Este relato ya lo publiqué en el nº 242 de la revista Axxón, pero creo que es lo bastante decente como para rescatarlo y que lo pueda leer más gente. O eso, o es que soy muy vago.
En una soleada mañana de viernes, Holommir el notario, hijo
de Broudoon el zapatero, miraba por la ventana de su hogar. La Plaza Mayor del Reino bullía de
actividad, pues era día de mercado; mas sobre las gentes se cernía la sombra de
la incógnita, pues no sabían quién sería su próximo rey. Holommir conocía muy
bien aquella sombra, pues él había sido uno de los encargados de preparar los
documentos de sucesión.
El asunto era considerablemente complicado: el rey tenía 7
hijos, y en un principio parecía claro que el trono lo heredaría el mayor. No
obstante, los criados de la corte descubrieron que él había envenenado a su
padre, de modo que fue aprehendido y encadenado con grilletes de diamantes y
cuatro hermosas criadas que le darían de comer y atenderían sus necesidades
hasta que muriera.
Holommir se encargó de los documentos que garantizarían que
el segundo hijo heredaría el trono, mas la reina se derrumbó y confesó entre
lágrimas que el segundo hijo era un bastardo. Su auténtico padre era un criado,
que fue condenado a una dolorosa muerte a manos de los 40 verdugos del Reino.
La tercera hija era una mujer, y estaba escrito que las
mujeres no podían heredar el trono mientras tuvieran hermanos mayores vivos;
esto había traído muchos dolores de cabeza a Holommir, pues, aunque el hermano
mayor legítimo de esta hija hubiese envenenado a su padre, seguía estando vivo.
Finalmente, tras días de discusión entre él y el resto de notarios, decidieron
que el trono tenía que pasar al cuarto hijo.
Sin embargo, el cuarto hijo había sido acusado de traición
hacía años por intentar vender a sus hermanos en una guerra, y permanecía
encerrado en la mazmorra más profunda del Reino, bajo una losa de oro
custodiada por 20 guerreros armados con espadas y 20 guerreros armados con
lanzas, que nunca abandonaban su puesto.
El quinto hijo hubiera podido heredar el trono, de no ser
porque 12 de los 13 hechiceros del Reino aseguraron que era en realidad una
bruja que había asesinado al quinto hijo, ocultado su cadáver y suplantado. El
hechizo no podía ser deshecho, mas la bola de cristal aseguraba que era, en
verdad, una bruja, por lo que había poco lugar a dudas. No obstante, esa
pequeña duda también debía evitar el arresto o ejecución del supuesto hijo.
La sexta hija era también una mujer, por lo que no podría
heredar el trono, en un principio. Mas dicha hija pagó con seis docenas de
monedas de oro a una bruja para que le transformase en un hombre, por lo que sí
podría heredar el trono. Todos los papeles estaban ya redactados cuando Holommir,
por casualidad, encontró una antigua ley redacta 777 años antes que estipulaba
que un hijo no podría heredar el trono si había sido hija en el pasado.
Finalmente, el séptimo hijo parecía el candidato adecuado.
No osbtante, el rey había sido el séptimo hijo de su padre, por lo que el
candidato era el séptimo hijo de un séptimo hijo, de modo que debía convertirse
en hechicero, y los hechiceros no podían ser reyes.
De modo que parecía que el reinado recaería sobre el hermano
inmediatamente menor del rey. Mas, en cuanto Holommir terminó los papeles
correspondientes, el tercero de los hermanos mató al segundo. Puesto que el
asesinado no era rey ni príncipe, solamente noble, y el asesino era también un
noble, el asesinato no podía ser condenado tan fácilmente: hizo falta un largo
juicio que finalmente el asesino perdió.
De todos modos, en cuanto perdió el juicio, sus 50 mejores
guerreros irrumpieron en la sala y mataron a todos los guardias, además de
obligar a Holommir a reescribir los papeles de tal modo que el asesino pudiese
reinar.
Y, por ahora, el trabajo de Holommir estaría acabado, de no
ser porque el nuevo rey había sido asesinado aquella misma mañana, horas antes
de la ceremonia de coronación, presuntamente a manos del ejército de
Andanastia, el reino vecino. Mas su rey negaba que dicho asesinato hubiera sido
cometido por ellos, y no había nada remotamente parecido a una invasión en
marcha.
De modo que en aquellos momentos, Holommir se encontraba
frente a un papel en blanco, sin saber muy bien qué escribir, puesto que no
había nadie dispuesto a heredar la corona. Pero, de pronto, una flecha entró
por la ventana y cayó en su mesa, con un pergamino atado en torno a ella.
El notario, atemorizado, desenrolló el pergamino. “Holommir
el notario, por la presente me complacería informaros de que, ante la ausencia
de rey, yo, Virym del Pueblo de los Elfos, reclamo el trono. Me complacería
encontrarme con vos en la sala de trono para arreglar los papeles.”
El notario suspiró y se encaminó hacia la puerta de su casa.
Cuando salió, chocó contra lo que le pareció un muro de piedra. Aturdido, alzó
la vista y vio a un hombre de rostro serio mirándole con desprecio.
-No hace falta que te molestes, notario. Acabo de arrancar
la cabeza de Virym y clavarla en una estaca. Yo, Gork el Trituracráneos,
reclamo el trono por mí mismo.
-Uh, bien-tartamudeó Holommir-. Será mejor que me ponga a
escribir…
Mas, sin previo aviso, un rayo cayó sobre Gork, fulminándolo
al instante. Desde el cielo se oyó una voz atronadora: “Holommir, has de saber
que los dioses hemos decidido enviar un elegido para ocupar el trono. Es tu
deber encontrarlo. Tiene una mancha de nacimiento en forma de espada en algún
lugar de su cuerpo.”
-Bueno, se acabó… ¡Esto ya es demasiado!-exclamó Holommir.
Y así, se fue del Reino; y, tras un épico viaje no exento de
aventuras, dragones, valles de hielo, y varios días caminando por las minas de
los enanos para poder huir de las tropas del Elfo Oscuro, logró viajar a otra
dimensión, en la que pasó el resto de sus días siendo un aburrido notario.
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