El Barón Zetsx caminaba por los pasillos de la nave
imperial. Su larga capa, negra y de terciopelo, ondeaba tras él como si tuviera
vida propia. Su imagen, calvo y con perilla, le otorgaba un aire de seriedad
que su mirada reafirmaba. Dos androides (X-6589734 y X-6589735, según la
información que le suministraban al Barón sus implantes oculares) le abrieron
la puerta de la sala de mando.
Allí, ante la enorme pantalla que ocupaba buena parte de la
estancia, apareció el rostro sumido en sombras de la Emperatriz en persona.
-Zetsx, Zetsx, Zetsx…-dijo una voz fría y maquiavélica-Creo
que no eres consciente de la responsabilidad que cae sobre tus hombros.
-Le aseguro que lo soy, mi señora.
-Estás a punto de terminar el emisor de antipartículas más
grande jamás construido-prosiguió la Emperatriz , como si no le hubiera oído-. En un
momento en el que vamos perdiendo la guerra, y podemos inclinar radicalmente la
balanza. ¿Eres consciente de lo que está durando esta guerra?
-Sí, mi señora.
-Tres millones de años. Tres millones de años, Zetsx, que
pueden suponer una victoria o una derrota dependiendo de ti. Ni los ordenadores
más antiguos que siguen en pie habían sido creados cuando empezó esta guerra.
Cientos de planetas se han formado desde hace tres millones de años, ocupados
ahora por especies de las cuales hasta el último individuo está pendiente de
ti.
-Lo entiendo, mi señora.
Y lo entendía. En aquella nave estaba albergada el arma más
poderosa de la Galaxia. Un
cañón preparado para disparar antipartículas hacia los sistemas solares de la Unión de Planetas Libres,
que esquivarían cualquier gravedad –excepto la de los centros de los agujeros
negros; se calculaba, pues, que un 27 % de las antipartículas se perderían
antes de alcanzar su blanco- hasta materializarse exactamente donde Zetsx lo
programara. El objetivo, por supuesto, eran las estrellas de la Unión : esto provocaría una
reacción en cadena de supernovas que exterminaría a gran parte de los
habitantes de la UPL
y, lo más importante, la inmensa mayoría de sus bases y de sus fábricas de
androides. Las antipartículas tardarían miles de años en recorrer esa
distancia, pero era una cantidad de tiempo ínfima al lado de los tres millones
de años de guerra.
-Entonces, cumple tu objetivo.
Y la conexión se cortó.
En la oscuridad de la sala de mando, consumido por el odio,
el Barón Zetsx pensó en cómo su venganza llegaría pronto. Venganza por aquellos
que cometieron el crimen más terrible… Cuando Zetsx sólo era un niño y aún
faltaba mucho para que le asignaran al cargo del cañón de antipartículas –cuyos
planes por aquel entonces se estaban ultimando, en un ordenador que tardó
varios años en calcular el punto exacto en el que las partículas se tendrían
que materializar para impactar en las estrellas, considerando el movimiento de
éstas-, la Unión
consiguió una de sus mayores victorias.
La guerra había comenzado basándose en la fe del Imperio, la
fe que prometía a sus creyentes una vida eterna. Siempre que un creyente moría,
su consciencia era transplantada a los inmensos bancos de memoria que vagaban
en torno al corazón del Imperio. Todos sus recuerdos, sus sentimientos, sus
inquietudes, permanecían allí para siempre, almacenados en planetas-ordenadores
con incontables yottabytes.
Buscando una victoria psicológica, la Unión dedicó siglos a crear
un cañón que pudiera emitir un pulso electromagnético tan poderoso que borró
por completo billones de estas vidas eternas y dañó trillones más. Entre las
consciencias que desaparecieron estaban las de los padres del Barón Zetsx, muertos
al poco de nacer él.
Y ahora, por fin podría vengarles… si aquellos críos entrometidos
no interrumpían sus planes una vez más.
A poca distancia, como si de un haz de luz se tratara, ¡¡¡el
Halcón Negro embistió contra la nave del Barón Zetsx!!! La pequeña nave de
nuestros protagonistas esquivó todas las defensas y pudo acercarse sin disparar
ninguna alarma.
Pat fue el primero en saltar de la nave, por supuesto. Sus
botas rojas se adhirieron magnéticamente al suelo, evitando así la gravedad
cero; no tardó ni un segundo en desenfundar su pistola-láser y derribar a los
dos androides que se acercaban por el pasillo.
