miércoles, 21 de marzo de 2018

Los Soprano: Existencialismo y temas serios



Los Soprano ha sabido mantenerse en el ránking de mejores series de la historia de la TV sin demasiados problemas. Hay un buen número de razones para esto, que desde luego no quiero ennumerar, y prefiero centrarme en una pequeña: y es que, por los resquicios de las tramas mafiosas, familiares, etc, se filtra un existencialismo bastante curioso, que da un buen número de vueltas al sentido de la vida y cosas semejantes.

Creo que la primera muestra la tenemos ya en la primera temporada, con un AJ bastante preocupado por el vacío existencial que le ha surgido tras leer a Albert Camus. Y es que sí, el buen Camus puede tener esta cualidad, es lo que tiene ser uno de los principales exponentes del existencialismo ateo y supongo que del nihilismo más pesimista. 
AJ no es el único personaje que atraviesa una crisis existencial: poco después, Paulie hace otro tanto, cuando se empieza a cuestionar la existencia de Cielo e Infierno, y por tanto, de toda la religión católica. El aspecto que más le preocupa, por supuesto, es el existencialista: ¿qué pasará cuando muera?

Incluso Tony atraviesa esta fase brevemente en una mezcla entre depresión y diarrea durante la cual se pregunta el sentido de la vida y señala la falta de propósito de la existencia; para, temporadas después, calmarse un poco tras consumir peyote.

Pero no creo que éste sea el mensaje que nos deja la serie, un vacío existencial tan agobiante y preocupante. Sí nos muestra a personajes que atraviesan esos momentos, pero creo que la conclusión final es positiva. O será que soy muy optimista.

Desde luego, cierto experto en física cuántica que coincide con Tony en el hospital también parece ser optimista. Habla de la muerte con calma, sabiendo que le va a llegar y aceptándola plenamente. Los individuos no importan, dice. Todo el Universo es un mar de partículas que cambia pero se mantiene ahí, y los individuos son sólo olas. No estamos separados de los demás. Todos somos uno.

Este personaje no es el único que atraviesa una experiencia de “iluminación”. Casi al final de la serie –y nótese que por tanto estas dos escenas positivas son posteriores a las tres negativas-, Carmela pasa por algo así en París.


Lo de Carmela se mezcla quizá con el síndrome de Stendhal, un extraño síndrome psicosomático que afecta a gente impresionada por un número demasiado alto de obras de arte demasiado bellas a la vez. Este síndrome puede provocar vértigo, depresiones o incluso alucinaciones, pero Carmela no tiene tan mala suerte. Lo que sí es verdad es que una primera admiración puramente emocional del arte se sustituye por una más reflexionada, no sólo sobre el arte sino también sobre todos los edificios, las calles, la ciudad. Sobre cómo las estructuras humanas, aquello que una vez estuvo en la imaginación de un escultor o un arquitecto, se sostiene en el tiempo a través de los siglos.

Y eso que, como bien señala Chris al leer sobre dinosaurios, la vida humana es insignificante en la inmensidad del espacio-tiempo.

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