El escritor descansaba tumbado en el diván. El psicólogo,
sentado junto a él, tenía un cuaderno apoyado en sus piernas cruzadas y tomaba
nota mientras asentía en silencio.
-Es que es como si toda mi imaginación se hubiera acabado de
repente, pero no mis ganas de escribir-contaba el paciente-. No sé, últimamente
sólo puedo escribir sobre lo que siento, lo que soy, lo que me pasa.
El psicólogo asintió con gesto grave y permaneció unos
segundos en silencio que se hicieron eternos.
-Me temo que sufre usted un trastorno terrible. Es casi
imposible de curar, si acaso se puede retrasar, y es letal en el 100 % de los
casos.
El escritor pestañeó rápidamente, aturdido.
-¿Qué enfermedad?
-La realidad.
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