Alberto vivía en una casa no muy modesta; era un político
importante, había ocupado buenos cargos, y venía de una familia bastante
adinerada, así que podía permitirse el lujo de una casa realmente buena en una
urbanización al noroeste de Madrid. Aquel paisaje le gustaba más que su
Barcelona natal, de hecho.
Una tarde, alguien tocó el timbre.
-Pasa-dijo Alberto cuando salió a abrir. Un hombre calvo,
con gafas de sol y perilla, entró en la casa apresurado.
-Esto es lo tuyo-le indicó a Alberto.
-Bien. Toma.
Alberto le tendió un sobre que estaba ya dispuesto sobre una
alacena. El hombre lo cogió, lo abrió y contó rápidamente los billetes en su
interior.
-Perfecto. Oye… hay otra cosa que quería comentarte.
-¿Sí?-Alberto enarcó una ceja.
-He visto en las noticias que vais a votar que sí a la ley
ésa contra los narcopisos… y bueno, sabes que tú no eres mi único cliente…
-Ya veo por dónde vas.
-Tengo negocios en varios narcopisos, Alberto. Joder, que
vivo de eso. Con esa ley me vais a joder vivo.
-No te preocupes, hombre… si a nosotros los narcopisos nos
dan igual, ¿tú te crees que nos importa eso? La ley consiste en que la policía
pueda entrar en viviendas y desalojarlas sin autorización judicial, la estamos
vendiendo como que es para combatir los narcopisos pero lo que queremos es
agilizar los desahucios, hombre. Que si no les hacemos algún favor a los bancos
de vez en cuando, a ver quién nos financia la campaña.
-Sí, sí, pero te pongas como te pongas, con esa ley se van a
agilizar desahucios y se van a vaciar narcopisos, las dos cosas. Somos amigos
desde hace años… yo apreciaría mucho que tu partido no aprobara esa ley.
-Es que eso no puede ser. Venga, hombre, tú tranquilo, que
haré todo lo que pueda para proteger tus pisos, ¿eh? Pero lo que no puede ser,
no puede ser…
Alberto le dio una palmadita en la espalda al traficante y
le indicó con un gesto que se marchara. Éste obedeció a regañadientes.
El político se quedó de nuevo solo en su casa. Volcó parte
del contenido de la bolsa en una pequeña bandeja de plata dispuesta para la
ocasión y se preparó una raya con la tarjeta de crédito.
Días más tarde, el traficante que había intentado
inútilmente hacerle cambiar de opinión estaba en su casa, preparando la nueva
partida de cocaína que iba a vender; es decir, adulterándola. Un poco de
paracetamol y de leche en polvo por aquí para aumentar el volumen, un poco de cafeína
a modo de corte… había que sacar beneficios; si no, el mercado no funcionaba.
Con cuidado, apartó tres gramos que iban destinados a su
viejo amigo Alberto; entonces, sacó una bolsita de su bolsillo y virtió unos
polvos blancos sobre la cocaína de Alberto, para después remover con una
varilla y apartar lo que sobraba.
Primero había pensado en echarle ibogaína, pero tenía un
color tirando a marrón que se habría notado. Otro tanto con la mescalina, que
tiraba más hacia un tono rosáceo. Así que, finalmente, se había decantado por
echar DMT, un potente alucinógeno en forma de polvo blanco que pasaría
desapercibido en la cocaína de Alberto, si bien sus efectos duraban bastante
menos que los de la ibogaína o la mescalina. Esperaba, pues, que todo saliera según
lo planeado. Tendría que calcular bien el momento de venderle la cocaína con
ingrediente secreto, darle largas por teléfono para no dársela antes de lo
previsto.
Finalmente, llegó el día. En el Congreso de los Diputados se
votaba la proposición de ley de “patada en la puerta”, como la había bautizado
la prensa. Alberto, con algunos síntomas leves de síndrome de abstinencia,
quedó con su proveedor poco antes de entrar en la cámara. Tuvo que tomar una
pequeña raya en los baños –seguro que no era el primer diputado en hacerlo-, de
forma un poco incómoda. No obstante, no quería volver a convertirse en carnaza
para la extrema izquierda, así que se aseguró de no consumir mucho. Sería
imposible que notaran los efectos. O, al menos, sería imposible que los hubieran
notado en caso de haber consumido cocaína y no cocaína con DMT.
