miércoles, 4 de marzo de 2020

El artículo 3.1

Recuperando un relato que publiqué originalmente en Tus Relatos.


Afueras de La Veredilla, Cuenca. 16 de enero de 2107.

Manolo entró en su segunda casa. Dentro, el frío seguía siendo helador a pesar de las gruesas paredes de piedra. Por supuesto, podría haber incorporado un sistema de climatización ambiental, pero, ¿qué gracia tendría entonces? Para eso ya tenía su casa en Madrid. La segunda casa era para relajarse, para desconectar, para sentirse en tiempos más sencillos, tal y como era España antes de la II Guerra Civil, la producción automatizada y la realidad aumentada. Durante siglos, millones y millones de españoles habían vivido en casas semejante a aquella o mucho más precarias, y él no iba a ser menos.

Por supuesto, aquellos españoles no habían tenido que hacer frente a los duros inviernos glaciares como consecuencia del cambio climático. Pero la casa tampoco era realmente como hacía varios siglos: tenía todo posible hueco bien sellado con silicona, algunos electrodomésticos actuales y, por supuesto, la línea de vigilancia del Ministerio. Manolo quería sentirse un poco desconectado de la tecnología del siglo XXII, pero tampoco totalmente; no era tan estúpido.

Encendió la luz y se quitó el abrigo. Comprobó que la chimenea tenía algo de leña y la encendió: una chimenea totalmente tradicional, eso sí. Tardaría en calentar la casa, que era bastante espaciosa.
Sin embargo, Manolo la había conseguido bastante barata, después de que saliera a subasta pública tras haber sido expropiada a sus anteriores dueños, ejecutados por invertidos. ¿A quién se le ocurría, a aquellas alturas, entregarse a vicios tan repugnantes… y más, sabiendo de la línea de vigilancia del Ministerio? Cada casa registraba todo movimiento de sus habitantes, el Ministerio sabía en todo momento quién hacía qué, con todo lujo de detalles, hasta su temperatura corporal y sus pulsaciones por minuto. Los españoles de bien no tenían nada que temer: ¿qué importaba sacrificar su intimidad a cambio de la certeza de saber que los rojos, los invertidos y demás traidores a España no tendrían dónde esconderse?

De modo que se sentó en el sofá, frente a la chimenea, sacó su fablet y se puso a ver una película. La siguiente media hora la pasó en total tranquilidad, sin moverse del sofá.

Después, sintió la necesidad de tomarse un chocolate caliente, y fue a la cocina a prepararlo. Observó también que la chimenea empezaba a apagarse, no quedaba mucha leña. Tomó un montón de periódicos viejos que había cerca y los tiró sobre las brasas. A continuación, los removió un poco con el atizador; mejor eso que bajar al sótano a por más leña. Eso cuando acabara la película.

Aprovechó también que estaba levantado para ir al baño a orinar; después, recogió el chocolate y se volvió a sentar en el sofá a continuar la película.

El siguiente rato fue aún más agradable, gracias a lo interesante que se puso el argumento, a la chimenea y al chocolate caliente. La película casi había acabado –la fablet marcaba que iba en el minuto 114- cuando la tranquilidad de Manolo se rompió por completo.

Los cristales del salón estallaron de pronto. Dos Tricornios, cubiertos con su armadura verde y negra, se descolgaron por las ventanas y entraron apuntando con sus rifles de asalto. Casi al mismo tiempo oyó romperse la puerta principal y las voces de otros dos Tricornios.

¡Al suelo! ¡Tírese al suelo ahora mismo!—gritaban.

Manolo quedó paralizado por el terror, pero sólo durante dos segundos. Después, reaccionando lo más rápido que pudo, se tiró al suelo y puso sus manos sobre la nuca, tal y como le ordenaban los Tricornios. Un láser le apuntó al ojo.

—El análisis retinal confirma que se trata del culpable. Manolo González Molina, 34 años. DNI 436918245-B.

Desde el suelo, el detenido observó que, más que a él o a sus compañeros, el Tricornio estaba hablando a las cámaras incorporadas en su cuerpo para que la actuación quedase registrada y todo fuera perfectamente legal.

—No lo entiendo—balbuceó Manolo—. ¿Qué he hecho? ¡No he hecho nada malo! ¡Soy un buen español!
—Silencio—ordenó otro de los Tricornios—. El juez de guardia ya le ha declarado culpable. Ya no tiene usted derecho a hacer alegaciones.
—¡Pero si…!
—Por infracción del artículo 3.1, se procede a la ejecución de Manolo González Molina…

Los pensamientos pasaron rápidamente por el cerebro del detenido, a punto de sufrir un ataque de ansiedad. El artículo 3.1: el respeto a la Bandera Nacional. Pero él jamás haría nada que pudiera faltar al respeto a la Bandera Nacional, ¿cómo podía ser…?

Entonces lo comprendió. Los periódicos. Los periódicos que había tirado a la chimenea para que siguiera encendida. Alguno de ellos, en alguna de sus páginas, en alguna de sus noticias, debía de tener una foto en la que apareciese la Bandera Nacional, y Manolo los había tirado al fuego. Había quemado la Bandera Nacional, un delito castigado con la pena capital. La línea de vigilancia del Ministerio le había pillado in fraganti. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido…?

Una sola bala atravesó su cabeza, y Manolo murió al instante. Los Tricornios intercambiaron gestos de aprobación a través de los cascos de su armadura, satisfechos por otro trabajo finalizado con éxito.

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