5- Juego de Tronos
Va un clásico contemporáneo, y es
que, la verdad, este top no va a ser precisamente original. Así como mi gusto
musical, literario o cinematográfico puede ser bastante retorcido, el de series
se acerca bastante a lo habitual. Juego de Tronos probablemente destaca por
aplicar el realismo a la fantasía. De hecho, el realismo es uno de los
criterios que más importancia van a tener en este ránking: realismo a nivel
argumental, no meter Deus ex machinas constantemente, y realismo al resto de
niveles: nada de fantasmadas de un solo tío llevándose por delante a un
ejército él solo, ni nada por el estilo. ¿Ejemplos? Los protagonistas pueden
morir, y eso impacta mucho. Los combates son espectaculares (me quedo con el
duelo del 4x08). Cuando uno de los protagonistas se quita el yelmo durante unos
segundos en plena batalla, le desfiguran la cara de un mandoble: buen golpe
contra la falta de realismo en miles de películas medievales en las que los
protagonistas llevan la cara descubierta para lucirse. Y, por cierto, unos
personajes impresionantes. ¿A quién no le encanta Tyrion? Su principal “defecto”,
no ser original: la mayor parte del mérito de la serie es de los libros. Y que
no puedo juzgar del todo hasta que no acabe, claro. Esperemos que en las próximas temporadas no baje el nivel.
4- Breaking Bad
Vamos con otra de las series más
aclamadas de la actualidad, y poco se puede decir que no se haya dicho ya: la
evolución de Walter White a Heisenberg es absolutamente impresionante. Una pena
que la mayoría de secundarios y antagonistas no estén a la altura; quizá el
segundo más interesante sea Gustavo Fring. Por lo demás, se agradece saber
aprovechar debidamente todos los niveles de interpretación que ofrece el cine:
juego con los colores de la ropa (Marie de morado…), pequeños guiños (los
pantalones que Walt pierde en el primer episodio reapareciendo años después
tirados en el desierto), diversos tipos de homenajes (Ozimandias con el rostro
semienterrado en la arena; el título FeLiNa, haciendo referencia a hierro,
litio y sodio: es decir, sangre, metanfetamina y lágrimas), juegos subliminales
con la lógica interna de la serie (Walt adoptando los tics de los malos, como
quitar la corteza al sandwich o poner la toalla en el suelo para vomitar). Una
obra maestra, vamos. Peca un poco de falta de realismo en algunas cosas, eso
sí; y quizá pocos personajes. Está bien no saturar al espectador, pero es que
prácticamente te resumen todo el tráfico de metanfetamina mundial en media
docena de personas.
3- Los Soprano
Éste es el origen de todo,
seguramente. Convertir las series de TV en obras completas, con un principio,
un nudo y un desenlace, que es lo que las ha hecho grandes, tiene su raíz aquí:
antes de los Soprano, todo eran episodios autoconclusivos y no pasaba nada si
te perdías uno. O dos. O tres. También es verdad que internet tal vez haya
influido mucho en esto. En cualquier caso, Los Soprano muestra la vida diaria
de una familia, tal y como hacían tantas series en su época, con la
peculiaridad de que es una familia de la Mafia. Pero es en la familia donde se
desarrolla todo, y donde se coge cariño a los personajes. Porque les ves en el
día a día. Les ves crecer, y conoces a AJ y a Meadow desde que eran niños hasta
que son adultos. El realismo vuelve a tener un papel importante. Su principal
defecto, que no es lo bastante interesante: hay partes de Los Soprano que se
pueden hacer muy, muy largas, sobre todo en las primeras temporadas; claro que
todo empieza a remontar a partir del episodio del decorador de interiores que
mataba checoslovacos. La interpretación de James Gandolfini es absolutamente
brillante, y pasará a la Historia. Los sueños son bien retorcidos, tal vez
influenciados por Twin Peaks, alcanzando su cénit en la primera parte de la
sexta temporada. También es interesante ver que juega con sus precedentes
temáticos: por ejemplo, con la escena del revólver escondido en el baño de El
padrino. El final, impresionante, como todo el mundo sabe.
