6- Carmilla, de Sheridan Le Fanu
El máximo exponente de novela
romanticista, el máximo exponente de novela gótica, el máximo exponente de
novela de vampiros. Eso es lo que me pareció a mí, por encima de Drácula. De
argumento previsible, pero bien llevado, Carmilla narra una historia de amistad
y terror; casi, una novela de amor lésbico, lo que es muy meritorio para una
novela del siglo XIX. “El amor exige sacrificios, y en los sacrificios, corre
la sangre.”
5- Retrato del artista
adolescente, de James Joyce
Narrada en un curioso estilo que
va haciéndose más complejo conforme el personaje crece, hasta el momento es mi
novela favorita de James Joyce. Lo siento, tal vez Ulises fuera demasiado densa
para mí. O tal vez es que me sentí muy identificado con este artista
adolescente. Irlanda, el catolicismo, la culpa, la escritura y la liberación
son temas tratados de forma muy precisa. La idea de “Non serviam” aparece en
todo su esplendor, tal vez eso influyó para que me tatuara dicha frase en el
pecho.
4- 1984, de George Orwell
Siempre se habla de las tres
grandes distopías del siglo XX: Un mundo feliz, Farenheti 451 y 1984. Sin
embargo, creo que ésta supera con creces a las otras dos, por mucho que me
guste Aldous Huxley. La precisión de Orwell a la hora de narrar esta historia
es tan impresionante que conceptos como el Gran Hermano (que yo más bien
traduciría como Hermano Mayor, pero bueno), la habitación 101 o el doblepensar
se han metido de lleno en la cultura popular. A mí también me encanta el de
crimental. El final es absolutamente demoledor, como me encanta comentar
siempre que tengo ocasión.
3- Saga Mundodisco, de Terry
Pratchett
Igual es trampa meter una saga
entera aquí, no sé, pero merece la pena. Mundodisco es un planeta plano
sostenido por cuatro elefantes apoyados en el lomo de una tortuga que viaja por
el espacio. Toda su mitología, sus guerreros, el río Ankh (el río más sucio del
multiverso, el único en el que se puede dibujar con tiza la silueta de un
cadáver y a menudo hay que hacerlo), Ricewind, la Guardia, las brujas y demás
vienen después. Y, por supuesto, el único personaje que aparece en todas las
novelas de Mundodisco: la Muerte, siempre presente cuando se la necesita. Si
tuviera que quedarme con un libro, tal vez sería Eric. Sino, Dioses menores o
¡Guardias! ¡Guardias! Pero el encuentro con el Creador en Eric es sencillamente
brutal. La peculiaridad de Mundodisco es que sabe sacarte una sonrisa hasta
tratando los temas más sórdidos, deprimentes y angustiosos.
2- La Portadora de Tormentas, de
Michael Moorcock
Moorcock crea en esta novela de
Elric de Menliboné su aventura más dura, en la que juega un papel muy importante
su espada demoníaca Stormbringer, traducida como Tormentosa o la Portadora de
Tormentas. El héroe es el prototipo inverso de los héroes habituales en la
fantasía heroica: un albino débil, enfermizo, cuyo poder se debe principalmente
a su espada, y no a otra cosa. Aquí se exploran los temas habituales de la
literatura de Moorcock en todo su esplendor: el Orden contra el Caos, el
Multiverso, la ética. Todo hasta llegar a un apoteósico final totalmente
inesperado, seguramente el mejor giro de guión que he leído.
1- Trilogía Illuminatus!, de
Robert Anton Wilson y Robert Shea
Esto es una trilogía pero esta
vez sí que no es hacer trampas, porque las novelas parecen divididas más por
longitud que por otra cosa: en realidad, forman una sola y compleja historia,
con muchísimas tramas, eso sí. Estas novelas, junto a la Operación Fuckmind,
fueron las responsables de crear la paranoia por los Illuminati que está
presente en la cultura popular desde hace 40 años. Sus tramas son bastante
impresionantes, involucrando a un mapache discordiano, a la mafia (basándose en
hechos reales), a 5 francotiradores metidos en el asesinato de Kennedy aquel
día, a Harold Cartwright y Simon Moon, predicciones del futuro como cierto
suicido colectivo con cianuro o un grupo de música llamado Nirvana, roturas del
cuarto muro, la Atlántida, el monstruo del Lago Ness y básicamente cualquier
conspiración posible a la vez. Imprescindible, pero eso sí: no es precisamente
fácil de entender.
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