Crítica con mala ostia a los progres que ya publiqué en su momento en Bella Ciao.
Ocasionalmente, por el bien de la convivencia, conviene
meterse, quizá un poco descaradamente, en el día a día de los demás, para
entender sus ideas y sus posturas.
Pongamos por ejemplo a un progre. ¿Cómo es su día a día?
¿Qué inquietudes atraviesan su mente?
Imaginemos que nuestro protagonista, a falta de originalidad
llamémosle X, se despierta a las 7 de la mañana. X estuvo el día anterior
viendo series que había descargado hasta la una, así que está un poco cansado.
Por tanto, necesita despejarse, de modo que toma un café. No
es de Starbucks, no –que tampoco está el dinero para tirarlo en una cafetería
tan cara, a la que sólo ha ido una docena de veces-, sino Nescafé. X rara vez
ha oído hablar de las desigualdades sociales que crea el comercio injusto en
los países del tercer mundo, y desde luego nunca conocerá a los campesinos
sobreexplotados de Toluca que han elaborado el café que se está bebiendo. Sin
embargo, sabe rico.
Después, X cogerá el coche. Siente una pequeña punzada por
destruir el medio ambiente; le preocupa la contaminación. Sin embargo, sabe que
todo el mundo tiene coche, así que aunque él viajara en metro, el medio
ambiente seguiría estando igual; por tanto, no está mal. Tampoco le preocupan
todos los negocios en los que está involucrado Repsol YPF: que sus acciones
causen directamente la muerte de indígenas en Perú, ni los negocios con países
dictatoriales en los que los derechos humanos son vulnerados continuamente,
como Guinea Ecuatorial, Guatemala, Uzbekistán o Kazajstán. X no sabe nada de
esto último.
X irá a trabajar a alguna multinacional en la cual los altos
cargos cobran miles de veces lo que los bajos. Claro que tampoco es para
quejarse, podría ser mucho peor. Al menos X puede permitirse unos cuantos
lujos.
Todos los días, el trabajo es el mismo. X no es
especialmente inteligente, pero sí muy capaz para hacerlo. El auténtico
currículum no se mide en inteligencia, sino en obediencia, en sumisión, en
puntualidad y en poder soportar la monotonía.
Tampoco es que la vida de X sea absolutamente aburrida. Al
salir de trabajar, queda con los amigos para ir a comer al McDonalds. Visten en
ese límite entre formal e informal; llevan a Joaquín Sabina en el iPod.
Ni a X ni sus amigos les preocupa de dónde viene la carne.
Bromean con el hecho de que tal vez no sea de vaca, pero es de vaca, desde
luego. Las vacas pastan en países del tercer mundo donde la tierra es mucho más
barata, a costa de quitar tierras de cultivo a los campesinos. No les importa
que para alimentarles de ellos haya que matar de hambre a miles de campesinos
en otro país; mucho menos les va a importar que los juguetes del Happy Meal
estén fabricados por niños en condiciones de esclavitud, claro.
Durante la comida beben Coca-Cola, pero sería redundante
insistir en todas las acciones de dicha compañía que prefieren ignorar.
Después, X vuelve a casa en su coche. Por el camino ve un
contenedor quemado y siente una punzada de rencor hacia los violentos que no
saben protestar como se debe protestar en una democracia. Si le preguntaras, X
te diría que es lo más cerca que ha estado de la violencia en todo el día.
X se siente orgulloso de haber votado a un partido que ha
recortado derechos sociales por todas las partes por las que ha podido. Por
supuesto, X es de izquierdas, de modo que esto no le parece bien; pero sabe que
es la única forma de salir de la crisis.
A X tampoco le molesta el hecho de que el partido que él ha
votado haya enviado tropas a otros países participando en guerras por los
intereses del petróleo y matando civiles indiscriminadamente. Sin embargo,
resulta curioso ver que puso el grito en el cielo con la legalización de Bildu,
ya que, según sus propias palabras, “es vergonzoso que puedan entrar asesinos
en el Congreso”.
Al día siguiente, X seguirá llevando su vida de progre. Si
leyera esto, X no aceptaría ninguna de las contradicciones aquí señaladas,
aunque puede que le molestaran un poco –por eso de la disonancia cognitiva, de
la que X habla de vez en cuando porque es un concepto sencillo que sin embargo
suena muy profesional-. Pero desde luego, X no cambiaría, porque sabe que este
texto es propaganda anarquista, comunista o a saber qué más. X ha fumado algún
porro en su juventud, pero ni por asomo quiere relacionarse con ese tipo de
gente ultraviolenta y radical que no sabe lo que es una ducha.
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