miércoles, 8 de abril de 2020

Historias de la Galaxia: Generación beat


¡Traigo noticias! Vuelve Historias de la Galaxia. Si no conocíais el proyecto, podéis echarle un vistazo aquí. Y esto es un adelanto de lo nuevo que espera: un relato nuevo y hasta acompañado de un dibujo que he hecho yo, y mirad que es inusual que yo haga un dibujo y tengo poco talento para ello, eh, pero si me he animado es que tengo ilusión en el proyecto. Pronto, Historias de la Galaxia 2.0 estará disponible para descargar gratis.


Llegamos al Desierto de Parr justo cuando se ponía el segundo sol y empezaba la rave. Tal vez seamos un grupo de cuatro desechos sociales drogadictos, sí, pero si algo nos caracteriza es que llegamos a los sitios a tiempo.

Bajamos del transportador de un salto a las afueras del valle en el que se había organizado la rave. Debía de haber unos cuantos cientos de miles de personas, aglutinadas en torno a las estructuras habituales: columnas-altavoz con un dispensador molecular de drogas en la base.

Kaari fue la primera en abrirse paso a codazos hasta el dispensador. Programó una molécula estimulante e inhibidora de la recaptación de serotonina, con un toque empático; como si necesitara estimulantes, vaya. Ella por sí sola ya es una colgada que rebosa energía y ganas de bronca por los poros. Al menos es consciente de que sus ganas de bronca nos suelen meter en problemas –como aquella gresca en la sexta luna de Biridi en la que casi nos vuelan la puta cabeza-, supongo que por eso decidió ponerle un toque empático a la molécula. O eso quiero pensar.

Nada más consumir la droga, se quitó la chaqueta y empezó a bailar. Kaari es una merdaniana de piel azul, alta, delgada y esbelta, con una cicatriz recorriendo su cara que algún día nos tiene que contar cómo se hizo, aunque probablemente tampoco sea nada fuera de lo habitual (en ella).

Los demás nos fuimos acercando después. Lette no necesitaba más drogas: elle tiene bastante con el vapeo. Siempre lleva unas pequeñas bombonas a la espalda con un tubo del que vapea efedrina u opioides, dependiendo de la situación. Esta vez tocaba efedrina, claro. Lette es le más joven del grupo: 24 años según el sol borolo, género no binario, bajite, siempre con una cresta marrón en su cabeza, muy sarcástique –a veces insoportable-.

Luego estaba Borni. Un tío inquieto, normalmente sonriente y siempre dispuesto a probar cosas nuevas; pero aquella noche, claro, estaba más apagado de lo habitual.

-Es esta jodida mutación en el ADN-explicó-. ¿Por qué cojones he tenido yo que perder el sorteo? No paro de potar.
-Vamos, Borni-le dije-. Alguien de los cuatro tenía que modificarse el ADN para el asunto en Bolvon; te ha tocado a ti, es lo que hay.
-Claro, tú estás muy cómoda, pero no puedo ni drogarme a gusto, joder. ¿No podrían haber escrito una secuencia de ADN que tuviera la misma función pero no jodiera con todo mi puto sistema gastrointestinal?
-Tío, es lo que tiene modificar el ADN; no puedes esperar que te cambien la mitad de los genes y eso no vaya a tener ningún efecto sobre tu cuerpo.

Tal vez Borni no pudiera drogarse, pero yo sí; así que me dirigí hacia el dispensador molecular. Programé un estimulante con un toque eufórico y evasivo: necesitaba olvidar problemas aunque fuera por unas horas.

No recuerdo mucho de las primeras horas. Con el amanecer del primer sol, conocí a una chica bastante atractiva. Afortunadamente, no parecía hetero. Y no lo era, no. Nos fuimos tras unas rocas y follamos. Menos mal que tenía barreras; sólo me faltaba pillar hongos liridonianos por comerle el coño a una desconocida en una rave.

Posiblemente Kaari, Lette y Borni también vivieran anécdotas entretenidas, pero no me enteré de ellas, así que no hay mucho más que contar de nuestros últimos días en Hacteras.

Físicamente agotados, llegamos al Puerto de Parr y partimos a nuestro siguiente destino: Bolvon.