El debate empezó. Alberto caminó con decisión hacia la
tribuna del hemiciclo; se sentía un poco mareado, pero seguro que enseguida se
le pasaba.
-Nos enfrentamos a un grave problema-comenzó-. El fenómeno
de los okupas, protegidos por algunos ayuntamientos de este país, ocasiona
graves problemas de convivencia vecinal. Los ciudadanos de España están
cansados: están cansados de ver a delincuentes que okupan ilegalmente pisos
vecinos; están cansados del ruido, de las peleas, de que orinen en los portales
y de que vendan droga impunemente en los pisos que okupan. La solución a la
crisis de la vivienda no puede pasar por esto: no puede pasar por una falta de
respeto absoluta a la democracia, a la ley y a las normas de convivencia más
elementales. Ni que decir tiene que estoy poniéndome en el mejor de los casos y
hablando sólo de los problemas que surgen cuando se okupa una vivienda sin
dueño; a menudo, okupan una vivienda que pertenece a una persona que tiene que
ver cómo le quitan su propiedad sin que la ley pueda actuar. Es impensable que
la ley no actúe en estos casos, en casos de mafias que incluso chantajean a los
propietarios de las viviendas . Nosotros proponemos que las fuerzas y cuerpos de
seguridad del Estado actúen en estos casos, así como también proponemos
soluciones alternativas, eficaces y legales para el problema de la vivienda:
modificaciones legislativas que promuevan el alquiler social y que no pasen
por… eh, bueno… los perroflautas venden drogas y no se puede actuar contra
ellos.
Algunos murmullos se oyeron en el hemiciclo. Su compañera de
partido y mano derecha le fulminó con la mirada: perder el hilo de esa manera y
arreglarlo con una salida de tono no estaba en las prácticas del buen discurso
político, desde luego. Alberto pestañeó, confundido, intentando recordar lo que
quería decir.
-Nuestra enmienda propone ponerse del lado correcto en esta
situación: del lado de las familias que pagan sus impuestos y cumplen la ley,
frente a los okupas y las mafias que rompen la convivencia y les arrebatan
impunemente sus pisos y se sientan en sus sillones favoritos y duermen en sus
camas y follan allí y…
Esta vez sí hubo un buen número de murmullos, pero Alberto
intentó centrarse en el discurso.
-…y es intolerable que algunos y algunas estén protegiendo a
los okupas y pidiendo medidas para proteger a los okupas de los okupas que… o
sea, que… okupas y no del lado de los vecinos tienen que ver cómo… perdón… como
okupas en casas.
Alberto contempló el hemiciclo. Las formas se ondulaban y
retorcían. El sonido se dilataba, pero creía estar oyendo alguna risa entre los
diputados.
-No, seriedad… seriedad porque tenemos que ser serios,
porque eso es la democracia, porque yo no puedo venir aquí y hacer lo que me se
me salga de los co… perdón, quiero decir que, que bueno, que yo no puedo venir
aquí y… ¿qué estaba diciendo? Que qué calor hace aquí y todo parece… no sé,
todo parece okupa porque…
La presidenta del Congreso llamó al orden. Alberto no
entendió bien lo que decía, pero le pareció que le estaba sugiriendo que si no
se encontraba bien regresase a su asiento. ¿Cómo se atrevía?
-No, mira, yo estoy… estoy perfectamente, no podría estar
mejor, como si estuviera ahora mismo tomando el sol en las Bahamas allí en una
playita con su arena y sus olas que suben y bajan y suben y bajan. Lo que
quiero decir es que soy soy una ola como sube y baja y sube y todo está en
calma en el mar azul nevado como gris que se…
Ahora sí estaba seguro de que los diputados se estaban
riendo de él. Excepto tal vez los de su formación, que se miraban confundidos,
y miraban a Inés.
