Los
Soprano ha sabido mantenerse en el ránking de mejores series de la historia de
la TV sin demasiados problemas. Hay un buen número de razones para esto, que
desde luego no quiero ennumerar, y prefiero centrarme en una pequeña: y es que,
por los resquicios de las tramas mafiosas, familiares, etc, se filtra un
existencialismo bastante curioso, que da un buen número de vueltas al sentido
de la vida y cosas semejantes.
Creo
que la primera muestra la tenemos ya en la primera temporada, con un AJ
bastante preocupado por el vacío existencial que le ha surgido tras leer a
Albert Camus. Y es que sí, el buen Camus puede tener esta cualidad, es lo que
tiene ser uno de los principales exponentes del existencialismo ateo y supongo
que del nihilismo más pesimista.
Incluso
Tony atraviesa esta fase brevemente en una mezcla entre depresión y diarrea
durante la cual se pregunta el sentido de la vida y señala la falta de
propósito de la existencia; para, temporadas después, calmarse un poco tras
consumir peyote.
Pero no
creo que éste sea el mensaje que nos deja la serie, un vacío existencial tan
agobiante y preocupante. Sí nos muestra a personajes que atraviesan esos
momentos, pero creo que la conclusión final es positiva. O será que soy muy
optimista.
Desde
luego, cierto experto en física cuántica que coincide con Tony en el hospital
también parece ser optimista. Habla de la muerte con calma, sabiendo que le va
a llegar y aceptándola plenamente. Los individuos no importan, dice. Todo el
Universo es un mar de partículas que cambia pero se mantiene ahí, y los
individuos son sólo olas. No estamos separados de los demás. Todos somos uno.
Este
personaje no es el único que atraviesa una experiencia de “iluminación”. Casi
al final de la serie –y nótese que por tanto estas dos escenas positivas son
posteriores a las tres negativas-, Carmela pasa por algo así en París.
Lo de
Carmela se mezcla quizá con el síndrome de Stendhal, un extraño síndrome
psicosomático que afecta a gente impresionada por un número demasiado alto de
obras de arte demasiado bellas a la vez. Este síndrome puede provocar vértigo,
depresiones o incluso alucinaciones, pero Carmela no tiene tan mala suerte. Lo
que sí es verdad es que una primera admiración puramente emocional del arte se
sustituye por una más reflexionada, no sólo sobre el arte sino también sobre
todos los edificios, las calles, la ciudad. Sobre cómo las estructuras humanas,
aquello que una vez estuvo en la imaginación de un escultor o un arquitecto, se
sostiene en el tiempo a través de los siglos.
Y eso
que, como bien señala Chris al leer sobre dinosaurios, la vida humana es
insignificante en la inmensidad del espacio-tiempo.
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