Bolvon es miembro de la Unión de Planetas Libres, lo que dicho así suena como un planeta que permite cierta libertad a sus habitantes. No es el caso. El único requisito para unirse a la UPL, al fin y al cabo, es no querer adherirse al Imperio Tierra: esto significa que en Bolvon no gobierna de forma dictatorial el Imperio, pero sí gobiernan de forma dictatorial sus gobernantes locales. Cosas que vienen en la letra pequeña.

El ejército de Bolvon está destinado al frente de la UPL, pero el planeta está muy lejos. En realidad, es lo que nos interesaba: un planeta en el que poder escapar de la amenaza de la guerra y disfrutar mejor de nuestra juventud. Bolvon está en el culo de la Galaxia: no hay nada interesante allí; como mucho, minas de fytirita ya agotadas. Además, tiene una política muy aislacionista; incluso la tecnología es prácticamente prehistórica. El lugar perfecto para mantenernos lejos de una guerra que nos importa una mierda.

El viaje eran varios meses borolianos en animación suspendida. Tras el agotamiento de la rave, recibir la animación suspendida y sumirnos poco a poco en un coma reparador fue una bendición.
Despertamos unas horas antes de llegar a Bolvon, como es habitual en este tipo de viajes –para mí, era el quinto-. Los estabilizadores mantienen bastante bien la masa muscular, pero aún así es inevitable sentir el cuerpo un poco atrofiado después de meses sin moverlo. Tras unos cuantos estiramientos, ya estábamos como nuevos.

Bajamos a Bolvon. Nuestros relojes se ajustaron automáticamente vía satélite a la gravedad del planeta, algo más alta de lo usual.

-Sí que siento que me cuesta más andar-dijo Kaari, quitándome la frase de la boca-. Pero no sé si es por la gravedad de aquí o por la animación suspendida.
-O por las dos cosas-apuntó Borni-. Y si además de eso te hubieras tenido que modificar el ADN, lo estarías pasando muy mal.
-Deja de quejarte, joder-le repetí por centésima vez desde que se sometió al proceso.
-Para ti es fácil, Nilla-bufó-. Si te hubiera tocado a ti ya veríamos.

Salimos del puerto cargando con los equipajes. Sobresalíamos entre la multitud, incluso Lette: los bolvonianos, aunque son descendientes de humanos y aún son muy parecidos en casi todos los aspectos, son muy bajos y corpulentos, consecuencia de la selección natural de un planeta con una gravedad superior a la estándar. Casi podrían pasar por humanos, pero ese “casi” es una diferencia lo bastante grande como para determinar su bando: si los putos racistas del Imperio Tierra llegaran a Bolvon, masacrarían a todos estos pobres desgraciados.

Nuestra primera parada cuando bajamos de los transportadores fue el hotel, una gigantesca mole que se extendía hasta el horizonte. Nuevamente por la gravedad, los edificios de Bolvon suelen ser gruesos y anchos, con paredes muy sólidas, pero aquel hotel definitivamente era mucho más grande que la mayoría de edificios de cualquier planeta. Las habitaciones no sólo estaban en alquiler, se podían comprar; cosa que esperábamos hacer en un futuro próximo.

Precisamente por eso nuestra siguiente parada, tras dejar los equipajes, fue un mercado cercano. Llevábamos implantes oculares y neuronales, nanobibliotecas, incluso un estabilizador de moléculas de dudosa legalidad. Se trataba de cosas que habíamos comprado en Hacteras para aprovechar la brecha tecnológica: como en Bolvon la tecnología era muy inferior, objetos de precio medio en Hacteras se podían revender aquí por mucho más dinero. De hecho, ese era nuestro plan para sobrevivir los próximos años. Una estrategia que podría usar cualquiera para hacerse rico, si está lo bastante bien informado como para conocer esto… y quiere molestarse en venirse a Bolvon al culo de la Galaxia, claro. Total, la mayoría de la gente son unos capullos estirados que apenas salen de su planeta seis o siete veces en su vida, y es para irse de vacaciones con todo pagado.

-Joder, aquí hasta mi vapeador es tecnología punta-murmuró Lette, recibiendo un buen ingreso en su tarjeta por las cosas que acababa de vender.

