Afueras de Düsseldorf, Alemania. 3 de octubre de 1896.
"Era una fría mañana de otoño cuando las
puertas de la mansión se abrieron por primera vez para acogernos en su
interior. Pese a su tamaño, había sido construida muy rápido; no en vano, puse
sobre la mesa la mayor parte de la herencia que recibí tras la muerte de mi
padre. Como mi hermano había decidido invertir en negocios, todas las riquezas
de la familia Rosenzweig estaban desperdigadas por aquí y por allí. No
obstante, hacía años ya que me encontraba demasiado fatigado para llevar a buen
puerto mi parte de la herencia, y todo cuanto quería era una mansión en un
lugar tranquilo y alejado, un lugar donde poder reposar y recuperarme de mis
enfermedades. Estaba, pues, satisfecho con el resultado.
Era una mansión muy grande para cuatro personas, aún
considerando el servicio. No obstante, como digo, era aquel lugar en el que
había decidido invertir mi pequeña fortuna, por lo que, pensando en el futuro,
quería una mansión grande en la que pudieran vivir todos los Rosenzweig por
venir en varias generaciones o, en caso de infortunio, que al menos pudieran
venderla.
Marlene, mi esposa, podrá pasear tranquilamente por
los jardines de esta mansión; mis hijos, Walter y Richelle, podrán jugar en
ellos. Incluso hay un pequeño estanque y un laberinto de setos cuyo premio, en
el centro, es una mesa de mármol con unos bancos en los que poder descansar con
toda placidez.
Creo que los Rosenzweig seremos inmensamente felices
aquí.”
8 de octubre de 1896.
"Pasadas las primeras noches, mis intenciones
han cambiado. No estoy seguro de que este lugar vaya a ser el más adecuado para
todos nuestros descendientes. Tal vez es demasiado grande, demasiado frío,
demasiado... Silencioso. Quizá una pequeña mansión en un clima más cálido sería
más adecuada.
¿Por qué soy tan indeciso? ¿Es acaso fruto de mis
dolencias? Hace sólo unos días estaba plenamente convencido de conservar esta
mansión con vistas al futuro. Ahora ya no.”
11 de octubre de 1896.
“El día ha empezado bien. Marlene estaba leyendo una
novela en la sala. Ha comentado que los personajes femeninos están muy bien
desarrollados; ella sostiene que, a medida que avanzan los tiempos, los
personajes femeninos en las novelas pasan a ocupar roles que también podría ocupar
un hombre, y no sólo los que podría ocupar una mujer. Según dice, dentro de
unas cuantas décadas, las mujeres podrán tener papeles en las novelas que no se
ciñan a ser la amante, la esposa, la enfermera, la hija... Ocuparán, por el
contrario, papeles en los que se podrían intercambiar por hombres sin que eso
afecte al argumento. Siempre me han hecho gracia las teorías que plantea
Marlene, con sus locas ideas sufragistas... Pero es la mejor esposa que podría
tener.
Walter y Richelle estaban recibiendo clases de la
institutriz, así que salí al jardín solo. Hacía un día nublado. Se avecinaba
tormenta.
Pero… y estoy escribiendo esto al día siguiente por
no haber podido escribirlo en el estado en que me encontraba… pero entonces el
día se torció. Al salir al jardín, me mareé. Sentí que el jardín a mi alrededor
se hacía demasiado grande. Los setos del laberinto parecían ahora
amenazadoramente altos. Empecé a respirar pesadamente sin motivo alguno, y
sentí que las piernas me temblaban. Tuve que sentarme allí mismo, a orillas del
estanque, que ahora se me antojaba como un gigantesco lago. La cabeza me daba
vueltas y empecé a verlo todo negro, pero, estando sentado, me recuperé. Pasé
unos minutos allí, confuso.”
14 de octubre de 1896.
“He pasado todo el día en el estudio. Se oyen los
ruidos de las obras allí abajo.
Walter estuvo llorando mientras me suplicaba que lo
reconsiderara: le dije que ya es mayor y que un hombrecito como él no debe
llorar nunca, y menos por un jardín.
