Recupero un artículo que escribí para el blog de la Comisión Antisida de Bizkaia.
Llamamos “estigma” a cualquier rasgo, condición o
comportamiento que hace a una persona ser incluida en una categoría social
hacia la que hay una opinión negativa. Es un término que fue adaptado a la
sociología por Erving Goffman y que resulta muy útil para el día a día, porque
todo el mundo sabe a qué se refiere.
Sabemos también que los estigmas vienen de ciertas ideas
predominantes en la sociedad, lo que significa que hablamos de mayorías (a
menudo numéricas, pero ni siquiera tienen por qué serlo; a veces, con tener más
influencia y más poder ya basta) que estigmatizan a minorías, lo que conduce a
estas minorías a la exclusión social.
El problema del que quiero hablar es qué pasa cuando la
minoría no sólo sufre la estigmatización de la mayoría, sino también la suya
propia. Es decir, qué es lo que pasa cuando una persona se estigmatiza a sí
misma. Y hay prejuicios que me parece que destacan por encima de los demás en
este caso: los dirigidos contra la pobreza.
El problema tal vez se deba a que a menudo es una situación
desarrollada en etapas avanzadas de la vida. Así como la raza, género u
orientación sexual, por poner ejemplos de otros estigmas, casi siempre son
determinados mucho antes, la pobreza puede aparecer a una edad ya avanzada.
Quizá por eso se produce este contraste: hay personas que, viviendo
cómodamente, desarrollan prejuicios hacia las personas pobres, y cuando ellos
mismos se ven en una situación de pobreza, esos prejuicios se mantienen.
Este tipo de casos los puedo ver en ocasiones; a menudo no
una opinión completa sino sólo algunos indicios de mantener aún esos
prejuicios, pero me parecen terriblemente destructivos. El hecho es que si una
persona termina incluyéndose a sí misma en una categoría que odia, tiene que
soportar vivir el día a día odiándose a sí mismo, con el daño que esto supone
para la autoestima, la salud, etc.
Quizá para tratar esta situación tengamos que entender por
qué se producen estas ideas. La psicología social puede darnos algunas pistas:
sabemos que es más cómodo pensar de determinada manera para que el cerebro
consuma menos recursos. Por una simple cuestión de escoger el pensamiento más
sencillo, existe cierta tendencia en el cerebro a dar por sentado que la gente
que triunfa es “buena” y la gente que fracasa es “mala”.
Es también una reacción a tantas películas e historias de
nuestra infancia, en torno a las que se construye la educación, en las que los
buenos siempre ganan y los malos siempre pierden. De manera que al cerebro le
tranquiliza mucho pensar que todas las personas indigentes, sin techo, que se
ven por la calle, han sufrido ese destino porque son malas personas y se lo
merecen. La cara opuesta de la moneda explica por qué políticos o empresarios
vinculados a tramas de corrupción siguen teniendo el apoyo de mucha gente:
sigue la idea consolidada de que quien tiene éxito, fama y dinero en la vida es
porque es una buena persona que se lo merece.
Comento esto sólo para analizar por qué existe tanto
desprecio hacia la gente en situaciones de pobreza, sin entrar en los debates
que se puedan generar: acostumbrarnos desde pequeños a historias donde siemrpe
ganan los buenos y pierden los malos puede ser una buena forma de educar, pero
si se persiguen como ideal, no como realidad. ¿Sería más productivo seguir
haciéndolo o no? Puede ser un debate interesante para otro momento.
Pero hoy lo único que quería era visibilizar este problema y
dejar claro que ninguna persona debe sentirse mal consigo misma por estar en
una situación de pobreza o de exclusión social. El estigma, presente en buena
parte de la sociedad y reforzado muy a menudo (por ejemplo, sólo hay que ver
cómo se va incorporando al castellano la acepción de “perdedor” como adaptación
del “loser” estadounidense, con todas las connotaciones negativas que ello implica
hacia cualquier persona que no haya alcanzado el ideal de “éxito” social),
tiene que ser combatido como podamos. Sólo luchando contra estas ideas
prejuiciosas podemos aspirar a ayudar a conseguir un cambio en la vida de la
gente.
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