaba aquí, ¿no?