Un relato sobre los clichés, los géneros de la literatura y la manera en la que se desenvuelven los personajes.
Una vez, el astuto John fue detective en una oficina en
Chicago. Era una oficina descuidada: el humo de los cigarrillos se amontonaba
en el techo, haciendo que la escasa luz que entraba por las ventanas fuese
pálida y mortecina. Hasta las moscas parecían luchar por abandonar aquel lugar.
Sin embargo, a John le bastaba para hacer bien su trabajo. Y, de hecho, era el
mejor.
John a menudo se veía involucrado en negocios sucios. Muy
sucios. Negocios de los que quizás sería mejor no hablar… A menudo, le ofrecían
los casos más retorcidos.
Cuando no se encontraba en un bar desahogando sus penas con
alcohol, John paseaba por la ciudad en busca de casos que resolver. Un
cigarrillo siempre asomaba en sus labios, aún cuando la fría lluvia arreciaba
sobre la ciudad, amenazando con apagarlo. Chicago era una ciudad sucia y
peligrosa, una puta que siempre estaba dispuesta a aceptar un criminal más…
En ocasiones, cuando una bala pasaba silbando cerca de su
cabeza, o cuando los dientes de algún delincuente de poca monta rasgaban sus
nudillos haciéndole sangrar, John se preguntaba si no sería mejor cambiar de
vida. Pero, al fin y al cabo, era el mejor. Y alguien tenía que hacer el
trabajo que él hacía.
Una noche, una exhuberante mujer apareció en su despacho.
Estaba empapada por la lluvia; llevaba un precioso vestido de lentejuelas rojas
y fumaba en boquilla. Desde que la vio, John supo que le traería problemas,
pero, ¿qué podía hacer? Un caballero no podía rechazar ayudar a una dama.
Resultó ser la joven esposa de un millonario. Deseaba
investigar si su marido tenía una amante. John aceptó… y pronto se vio
involucrado en algo mucho más gordo de lo que esperaba. Tenía que haber hecho
caso a su olfato de detective.
Atado de pies y manos a una silla, John recibió golpe tras
golpe en el rostro. Resultó que el millonario estaba involucrado en asuntos muy
sucios… ¿Y quién no, en aquella maldita ciudad? Al cabo de un rato, se lo
llevaron para deshacerse de él, pero John consiguió lanzarse hacia delante y
romper un panel de alarma de un cabezazo.
La policía llegaría pronto… eso le daría más tiempo. En
medio del revuelo, John, a quien habían desatado para transportarle mejor, pudo
hacerse con una pistola y abatió rápidamente a los hombres del millonario. La
policía ya se acercaba, y el millonario esgrimía una leve sonrisa.
-Qué previsible-dijo el astuto John-. Está claro que la
policía esta comprada.
Y, efectivamente, así era. De modo que obligó a punta de
pistola al millonario a ponerse su gabardina gris. Desde afuera, la policía le
abatió a tiros mientras John escapaba.
El astuto John también estuvo en la guerra. La guerra,
siempre tan despiadada, incapaz de diferenciar a justos de injustos…
El entrenamiento fue duro. Tuvieron que hacer innumerables
flexiones, arrastrarse por el barro… lo más gratificante, acaso, era aprender a
disparar. John prontó demostró tener una excelente puntería; pero aun así,
odiaba todo lo demás. Quién iba a decir que acabaría echándolo de menos.
La guerra era mucho peor de lo que hubiera imaginado. Las
bombas caían por doquier, dejando tras de sí un rastro de fuego, cenizas y
cadáveres mutilados. Las balas rasgaban el aire caliente y acababan en los
lugares más insospechados.
John era sólo un soldado más, disparando contra gente como
él, sólo que estaban en el bando contrario. Nadie empezó a considerarle un
héroe hasta aquella noche en la que pernoctaban al raso, con John haciendo
guardia. De improviso, una granada cayó justo en mitad de ellos. John corrió
hacia ella, la cogió y la lanzó casi por instinto hacia el lugar del que le
parecía que la habían tirado. Resultó que cayó justo sobre el pequeño comando
de cuatro soldados enemigos que les había sorprendido, y al explotar mató a
todos ellos.
Esto hizo aumentar la fama de John, que se vio envuelto en
muchas aventuras. En una ocasión incluso pilotó un helicóptero de guerra,
acabando él sólo con docenas de enemigos que le perseguían.
Con el tiempo, John trabó amistad con el sargento Thompson,
un hombre de gesto amable, constitución fuerte y cabello rubio muy brillante.
La compañía en la que ambos luchaban fue masacrada, y ellos dos sólos tuvieron
que sobrevivir durante días tras las líneas enemigas. Obtuvieron comida y agua
como pudieron; temerosos de disparar y alertar a toda una legión, tuvieron que
usar su cuchillo para matar a los enemigos que siempre parecían a punto de
descubrirles.
