miércoles, 31 de octubre de 2018

Alberto



Alberto vivía en una casa no muy modesta; era un político importante, había ocupado buenos cargos, y venía de una familia bastante adinerada, así que podía permitirse el lujo de una casa realmente buena en una urbanización al noroeste de Madrid. Aquel paisaje le gustaba más que su Barcelona natal, de hecho.

Una tarde, alguien tocó el timbre.

-Pasa-dijo Alberto cuando salió a abrir. Un hombre calvo, con gafas de sol y perilla, entró en la casa apresurado.
Se sentaron en el salón más cercano. El hombre que acababa de llegar sacó del bolsillo una bolsita de plástico anudada con un alambre y la dejó sobre la mesa.

-Esto es lo tuyo-le indicó a Alberto.
-Bien. Toma.

Alberto le tendió un sobre que estaba ya dispuesto sobre una alacena. El hombre lo cogió, lo abrió y contó rápidamente los billetes en su interior.

-Perfecto. Oye… hay otra cosa que quería comentarte.
-¿Sí?-Alberto enarcó una ceja.
-He visto en las noticias que vais a votar que sí a la ley ésa contra los narcopisos… y bueno, sabes que tú no eres mi único cliente…
-Ya veo por dónde vas.
-Tengo negocios en varios narcopisos, Alberto. Joder, que vivo de eso. Con esa ley me vais a joder vivo.
-No te preocupes, hombre… si a nosotros los narcopisos nos dan igual, ¿tú te crees que nos importa eso? La ley consiste en que la policía pueda entrar en viviendas y desalojarlas sin autorización judicial, la estamos vendiendo como que es para combatir los narcopisos pero lo que queremos es agilizar los desahucios, hombre. Que si no les hacemos algún favor a los bancos de vez en cuando, a ver quién nos financia la campaña.
-Sí, sí, pero te pongas como te pongas, con esa ley se van a agilizar desahucios y se van a vaciar narcopisos, las dos cosas. Somos amigos desde hace años… yo apreciaría mucho que tu partido no aprobara esa ley.
-Es que eso no puede ser. Venga, hombre, tú tranquilo, que haré todo lo que pueda para proteger tus pisos, ¿eh? Pero lo que no puede ser, no puede ser…

Alberto le dio una palmadita en la espalda al traficante y le indicó con un gesto que se marchara. Éste obedeció a regañadientes.

El político se quedó de nuevo solo en su casa. Volcó parte del contenido de la bolsa en una pequeña bandeja de plata dispuesta para la ocasión y se preparó una raya con la tarjeta de crédito.


Días más tarde, el traficante que había intentado inútilmente hacerle cambiar de opinión estaba en su casa, preparando la nueva partida de cocaína que iba a vender; es decir, adulterándola. Un poco de paracetamol y de leche en polvo por aquí para aumentar el volumen, un poco de cafeína a modo de corte… había que sacar beneficios; si no, el mercado no funcionaba.

Con cuidado, apartó tres gramos que iban destinados a su viejo amigo Alberto; entonces, sacó una bolsita de su bolsillo y virtió unos polvos blancos sobre la cocaína de Alberto, para después remover con una varilla y apartar lo que sobraba.

Primero había pensado en echarle ibogaína, pero tenía un color tirando a marrón que se habría notado. Otro tanto con la mescalina, que tiraba más hacia un tono rosáceo. Así que, finalmente, se había decantado por echar DMT, un potente alucinógeno en forma de polvo blanco que pasaría desapercibido en la cocaína de Alberto, si bien sus efectos duraban bastante menos que los de la ibogaína o la mescalina. Esperaba, pues, que todo saliera según lo planeado. Tendría que calcular bien el momento de venderle la cocaína con ingrediente secreto, darle largas por teléfono para no dársela antes de lo previsto.