Pero, tras mi experiencia días atrás, no me sentía
cómodo. No sé, hay algo en esta casa que me hace sentir incómodo, pero aquel
ataque de nervios me dio en el jardín; así que di orden de despejarlo por
completo. El estanque, el laberinto de setos, la mesa y los bancos de mármol,
el roble, los acianos, las brunonias azules y los tulipanes. Todo, que quitaran
todo. Así no se repetiría aquella desagradable experiencia en la que todos los
elementos del jardín parecían terriblemente amenazadores.
¿Qué me está pasando? ¿Me estaré volviendo loco
acaso…? He venido aquí a recuperar mi salud mental, y temo más bien que esté
empeorando.”
1 de noviembre de 1896.
“Ayer, todo pareció mejorar. Las obras del jardín
han concluido, y, aunque mucho menos hermoso ahora, resulta también más
tranquilizador. No hay más que césped perfectamente recortado extendiéndose a
lo largo y ancho del terreno de la mansión. Debo decir que quedé satisfecho con
el resultado.
También he despedido a buena parte del personal de
servicio; no quiero ser molestado. El señor Schnitzler, un hombre ya casi
anciano bajito y enjuto, que está a cargo del personal, se encogió de hombros y
acató mis órdenes sin preguntar. De ahora en adelante, él y su esposa se
encargarán de la mayor parte de las tareas domésticas, y no dormirán en la
casa. Vendrán cada mañana y se irán cada noche. La institutriz sólo vendrá unas
horas cada mañana de lunes a viernes para dar clase a los niños; el jardinero
sólo vendrá una vez al mes.
Mi satisfacción con estos arreglos se vio turbada a
la noche. Tuve sucesivas pesadillas, largas y horripilantes, de las que
desperté bañado en sudor.
En mis sueños, los muertos cobraban vida bajo el
terreno de la mansión. El césped impoluto se empezaba a levantar, la tierra se
resquebrajaba y cadáveres putrefactos salían de sus entrañas, reptando
lentamente hacia la luz.
Tras tres repeticiones de esta pesadilla, no he
podido volver a conciliar el sueño.”
16 de noviembre de 1896.
“Anoche, mis pesadillas se repitieron. Muertos
animados por las fuerzas de mi imaginación que salían de las profundidades de
la tierra. Esta vez han sido aún más largas, si cabe: y los difuntos, ya de pie
sobre los terrenos, avanzaban imparables hacia los muros de la mansión,
comenzaban a trepar por ella.
Algo no está bien aquí. No sé qué futuro nos espera
a los Rosenzweig, pero no quiero dejar esta horrible mansión a mis hijos. No sé
a dónde iremos, pero esta mañana he estado modificando mi testamento. En caso
de mi muerte, quiero que esta mansión sea una clínica, gestionada por mis
herederos. Así tal vez pueda traer bien a alguien; a mí, ya estoy convencido de
que no.”
3 de diciembre de 1896.
“Tal vez he sido demasiado pesimista. Las últimas
semanas me he encontrado bien, y creo que los Rosenzweig podemos volver a ser
una familia feliz.
Marlene pasa el día leyendo, paseando por el jardín
o elaborando bordados: es una de sus principales aficiones. Dos o tres veces a
la semana también baja a Düsseldorf a hacer algunas compras; aunque los
Schnitzler nos traen todo lo que necesitamos, ella lo hace porque le gusta.
Walter y Richelle, aunque reciben la mayoría de sus
clases aquí a manos de la institutriz, también bajan a la ciudad los martes y
los jueves por la tarde para recibir sus clases de catequesis.
Yo no suelo bajar. Estoy empezando a sentirme cómodo
en esta mansión, y tengo aquí todo lo que necesito. El lechero viene todos los
días. Cuando llega por la mañana, el señor Schnitzler trae el pan de una granja
cercana, con un pequeño molino y un horno, que hace pan para unas pocas docenas
de personas de alrededor. El resto de cosas las compran a lo largo de la
mañana, si no lo hace ocasionalmente Marlene, como decía antes.
Ahora me arrepiento de haber convertido el jardín en
poco más que un yermo, ¿por qué tuve ese arrebato? Tal vez podamos volver a
plantar brunonias azules, crearían un paisaje más colorido y reconfortante.
Pediré consejo a Marlene.
