Un buen día, por fin, los
dóberman, con el apoyo de los pastores alemanes, se alzaron en el poder como la
raza superior. Cualquier otro perro no tenía nada que hacer frente a un
dóberman: era cuestión de tiempo que ocuparan su lugar como la raza suprema.
Los caniches, por supuesto,
llamados despectivamente “perros patada”, fueron deportados a perreras. Los
perros patada, que cobardemente habían tenido el poder en secreto durante
siglos, eran un obstáculo para la raza superior.
En las perreras, los perros patada
eran sometidos a trabajos forzados hasta quedar exhaustos. Muchos de ellos eran
tan débiles que saltaba a la vista que no lo iban a poder soportar. En tales
casos, eran llevados a las duchas, donde se les administraba una inyección
letal.
Por supuesto, dado que los
dóberman habían nacido en Alemania, ésta era considerada su nación sobre todas
las demás. Los perros patada no merecían ni por asomo un sitio en Alemania, a
no ser que fuera en las perreras. Y, para asegurar un futuro mejor a los hijos de
los dóberman, sería prudente enviar pastores alemanes que fueran conquistando
los países contiguos; especialmente Polonia, que estaba llena de dóberman que
no merecían ese destino, sino que debían formar parte de la gran Alemania.
No hay comentarios:
Publicar un comentario