miércoles, 29 de enero de 2014

Autodestrucción

Un relato que soñé una vez. Da gusto soñar relatos, se escriben solos.

Zhang Mei se miró en el espejo del pequeño baño. Estaba mugriento, y la única bombilla de la estancia parpadeaba frecuentemente, amenazando con acabar pronto sus días, pero podía ver bien su cuerpo.

Estaba completamente desnuda. Era una mujer normal, no especialmente atractiva, pero delgada y bien maquillada. Llevaba ya demasiadas horas despierta, y las ojeras comenzaban a aparecer por debajo de su maquillaje. Estaba cubierta de sudor, y algo de semen frío caía por su pierna. En el brazo izquierdo destacaban algunas cicatrices, cortes recuerdos de una vida muy lejana.

Finalmente, decidió moverse, y abrió el grifo. El agua corría lentamente a y a borbotones. Mei se lavó los muslos, la pelvis y las axilas, y se secó con una toalla usada. Después se echó un poco de agua de colonia y comprobó que, al menos, no olía a sudor.

Eran las cuatro de la mañana. ¿Cuánto tiempo llevaba despierta? No podría aguantar mucho más, y todavía tenía varias horas por delante. Necesitaba una raya.

domingo, 26 de enero de 2014

Cuando estallen las bombas

Fragmento de un ensayo de Nega, de LCDM, publicado en Kaos en la Red.

Socialismo o Barbarie gritó Rosa Luxemburgo hace muchos años, la mayoría han elegido barbarie. Cuando exploten las bombas, no tengáis la desfachatez de decir que no lo visteis venir, no hagáis como el primate de Bush, que aparentemente ingenuo y desorientado, en un ejercicio de cinismo sin precedentes, se preguntaba aquello de "¿Por qué nos odian?" tras estrellarse los aviones contra las torres.


Cuando estallen las bombas no seáis cínicos.

miércoles, 22 de enero de 2014

Sonrisas

Éste es el capítulo que escribí en el Libro de los Sueños de Bilbao, allá por el 15-M. Tal y como me veía venir con cierto pesimismo, no sirvió para cambiar nada, no hubo una gran revolución, ni siquiera un avance digno de mencionar. Pero para mí si fue una experiencia muy positiva, se respiraba en aquella plaza un ambiente muy bueno, que no he vuelto a respirar en ningún lado. Así que no pude resistirme a escribir esto. Si alguien quiere descargar el libro entero, que haga click aquí. Si lo queréis en papel, podéis comprarlo aquí por 2,93 € (el precio mínimo que ofrecía la imprenta, el dinero no va para los indignados ni nada por el estilo). El prólogo también es mío, por cierto, puestos a echarme flores XD

Normalmente, nunca me ha entusiasmado mucho la democracia. Más que nada, porque la gente parece estar convencida de que votar a políticos corruptos es una buena idea. Lo de “corruptos” no es necesariamente un adjetivo puesto para crear dramatismo, sorprende ver la cantidad de políticos ya procesados por corrupción que se han presentado a las elecciones municipales. Y que las han ganado.

Así que mi actitud era bastante escéptica, pero como vi que cada vez había más gente en las campadas (si no me equivoco, yo empecé a ir el día 19 de mayo), decidí pasarme por la Plaza Arriaga, aunque fuera para hacer bulto y que se notara que había muchos jóvenes indignados.

El segundo día estaba sentado en el suelo, asistiendo a una asamblea que empezaba a ser cada vez más multitudinaria. Estaba reflexionando sobre la cantidad de gente que habría ahí, que probablemente ya se podrían contar por miles. Más concretamente, estaba pensando en que si yo fuera Zapatero, tampoco me molestaría excesivamente que hubiera tanta gente en la calle manifestando su resentimiento hacia mí, y hacia tantos otros políticos. De hecho, va a tener un sueldo vitalicio toda su vida, y Aznar, entre el sueldo vitalicio, la pensión de periodista y ser asesor de Endesa, aún hoy en día gana 300.000 € al año, así que no creo que les entristezca mucho dejar de ser presidentes.