-Y no sé por qué me miráis así no por qué me miras… Inés,
¿qué qué qué coño te pasa? Tu nariz, es algo gracioso, está subiendo y bajando,
como una ola y oh todo tu cuerpo se mueve y cambia de tamaño y es precioso…
La presidenta le ordenó que se retirase, pero Alberto no
entendía nada y pretendía seguir hablando.
-Es como, mirad, ¿por qué se mueve todo? Como si hoy todo
fuera ayer o ayer todo fuera hoy o mañana, mañana, es el mañana y está aquí y
como la mañana y la tarde y la noche y estamos que joder, todo da vueltas,
joder, ¿qué hostias está pasando? Es como que todo gira y gira pero no como las
olas sino como un tornado, un malvado tornado que engulle todo y traga y traga…
La mirada de Alberto cayó sobre el líder del partido que
menos le agradaba. Juraría que estaba llorando de risa, y su coleta se hacía
más y más larga y se enroscaba sobre su cuerpo y sacaba esa lengua bífida y oh,
claro, su coleta era una serpiente como el pelo de Medusa.
-Claro-lo verbalizó-. Como Medusa, como Medusa que te
convertía en piedra pero no bueno lo importante era su pelo y el pelo era como
de serpientes y joder era esa griega que ya sabéis como los dioses griegos,
como Zeus lanzando rayos y follándose a ninfas y oh, joder, ¿están aquí los
dioses griegos? ¿Pueden escucharnos? ¡¿Hola?! Porque si pueden escucharnos mira
yo con respeto no quiero que me lancen que rayos que mira, ¿no es todo como
dulce? Como frambuesa, no sé si me entendéis, como una ola de frambuesa que
sube y baja y sube y baja y da cosquillas cosquillas mojadas de color alto, no,
que suenan muy alto y muy frambuesa, como de Alberto, Alberto, cuando te pongas
nervioso imagínate que están todos desnudos y joder, ¿estoy diciendo eso en voz
alta? Porque si están todos desnudos yo también estoy desnudo y por qué no
follamos sí tu también el de la coleta de Medusa que sube y baja y sube y baja
frambuesa de fresa de chocolate de…
Aunque la situación era insostenible desde hacía rato, nadie
sabía muy bien qué hacer, así que no fue hasta entonces cuando se lo llevaron a
rastras. Afortunadamente, se dejó llevar sin dar ningún problema, comentando lo
agradable que le parecía estar volando como en una nube de nubes de frambuesa.
La carrera de Alberto sufrió un durísimo revés y cedió su
puesto a Inés como cabeza visible del partido, aunque no acabó para siempre. De
hecho, el mismo día, su partido emitió un comunicado en el que aclaraba que
Alberto había sufrido un extraño ataque de epilepsia; y, días después, él mismo
presentó varias querellas por difamaciones e injurias contra algunos
periodistas y políticos que habían afirmado que se encontraba bajo los efectos
de las drogas. Las querellas no fructificaron, pero al menos sirvieron para
contener un poco las malas lenguas. Alberto se sorprendió gratamente al ver que
incluso simpatizantes de su partido, sin ningún cargo, se ofendían por este
tipo de comentarios y defendían la hipótesis de que había sido un ataque de
epilepsia; quizá algunos de ellos incluso realmente lo creyeran.
La historia del traficante que añadió DMT a su cocaína
tampoco acabó allí. Apenas unos días después del incidente, la policía entró a
su casa derribando la puerta (en este caso, con orden judicial) y le detuvo. Se
había asegurado de despachar toda la mercancía posible sin adquirir nueva, de
destruir la tarjeta de su teléfono y cualquier otra prueba que pudiera
implicarle en un caso de tráfico de drogas grave. Con lo que tenían contra él, no
podría pasar por mucho de tres años; pero se declararía adicto a las drogas que
vendía para que le redujeran la pena, e incluso le aplicaran el 182, y pudiera
salir de aquel aprieto pasando unos pocos meses en un centro de deshabituación.
Sin duda, había merecido la pena.
Maravilloso relato jajajaja
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