“Vagabundo” es una palabra que aparece en el siglo XIV, derivada de “vagar”, del latín “vagari”: andar por varias partes sin determinación ni objetivo, de donde también derivan “divagar” o “vago”.
“Indigente” del latín “indigere”: carecer, tener
falta de algo, en este caso dinero y/o recursos. En ese sentido, “necesitado”
es un término muy similar.
“Mendigo” es el que ejerce la mendicidad y, por
tanto, implica que pide dinero a los transeúntes. Proviene del latín
“mendicus”, que a su vez deriva de “mendum” (defecto). “Mendicus”, por tanto,
es quien tiene un defecto físico, y se relaciona con el que pide dinero ya en
la antigua Roma debido a que quien tenía una discapacidad física que le impedía
trabajar tenía que pedir dinero. Posiblemente la palabra “mendax” en latín
(falso, mentiroso) tiene la misma raíz; por todo esto, creo que “mendigo” es el
término más estigmatizante y ofensivo de los que se suelen emplear para
denominar a una persona sin techo.
“Pordiosero” se refiere a la persona que pide ayuda
en la calle (es decir, vendría a ser muy similar a “mendigo”), debido a la
costumbre de pedir ayuda al grito de “¡Por Dios!”.
“Pobre” proviene del latín “pauper”, que a su vez
deriva de “páuperos”: que produce poco, que no es fértil. Tiene, por tanto, un
origen también cruel en cierta medida, al medir a las personas por lo que
producen económicamente; aunque esa acepción ya haya quedado olvidada y ahora
se ciña a su significado actual. “Aporofobia” es un término acuñado en la
década de 1990 por la filósofa Adela Cortina, y se refiere a los prejuicios y
actitudes hostiles hacia las personas pobres. Fue incluido al diccionario de la
RAE en 2017. Mirando a nuestro alrededor, probablemente sea una palabra que se
va a usar a menudo.
En España hay unas 3.400.000 viviendas vacías, de las cuales
unas 600.000 son plenamente habitables. También hay unas 45.000 personas sin
techo, de las cuales probablemente la mayoría se conformarían con una de esas
2.800.000 viviendas vacías que ni siquiera se consideran habitables. El
fenómeno social de la okupación es inevitable con unas cifras tan
contradictorias en apariencia. Aún así, muchas personas sin techo optan por
pasar la noche en cualquier otro edificio abandonado que no sea una vivienda:
una fábrica, un garaje, un hospital. De alguna forma estos edificios vuelven a
cobrar vida, y las huellas del pasado son algo nuevo para sus nuevos
habitantes.
El ingeniero se desperezó y se quedó tumbado boca arriba,
bien cubierto con la manta, mirando fijamente el techo. Nunca creyó que
llegaría a esta situación, pensaba. Desde lo que sólo ahora podía identificar
como cierto prejuicio clasista, pensaba que era “otra gente” la que llegaba a
esa situación. Al fin y al cabo, él tenía estudios superiores, era ingeniero.
Pero la vida daba muchas vueltas y ya nada era seguro. A sus más de cincuenta
años, su vida no se parecía nada a la que había imaginado con veinticinco. Tal
vez no era un prejuicio, reflexionó, sino simplemente una cuestión de
estadística. Pero lo cierto es que décadas atrás él miraba por encima del
hombro a las personas sin techo, lo recordaba bien. Y, aún así, pensó, las
circunstancias sociales tienen que ser tenidas en cuenta, y es verdad que lo
normal es que un ingeniero cobre por su trabajo y viva cómodamente durante su
vida. Él simplemente había tenido bastante mala suerte. En noches de insomnio
como aquella, las probabilidades que tenía él o cualquier otra persona de
llevar una vida holgada económicamente pasaban por su cabeza una y otra vez. Al
fin y al cabo, sospechaba siempre con dolor que él era el único ingeniero del
mundo que vivía bajo un puente que él mismo había diseñado.
Finalmente, este romance lo escribí con intención de que fuera una especie de cierre y resumen de la exposición:
Somos muchxs, hemos trabajado, criado a nuestrxs hijxs, pero cuando llegas a los 50 y te encuentras con una quiebra y te vas con una mano delante y otra detrás, se acabó. Imposible volver a tener un techo. Somos también muchxs lxs acogidxs por amigxs y familiares a lxs que agradecer un techo pero que sabemos que jamás volveremos a poder cocinar lo que nos apetezca, o un poco de intimidad para llorar a moco tendido o salir de la ducha desnudx o... Somos muchxs lxs sintecho, muchxs más de lxs que se ven en la calle y albergues. Lxs que hemos visto mermados todos y cada uno de nuestros derechos fundamentales.
ResponderEliminarSí, eso es... muy bien explicado. Es algo que supuestamente se tiene en cuenta en la distinción entre "sin techo" y "sin hogar", pero a mí me parece que, de cara a tener en cuenta algo así, son palabras vacías. Porque conviene no tenerlo en cuenta para maquillar la realidad. Porque a veces el "recuento oficial" de personas sin techo en una comunidad autónoma se hace literalmente a ojo, saliendo una noche y contando cuántas personas se ven en la calle de la capital de esa comunidad y de otras dos ciudades más o menos grandes. Porque si alguna vez viéramos la cifra real de personas sin techo igual nos enfadábamos con los de arriba y con razón.
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