He recortado un poco la introducción de El almuerzo desnudo, de William S. Burroughs, para centrarme en los fragmentos qué explican perfectamente qué es la droga. Creo que leer esto simplifica muchísimo este fenómeno: en apenas unos párrafos, se explica prácticamente toda la información fundamental desde todos los campos de estudios necesarios para entender la droga: neurología, medicina, psicología, sociología, antropología y política. La base de todo lo que hay que saber sobre la droga está aquí.
Desperté de la Enfermedad a los cuarenta y
cinco años, sereno, cuerdo y en bastante buen estado de salud, a no ser por un
hígado algo resentido y ese aspecto de llevar la carne de prestado que tienen
todos los que sobreviven a la Enfermedad... La mayoría de esos
supervivientes no recuerdan su delirio con detalle. Al parecer, yo tomé notas
detalladas sobre la Enfermedad y el delirio. No tengo un recuerdo
preciso de haber escrito las notas publicadas ahora con el título de EL
ALMUERZO DESNUDO. El título fue sugerido por Jack Kerouac.
[...]
La Enfermedad es la adicción a la droga y yo
fui adicto durante quince años. Cuando digo adicto quiero decir adicto a la
droga (término genérico para el opio y/o sus derivados, incluyendo todos los
sintéticos, del demerol al palfium). He consumido la droga bajo muchas formas:
morfina, heroína, dilaudid, eucodal, pantopón, diccodid, diosane, opio,
demerol, dolofina, palfium. La he fumado, comido, aspirado, inyectado en
vena-piel-músculo, introducido en supositorios rectales. La aguja no es
importante. Tanto da que la aspires, la fumes, la comas o te la metas por el
culo, el resultado es el mismo: adicción. Cuando hablo de adicción a la droga
no me refiero al kif, la marihuana o cualquier preparado de hachís, mescalina, Bannisteria
caapi, LSD6, hongos sagrados, ni a ninguna droga del grupo de los
alucinógenos... No hay pruebas de que el uso de algún alucinógeno produzca
dependencia física. La acción de esas sustancias es fisiológicamente la opuesta
a la acción de la droga. El celo de los departamentos de narcóticos de Estados
Unidos y otros países ha dado lugar a una lamentable confusión entre las dos
clases de drogas.
[...]
La droga es el producto ideal... la mercancía
definitiva. No hace falta literatura para vender. El cliente se arrastrará por
una alcantarilla para suplicar que le vendan... El comerciante de droga no
vende su producto al consumidor, vende el consumidor a su producto. No mejora
ni simplifica su mercancía. Degrada y simplifica al cliente. Paga a sus
empleados en droga.
La droga produce una fórmula básica de virus
«maligno»: El álgebra de la necesidad. El rostro del «mal» es siempre el
rostro de la necesidad total. El drogadicto es un hombre con una necesidad
absoluta de droga. A partir de cierta frecuencia, la necesidad no conoce límite
ni control alguno. Con palabras de necesidad total: «¿Estás dispuesto?» Sí,
lo estás. Estás dispuesto a mentir, engañar, denunciar a tus amigos, robar,
hacer lo que sea para satisfacer esa necesidad total. Porque estarás en
un estado de enfermedad total, de posesión total, imposibilitado para hacer
cualquier otra cosa. Los drogadictos son enfermos que no pueden actuar más que
como actúan. Un perro rabioso no puede sino morder. Adoptar una actitud
puritana no conduce a nada, salvo que se pretenda mantener el virus en
funcionamiento. Y la droga es una gran industria.
[...]
La vacuna que puede relegar el virus de la droga a
un pasado sin futuro existe ya. Esa vacuna es el tratamiento de apomorfina
descubierto por un médico inglés cuyo nombre debo ocultar hasta que me autorice
a usarlo y a citar pasajes de su libro, que cubre treinta años de tratamiento
de alcohólicos y adictos con apomorfina.
[...]
Encontré esta vacuna al final del trayecto de la
droga. Estaba viviendo en una habitación del barrio moro de Tánger. Hacía un
año que no me bañaba ni me cambiaba de ropa, ni me la quitaba más que para
meterme una aguja cada hora en aquella carne fibrosa, como madera gris, de la
adicción terminal. Nunca limpié ni quité el polvo de la habitación. Las cajas
de ampollas vacías y la basura llegaban hasta el techo. Luz y agua cortadas
mucho tiempo por falta de pago. No hacía absolutamente nada. Podía pasarme ocho
horas mirándome la punta del zapato. Sólo me ponía en movimiento cuando se
vaciaba el reloj de arena corporal de la droga. Si venía a visitarme algún
amigo —y rara vez lo hacían, puesto que quedaba poco que visitar de mí— seguía
allí sentado sin importarme que hubiese entrado en mi campo visual —una
pantalla gris cada vez más confusa y más débil—, ni cuando fuese a salir de él.
Si se hubiese muerto en el sitio, yo hubiera seguido allí sentado mirándome el
zapato y esperando para revisarle los bolsillos. ¿Tú no? Porque nunca tenía
droga suficiente, nadie la tiene nunca. Dos gramos de morfina al día y seguía
sin ser suficiente. Y largas esperas delante de la farmacia. En el negocio de
la droga la demora es norma. El Hombre nunca llega a la hora. Y no por
casualidad. No hay casualidades en el mundo de la droga. Al adicto se le enseña
con precisión una y otra vez lo que sucederá si no consigue comprar su ración.
Junta el dinero o ya sabes. Y de repente mi hábito empezó a crecer y crecer. Tres,
cuatro gramos al día. Y seguía sin bastarme. Y no podía pagar.
Allí estaba, con mi último cheque en la mano, y me
di cuenta de que era mi último cheque. Tomé el primer avión a Londres.
[...]
Palabras para el que sabe.
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