Un pequeño fragmento de Serpientes y Escaleras, de Alan Moore, que me vino a la mente hace poco, de hecho, porque creo que en tres parrafitos contrasta muy bien la aparente insignificancia de la vida en el Universo con la importancia que tiene.
Somos moléculas inertes, unidas por el código fortuito que está grabado en nuestros genes. Barro que se alza. Las sustancias químicas se mezclan en nuestro sedimento, y en nuestras interacciones y combustiones nos imaginamos que sentimos, nos imaginamos que amamos. Nos reproducimos, con matemática previsibilidad como esporas en una placa de Petri. Funcionamos por corto tiempo, luego nos hundimos una vez más en el barro sin conciencia.
Somos una simple contingencia, un movimiento inquieto de suciedad sin importancia y a pesar de ello Rossetti pinta a su difunta Elizabeth, con su cabeza inclinada hacia atrás sobre su garganta imposiblemente delgada, con sus ojos cerrados frente a la luz dorada que la rodea.
El barro contempla al barro, y comprende que es hermoso. A través de nosotros, el cosmos se mira a sí mismo, se quiere a sí mismo, se rompe su propio corazón. A través de nosotros, la materia mira fijamente su propio rostro de ensueño lleno de estrellas y se da cuenta, con incredulidad, de que se da cuenta. Y se da cuenta de que es el Universo.
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