En aquel momento algunos globos cayeron de quién sabe dónde y fueron dando tumbos por entre la multitud. Una chica golpeó uno que me cayó encima, y me sonrió. Yo estaba pensando más bien en la sonrisa que debía tener en aquel momento Aznar.

Un rato después me di cuenta de que aquella había sido una de las sonrisas más sinceras que me había dedicado un desconocido en mi vida, sino la que más. Pero sobre todo, me di cuenta de que estaba demasiado ocupado cagándome mentalmente en todos nuestros políticos, y noté que no había devuelto la sonrisa. De hecho, teniendo en cuenta los pensamientos que estaban cruzando mi mente, mi expresión en aquel momento debía ser de puro odio y resentimiento. Entonces me di cuenta de que, esta vez, la revolución iba de sonrisas.

La acampada de la Plaza Arriaga, y supongo que las demás tampoco, no se puede definir como una influencia sobre los resultados en las elecciones del 22 de mayo, ni como una cifra de personas, ni como una serie de propuestas ni un manifiesto. Yo la definiría como una serie de sonrisas, todas ellas sinceras y alguna que otra helada, en las máscaras de Guy Fawkes. Como gente reuniéndose en círculo, hablando y compartiendo sus sentimientos. Como los niños jugando en un rincón, las preciosas pancartas y dibujos, y esa extraña sensación de unión entre personas desconocidas, y de felicidad.

Un hombre que habló en una de las asambleas dijo algo así como: “Estoy seguro de que en esta plaza ahora no hay ni una sola mala persona”. Puede que fuera un poco exagerado, pero en un mundo donde la mayor parte de la gente se dedica a robar cosas que no necesita y a joder al personal, la sensación de paz, tranquilidad y compañerismo que se respiraba en la Plaza Arriaga era sobrecogedora. Respeto. Confianza. Sonrisas.

La Humanidad lleva luchando por sus derechos prácticamente desde que existe, y nunca los ha conseguido. Nosotros tampoco vamos a conseguirlos. No vamos a cambiar el mundo. Vamos a sonreír. Vamos a sonreír hasta que supliquen piedad.

domingo, 19 de enero de 2014

Momentos en la Historia, por Robert Anton Wilson


Hay momentos en la Historia en los que las visiones de dementes y drogadictos son una mejor guía a la realidad que la interpretación del sentido común de la información disponible a la mente “normal”. Este es uno de esos periodos, si es que no te has dado cuenta.

miércoles, 15 de enero de 2014

Eternidad

Reflexión rápida de uno de estos días en los que me pongo filosófico, sobre la eternidad, inmortalidad y demás.

Se suele entender la búsqueda de la eternidad como un mero deseo de preservación, de vida más allá de la muerte.

Se subestima el potencial de la eternidad como forma de dar sentido a la existencia. La falta de límites da un sentido a todo lo que contiene.

Desde una perspectiva quizá algo pesimista, se puede quitar un propósito a cualquier evento en absoluto (incluyendo a cualquier cosa existente, si damos por hecho que se van a desvanecer en la nada y que por tanto no son sino eventos de larga duración). Esto se puede hacer porque el sentido o propósito se atribuye haciendo referencia a un momento posterior. ¿Para qué realizas este acto? Para que luego tenga una consecuencia.

Dado que la mayoría de físicos está de acuerdo en que dentro de unos millones de años el universo no será habitable, esta sucesión de acontecimientos termina en un sinsentido. Es decir, llega un momento en el que se plantea el reto: “¿Para qué realizas este acto? Para nada, pues estoy a punto de morir.” De esto se deduce (poniéndonos, una vez más, en una perspectiva pesimista) que toda la cadena de eventos no ha tenido ningún propósito, pues dicho propósito se ha ido desplazando hacia el futuro hasta terminar reducido a nada.


