miércoles, 22 de mayo de 2019

Vitam aternam nobis (adelanto)

En este caso, un adelanto, por ser de un proyecto un poco más largo que lo normal. Una novela corta, en realidad. La semana que viene ya saldrá a la luz en digital.


—Por aquí—la guió Mizuki.

Entraron por una puerta situada en uno de los laterales del burdel y salieron a un pequeño patio interior. Allí había más hombres sentados en el suelo, disfrutando del aire libre y siendo atendidos por prostitutas.

Mizuki las saludó inclinando la cabeza levemente y continuó guiando a Manami. Ésta estaba algo mareada (en parte por la ansiedad del primer día del resto de su vida, y en parte porque no había comido nada desde su escaso desayuno, en el que apenas había probado bocado debido a la tristeza que la asolaba) y deseando llegar ya, pero, en medio del bullicio de su cabeza, no pudo evitar fijarse en una de las prostitutas, que destacaba muy ampliamente sobre las demás.


Para empezar, tenía rasgos occidentales, lo cual era algo muy poco habitual, dado que Japón era un país muy cerrado y el aislamiento había sido roto apenas hacía unas semanas con la firma de la convención de Kanagawa, obligada por los estadounidenses.

La extranjera era muy alta y extraordinariamente delgada. Tenía la piel pálida, pero no parecía efecto del maquillaje; el pelo, muy oscuro y suave como la seda, caía en cascada a lo largo de su espalda, llegando hasta las caderas. Su mirada era muy profunda, acentuada aún más por una muy ligera capa de pintura, negra y no roja, como era habitual. Vestía unos largos guantes negros, muy finos, un vestido largo hasta los pies y por encima un ajustado corsé, con varillas de hueso de ballena y encajes. De una fina cuerda a la cintura colgaba un pequeño saquito de tela. Sostenía, apoyada en el hombro, una sombrilla negra también de encaje, con la que se protegía del sol del mediodía.

Manami apenas la vio durante unos segundos, mas le pareció que la había sonreído, una sonrisa amigable pero sin mostrar los dientes, apenas una leve curvatura de sus finos labios. La chica pensó que era la mujer más hermosa que había visto nunca.

Mizuki la guió por otra puerta, y caminaron por un pasillo hasta llegar a una habitación no muy amplia, aunque la ausencia de muebles, excepto por dos jarrones en el suelo, la hacía parecer como tal. Allí, varias sirvientas (principalmente mujeres mayores, que en su juventud habían sido prostitutas pero ya no eran lo bastante bellas como para seguir ejerciendo como tales) desvistieron a Manami bajo las órdenes de Mizuki.

Le dieron un kimono más elegante y un obi muy ornamentado, y también instrucciones de cómo debía ser atado por delante, puesto que para ser atado por detrás es necesaria la ayuda de sirvientes y una prostituta debe vestirse y desvestirse con frecuencia. Sustituyeron sus waraji de paja por unas getas, de plataforma muy baja para que fuera acostumbrándose lentamente, hasta poder llevar unas como las de Mizuki, cuando ya fuera prostituta.

Mientras la vestían, le fueron explicando su destino. La jerarquía de las prostitutas no funcionaba por experiencia, por herencia o por dinero. La belleza, la personalidad, la cultura y las artes de la cortesana; su atractivo, en resumidas cuentas, era lo que definía su rango en el burdel. Manami pensó que eso era justo; más que la jerarquía del resto de la sociedad, al menos. Mizuki parecía tener un rango medio: veíasela algo molesta por tener que estar viajando de un lugar a otro. Estaba ya acabando su juventud, por lo que probablemente en años anteriores había tenido un rango más elevado; mucho más, considerando que su rostro mostraba rastros de haber sido extraordinariamente bello.

Aún faltaba mucho para que Manami fuese prostituta; y cuanto antes empezara, antes acabaría, pues por obligación sólo tenía que ganar cierta cantidad de dinero más que lo que habían pagado a sus padres por ella. A la chica se le asignaría una tutora para que la instruyera en todas las artes que tenía que aprender: sexo, conversación, baile, música, literatura y poesía, y caligrafía. Una buena prostituta debía ser capaz de ofrecer todo eso.

Algunas de las mujeres que la estaban vistiendo comentaron entre sí que era una niña muy hermosa, mas, sobre todo, prestaron atención al hecho de que hubiera sido presentada también como extraordinariamente inteligente. Tenía mucho talento, dijeron. Y si se le asignaba una buena tutora, razonaron, podría llegar a convertirse en una de las mujeres más deseadas de Yoshiwara, quizá incluso en cortesana de los daimyō. Mizuki pareció ligeramente resentida, pero no permitió que ello interfiriera en su trabajo.

—La asignaremos a Minna, entonces.
—¿No es demasiado nueva como para aceptar una aprendiz?—preguntó una de las prostitutas retiradas, sin ninguna malicia.
—No. Es cierto que acaba de llegar a nuestro burdel, pero también es evidente que domina a la perfección todas las artes necesarias en nuestra labor. Manami será bien educada con ella.

Las prostitutas se miraron entre sí y asintieron. Después le dijeron a la chica que esperara allí y se fueron, dejándola sola.

Pasaron unos pocos minutos, y entonces las puertas se abrieron. Minna entró en la habitación, y Manami vio que era la extranjera con la que se había cruzado en el patio interior del burdel. Llevaba un abanico en la mano izquierda y en la derecha sostenía un pequeño cuenco de té que sorbía lentamente.

 Al momento, Manami agachó la cabeza y hundió la frente contra el suelo, como muestra de respeto a su tutora. Desde esa posición oyó cómo Minna se sentaba sin mediar palabra y dejaba el cuenco y el abanico en el suelo. Después sintió la mano enguantada de Minna en su cabeza, haciéndola una caricia, y la levantó.

—No necesitas mostrar tanta sumisión ante mí, pequeña. ¿Cómo te llamas?
—Manami.
—Yo soy Minna. Toma, te he traído esto. No sé si te gustará, pero es el único juguete que he encontrado.

La prostituta le mostró una pelota de cuero unida a una cuerda, y se la tendió. Manami la aceptó encantada; en Yokohama tenía una muy parecida, uno de los pocos juguetes que poseía hasta aquella mañana.

—¡Oh! Os lo agradezco desde lo más profundo de mi corazón, señora. ¡Sois muy amable!

Minna sonrió en silencio. Parecía que iba a decir algo, pero titubeó y sus labios se cerraron de nuevo. Después volvió a hablar, pero con otra frase.

—¿Te han mostrado tu habitación, pequeña?
—No, señora.
—Bien. Te llevaré a ella, y después comeremos. Tras calmar nuestro apetito, te mostraré cómo deberás maquillarte, y después comenzaremos con tu aprendizaje.

Manami asintió. Minna la condujo hasta la habitación donde dormiría, y después ambas comieron un gran cuenco de arroz y una porción de sushi con setas y algas.


A continuación, volvieron a la habitación donde se habían conocido. Minna abrió una puerta y le mostró un armario. Le fue explicando las múltiples capas de kimono que tendría que ponerse en un futuro, y el orden y los colores que debían tener. También le mostró adornos para el pelo y se los puso, y la maquilló mientras le explicaba los requisitos.

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