Finalmente, llegó el día. En el Congreso de los Diputados se votaba la proposición de ley de “patada en la puerta”, como la había bautizado la prensa. Alberto, con algunos síntomas leves de síndrome de abstinencia, quedó con su proveedor poco antes de entrar en la cámara. Tuvo que tomar una pequeña raya en los baños –seguro que no era el primer diputado en hacerlo-, de forma un poco incómoda. No obstante, no quería volver a convertirse en carnaza para la extrema izquierda, así que se aseguró de no consumir mucho. Sería imposible que notaran los efectos. O, al menos, sería imposible que los hubieran notado en caso de haber consumido cocaína y no cocaína con DMT.

El debate empezó. Alberto caminó con decisión hacia la tribuna del hemiciclo; se sentía un poco mareado, pero seguro que enseguida se le pasaba.

-Nos enfrentamos a un grave problema-comenzó-. El fenómeno de los okupas, protegidos por algunos ayuntamientos de este país, ocasiona graves problemas de convivencia vecinal. Los ciudadanos de España están cansados: están cansados de ver a delincuentes que okupan ilegalmente pisos vecinos; están cansados del ruido, de las peleas, de que orinen en los portales y de que vendan droga impunemente en los pisos que okupan. La solución a la crisis de la vivienda no puede pasar por esto: no puede pasar por una falta de respeto absoluta a la democracia, a la ley y a las normas de convivencia más elementales. Ni que decir tiene que estoy poniéndome en el mejor de los casos y hablando sólo de los problemas que surgen cuando se okupa una vivienda sin dueño; a menudo, okupan una vivienda que pertenece a una persona que tiene que ver cómo le quitan su propiedad sin que la ley pueda actuar. Es impensable que la ley no actúe en estos casos, en casos de mafias que incluso chantajean a los propietarios de las viviendas . Nosotros proponemos que las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado actúen en estos casos, así como también proponemos soluciones alternativas, eficaces y legales para el problema de la vivienda: modificaciones legislativas que promuevan el alquiler social y que no pasen por… eh, bueno… los perroflautas venden drogas y no se puede actuar contra ellos.

Algunos murmullos se oyeron en el hemiciclo. Su compañera de partido y mano derecha le fulminó con la mirada: perder el hilo de esa manera y arreglarlo con una salida de tono no estaba en las prácticas del buen discurso político, desde luego. Alberto pestañeó, confundido, intentando recordar lo que quería decir.

-Nuestra enmienda propone ponerse del lado correcto en esta situación: del lado de las familias que pagan sus impuestos y cumplen la ley, frente a los okupas y las mafias que rompen la convivencia y les arrebatan impunemente sus pisos y se sientan en sus sillones favoritos y duermen en sus camas y follan allí y…

Esta vez sí hubo un buen número de murmullos, pero Alberto intentó centrarse en el discurso.

-…y es intolerable que algunos y algunas estén protegiendo a los okupas y pidiendo medidas para proteger a los okupas de los okupas que… o sea, que… okupas y no del lado de los vecinos tienen que ver cómo… perdón… como okupas en casas.

Alberto contempló el hemiciclo. Las formas se ondulaban y retorcían. El sonido se dilataba, pero creía estar oyendo alguna risa entre los diputados.

-No, seriedad… seriedad porque tenemos que ser serios, porque eso es la democracia, porque yo no puedo venir aquí y hacer lo que me se me salga de los co… perdón, quiero decir que, que bueno, que yo no puedo venir aquí y… ¿qué estaba diciendo? Que qué calor hace aquí y todo parece… no sé, todo parece okupa porque…

La presidenta del Congreso llamó al orden. Alberto no entendió bien lo que decía, pero le pareció que le estaba sugiriendo que si no se encontraba bien regresase a su asiento. ¿Cómo se atrevía?

-No, mira, yo estoy… estoy perfectamente, no podría estar mejor, como si estuviera ahora mismo tomando el sol en las Bahamas allí en una playita con su arena y sus olas que suben y bajan y suben y bajan. Lo que quiero decir es que soy soy una ola como sube y baja y sube y todo está en calma en el mar azul nevado como gris que se…

Ahora sí estaba seguro de que los diputados se estaban riendo de él. Excepto tal vez los de su formación, que se miraban confundidos, y miraban a Inés.