La segunda en descender, con el camino ya despejado, fue
Nyna. Su larga melena rubia, libre de toda gravedad, ondeaba en complicados movimientos.
Sonrió ampliamente.
-¡Buen trabajo, Pat!
Finalmente, el tercer miembro del grupo, Kaarz, salió,
armado con su ordenador portátil. Aún así, miró de nuevo a ambos lados para
cerciorarse de que no había ningún peligro.
-Tenemos que llegar a la sala de mando-anunció, tecleando en
su ordenador-Desde allí, el barón Zetsx podrá activar el cañón de
antipartículas en menos de una hora.
-¡Entonces, vamos!-gritó Nyna-¡Interrumpiremos los malvados
planes de ese canalla!
-¡No perdamos ni un segundo!-concluyó Pat, comenzando a
correr, pistola en mano.
Nuestros tres héroes corrieron por los pasillos de la nave.
De cuando en cuando algunos androides intentaban cortarles el paso, pero
¡¡¡¡ZUMMM!!!, un certero rayo láser siempre les derribaba.
Tras una frenética carrera, llegaron por fin a la sala de
mando. Kaarz apenas tardó unos segundos en hackear la puerta con su ordenador
portátil, de modo que se abriera.
No obstante, el barón Zetsx estaba preparado, y disparó un
certero rayo láser que voló la mano derecha de Pat.
-¡¡¡AAAARGH!!!-gritó éste, cayendo al suelo. Una mano podría
ser fácilmente sustituida por una prótesis mecánica o incluso por tejido
clonado, pero el dolor era muy intenso.
Nyna disparó una ráfaga con su arma, y el barón se cubrió
tras una hilera de ordenadores, hechos de una aleación que deflectó los
disparos. La muchacha, tan bella como siempre y con el pelo ondeando a la
gravedad cero, corrió hacia la sala de mando sin dejar de disparar, dispuesta a
rodear la hilera para sorprender al barón Zetsx por la espalda.
Sin embargo, fue la joven la sorprendida. Allí no había
nadie. Zetsx apareció a su espalda y la agarró firmemente, mientras la apuntaba
con la pistola a quemarropa.
-Bien, bien, bien… De modo que ya os tengo a los tres.
-No del todo-murmuró Kaarz mientras apretaba unas últimas
teclas en su portátil-. Ya he terminado. Puedes matarnos si quieres, pero el
cañón de antipartículas está totalmente inutilizado. ¡Tus malvados planes han
fracasado!
-¡¡¡Necios!!!-rugió el barón-¡Habéis destruido la única arma
que podía poner fin a la guerra! ¿Creéis que acabará de alguna otra forma? ¡Hay
demasiados intereses en juego: demasiados traficantes de armas, recursos o
banqueros haciendo fortuna a costa de los dos bandos!
-Entonces, ¡los derrotaremos a todos!-gruñó Pat entre
dientes, agarrándose el muñón humeante.
-No… no creo que lo hagáis.
Zetsx apuntó con su arma, y disparó.
La explosión fue absolutamente precisa y bien canalizada; la
mano del barón fue arrancada de su brazo sin que Pat o Nyna sufrieran el menor
daño. Un grito ronco de dolor surgió de su garganta.
-Las armas inteligentes pueden ser muy útiles, barón-comentó
Kaarz con una sonrisa maliciosa-. Pero no cuando yo puedo piratearlas al mismo
tiempo que destruyo el cañón de antipartículas.
Nyna propinó un fuerte codazo a Zetsx y se liberó de su
presa.
-Has perdido otra vez, barón… ¡Pero esta vez te tenemos!
¡Ríndete!
-¡¡¡Nunca!!!-bramó el aludido, apretando un botón de la
consola que tenía a su espalda.
-¡Cuidado, Nyna!-gritó Pat.
Ésta saltó y salió de la sala de mando justo cuando las
compuertas se cerraban, para sorpresa de Kaarz.
-No puede ser, las había pirateado…-murmuró.
-Parece que el barón volvía a tener un as en la
manga-maldijo Pat, agarrándose aún el muñón humeante.
-¡Volveré algún día y os destruiré, entrometidos!-rugió
Zetsx a través de los altavoces de la nave, mientras ellos veían por los
ventanales cómo una pequeña cápsula se alejaba-¡Lo juro! ¡¡¡Os
destruireeeeeé!!!
Pat, Nyna y Kaarz contemplaron cómo se alejaba. Lo importante
era que, una vez más, habían ganado la batalla.
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