Afueras
de La Veredilla, Cuenca. 16 de enero de 2107.
Manolo
entró en su segunda casa. Dentro, el frío seguía siendo helador a pesar de las
gruesas paredes de piedra. Por supuesto, podría haber incorporado un sistema de
climatización ambiental, pero, ¿qué gracia tendría entonces? Para eso ya tenía
su casa en Madrid. La segunda casa era para relajarse, para desconectar, para
sentirse en tiempos más sencillos, tal y como era España antes de la II Guerra
Civil, la producción automatizada y la realidad aumentada. Durante siglos,
millones y millones de españoles habían vivido en casas semejante a aquella o
mucho más precarias, y él no iba a ser menos.
Por
supuesto, aquellos españoles no habían tenido que hacer frente a los duros
inviernos glaciares como consecuencia del cambio climático. Pero la casa
tampoco era realmente como hacía varios siglos: tenía todo posible hueco bien
sellado con silicona, algunos electrodomésticos actuales y, por supuesto, la
línea de vigilancia del Ministerio. Manolo quería sentirse un poco desconectado
de la tecnología del siglo XXII, pero tampoco totalmente; no era tan estúpido.
Encendió
la luz y se quitó el abrigo. Comprobó que la chimenea tenía algo de leña y la
encendió: una chimenea totalmente tradicional, eso sí. Tardaría en calentar la
casa, que era bastante espaciosa.
De
modo que se sentó en el sofá, frente a la chimenea, sacó su fablet y se puso a
ver una película. La siguiente media hora la pasó en total tranquilidad, sin
moverse del sofá.
Después,
sintió la necesidad de tomarse un chocolate caliente, y fue a la cocina a
prepararlo. Observó también que la chimenea empezaba a apagarse, no quedaba
mucha leña. Tomó un montón de periódicos viejos que había cerca y los tiró
sobre las brasas. A continuación, los removió un poco con el atizador; mejor
eso que bajar al sótano a por más leña. Eso cuando acabara la película.
Aprovechó
también que estaba levantado para ir al baño a orinar; después, recogió el
chocolate y se volvió a sentar en el sofá a continuar la película.
El
siguiente rato fue aún más agradable, gracias a lo interesante que se puso el
argumento, a la chimenea y al chocolate caliente. La película casi había
acabado –la fablet marcaba que iba en el minuto 114- cuando la tranquilidad de
Manolo se rompió por completo.
Los
cristales del salón estallaron de pronto. Dos Tricornios, cubiertos con su
armadura verde y negra, se descolgaron por las ventanas y entraron apuntando
con sus rifles de asalto. Casi al mismo tiempo oyó romperse la puerta principal
y las voces de otros dos Tricornios.
—¡Al suelo! ¡Tírese al suelo ahora
mismo!—gritaban.
Manolo
quedó paralizado por el terror, pero sólo durante dos segundos. Después,
reaccionando lo más rápido que pudo, se tiró al suelo y puso sus manos sobre la
nuca, tal y como le ordenaban los Tricornios. Un láser le apuntó al ojo.
—El
análisis retinal confirma que se trata del culpable. Manolo González Molina, 34
años. DNI 436918245-B.
Desde
el suelo, el detenido observó que, más que a él o a sus compañeros, el
Tricornio estaba hablando a las cámaras incorporadas en su cuerpo para que la
actuación quedase registrada y todo fuera perfectamente legal.
—No
lo entiendo—balbuceó Manolo—. ¿Qué he hecho? ¡No he hecho nada malo! ¡Soy un
buen español!
—Silencio—ordenó
otro de los Tricornios—. El juez de guardia ya le ha declarado culpable. Ya no
tiene usted derecho a hacer alegaciones.
—¡Pero
si…!
—Por
infracción del artículo 3.1, se procede a la ejecución de Manolo González
Molina…
Los
pensamientos pasaron rápidamente por el cerebro del detenido, a punto de sufrir
un ataque de ansiedad. El artículo 3.1: el respeto a la Bandera Nacional. Pero
él jamás haría nada que pudiera faltar al respeto a la Bandera Nacional, ¿cómo
podía ser…?
Entonces
lo comprendió. Los periódicos. Los periódicos que había tirado a la chimenea
para que siguiera encendida. Alguno de ellos, en alguna de sus páginas, en
alguna de sus noticias, debía de tener una foto en la que apareciese la Bandera
Nacional, y Manolo los había tirado al fuego. Había quemado la Bandera
Nacional, un delito castigado con la pena capital. La línea de vigilancia del
Ministerio le había pillado in fraganti. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido…?
Una
sola bala atravesó su cabeza, y Manolo murió al instante. Los Tricornios intercambiaron
gestos de aprobación a través de los cascos de su armadura, satisfechos por
otro trabajo finalizado con éxito.
simplemente genial
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