Una vez acabamos, compramos algunas cosas necesarias y regresamos al hotel a descansar y prepararnos para la noche.

No teníamos mucha información sobre la vida nocturna en Bolvon, pero Borni tiene un talento fascinante para conseguir drogas. Y Kaari para consumirlas. Después de una buena rave y unos meses en coma, nada como otra fiesta para despejarse.

Tuvimos que coger los transportadores de nuevo para llegar a una zona en la que hubiera ambiente, pero mereció la pena: resulta que después de todo la vida nocturna en Bolvon no está nada mal. Como cualquier planeta que no está en primera línea de alguno de los frentes de la guerra, aprovechan para divertirse. Como debe ser.

Lo que no encontramos fueron dispensadores moleculares, al menos por toda la zona por la que estuvimos. Por tanto, tuvimos que conformarnos con las drogas locales: un extraño licor de tono azulado que elaboran a partir de una planta llamada cacotania, y derivados varios de catinonas como estimulantes. A mí, personalmente, me sorprendió que en Bolvon prefieran derivados de las catinonas a fenetilaminas; sin embargo, el alcohol sí me lo esperaba, siendo bastante frecuente en planetas más primitivos. Al fin y al cabo, es una droga fácil de obtener a través de todo tipo de plantas fermentadas, y el peso de la tradición hace que se siga consumiendo a pesar de haber drogas depresoras mucho más eficaces y menos dañinas para la salud. Está bien, de todos modos; nos conformamos con lo que haya.

Encontramos un garito bastante bueno. Está bajo tierra, aunque con una entrada amplia, una iluminación adecuada, altavoces bien dispuestos y buena resonancia. Hay mucha gente, pero la ventilación funciona como debe. Y perdernos no es que nos vayamos a perder, desde luego, ya que son todos bolvonianos y hasta al más alto le saco una cabeza.

Llevábamos un rato allí cuando pude ver que la expresión de Kaari cambiaba. La conozco bien, inmediatamente vi que se desataría la pelea que buscábamos. El motivo había sido un tío pegándose demasiado a ella al bailar; definitivamente, se estaba restregando contra el culo de Kaari con lo que él consideraba disimulo. Sabíamos que encontraríamos a algún capullo así, siempre hay alguno. Siempre.

De modo que Kaari le soltó un codazo en la cara con todas sus fuerzas, partiéndole la nariz. Otro bolvoniano se acercó a ella rápidamente, con esa actitud típica de “eh, mi colega se ha portado mal pero es buena gente, venga, no le pegues más, todos amigos”. Otra noche tal vez podría haber funcionado, pero no ésta: Kaari le golpeó a él también.

El caos se empezó a desatar en el garito. Puñetazos, sillas, vasos y botellas volaban de un lado a otro. Tal y como estaba previsto, Borni fue el siguiente en meterse, entrando en el combate con una fuerte patada en el pecho de un bolvoniano. Lette no peleaba nunca. Yo, sólo cuando era estrictamente necesario, y en este caso lo era, porque Kaari y Borni empezaban a verse superados; así que estampé una botella por detrás en la cabeza de un tío que estaba a punto de pegar a Borni.

La policía no tardó mucho más en llegar: una patrulla de dos androides equipados con gas pimienta y conmocionadores. En Bolvon -y en muchos otros planetas, de hecho- es frecuente que las funciones policiales corran a cargo de androides, para que en un trabajo delicado prime siempre la eficiencia y la objetividad, sin posibles cagadas por sentimentalismos o compañerismos.

Los androides empezaron a separar y reducir a la gente, y entonces Borni hizo su movimiento: no dudó en soltar un puñetazo en la cara de uno de los policías, haciéndose, imagino, bastante daño al golpear el metal.

No tardaron en responder: uno de ellos tocó a Borni, liberando una descarga eléctrica que le tumbó. Después, le inmovilizó con un gesto.

-Estás arrestado por la autoridad del Gobierno Planetario de Bolvon. Tendrás derecho a un juicio justo en cuanto comprobemos tu identidad…-comenzó la letanía el androide, al tiempo que una aguja surgía de su muñeca y se clavaba en el brazo de Borni, para extraer ADN y comprobar su identidad.