2- Sons of Ana rchy
Probablemente, la única posición
extraña en este ránking: y es que a mí me parece muy infravalorada. Hamlet con
motos, es como la definió su creador. Pero la multitud de subtramas y
personajes interesantes que tiene hacen que sea mucho más que Hamlet con motos.
Los Hell’s Angels son adaptados en una larga serie de curiosos personajes
bastante bien tratados; algo lógico, ya que hasta cuatro de ellos son Hell’s
Angels en la vida real -Happy Lowman, Rane Quinn, Frankie Diamonds y Lenny
Janowitz-. No cuesta nada coger cariño a la trágica vida de Opie, a las
múltiples perversiones de Tig, a los consejos de Chibs. Claro que Kurt Sutter,
ejerciendo sus privilegios de creador, se reserva interpretar el mejor papel:
Otto, un miembro relativamente normal que cuanto más tiempo pasa en la cárcel
más va perdiendo la cabeza, hasta acabar convertido en el mayor zumbado. La
serie está repleta de actores ya consagrados –Ron Perlman, Katey Sagal, Danny
Trejo- y de otros que han sido grandes descubrimientos –destaca sobre todo
Charlie Hunnam en su papel protagonista-, pero también nos descubre la faceta
teatral de gente que ya conocíamos. Y es que Stephen King o Marilyn Manson,
entre otros, también se marcan grandes papeles. También tengo que decir que el
recurso de la sin techo, cuya identidad podremos conocer en la penúltima
temporada si estamos atentos, es cojonudo, y buen homenaje a Hamlet. Y la
escena final es de las mejores que he visto nunca, con una inmensa cantidad de
recursos, desde paralelismos hasta alegorías, que darían para escribir una
entrada entera llena de spoilers. Y tal vez lo haga.
1- The Wire
Y llegamos al previsible primer
puesto. David Simon no es sólo un genio de las series televisivas, sino que su
experiencia como reportero policial en The Baltimore Sun, unida a la de su
amigo Ed Burns como detective de homicidios, hacen que puedan trasladar una
visión extremadamente realista de Baltimore. No es sólo eso, es que
prácticamente es un documental. Así, con la primera temporada centrada en los
problemas entre policías y traficantes de drogas, la segunda en los
trabajadores del puerto, la tercera en la política y las elecciones a la
alcaldía, la cuarta en unos niños y sus andanzas en el instituto, y la quinta
en unos periodistas, la serie nos ofrece un retrato completo de todos los
estratos sociales de Baltimore, la ciudad con mayor tasa de delincuencia de
EEUU. Ninguna otra serie es capaz de captar de esta manera la vida de una
ciudad, con sus personajes interrelacionándose entre sí, todos ellos retratos
exactos; y es que a los conocimientos de Simon y Burns hay que sumar el hecho
de que todos los actores o bien se interpretan a sí mismos o bien están
inspirados en alguien real. No hay caricaturas, no hay estereotipos: todos los
personajes son reales, con sus expresiones, sus manías, sus tradiciones de
poner Body of an American de The Pogues en cada funeral. Quizá entre todos
estos pueden destacar algunos más exagerados, lo que nos proporciona personajes
tan brillantes como Omar Little o Jimmy McNulty. El realismo, una vez más,
queda implícito en cada detalle del argumento: nada de tiroteos irrealistas
llenos de fantasmadas, nada de detectives heroicos que resuelven casos
imposibles… la burocracia policial queda perfectamente reflejada, y los casos a
los que se enfrentan son totalmente cotidianos, el día a día de Baltimore.
Nada, tampoco, de previsibilidad o finales felices: las cosas son como son, y
eso se demuestra con la muerte más imprevisible que se haya visto nunca, en una
excelente escena. En The Wire, los villanos pueden salir bien parados, y los
héroes acabar en la miseria, si es que ambos extremos existen. Ésta no es una
serie para hacer quedar bien al prota, sino para narrar una realidad tal y como
es, con todos sus personajes, sus derrotas, sus triunfos y sus problemas. It’s
all in the game, yo.
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