Por suerte, las cosas terminaron calmándose un poco. El
sargento Thompson continuó visitando al astuto John a menudo; en una ocasión,
en una tienda de campaña en el desierto, le habló de su prometida y le enseñó
una foto. “Es tan dulce”, le dijo, “y yo pronto podré volver a estrecharla
entre mis brazos…”.
-Qué previsible-respondió simplemente John-. Está claro que
dispararán contra él ahora.
Y, efectivamente, dispararon, de modo que el astuto John se
tiró contra él y ambos cayeron al suelo rodando; en aquel momento, una ráfaga
de balas barrió la tienda de campaña donde estaban. John y Thompson sacaron sus
pistolas y consiguieron abatir a sus enemigos; pocos días después, la guerra
terminó.
Para olvidar los horrores que había vivido en los campos de
batalla, el astuto John decidió tomarse unas largas vacaciones por Inglaterra.
Los paisajes que visitó eran realmente bellos: interminables
lagos, frondosos bosques, bellos castillos abandonados… si bien es cierto que
por aquellos lugares, tal vez por estar envueltos entre montañas, apenas había
sol; y cuando lo había, brillaba muy trémulamente a través de una espesa capa
de bruma.
John comprobó que había todo tipo de cosas por aquellos
parajes, tan misteriosas e inexplicables que suscitaban su curiosidad y le
entretenían. En más de una ocasión vio por la noche un coche fúnebre que
parecía ser del siglo XVIII transportado por un misterioso individuo, envuelto
en una capa y un sombrero. El sonido de los cascos de los caballos siempre le
alertaba, y salía a contemplar el bello coche, talado en una madera muy
ornamentada. Los rasgos del cochero estaban ocultos por el sombrero, pero John
hubiera jurado que no tenía rostro; sólo dos ojos inyectados en sangre que
refulgían en las sombras.
John también conoció a un conde que vivía por la zona; tenía
la piel extraordinariamente pálida y su gesto, aunque amigable, parecía
esconder algo terrible detrás. A menudo invitaba a John a su mansión, donde
degustaban vino con un extraño sabor metálico. Para disgusto del invitado, al
cabo de unas semanas, una turba de campesinos asaltó la mansión y la quemó,
reduciéndola a cenizas. No se supo nada más del conde, y las manadas de lobos y
todos los murciélagos y ratas del bosque también desaparecieron.
Pero, por suerte, John pudo hacer muchos otros amigos.
Conoció también a un arqueólogo que estaba buscando restos de una antigua
civilización por la zona, y a un científico de apellido alemán que aseguraba
tener un proyecto realmente interesante entre manos. Trabó amistad también con
un grupo de jóvenes, que solían montar unas fiestas realmente buenas.
En una de éstas fiestas, entre litros y litros de alcohol,
una pareja decidió intimar un poco más, de modo que se retiraron a su coche.
-Qué previsible-dijo el astuto John-. Está claro que ahora
aparecerá un asesino.
Y, efectivamente, así fue. Un peligroso asesino encapuchado
y armado con un afilado cuchillo. Pero John se había adelantado a él y le
sorprendió por detrás, golpeándole con un bate de béisbol hasta dejarle
inconsciente.
Cuentan también que un día, el astuto John viajó al Oeste.
En un principio, toda la aldea estaba en su contra; pero su
valor no se doblegaba ante los sucios criminales que moraban por aquellos
páramos, y su mano era tan rápida que bien podía presionar el gatillo tres
veces antes de que su rival hubiese siquiera desenfundado. Se dice que en una
ocasión se le encasquilló el gatillo, y antes de que su rival desenfundara tuvo
tiempo de colocarlo bien otra vez, apuntar y disparar.
El astuto John llegó a ser sheriff, tras una intensa
persecución por la mina que terminó con el derrumbe de ésta sobre Matt el Gordo
y toda su banda. Su estrella relucía brillante en el pecho, como retando a todo
criminal a un duelo a mediodía.
Su fama como sheriff se extendió por todo el Oeste cuando él
solo rescató una diligencia de las garras de seis peligrosos criminales,
equipado únicamente con su caballo Relámpago y un revólver con 6 balas. Hay
distintas versiones sobre cómo ocurrió tal cosa; resulta interesante tener en
cuenta que muchos afirman que en una ocasión el sol le cegó y falló un disparo,
pero después mató a dos de los criminales con una sola bala.
Pero en realidad su cargo no le trajo demasiados problemas
–John era un tipo duro- hasta que los comanches de Vista de Águila empezaron a
atacar la aldea, después de que uno de ellos apareciera muerto en
circunstancias misteriosas. El fuego arrasó muchas viviendas, y muchos buenos
hombres cayeron bajo las flechas de los comanches.
John, junto a un puñado de hombres, persiguió a todos ellos
por las montañas, hasta llegar a un desfiladero.
-Qué previsible-dijo entonces-. Está claro que es una
emboscada.
Y, efectivamente, lo era. De modo que el astuto John y sus
hombres rodearon el desfiladero, dividiéndose en dos grupos que treparon por la
montaña y sorprendieron a los comanches, tomándolos prisioneros a todos.