-Y no sé por qué me miráis así no por qué me miras… Inés, ¿qué qué qué coño te pasa? Tu nariz, es algo gracioso, está subiendo y bajando, como una ola y oh todo tu cuerpo se mueve y cambia de tamaño y es precioso…

La presidenta le ordenó que se retirase, pero Alberto no entendía nada y pretendía seguir hablando.

-Es como, mirad, ¿por qué se mueve todo? Como si hoy todo fuera ayer o ayer todo fuera hoy o mañana, mañana, es el mañana y está aquí y como la mañana y la tarde y la noche y estamos que joder, todo da vueltas, joder, ¿qué hostias está pasando? Es como que todo gira y gira pero no como las olas sino como un tornado, un malvado tornado que engulle todo y traga y traga…

La mirada de Alberto cayó sobre el líder del partido que menos le agradaba. Juraría que estaba llorando de risa, y su coleta se hacía más y más larga y se enroscaba sobre su cuerpo y sacaba esa lengua bífida y oh, claro, su coleta era una serpiente como el pelo de Medusa.

-Claro-lo verbalizó-. Como Medusa, como Medusa que te convertía en piedra pero no bueno lo importante era su pelo y el pelo era como de serpientes y joder era esa griega que ya sabéis como los dioses griegos, como Zeus lanzando rayos y follándose a ninfas y oh, joder, ¿están aquí los dioses griegos? ¿Pueden escucharnos? ¡¿Hola?! Porque si pueden escucharnos mira yo con respeto no quiero que me lancen que rayos que mira, ¿no es todo como dulce? Como frambuesa, no sé si me entendéis, como una ola de frambuesa que sube y baja y sube y baja y da cosquillas cosquillas mojadas de color alto, no, que suenan muy alto y muy frambuesa, como de Alberto, Alberto, cuando te pongas nervioso imagínate que están todos desnudos y joder, ¿estoy diciendo eso en voz alta? Porque si están todos desnudos yo también estoy desnudo y por qué no follamos sí tu también el de la coleta de Medusa que sube y baja y sube y baja frambuesa de fresa de chocolate de…

Aunque la situación era insostenible desde hacía rato, nadie sabía muy bien qué hacer, así que no fue hasta entonces cuando se lo llevaron a rastras. Afortunadamente, se dejó llevar sin dar ningún problema, comentando lo agradable que le parecía estar volando como en una nube de nubes de frambuesa.


La carrera de Alberto sufrió un durísimo revés y cedió su puesto a Inés como cabeza visible del partido, aunque no acabó para siempre. De hecho, el mismo día, su partido emitió un comunicado en el que aclaraba que Alberto había sufrido un extraño ataque de epilepsia; y, días después, él mismo presentó varias querellas por difamaciones e injurias contra algunos periodistas y políticos que habían afirmado que se encontraba bajo los efectos de las drogas. Las querellas no fructificaron, pero al menos sirvieron para contener un poco las malas lenguas. Alberto se sorprendió gratamente al ver que incluso simpatizantes de su partido, sin ningún cargo, se ofendían por este tipo de comentarios y defendían la hipótesis de que había sido un ataque de epilepsia; quizá algunos de ellos incluso realmente lo creyeran.

La historia del traficante que añadió DMT a su cocaína tampoco acabó allí. Apenas unos días después del incidente, la policía entró a su casa derribando la puerta (en este caso, con orden judicial) y le detuvo. Se había asegurado de despachar toda la mercancía posible sin adquirir nueva, de destruir la tarjeta de su teléfono y cualquier otra prueba que pudiera implicarle en un caso de tráfico de drogas grave. Con lo que tenían contra él, no podría pasar por mucho de tres años; pero se declararía adicto a las drogas que vendía para que le redujeran la pena, e incluso le aplicaran el 182, y pudiera salir de aquel aprieto pasando unos pocos meses en un centro de deshabituación. Sin duda, había merecido la pena.

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