Érase una vez un hombre con el superpoder de viajar en el
tiempo. Podrían haberle tocado rayos láser, telekinesia o superfuerza, o algo
así, pero la verdad es que viajar en el tiempo era un superpoder mucho más
interesante.
Lo primero que uno piensa es visitar la antigua Grecia, o
matar a Hitler, o ver cómo son las cosas dentro de unos siglos. La verdad es
que entonces sí que hubiera sido un superpoder muy interesante. Pero no,
nuestro protagonista no tenía ese poder: lo que hacía más bien era que su “mente”
(o su alma, si queréis decirlo así) viajara a su propio cuerpo, bien en el
futuro o bien en el pasado.
Esto limitaba un poco la cantidad de aventuras que podía
vivir –nada de dinosaurios ni naves espaciales ni cosas por el estilo-, pero
seguía ofreciendo posibilidades muy interesantes.
Lo primero que se le ocurrió a nuestro protagonista fue
viajar tan sólo una semana al futuro para ver el número de la lotería. Y eso
hizo.
Al hacerlo, descubrió una nueva faceta de su superpoder. Lo
cierto es que había viajado al futuro, efectivamente, pero a su “yo” del futuro
intacto. Es decir, curiosamente, tenía los recuerdos de todo lo que había
pasado durante la semana que se había saltado, a pesar de no haberla vivido.
Claro que, al menos, recordaba lo que había venido a hacer allí. Así que
memorizó el número de la lotería.
Pero al viajar al pasado, su misión fracasó. Una vez más,
viajó a su “yo” del pasado intacto. Es decir, todas las neuronas de su cerebro
estaban ordenadas de tal manera que su recuerdo más reciente era el que había
tenido justo antes de emprender su viaje en el tiempo, y nada más. No recordaba
lo que había visto en el futuro. No recordaba el número de la lotería. Había
viajado al futuro y vuelto, sí, pero como su superpoder no le permitía alterar
las neuronas del cuerpo al que viajaba, las neuronas estaban tal y como las
había dejado antes del viaje: sin el recuerdo del número de la lotería.
Nuestro protagonista se dio cuenta de que si no podía
cambiar el pasado del futuro, tampoco podría cambiar el pasado del presente. Es
decir, usar sus poderes para viajar al pasado y corregir algunas decisiones
equivocadas que había tomado en su vida también estaba descartado.
Entonces, ¿para qué podría servir viajar al pasado? Tal vez
para revivir los mejores momentos de su vida: aquellos que sabía que no
volverían y que, tristemente, ya empezaban a difuminarse en su memoria,
provocando aquella molesta sensación de nostalgia.
Así que preparó su destino. París, aquel viaje con cinco de
sus mejores amigos, dos de los cuales habían muerto ya. Las largas juergas de
las noches parisinas y la chica que conoció allí. El romance que vivieron.
Quedaba feo decirlo, pero cuando llegas a cumplir los cuarenta estando soltero,
al final lo que más recuerdas de tu juventud son los mejores polvos.
Y sin pensárselo dos veces, viajó al pasado. La sensación
fue maravillosa. No era de nostalgia, claro, pues había viajado a un cuerpo que
no tenía recuerdos de su viaje en el tiempo ni de lo que pasaría esos días
visto desde quince años después. Pero revivió todos y cada uno de los momentos,
de la misma forma exacta.
Esto es importante: si hubiera conservado recuerdos de su
viaje en el tiempo, tal vez se habría dado prisa por hacer otras cosas, habría
cambiado cualquier cosa, incluso el menor gesto o la menor expresión. Pero como
no fue así, como cada átomo del Universo estaba exactamente en el mismo sitio
en el que había estado hacía quince años, su experiencia en París fue
exactamente igual que la primera vez. Igual de maravillosa.
Cuando regresó al presente, sin embargo, se sintió
decepcionado. La nostalgia seguía allí, y la memoria seguía fallándole. El
viaje que había hecho a sus días en París había sido una repetición exacta de
su primer viaje a París, pero ahora su cerebro no sólo recordaba aquello…
recordaba también los mismos detalles de los últimos quince años que habían ido
sumándose a su memoria en aquel tiempo, por lo que se sentía exactamente igual
que antes de viajar en el tiempo: París era un recuerdo lejano, de hacía quince
años, semienterrado por muchos otros recuerdos.
Nuestro protagonista se sentía confuso y abatido. Tenía un
superpoder increíble, pero no le servía de nada. Empezó a pensar que igual no
era tan especial como creía. ¿Y si había más gente como él? ¿Y si el resto del
mundo también podía viajar en el tiempo sin darse cuenta?
Incluso llegó a pensar que la causa de los viajes en el
tiempo podría ser aún más exterior. Es decir, ¿y si todo el Universo, todo lo
que contienen las tres dimensiones espacialies, pudiese viajar en el tiempo?
Supongamos que estamos en 2016 y de pronto, sin previo aviso, el Universo
decide retroceder al año 2001. Nadie se enteraría de nada, porque retrocedería
a un 2001 en el que nuestros recuerdos serían los mismos que teníamos en 2001,
y por tanto, el instante previo para nosotros sería el instante anterior de
2001, no uno de 2016. De hecho, seguramente el cerebro seguiría creando la
sensación de continuidad, así que incluso si estábamos en mitad de una frase la
continuaríamos como si nada, sin sospechar el cambio en el tiempo que se
acababa de producir.
Entonces empezó a llevarlo todo más lejos. ¿Y si… el tiempo
estuviera saltando, o no, o sí pero de forma tan rápida que… todo sucediera a
la vez? Una multitud de instantes que perfectamente podrían estar
“desordenados”, porque sería nuestro cerebro quien los ordena y quien les da
coherencia. O todos esos momentos sucediendo a la vez. Un único hipermomento
englobando a todos los momentos posibles, congelados para siempre en una dimensión
a la que no tenemos acceso.
El pobre hombre decidió olvidarse un poco del tema y ceñirse
más a la realidad, sin rayos-láser ni superfuerza ni superpoderes de viajar en
el tiempo. Hasta que, un tiempo después –o en otro momento de su vida, si
preferís esta forma- leyó sobre el espaciotiempo de Minkowski, el determinismo,
la relatividad especial de Einstein, el argumento de Rietdijk-Putnam y el
eternalismo, y le dio la sensación de que tenía razón. Todo el tiempo era
simultáneo, y el concepto de viajar en el tiempo ni siquiera era necesario
porque todos los momentos de nuestra vida se viven a la vez, y el presente y la
sucesión cronológica tal y como la conocemos sólo son una ilusión creada por
nuestro cerebro como estrategia de supervivencia.
Y que, al fin y al cabo, estaba en París con sus amigos y
con aquella chica que conoció. Los mejores momentos de su vida congelados en la
Eternidad para siempre, repitiéndose una y otra y otra vez como si fuera la
primera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario