miércoles, 20 de mayo de 2015

Frankenstein o el moderno Prometeo: debate ético

Éste es un trabajo que hice para la asignatura Ética cívica y profesional del grado de Psicología, pero creo que es lo bastante interesante como para recuperarlo. De hecho, era un trabajo voluntario y aún así lo hice, creo que es la única vez que he hecho eso en mi vida estudiantil, así que será porque es un tema que puede ser interesante. Frankenstein es una obra con muchísimos dilemas morales, y creo que reflexionar sobre ellos da mucho juego.


Frankenstein o el moderno Prometeo fue una novela publicada por Mary Shelley en 1818, cuando ella tenía 20 años, como parte de un reto entre los Shelley, lord Byron y John Polidori (reto del cual también salieron El vampiro, de Polidori en 1817, y El entierro, de Byron en 1816).

El título alude al dr. Victor Frankenstein, al contrario de la creencia popular que asume que Frankenstein es la criatura y no el doctor; la criatura, en realidad, no tiene nombre. Ya desde el título, pues, se identifica al protagonista con el mito de Prometeo, el titán que robó el fuego a los dioses para dárselo a la Humanidad, siendo posteriormente castigado por esto por Zeus, quien le ató a una roca en la que un águila le devoraría el hígado eternamente.

El mismo dilema ético de Prometeo es el que afecta a Frankenstein. Ambos acceden a un conocimiento para el que la Humanidad, en principio, no está preparada; y ambos son castigados por ello. Esto plantea varias preguntas: ¿debe la Humanidad traspasar sus límites naturales? ¿Debe ser castigada por ello? En caso de que la respuesta a ambas preguntas sea afirmativa, ¿merece la pena?

Obviamente, el libro se estructurará en torno a este debate ético, pero eso no significa que sea el único presente. La forma de comportarse del monstruo plantea muchos otros problemas: está claro que en un principio hace cosas buenas, y al final, malas. ¿Hasta qué punto es culpa suya? ¿Tiene Frankenstein responsabilidad en esto? ¿Y la sociedad, que rechaza a la criatura?

Veamos, pues, la manera en la que se nos van presentando argumentos y nuevas preguntas a lo largo de la novela. Desde el principio, se nos introduce a la familia Frankenstein, y se nos ofrece un primer dato ético: los Frankenstein tienen tendencias filántropas, a menudo se dedican a ayudar a los pobres. La adopción de Elizabeth, por supuesto, es un claro ejemplo de ello.

Esto nos puede ayudar a hacernos una idea inicial; además, es algo remarcable, ya que en un período histórico en el que hay un abismo tan grande entre ricos y pobres, es fácil identificar a los ricos con personas malvadas. El detalle de que ayuden a los pobres evita que hagamos esto con los Frankenstein por defecto.

Centrándonos ya en Victor Frankenstein, vamos viendo cómo intenta descubrir la chispa de la vida. Este descubrimiento, por supuesto, podría tener implicaciones éticas buenas y malas dependiendo de cómo se usara; en cualquier caso, Frankenstein no está tan completamente centrado en las implicaciones sociales como en el simple afán científico de descubrir más.

El experimento en sí está rodeado de debates éticos interesantes. Por ejemplo, Frankenstein no quiere compartir el secreto definitivo de su éxito con su ayudante Walton. No sabemos hasta qué punto ayudó Walton, ¿es justo que se le niegue este conocimiento como recompensa por su trabajo?

La razón que Frankenstein da es que puede ser “peligroso adquirir el conocimiento”. Una vez más, se nos recuerda el mito de Prometeo, con estas palabras. Sin embargo, ¿hasta qué punto era consciente el doctor del dolor que podía traer su creación? ¿Es posible que la auténtica razón para no compartir su secreto fuera simple egoísmo? Al fin y al cabo, todavía no había llegado su decisión definitiva de destruir el experimento, al ver lo monstruoso que era. ¿Es posible que todavía pensara en un posible beneficio económico de su idea, y no quisiera compartir el dinero con Walton? Creo que podría ser perfectamente un problema de patentes científicas.

