miércoles, 2 de noviembre de 2016

Reflexiones chorras: La autoridad del Nobel


El premio por excelencia del mundo, el más importante, el más prestigioso, es el cedido por Alfred Nobel. El inventor de la dinamita cedió su fortuna para que, después de su muerte, se crearan premios para celebrar las cosas buenas de la Humanidad, intentando compensar así el daño que había podido hacer la dinamita mal usada. No sé hasta qué punto llegaba su altruismo (parece que ni se le pasó por la cabeza ceder su fortuna mientras estaba vivo), pero probablemente hoy se retorcería en su tumba.

No es ningún secreto que los premios Nobel de Economía, por ejemplo, siempre han sido una mierda. La mayoría de ellos están dedicados a cosas que, o bien son totalmente inútiles, o bien sólo sirven para explotarnos mejor. Generalmente, este premio trata de lamer el culo a los grandes banqueros.

Los Nobel de la Paz, aunque a veces sí están bastante acertados, normalmente tampoco son gran cosa. Últimamente los han ganado Obama y la Unión Europea, por ejemplo. El hecho de que un cabrón sanguinario de la talla de Obama, conocido por los incontables muertos inocentes provocados por sus drones, gane un Nobel de la Paz, lo dice todo del premio.

Pero tampoco es nada nuevo, y no hace falta irnos al conocido hecho de que tanto Hitler como Mussoloni fueron nominados a este premio en su momento. No, mejor centrémonos en quienes sí lo ganaron.

Por ejemplo, en 1973, lo ganó Henry Kissinger, instigador a través de la CIA de dictaduras tan sangrientas como la de Argentina o la de Pinochet en Chile. En 1994 lo ganó Isaac Rabin, primer ministro de Israel, por bombardear palestinos. En 2002, Jimmy Carter, quien años antes intervenía en Afganistán para dar el poder a los muyahidines; curiosamente, lo ganó un año después de que se hiciera totalmente evidente incluso para los estadounidenses que darles armas a los yihadistas no era buena idea.

Es posible que el caso más descarado sea el de 1988, cuando lo ganaron los cascos azules de la ONU. Es decir, concedieron el premio Nobel de la Paz a un ejército: brillante.

El Nobel otorga mucho reconocimiento y autoridad a quien lo gana, y supongo que eso explica muchas cosas. Lo pienso cada vez que oigo hablar a Mario Vargas Llosa, y eso que el Nobel de Literatura ha sido bien escogido muy a menudo.

Lo pensé primero cuando me enteré de que era miembro de UPyD, partido político que, obviamente, no se caracteriza por aglutinar a muchos intelectuales. Lo pensé por segunda vez cuando aseguró que Venezuela era la única dictadura del mundo que aún quedaba por derrotar. Y es que, uno puede estar totalmente en contra del régimen venezolano y considerarlo dictatorial, pero se mire por donde se mire, matizar que es la única dictadura del mundo implica una profunda ignorancia del panorama político.

Pero la conclusión definitiva llegó en el Mundial de fútbol de 2014. En cierto partido, la selección alemana vapuleó completamente a la brasiñela, gol tras gol, hasta llegar al 1-7. Y entonces, entre los muchos análisis de mayor y menor calado intelectual con los que nos deleita el fútbol, llegó Mario Vargas Llosa, asegurando que la derrota brasileña era culpa del gobierno izquierdista de Lula da Silva, quien, por cierto, había dejado de ser presidente 4 años atrás, en 2010. No obstante, para Vargas Llosa era evidente que da Silva había arruinado tanto el país que años después la selección brasileña perdió un partido contra Alemania por su culpa.

La conclusión puede resultar difícil de asumir; especialmente si la enuncio yo, un simple juntaletras muy lejos de un escritor ganador de un Nobel de Literatura. Pero a estas alturas, por desgracia, es evidente: Mario Vargas Llosa es gilipollas. De pies a cabeza, el pobre. O, al menos, finge muy bien serlo para que acudan a su cumpleaños la clase de invitados que acudieron.


En resumidas cuentas, cada vez es más difícil que el Nobel acierte una, y cualquier día podría sustituir a la expresión popular: “¿quieres un pin?”

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Blog Widget by LinkWithin