Prácticamente desde que nacemos
se nos imponen ciertos criterios estéticos: los chicos con pantalones, las
chicas con falda. Los chicos con pelo corto, las chicas con pelo largo. A
menudo, estos criterios no tienen sentido alguno, y de hecho, la diferencia
cultural lo expone brutalmente: a lo largo de la historia de la Humanidad, ha
habido incontables civilizaciones y culturas en las que los hombres llevaban el
pelo largo, o los hombres y las mujeres llevaban exactamente el mismo diseño de
taparrabos, por ejemplo.
Sin embargo, pasa (y por esto
puede ser que me acusen de ser demasiado moderado; aunque nótese que no lo
defiendo como una imposición, sino como un criterio estadístico para la
comodidad) que hombres y mujeres no tienen el mismo cuerpo, por norma general.
De hecho, las excepciones son extremadamente infrecuentes, aún considerando
que, conforme nos vayamos librando de morales que se van quedando anticuadas,
irán aumentando. Por tanto, si hombres y mujeres no tienen el mismo cuerpo, es
lógico que las diferencias impliquen ropa diferente.
Así, por ejemplo, sujetadores,
escotes, corsés y demás juegos con los pechos de la mujer no tienen mucho
sentido aplicados a los hombres. Determinados estilos de minifalda no pegan
mucho con las caderas de un hombre (si bien si lo hace el típico modelo de
falda escocesa, ése es otro asunto). Y así sucesivamente. Pero, ¿hasta dónde
llega esto?
Pasemos ahora a los pendientes,
que creo que es un buen elemento de transición. Los lóbulos de las orejas de
hombres y mujeres son lo suficientemente similares como para que resulte
ridículo que una mujer pueda llevar pendientes y un hombre no. Hace 50 años,
sin embargo, aquí en España, ningún hombre se habría atrevido a llevar
pendientes, porque eran “de mujer”. Hoy en día, han cambiado muchas cosas,
aunque tampoco tantas: sigue habiendo determinados diseños de pendientes, sobre
todo, los colgantes, que son “de mujer” y no puede llevar un hombre.
¿Hasta dónde podemos seguir?
Ojos, manos, labios, muñecas. Son partes del cuerpo que apenas muestran
diferencias entre hombres y mujeres, por lo que la lógica más básica dicta que
los complementos para estas partes del cuerpo podrían ser perfectamente iguales
para ambos sexos. Dicho de otra forma, no hay ningún criterio estético lógico
por el que deba ser más “natural” que una mujer se pinte los ojos o las uñas a
que lo haga un hombre.
A lo largo de distintas culturas
y épocas, estos criterios ilógicos aparecen y desaparecen intermitentemente. En
tantas culturas ha sido frecuente que los hombres lleven el pelo largo como lo
ha sido que se les considere afeminados por ello. No están tan lejos las
culturas en las que las mujeres no deben llevar pantalones, que son de hombre.
Los hombres egipcios y romanos se pintaban tanto las uñas como los ojos (y como
ejemplo extra, admitid que Khal Drogo no parece precisamente afeminado). Los
hombres chinos se pintaban las uñas con cierta normalidad, los ojos ya no
tanto.
Total, todos estos desvaríos sólo
vienen a desembocar en la misma conclusión que las teorías queer: que cada unx
se vista como le dé la gana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario