¿Y si realmente el 21 de
diciembre de 2012 se produjo la batalla final entre los Illuminati y los
Discordianos? ¿Y si los Illuminati ganaron e impusieron el Nuevo Orden Mundial,
y lo hicieron tan bien que nadie se dio cuenta?
¡Qué admirable día! El vasto parque desmaya ante la
mirada abrasadora del Sol, como la juventud bajo el dominio del Amor.
El éxtasis universal de las cosas no se expresa por ruido
ninguno; las mismas aguas están como dormidas. Harto diferente de las fiestas
humanas, ésta es una orgía silenciosa.
Diríase que una luz siempre en aumento da a las cosas un
centelleo cada vez mayor; que las flores excitadas arden en deseos de rivalizar
con el azul del cielo por la energía de sus colores, y que el calor, haciendo
visibles los perfumes, los levanta hacia el astro como humaredas.
Estreno nueva sección en el blog, con reflexiones rápidas que se me pasen por la cabeza. Hoy, la relación entre la comida y la obediencia.
Lo bonito de la psicología evolutiva es que no sólo explica
cómo nos comportamos, sino por qué nos comportamos así. Y entre las cosas más
evidentes, está que los cerebros de los seres vivos tienen cierta tendencia a
comer.
Cuando un bebé ve el pezón de su madre, se alimenta. Y no
sólo se alimenta, sino que además desarrolla cierta lealtad hacia su madre, que
es la que le alimenta. No es sólo lealtad a la madre biológica, no; a estas
alturas hay suficientes casos documentados de lealtad hacia madres adoptivas,
incluso de otra especie, como para que sepamos que somos leales a esa figura
que nos alimenta.
Lo que ya resulta un poco menos obvio es que ese reflejo se
mantiene en la edad adulta. Y, ya sea empírica o instintivamente, mucha gente lo
sabe. Y se aprovecha.
Sí, llevamos adidas, cobramos por los conciertos y nos gusta el cava catalán
de calidad y buenos puros habanos. No sólo eso, además la música que hacemos la
producimos con ordenadores cuyo sistema operativo fue diseñado por magnates
capitalistas como Bill Gates o Steve Jobs, dueños de poderosas empresas
multinacionales. Por si fuera poco esos ordenadores los compramos en grandes
superficies comerciales tales como Carrefour, Fnac o Media Markt (porque yo no
soy tonto), templos del consumismo y del ocio alienante que explotan a sus
trabajadores de forma permanente. Para más guasa utilizamos teléfonos celulares
en nuestra vida diaria, lo cual indica que tenemos algún tipo de contrato o
relación comercial con alguna de las corporaciones de telefonía móvil que todo
el mundo conoce. ¿Tú no verdad? Tú eres tan revolucionario que te comunicas
mediante señales de humo y código morse. Hacemos la compra semanal en
Mercadona, bebemos ginebra de marca e incluso para desplazarnos a los
conciertos, lo hacemos sobre ¡un coche! Probablemente fabricado por una
conocida multinacional automovilística, de esas que han sido salvadas por súper
ZP con el dinero de todos los españoles. Durante el trayecto aunque pueda resultar
increíble, quemamos combustible y por tanto contaminamos la capa de ozono, si
te sale un cáncer ya sabes a quién echarle la culpa. Pero no sufras, en nuestro
afán por ser los más auténticos y los más puros ideológicamente, hemos diseñado
un plan de trabajo y una serie de medidas de choque que harán las delicias de
los megarevolucionarios más puristas:
El mundo está tan lleno de maravillas, de milagros…
cada acto, cada paisaje, cada poema, cada melodía es un milagro en sí mismo. No
obstante, cuanto más hermoso es esto, más presente se hace lo efímero de su
existencia, y más doloroso resulta contemplarlo.
Sé que soy poco original, pero es mi película favorita, así que...
La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos
para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la
historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni
una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión
es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos
millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a
poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados.
El primero de una serie de relatos. Se me ocurrió que me vendría bien crear un lugar y una plantilla de personajes que pudieran servir para relatos distintos e independientes, y finalmente decidí escribir relatos de terror en torno a una clínica un tanto especial.
Afueras de Düsseldorf, Alemania. 8 de octubre de 1931.
Un joven de aspecto pulcro, totalmente serio, llamó a la
puerta de un despacho.
-Pase-dijo una voz firme.
El joven obedeció y entró en la pequeña estancia, cerrando
la puerta tras de sí con cuidado. Un hombre corpulento de unos 50 años, con
unas gruesas gafas y una espesa barba gris, se puso en pie, cojeando
ligeramente, y le tendió la mano.