En todo caso, yo tiendo a estar mayormente en mi
estudio o en la biblioteca; agradezco que leer sea una de mis mayores aficiones
y poder deleitarme con todos los clásicos que hice traer; si me planteo
reconstruir el jardín será mayormente pensando en los niños.”
21 de diciembre de 1896.
“Anoche, de manera imprevista, las pesadillas me
sacudieron más fuertemente que nunca.
Los muertos salían de la tierra, y esta vez tenían
un rostro muy definido. Eran mi padre, mi madre, mi tío, mi hermano, mi
sobrina, Marlene, Walter, Richelle, los Schnitzler, la institutriz… todas las
personas cercanas en algún momento de mi vida.
Los detalles eran tan estremecedores que juro que
podía oler la podredumbre que despertaban aquellos cadáveres. El chirrido de
sus uñas rascando las puertas de la mansión al intentar entrar todavía resuena
en mis oídos.
Esta mansión está maldita.”
24 de diciembre de 1896.
“El señor y la señora Schnitzler celebrarán la
Navidad con su familia. Creo que es una buena oportunidad para estar en
familia… quizá sacar algo bueno de todo esto, si es que todavía es posible.
Aunque temo que mis presagios son más bien funestos.”
25 de diciembre de 1896.
“Marlene y los niños se encontraban mal. Mareados y
confundidos, decían. Sé que ahora ellos, tal vez menos sensibles a estos
fenómenos, han empezado a percibir por fin las diabólicas fuerzas que se
agolpan en esta mansión.
Me cuesta reordenar los acontecimientos. Es como si
el tiempo no fluyera en línea recta, sino que ésa fuera sólo nuestra
percepción… como si todo en realidad sucediera a la vez. Es una idea
interesante. Es igual.
Después de que termináramos de cenar, los muertos
por fin se levantaron, como mis sueños habían sabido predecir con
extraordinaria certeza. El olor a podredumbre y los chirridos de sus uñas
intentando entrar, como en la pesadilla de hace días, inundaban toda la casa.
Sin embargo, Marlene y los niños dormían. ¿Cómo era
posible que aquel chirrido infernal no les despertara? Aquel fenómeno no podía
ser natural; era obvio que habían caído presas de alguna influencia maligna,
una somnolencia sobrenatural para que no pudieran defenderse o huir y quedaran
a merced de las fuerzas que nos asaltan. Que nos asaltaban. Sigue siendo
difícil reordenar los acontecimientos. No estoy seguro de que hora es.
Pero tengo que apuntar esto aunque se vaya de mi
memoria, es importante que quede constancia de lo que ha pasado y que se sepa
que hemos muerto como buenos cristianos. A quien lea esto, sepa que aún estoy
vivo cuando escribo estas líneas, pero mi muerte es ya una certeza inevitable.
Quizá no hacía falta aclararlo, ¿no sería obvio que un muerto no podría estar
escribiendo esto? No lo sé. Ya no estoy seguro de que la frontera entre vida y
muerte sea tan clara.
Me acababa de acostar, pero no pude conciliar el
sueño. Desperté aterrorizado y bajé al piso de abajo; creo que fue ahí cuando
empecé a escuchar y oler a los muertos intentando entrar, ¿o tal vez ya lo
había hecho en la cama? En todo caso, fue allí donde supe lo que tenía que
hacer. Entré en la cocina y cogí el cuchillo más grande que encontré.
El procedimiento fue el siguiente: primero tenía que
sacarles los ojos, para que en su camino al Cielo no vieran los horrores
maléficos que se agolpaban en torno a nuestra mansión. Después ya sólo tenía
que degollarles para que murieran con el menor sufrimiento posible.
La primera fue Marlene; no paraba de resistirse, y
me llevó varios minutos llevar a cabo el proceso. No entendía que lo hacía por
su bien, sin duda, al estar su conciencia obnibulada por las mismas fuerzas maléficas
que nos asaltaban y que la habían dejado dormir pese al insoportable chirrido
de las uñas de los muertos. Marlene también gritó mucho, y temí –con razón- que
sus gritos pudieran despertar a los niños y asustarles. Así que traté de
ahogarlos con la almohada, y degollarla a través de ésta. La sangre brotaba de
sus arterias con extraordinaria fuerza; me salpicó toda la cara. La almohada,
tras rasgarla con el cuchillo, también empezó a esparcir sus plumas como
consecuencia del forcejeo, y todo se llenó de plumas manchadas de sangre. La
verdad es que daba muy mala imagen.
