miércoles, 13 de junio de 2018

Proyecto Casas: Una reflexión sobre la vida en la calle (II)

Venimos de aquí. Esta parte, además de textos, fotos y fotos de la exposición, contiene también un video mostrando la parte final del montaje de la exposición, y uno de los textos míos que quedaron inéditos (el de la etimología de palabras para referirse a una situación de sinhogarismo). Igual alguna de las fotos tampoco está en la exposición. Y recordad que hasta el 20 de junio todavía se puede ver lo que no he enseñado aquí, que es bastante.




Existe una amplia terminología para referirse a personas sin techo cuyas connotaciones pueden ser importantes.
En primer lugar, “sin techo” y “sin hogar” se distinguen en que el primero duerme en la calle, mientras que el segundo puede estar temporalmente alojado en un albergue, por ejemplo. Personalmente, suelo usar estos dos términos indistintamente porque los considero prácticamente sinónimos y creo que distinguirlos es una forma de ocultar un problema real: que la persona que duerme en un albergue mañana mismo podría estar durmiendo en la calle, por lo que creo que tampoco tiene sentido referirse a su situación como si tuviera un techo asegurado.
“Vagabundo” es una palabra que aparece en el siglo XIV, derivada de “vagar”, del latín “vagari”: andar por varias partes sin determinación ni objetivo, de donde también derivan “divagar” o “vago”.

“Indigente” del latín “indigere”: carecer, tener falta de algo, en este caso dinero y/o recursos. En ese sentido, “necesitado” es un término muy similar.
“Mendigo” es el que ejerce la mendicidad y, por tanto, implica que pide dinero a los transeúntes. Proviene del latín “mendicus”, que a su vez deriva de “mendum” (defecto). “Mendicus”, por tanto, es quien tiene un defecto físico, y se relaciona con el que pide dinero ya en la antigua Roma debido a que quien tenía una discapacidad física que le impedía trabajar tenía que pedir dinero. Posiblemente la palabra “mendax” en latín (falso, mentiroso) tiene la misma raíz; por todo esto, creo que “mendigo” es el término más estigmatizante y ofensivo de los que se suelen emplear para denominar a una persona sin techo.
“Pordiosero” se refiere a la persona que pide ayuda en la calle (es decir, vendría a ser muy similar a “mendigo”), debido a la costumbre de pedir ayuda al grito de “¡Por Dios!”.
“Pobre” proviene del latín “pauper”, que a su vez deriva de “páuperos”: que produce poco, que no es fértil. Tiene, por tanto, un origen también cruel en cierta medida, al medir a las personas por lo que producen económicamente; aunque esa acepción ya haya quedado olvidada y ahora se ciña a su significado actual. “Aporofobia” es un término acuñado en la década de 1990 por la filósofa Adela Cortina, y se refiere a los prejuicios y actitudes hostiles hacia las personas pobres. Fue incluido al diccionario de la RAE en 2017. Mirando a nuestro alrededor, probablemente sea una palabra que se va a usar a menudo.



En España hay unas 3.400.000 viviendas vacías, de las cuales unas 600.000 son plenamente habitables. También hay unas 45.000 personas sin techo, de las cuales probablemente la mayoría se conformarían con una de esas 2.800.000 viviendas vacías que ni siquiera se consideran habitables. El fenómeno social de la okupación es inevitable con unas cifras tan contradictorias en apariencia. Aún así, muchas personas sin techo optan por pasar la noche en cualquier otro edificio abandonado que no sea una vivienda: una fábrica, un garaje, un hospital. De alguna forma estos edificios vuelven a cobrar vida, y las huellas del pasado son algo nuevo para sus nuevos habitantes.


El ingeniero se desperezó y se quedó tumbado boca arriba, bien cubierto con la manta, mirando fijamente el techo. Nunca creyó que llegaría a esta situación, pensaba. Desde lo que sólo ahora podía identificar como cierto prejuicio clasista, pensaba que era “otra gente” la que llegaba a esa situación. Al fin y al cabo, él tenía estudios superiores, era ingeniero. Pero la vida daba muchas vueltas y ya nada era seguro. A sus más de cincuenta años, su vida no se parecía nada a la que había imaginado con veinticinco. Tal vez no era un prejuicio, reflexionó, sino simplemente una cuestión de estadística. Pero lo cierto es que décadas atrás él miraba por encima del hombro a las personas sin techo, lo recordaba bien. Y, aún así, pensó, las circunstancias sociales tienen que ser tenidas en cuenta, y es verdad que lo normal es que un ingeniero cobre por su trabajo y viva cómodamente durante su vida. Él simplemente había tenido bastante mala suerte. En noches de insomnio como aquella, las probabilidades que tenía él o cualquier otra persona de llevar una vida holgada económicamente pasaban por su cabeza una y otra vez. Al fin y al cabo, sospechaba siempre con dolor que él era el único ingeniero del mundo que vivía bajo un puente que él mismo había diseñado.




Finalmente, este romance lo escribí con intención de que fuera una especie de cierre y resumen de la exposición:


2 comentarios:

  1. Somos muchxs, hemos trabajado, criado a nuestrxs hijxs, pero cuando llegas a los 50 y te encuentras con una quiebra y te vas con una mano delante y otra detrás, se acabó. Imposible volver a tener un techo. Somos también muchxs lxs acogidxs por amigxs y familiares a lxs que agradecer un techo pero que sabemos que jamás volveremos a poder cocinar lo que nos apetezca, o un poco de intimidad para llorar a moco tendido o salir de la ducha desnudx o... Somos muchxs lxs sintecho, muchxs más de lxs que se ven en la calle y albergues. Lxs que hemos visto mermados todos y cada uno de nuestros derechos fundamentales.

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    1. Sí, eso es... muy bien explicado. Es algo que supuestamente se tiene en cuenta en la distinción entre "sin techo" y "sin hogar", pero a mí me parece que, de cara a tener en cuenta algo así, son palabras vacías. Porque conviene no tenerlo en cuenta para maquillar la realidad. Porque a veces el "recuento oficial" de personas sin techo en una comunidad autónoma se hace literalmente a ojo, saliendo una noche y contando cuántas personas se ven en la calle de la capital de esa comunidad y de otras dos ciudades más o menos grandes. Porque si alguna vez viéramos la cifra real de personas sin techo igual nos enfadábamos con los de arriba y con razón.

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