miércoles, 29 de marzo de 2017

El enemigo dentro del refugio

Creo recordar que esto lo escribí para alguna revista de relatos bajo la temática de refugios y finalmente no se publicó. Reciclar es bueno para el medio ambiente.


No estoy segura de en qué año estamos. Sólo sé que ahí afuera se está librando la Guerra Fría. Se llama así porque los bandos llevan mucho tiempo enfrentados pero no se atacan directamente: lo sé porque me lo explicó mi padre.

La Guerra Fría es muy peligrosa porque los dos bandos tienen bombas muy potentes que podrían destruirnos a todos si deciden lanzarlas, algo que podría pasar en cualquier momento. Por eso papá y mucha otra gente ha construido refugios antinucleares bajo tierra. Aquí estamos a salvo, las bombas no pueden hacernos nada.

Llevo muchos años aquí dentro, creo. No lo sé. He crecido mucho. Me acuerdo de cómo eran las cosas afuera de cuando era pequeña: la escuela, las calles llenas de coches, los árboles, las nubes. Pero no tengo ni idea de cómo serán ahora: es posible que las bombas ya hayan sido lanzadas.

Por lo que sé, ahí fuera podría no haber nada en absoluto. Sólo ruinas y cenizas, lluvia ácida bañando los esqueletos de los árboles. Un viento que abrasa moviendo de un lado para otro los restos de lo que antes era gente viva.

O aún peor: podríamos salir justo cuando lancen las bombas. Ver el hongo atómico a lo lejos, a cientos de kilómetros de distancia, y no sentir nada más que tu cuerpo abrasándose poco a poco, un dolor insoportable que nadie puede imaginar. Nuestras sombras congeladas en la pared.

He visto muchas películas y muchos libros sobre los efectos de las bombas y la radiación. Es lógico: papá tuvo que informarse mucho para construir este refugio, y casi todo el material que acumuló está aquí. Durante todos estos años en los que sólo he podido moverme entre estas cuatro paredes, he leído todos los libros y he visto todos los videos como cuatro o cinco veces. Sé lo terrible que puede llegar a ser la radiación, todos sus efectos, he leído sobre Hiroshima y Nagasaki… y no me extraña que dé tanto miedo.

Por eso es mejor quedarnos aquí dentro hasta que estemos seguros de que no va a pasar nada. Es difícil saber cómo son las cosas en el exterior, pero papá es muy listo y no deja de pensar en formas de saberlo. Por ejemplo, puede tocar la piedra del búnker a ver si está caliente para saber si una bomba ha caído muy cerca. Aunque, en realidad, lo que sabemos con más seguridad es que nadie ha venido a buscarnos en todos estos años, y eso no son buenas noticias: tal vez estén muertos, o, a lo mejor, escondidos como nosotros, o quizá se hayan tenido que ir a otro lugar para escapar de la guerra.

Puede que yo sólo sea una niña ingenua, pero, ¿cómo pueden hacernos esto? Me da igual lo mucho que se odien. Nadie debería tener derecho a usar armas que pueden matar a todo el mundo, incluso a los que no tenemos nada que ver con sus problemas y sus guerras. Yo no he hecho nada para merecer morir, nunca he hecho daño a nadie, ¿por qué la bomba también me tiene que alcanzar a mí? No es justo.

Si nos arriesgásemos a salir ahí fuera, seguramente moriríamos. No podemos hacer nada, y lo sabemos. Papá dice que cuando muramos iremos al Cielo y seremos felices para siempre, pero yo creo que me engaña para hacerme sentir bien. Si él creyera eso, no se esforzaría tanto en protegernos, así que seguramente sea mentira. No sé.

Desde que mamá murió, me gusta pensar que está en el Cielo y que nos ve desde allí. Me hace sentir mucho más segura y protegida. Pero creo que en realidad no es así: cuando mueres, no hay nada, y ya. Es muy triste. Por eso es por lo que tenemos que esforzarnos por seguir vivos.

Papá tampoco me ha querido decir nunca para cuánto tiempo tenemos comida, pero por lo que veo, debe de haber para muchos años más. Aún hay varias estanterías llenas. No sé si cuando acumuló la comida sus cálculos todavía incluían a mamá: entonces igual por eso hay tanta. No parece que se vaya a acabar por el momento, pero, ¿qué pasará cuando se acabe? Ese momento llegará, y tendremos que salir. Esperemos que para entonces, si es que las bombas han explotado, los niveles de radiación ya hayan bajado mucho. Tal vez, incluso, cuando salgamos, la guerra haya terminado y podamos vivir en paz.

De todas formas, el refugio es un buen sitio para vivir. Es sólo que, a veces, me encuentro un poco sola, pero es muy acogedor. Es el mejor sitio que podríamos haber escogido para convertir en un refugio, porque aquí tenemos todo lo que necesitamos para vivir a cuerpo de rey.

El refugio comienza en el mar, en la inmensidad de tranquilas aguas en las que puedo nadar todo lo que quiera. Lo único malo es que no hay peces, pero aún así, es muy relajante y divertido. Nadar en el mar es mucho mejor que nadar en una piscina, eso lo sabe cualquiera.

Del mar pasamos a una playa de arena muy, muy fina. Papá y yo hacemos barbacoas aquí a veces. Todo lo que comemos son botes de conservas, claro, porque no podemos salir del refugio a por más comida, pero a la barbacoa casi toda la comida que tenemos está deliciosa.

Podemos hacer una barbacoa y después bañarnos en el mar, como están justo al lado es la mejor idea. Eso sí, hay que esperar un rato antes de bañarse para no sufrir un corte de digestión. ¿Os imagináis que ridículo sería estar aquí, encerrados en el refugio, y sobrevivir a las bombas nucleares pero morir ahogados por un corte de digestión? Sería una muerte tan ridícula que pasaría a la Historia.

Si pudieran venir aquí mis amigos del cole, las barbacoas seguramente serían aún mejores. Pero ellos estarán en sus propios refugios con su papá, o, de verdad espero que no, incluso podrían estar muertos. No sería justo. Ellos tampoco han hecho nunca daño a nadie, y les echo mucho de menos: es una de las cosas que más echo de menos del mundo fuera del refugio. Como los pájaros y los coches y las casas de al lado, el cielo lleno de nubes, y mamá.

La playa termina en una zona rocosa, y después empieza el bosque. Lo malo es que tampoco hay animales, pero me gustan las plantas, y la frescura. A veces, cuando quiero estar sola un rato, vengo a pasear por el bosque, porque convivir las 24 horas del día con otra persona es difícil, y puede hacerse un poco pesado.

La sombra de los árboles se disfruta mucho, y además corre un pequeño riachuelo cuyo sonido siempre me relaja. Las piedras cubiertas de musgo se amontonan a los lados, y pasar por aquí descalza siempre me da una sensación de frescor que ayuda a no tener tanta nostalgia del exterior.

Andando por el bosque y girando a la izquierda, justo antes de llegar a la pared, hay un enorme campo en una colina elevada. Aquí también hacemos barbacoas a veces, aunque no son tan buenas como en la playa; pero este campo es donde más espacio libre hay, y puedo correr y pasear tranquilamente. Si no fuera por eso, mis músculos se resentirían, estar encerrada en un refugio durante tantos años tampoco es bueno para los músculos.

Además, el campo está lleno de flores de todas las formas y colores. Tienen un aroma que me cautiva, y puedo pasarme horas tumbada leyendo algún libro.

El campo, girando de nuevo hacia la izquierda, termina en un acantilado que da al mar. Éste tal vez sea mi sitio favorito, porque desde aquí se ve todo: se puede ver el mar con las olas rompiendo, su fuerza y su belleza, y cómo bañan la playa, y el bosque a lo lejos…

Las vistas desde aquí son espectaculares. Al menos, el refugio no está tan mal en ese sentido, es muy amplio y permite mucha libertad. ¿Por qué, entonces, teniendo tanta libertad, sigo añorando la del exterior?

Ya sé por qué es, claro. Es sólo que he pasado mucho tiempo engañándome a mí misma y me gustaría seguir así. La vida es mucho más cómoda así. La realidad es demasiado horrible para soportarla, y no me trae ningún beneficio aceptarla, así que, ¿por qué hacerlo? Es mejor dejar volar mi imaginación y sentir la brisa acariciándome el rostro en el acantilado.

Sé que tarde o temprano tendré que aceptarlo. Tengo 13 años y ya soy bastante mayor para darme cuenta de muchas cosas, aunque papá diga que me quiere y que nunca me haría daño. Pero duele. Y yo creo que eso sí es hacerme daño.

Mi padre lleva años violándome: ése es el término. Lo he aprendido en sus libros. Sé que después de una tragedia nuclear, dado que infraestructuras como la policía o el ejército seguramente sean incapaces de mantener el orden y la gente esté muy alterada por los repentinos cambios, las mujeres tenemos que tener mucho cuidado de no ser violadas. Pero en los libros se refería al exterior, a cómo sobrevivir, cómo conseguir provisiones y esas cosas. En los libros no explica que también te pueden violar dentro del refugio.

Y cuando estoy aquí, en este acantilado, pienso en lo triste que es haber tenido que construir este refugio imaginario para escapar de este otro refugio mucho más triste y oscuro. Sólo cuatro paredes mugrientas, cinco por tres metros, casi todos ocupados por provisiones. Ni mar, ni playa, ni bosque, ni campo, ni acantilado, sólo un único colchón sucio. Ojalá pudiera escapar de aquí.

Creo que, a veces, cuando papá me da esas bebidas que me hacen dormir, sale del refugio y lleva una vida normal ahí fuera, aunque no estoy segura. Pero sí estoy casi segura de que nadie sabe que estoy aquí encerrada.

No hay cuchillos ni nada parecido en el refugio. No hay nada que pueda usar para suicidarme.


En uno de los libros que leí sobre Hiroshima y Nagasaki decían que un francotirador japonés que fue apresado por los estadounidenses se arrancó la lengua a mordiscos y se la tragó para suicidarse. ¿Será verdad? No estoy seguro de que tragarse la lengua te asegure que vayas a morir, y creo que tiene que doler mucho. No me atrevo a hacerlo. No sé cuánto tiempo seguiré aquí encerrada.

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