Incluso cuando las ideas se atisban en el horizonte, la
neblina de la pereza se interpone y las cubre, haciendo que ver una y llegar a
ella sea un auténtico desafío para el desesperanzado escritor.
Durante una travesía por los pantanos fríos y húmedos, el
escritor enferma; no al punto del delirio, que quizá podría dejarle entrever
alguna idea nueva esperando a ser plasmada sobre el papel, sino hasta la
pesadumbre de los miembros y la mente que hace que, una vez más, cada palabra
sea una cruzada. Pero continúa.
Al fin y al cabo, ocasionalmente hay alguna pequeña
satisfacción. Aunque sólo sea un comentario suelto, y aunque luego sus ideas
vuelvan a huir de él, ágiles y escurridizas. Pero la satisfacción está ahí, y
no puede evitar una sonrisa.
Pese a todos estos obstáculos, el mayor enemigo del
escritor, sin ninguna duda, es el Abismo. La idea de que sus palabras caen en
saco roto, que su esfuerzo es en vano, que nada tiene sentido. Este enemigo
poderoso es el que más tiempo le retiene, el que más fuertemente le ahoga.
No sabe cómo vencerlo; ¿se trata de esperar? ¿De
reflexionar? ¿De pedir ayuda? ¿O quizá es un enemigo invencible? La némesis
absoluta del escritor…
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