No es ningún secreto que dos de los temas más explorados en
la literatura y la narración de historias son el amor/sexo (para hablar de ello
en lineas tan generales me parecen sinónimos, no veo la necesidad de distinguir
si no se examinan de cerca) y la muerte. De hecho, habrá quien diga que son los
dos únicos temas de los que de verdad se habla en la narración de historias.
Las historias necesitan amor y muerte para avanzar, y, de
hecho, muy a menudo combinan ambos temas. Desde la Biblia hasta Hamlet, pasando
por Casablanca o por las canciones que cuenten una historia, son dos temas
repetidos hasta la saciedad, y, sin embargo, en mayor o menor medida, siguen
cautivando.
El motivo por el que cautivan, por supuesto, no me atrevería
asegurarlo. Pero sí me parece muy significativo que sean precisamente los dos
factores indispensables de la evolución, tal vez junto al cambio… y el cambio
también es una de las principales temáticas de la ficción.
Sin reproducción y muerte, los organismos no pueden
evolucionar. Se estancarían. Nace lo nuevo y muere lo viejo, es una condición
de momento (y tal vez, en cierto sentido, en cualquier situación imaginable)
indispensable para la evolución. Algo se reproduce, crea copias ligeramente
distintas, las menos avanzadas mueren antes, se reproducen menos mientras las
más avanzadas van creando copias a su vez más avanzadas, etc. Todo muy visto
desde Darwin.
Lo que me parece curioso es que hay sobre todo una figura en
la ficción que junta sexo y muerte (más allá de alguna obra específica como
Romeo y Julieta, p.e): el vampiro. De hecho, volviendo sobre lo comentado dos
párrafos atrás, el vampiro es una de las figuras de la ficción cambiantes por
excelencia, que a menudo puede transformarse en murciélago en la mayoría de
versiones: otras veces también en niebla, lobo, etc.
Pero eso probablemente sea una reflexión para otro momento.
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