Los que pensamos que cierta forma de eternidad da sentido a la vida, y no seguimos alguna de las religiones mayoritarias que ofrecen un consuelo sencillo mediante este método (de hecho, el punto fuerte de las religiones a la hora de ofrecer consuelo parece ser precisamente la promesa de vida eterna), utilizamos un argumento muy sencillo: vemos el crecimiento de la vida como una fuerza irresistible que crece exponencialmente. De la misma forma en que una célula de hace millones de años o un dinosaurio no podría soñar con el mundo en el que vivimos ahora, tampoco nosotros podemos intuir las maravillas que llegaremos a alcanzar en millones de años. ¿Cómo podemos pensar que el aumento de la entropía o la expansión acelerada del universo nos destruirán si no podemos imaginar el poder que tendremos?

domingo, 12 de enero de 2014

La guerra es un latrocinio

He servido durante 30 años y cuatro meses en las unidades más combativas de las Fuerzas Armadas estadounidenses: en la Infantería de Marina. Tengo el sentimiento de haber actuado durante todo ese tiempo de bandido altamente cualificado al servicio de las grandes empresas de Wall Street y sus banqueros. En una palabra, he sido un pandillero al servicio del capitalismo.

De tal manera, en 1914 afirmé la seguridad de los intereses petroleros en México, Tampico en particular. Contribuí a transformar a Cuba en un país donde la gente del National City Bank podía birlar tranquilamente los beneficios. Participé en la "limpieza" de Nicaragua, de 1902 a 1912, por cuenta de la firma bancaria internacional Brown Brothers Harriman. En 1916, por cuenta de los grandes azucareros norteamericanos, aporté a la República Dominicana la "civilización". En 1923 "enderecé" los asuntos en Honduras en interés de las compañías fruteras norteamericanas. En 1927, en China, afiancé los intereses de la Standard Oil. Fui premiado con honores, medallas y ascensos.

Pero cuando miro hacia atrás considero que podría haber dado algunas sugerencias a Al Capone. Él, como gángster, operó en tres distritos de una ciudad. Yo, como Marine, operé en tres continentes. El problema es que cuando el dólar americano gana apenas el seis por ciento, aquí se ponen impacientes y van al extranjero para ganarse el ciento por ciento. La bandera sigue al dólar y los soldados siguen a la bandera.

Escrito por Smedley Butler, el militar más condecorado en la historia de Estados Unidos, en 1935. Ni me imagino lo que escribiría a día de hoy si siguiera vivo.


miércoles, 8 de enero de 2014

El astuto John

Un relato sobre los clichés, los géneros de la literatura y la manera en la que se desenvuelven los personajes.

Una vez, el astuto John fue detective en una oficina en Chicago. Era una oficina descuidada: el humo de los cigarrillos se amontonaba en el techo, haciendo que la escasa luz que entraba por las ventanas fuese pálida y mortecina. Hasta las moscas parecían luchar por abandonar aquel lugar. Sin embargo, a John le bastaba para hacer bien su trabajo. Y, de hecho, era el mejor.

John a menudo se veía involucrado en negocios sucios. Muy sucios. Negocios de los que quizás sería mejor no hablar… A menudo, le ofrecían los casos más retorcidos.

Cuando no se encontraba en un bar desahogando sus penas con alcohol, John paseaba por la ciudad en busca de casos que resolver. Un cigarrillo siempre asomaba en sus labios, aún cuando la fría lluvia arreciaba sobre la ciudad, amenazando con apagarlo. Chicago era una ciudad sucia y peligrosa, una puta que siempre estaba dispuesta a aceptar un criminal más…

En ocasiones, cuando una bala pasaba silbando cerca de su cabeza, o cuando los dientes de algún delincuente de poca monta rasgaban sus nudillos haciéndole sangrar, John se preguntaba si no sería mejor cambiar de vida. Pero, al fin y al cabo, era el mejor. Y alguien tenía que hacer el trabajo que él hacía.


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