Y llegó por fin el momento. La sala se estaba vaciando, con algunos de los participantes en la pelea habiendo emprendido la marcha por si terminaban también arrestados. Alrededor de los dos androides sólo estábamos nosotros, expectantes por ver si la modificación en el ADN de Borni daba su fruto. El momento decisivo en el que descubriríamos si nuestro plan había funcionado o no.

Los ojos del androide pestañearon cuando se reinició. Su compañero lo hizo apenas unos segundos después. Se quedaron inmóviles, sin saber bien que hacer.

-Hola-dije-. Soy Nilla. ¿Podéis entenderme? ¿Recibís bien la información?
-Sí, Nilla-dijo uno de los androides, obediente-. Pero las directrices… son confusas…
-Por supuesto que lo son-sonreí-. Nos echamos a suertes quién de los cuatro se modificaría el ADN para encriptar un virus informático, y le tocó a Borni. Cuando habéis leído su ADN, el virus os ha infectado. Controla todo vuestro sistema operativo y ahora mismo se estará extendiendo por la intranet que os une a todos los androides maderos de este planeta… todos los policías y sistemas de Bolvon están ahora bajo nuestro control. En la mayoría de planetas, esta jugada habría sido imposible… menos mal que en Bolvon la tecnología va unos cuantos pasos por detrás a la del resto de la Galaxia, ¿eh? Vuestros sistemas son tan primitivos que cualquier hacker de otro sistema solar podría tomar el control si se molestara en venir hasta aquí a hacerlo.
-Entiendo, Nilla. ¿Qué quieres que hagamos?
-Muy sencillo: sólo tenéis que tomar nota de las directrices que hemos pensado. No pretendemos gobernar este planeta ni convertirnos en reyes ni ninguna mierda por el estilo, ¿os imagináis qué coñazo sería eso? No, las cosas seguirán como eran, aunque quizá con leyes un poco menos autoritarias en general, y haréis más la vista gorda ante delitos que no sean graves. Nosotros sólo somos cuatro extranjeros que han venido aquí de fiesta… nadie debe sospechar que tenemos el control de este planeta y, por eso, las cosas seguirán más o menos como antes.

Borni sonreía satisfecho; tenía planes de volver a modificar su ADN para evitar los desagradables efectos secundarios de haber encriptado el virus. Kaari sonreía satisfecha mientras se limpiaba el sudor de la pelea. Lette vapeaba aún un poco incrédule, le costaba creer que nuestro retorcido plan hubiera funcionado.

-Así que ya sabéis: seguid a vuestro rollo-continúe explicando a los policías-. Quien quiera que sea el capullo que gobierna este planeta, que ni me he aprendido su nombre, que se piense que siga gobernando hasta las elecciones. Y entonces, saldrá elegido otro que también se pensará que tiene el poder, y así sucesivamente… cuando, en realidad, todo el sistema de Bolvon lo controlamos nosotros cuatro.
>>¿Sabéis? Nuestra generación no empezó esta guerra… bueno, de hecho ni siquiera lo hizo la generación anterior, ni la interior, ni ninguna generación de los últimos cientos de milenios. Nacimos en una galaxia que estaba en unan guerra que ni nos va ni nos viene. Sólo queremos que los mierdas empeñados en matarse nos dejen en paz a quienes no queremos participar en su estúpida guerra. Llevamos toda la vida viajando de planeta en planeta intentando evitar que nos digan qué tenemos que hacer… y aquí, en Bolvon, parece que por fin lo vamos a conseguir. Si nos importa, seguiremos de fiesta esta noche, y la siguiente, y la siguiente. Luego descansaremos, dormiremos bien y volveremos a irnos de fiesta. Y así sucesivamente. Y cuando nos vayamos volviendo viejos y nuestros cuerpos no den mucho más de sí, pues, ¿quién sabe? Igual nos buscamos alguna isla o alguna montaña remota en la que retirarnos pacíficamente y pasar nuestros últimos años en una tranquila casita con jardín y jacuzzi. Total, tenemos todo un planeta para nosotros, ¿no?

Los androides asintieron en silencio y se marcharon, dejándonos tranquilos. Retomamos la fiesta donde la habíamos dejado, bailando nuevamente al son de la música. Nos esperaba una buena noche. Nos esperaba una buena vida.

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