Aquí va una historia que ya publiqué en su momento en Tintero & Pluma.
Una vez, en un lejano país, un reo fue arrastrado por sus verdugos de su cárcel. Había llegado el momento de la sentencia.
Una vez, en un lejano país, un reo fue arrastrado por sus verdugos de su cárcel. Había llegado el momento de la sentencia.
—Bien—dijo uno de los verdugos, con semblante serio—. Como
ya sabrás, en este país la ejecución sólo puede llevarse a cabo mediante la
horca o mediante la silla eléctrica. Y, como siempre, se te ofrece decir unas
últimas palabras. Si lo que dices es verdad, serás ejecutado mediante la horca;
si lo que dices es mentira, serás ejecutado mediante la silla eléctrica.
Una sonrisa apareció en el rostro del reo.
—Bien. Mi frase es: “¡Voy a ser ejecutado en la silla
eléctrica!”
Los verdugos se miraron entre ellos, también con una
sonrisa. La paradoja estaba clara: si era verdad, tendría que ser ejecutado en
la horca, pero entonces sería mentira, por lo que tendría que ir a la silla
eléctrica… y así hasta el infinito.
—Qué despistado soy—dijo el verdugo que había hablado—. Se
me había olvidado comentarte que si decías una paradoja, la sentencia de pena
de muerte sería conmutada… por una laaarga estancia en la celda más profunda
del país, donde pasarás el resto de tu vida descubriendo nuestro impresionante
talento con el látigo, los hierros al rojo vivo y cientos de aparatos que ya
irás conociendo.
Las súplicas del reo fueron en vano.
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