Crítica con mala ostia a los progres que ya publiqué en su momento en Bella Ciao.
Ocasionalmente, por el bien de la convivencia, conviene
meterse, quizá un poco descaradamente, en el día a día de los demás, para
entender sus ideas y sus posturas.
Pongamos por ejemplo a un progre. ¿Cómo es su día a día?
¿Qué inquietudes atraviesan su mente?
Imaginemos que nuestro protagonista, a falta de originalidad
llamémosle X, se despierta a las 7 de la mañana. X estuvo el día anterior
viendo series que había descargado hasta la una, así que está un poco cansado.
Por tanto, necesita despejarse, de modo que toma un café. No
es de Starbucks, no –que tampoco está el dinero para tirarlo en una cafetería
tan cara, a la que sólo ha ido una docena de veces-, sino Nescafé. X rara vez
ha oído hablar de las desigualdades sociales que crea el comercio injusto en
los países del tercer mundo, y desde luego nunca conocerá a los campesinos
sobreexplotados de Toluca que han elaborado el café que se está bebiendo. Sin
embargo, sabe rico.