Luego fui a la habitación de los niños que, tal y
como temía, estaban despiertos. Intenté tranquilizarles, asegurándoles que no
pasaba nada, pero estaban aterrorizados.
Richelle se había metido debajo de la cama; por
suerte, no pesa casi nada, así que la saqué sin problemas. Tampoco tuve
problemas para sacarle los ojos y degollarla, aunque lloraba mucho.
Y Walter… ¿Dónde estaba Walter? Había salido
corriendo de la habitación. Menos mal que también estaba llorando, o podría
haber pasado meses sin encontrarle, vagando por esos pasillos familiares que
ahora me parecían absurdamente laberínticos.
Mi hijo, poseído por Dios sabe qué fuerzas malignas,
huía de mí. Actuaba como si yo no fuera su padre. Incluso actuaba como si no
oyera el chirrido infernal de los seres del inframundo que intentaban atravesar
la puerta. La fuerza que le poseía intentaba engañarme, manipularme. Suplicaba,
preguntaba por qué había matado a su madre y a su hermana, me gritaba que
estaba loco, intentaba huir. No me dejé engañar.
Cuando por fin le atrapé, fue el más difícil de
todos. No tenía la ventaja de tenerle ya inmovilizado contra la cama, como a
Marlene. Me llevó varios minutos de lucha conseguir sacarle los ojos -¡con qué
fuerza apretaba los párpados!- y degollarle, sobre todo degollarle. Interponía
las manos todo el rato, le corté con el cuchillo innumerables veces en los
brazos y en los dedos, pero seguía peleando. Casi diría que perdió más sangre
por los ojos y por las manos que cuando llegué al cuello.
Ahora, mientras escribo esto, el chirrido infernal
de esos engendros se ha ido apaciguando. Ya apenas se oye. Sé que casi hemos
escapado, y estoy impaciente por hacerlo yo también; mas necesitaba que quedara
constancia de esto. Ahora procederé a extraerme yo mismo los ojos y morir
también para poder escapar de esta mansión maldita.”
26 de diciembre de 1896.
El señor Schnitzler se santiguó otra vez.
-Por Dios, es horrible… ¿y cómo dice que se llama?
-Cornezuelo del centeno-repitió el policía-. Infecta
a veces el centeno, y el pan hecho a partir de él puede producir alucinaciones…
todos los que estos días hayan comido el pan de ese molino habrán notado los
efectos.
-Mi esposa y yo nos encontrábamos mareados,
confundidos… el tiempo parecía transcurrir más lento… y el calor de la chimenea
creaba formas extrañas, ¿sabe? Como si las paredes se ondularan… pero esto…
Dios mío.
-Cada persona es un mundo, señor Schnitzler-apuntó
otro de los policías-. Si el señor Rosenzweig tenía algunos… síntomas
psicóticos previos, como los llama el dr. Freud, los efectos del cornezuelo tal
vez empeoraran mucho más su estado… es algo que habría que investigar.
-Bueno, creo que estaba algo afectado de los
nervios, por eso mandó construir esta mansión en primer lugar… y era un hombre
extraño… parecía tener algunos arrebatos repentinos, como cuando mandó destruir
todo el jardín… pero de ahí a… esto…
-Es un episodio escalofriante, sin duda. No me
imagino qué clase de ideas pasarían por su cabeza para hacer esto a su familia…
y a sí mismo.
-Una tragedia, una absoluta tragedia. Vaya a
descansar, señor Schnitzler. No imagino el impacto de haber encontrado los
cuerpos así.
-Sí… sí, será lo mejor.
-Es una lástima, un lugar tan bonito-comentó un
tercer policía, distraído-. ¿Sabe quién heredará esta mansión?
-El señor Rosenzweig modificó su testamento hace
unos meses… creo que quería que fuera una clínica.
-Bueno-dijo, dando unas caladas a su pipa y
encogiéndose de hombros-. Esperemos que al menos sea una buena clínica.
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