Bueno, pues allí estaba yo, y allí estaba él. Había oído
hablar de él muchas veces, y puede que él también hubiera oído hablar de mí
alguna, pero no nos habíamos visto todavía. Hmm, un poco confuso. Será mejor
que explique bien los roles que cumplíamos.
Yo era el tío que se la quería follar, sin mucho éxito, y
que había pasado toda la tarde acompañándola mientras ella compraba. Él era el
tío que se la follaba, no era su novio, era un rollo o algo así, aunque no
solía acompañarla a comprar cosas –como es lógico, supongo-. Y en medio estaba
ella, por supuesto.
Aunque ella no era importante. Me preocupa más la mirada de
él, porque no sabía identificarla. Nunca me había visto en esa situación, y no
sabía qué significaba su mirada mientras me estrechaba la mano. Era tan extraña
que ni siquiera podía asegurar de si era de amistad o de enemistad; podría
haber sido felicidad o tristeza, tranquilidad o ira.
La primera opción que se me pasó por la cabeza es que fuera
de recelo. Bueno, no tenía mucho sentido, porque él no era su novio, ¿no? Pero
por lo que sabía de él, era algo más celoso y posesivo de lo que debería ser.
Así que tal vez fuera de desconfianza. Una mirada que quería decir “te la
acabas de follar, ¿no?”. O bien su variante, la más exacta, que vendría a decir
“te la quieres follar, ¿no?”.
Por supuesto, ambas teorías tienen sus variantes. Por
ejemplo, supongamos que él, desconfiado, piensa que ella y yo no hemos estado
de compras precisamente. En ese caso la mirada también podría ser de
complicidad, en plan “¿a que folla bien?”.
Pero, en caso de que sólo supiera la verdad, la mirada
también podría ser de burla. Algo así como “yo me la follo y tú no”, que,
francamente, era lo que más me preocupaba, porque mi miedo a hacer el ridículo
sentía que eso era exactamente lo que estaba pasando, aunque nadie quisiera
decirlo en voz alta.
Finalmente, pensé que tal vez podía ser una mirada de
compasión. Una mirada que dijera “lo siento, chaval, no sabes lo que te
pierdes”. La verdad, creo que siempre se me ha notado en la cara que no follo
mucho que digamos.
En fin, unos días después descubrí exactamente que quería
decir aquella mirada. Lo descubrí volviendo a casa, de noche. Como no estoy muy
acostumbrado a pelearme, el primer puñetazo me dejo tirado en el suelo, casi
inconsciente. Lo bastante despierto, eso sí, como para notar todo lo que
siguió, cada patada en las costillas, cada pisotón en la cabeza. Y el susurro
en mi oído diciendo: “No vuelvas a acercarte a ella, puto pagafantas”.
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