También es sabido, que, un tiempo después, John encontró una
nave espacial. Tenía forma alargada, y parecía hecha de un metal que no existía
en este planeta. Sin dudarlo un momento, subió; la nave arrancó y él apenas
tuvo tiempo de ver cómo las estrellas desfilaban a su lado, como borrones de
luz, hasta que la nave llegó a su destino.
En un planeta muy lejano, el astuto John fue secuestrado por
un imperio galáctico, formado por unos extraños alienígenas de piel verdosa y
rasgos humanoides. Por suerte, pronto tuvo la ocasión de organizar una rebelión
contra sus captores y, junto a un reducido grupo de humanos y un hombre-bestia
de Saturno, consiguió escapar.
No obstante, las tropas del Imperio les persiguieron por
toda la galaxia. Para sobrevivir, John y su grupo tuvieron que convertirse en
mercenarios, y vivieron espectaculares aventuras.
Tras varias semanas vagando por páramos helados,
consiguieron robar la última manzana del planeta glacial Creck-859; entre
peligrosas erupciones volcánicas, sus rayos-láser abatieron a los hombres-lava
del núcleo de Saad-23; meses después derrocaron al tirano Rkhffgthy en
Gaal-645, el planeta de los tres soles y las tres lunas.
Cuando acudieron a Gef-5 para luchar contra un monstruo
mutante que estaba provocando el pánico en la ciudad, apenas pudieron escapar
del Imperio. Éstos enviaron a su asesino más peligroso, el androide KILL, que
descendió al nucleo del planeta y colocó una potente bomba de antimateria que
lo destruiría por completo.
El astuto John y su lugarteniente, Jeff, lucharon contra
KILL en el planeta al borde del colapso. Finalmente, con el sacrificio de Jeff
consiguieron herirle; a continuación John tomó el brazo biónico de su
lugarteniente y, entre lágrimas, pudo usarlo para abatir al peligroso androide.
Después escaparon en la nave de un pirata estelar, cuyo segundo al mando
parecía muy interesado en el protocolo de emergencia.
-Qué previsible-dijo el astuto John-. Está claro que es un
traidor al suelo del Imperio.
Y, efectivamente, le pilló con las manos en la masa
intentando sabotear la nave; cuando intentó hacerle prisionero, el traidor se
lanzó sobre él, pero John lo esquivó y lo arrojó contra el desintegrador de
materia que tenía la nave para eliminar los deshechos.
En otra ocasión, el astuto John viajó por los reinos
místicos de la Tierra Donde
Moran Las Sombras, y por todos los feudos cercanos.
Luchó junto a Galdor, hijo de Falegor el Aplastacráneos, y
junto a Voodron del Pueblo Antiguo. Armado sólo con un cuchillo, desafió a las
hordas de Yogh-Burr, y éstas huyeron al ver la decisión que brillaba en sus
ojos. No osbtante, el infame hermano de Yogh-Burr, aquel cuyo nombre sólo se
susurraba en las tienieblas, envío contra él y contra los caballeros que
luchaban junto a él en aquellos días –las tropas del reino perdido de
Zaasahalia- a todas sus hordas, a fin de resarcir la deshonra y la humillación
sufridas. El astuto John y los caballeros de Zaasahalia lucharon valientemente
durante siete días y siete noches, hasta que el último soldado enemigo hubo
caído. El campo en el que tuvo lugar la batalla fue llamado después el Campo
Rojo, pues la sangre de los enemigos de John lo había teñido por completo.
En otra ocasión, salvó a un cónsul del ataque de un dragón.
Con extraordinaria precisión, John lanzó una flecha que se hundió en el ojo de
la bestia y la mató al momento. El cónsul le explicó la terrible situación que
padecía el reino, desde que el Señor Oscuro raptase a la princesa.
De modo que John acudió a su rescate, superando muchas
pruebas: resolvió el acertijo de una quimera, y montado en su caballo derribó a
los 12 guerreros sin rostro del Señor Oscuro. Sus músculos se tensaron como el
acero mientras trepaba por la pared exterior de la Torre de Hassaradia, y
cuando llegó a la habitación más alta, encontró a la princesa sola, sin ninguna
vigilancia.
-Qué previsible. Está claro que ella es un demonio.
Y, efectivamente, el astuto John dio muerte al demonio y
encontró a la verdadera princesa, rescatándola de las garras del viejo
hechicero Hyrille, mano derecha el Señor Oscuro.
El astuto John, como habréis notado, siempre sabía cómo
acabarían sus historias. Eso le permitía adelantarse y cambiar el final.
Porque el astuto John no era un personaje de ficción como
otro cualquiera, una marioneta incapaz de ver los hilos que manejan los
malvados escritores. El astuto John era un personaje de ficción… y lo sabía.
-Qué previsible. Está claro que no lo soy.
Y, efectivamente, no lo era. El astuto John era un personaje
real.
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