Continuamos con la manera en la que Frankenstein crea a su monstruo. Es indudable que se sacrifica mucho para conseguirlo, dado que trabaja aún estando enfermo: pero los motivos por los que lo hace se funden en un amalgama de posibilidades. ¿Afán científico, intención de rentabilizar el proyecto, autosuperación…?

Finalmente, no podemos olvidar que el proyecto sólo es posible desenterrando piezas de cadáver del cementerio sin consentimiento, en lugar de usar cuerpos donados a la ciencia. Esto probablemente se deba a la imposibilidad de Frankenstein de conseguir cuerpos legalmente para un proyecto tan extravagante. Sin embargo, no cabe duda de que robar cadáveres va totalmente en contra de la moral de la época: y resalto “de la época” dada la importancia especialmente grande de la tradición católica, en la que se ven dichas exhumaciones como un insulto muy grave, que incluso podría hacer que el alma del difunto no descanse en paz en el Cielo.

Las barreras que el doctor está dispuesto a cruzar dependen en gran parte de su religión, por supuesto. Si Frankenstein fuera un ateo, podría calmar su propia conciencia razonando que los muertos ya no sienten nada; en todo caso, exhumarlos podría ser un insulto a sus familiares, pero dado que no deja huellas, “ojos que no ven, corazón que no siente”. Sin embargo, de ser Frankenstein católico, estaría siendo totalmente consciente de que lo que hace está mal. A lo largo de la novela, el doctor hace diversas referencias a Dios que dan a entender que efectivamente es creyente, aunque no parece que la religión ocupe un lugar muy importante en su vida.

Aún así, nos quedamos con un hecho psicológicamente relevante: Frankenstein va en contra de su propia religión para que su experimento tenga éxito, lo que probablemente le causa sentimientos de culpa que podrían influir en su decisión final de destruir a la criatura. Como apunte adicional, hay que decir que la somatización era conocida en la época de Shelley; no hay que descartar que la autora nos quiera mostrar que la salud del doctor se debilita, en mayor o menor medida, por los sentimientos que le crea el experimento en el que se está involucrando.

Avancemos ahora en la historia, para pasar a las muertes de William y Justine, el siguiente gran debate ético.

Indudablemente, aquí es cuando empezamos a ver la maldad de la criatura. Pero esto se explicará más adelante; de momento, veamos la figura de Frankenstein.

Partimos de la muerte de su hermano, un trauma importante que implicará un proceso de duelo que puede nublar su juicio. Este proceso será especialmente complicado dada la culpabilidad ante la fuerte sospecha de que es su criatura la responsable del asesinato.

En este momento, existe cierta posibilidad, aunque no definitiva puesto que Frankenstein no conoce todavía los detalles necesarios, de salvar a Justine. El doctor podría haber compartido sus sospechas con la esperanza de salvar a la criada, pero no lo hace. Por supuesto, podrían haberle tomado por loco, o tal vez no fueran argumentos suficientes para probar la inocencia de Justine; pero no deja de ser destacable el hecho de que no intente salvarla.

Obviamente, de haberlo hecho, esto habría tenido repercusiones muy negativas para él, puesto que habría tenido que dar muchas explicaciones, y probablemente habría acabado siendo él el condenado en lugar de Justine. Vemos, en el peor de los casos, que no está dispuesto a sacrificarse por ella, aún teniendo él la culpa.

Dejando ahora un lado los sentimientos de Frankenstein, pasamos al monstruo, que relata sus aventuras desde su nacimiento hasta su encuentro con William.

Lo primero que llama la atención es que él se declara, literalmente, “virtuoso”. En muchos tipos de personas, es frecuente considerarse a uno mismo como “bueno” pese a todo el mal que pueda hacer, justificando todos sus actos con diversos mecanismos psicológicos. No deja de ser una forma de mantener la autoestima, a menudo hasta un punto exagerado, quizá hasta el narcisismo.

En el caso del monstruo, parece, efectivamente, que se considera a sí mismo como bueno pese a todos los actos que pueda cometer. Pronto vemos que mantiene un locus de control externo, puesto que atribuye actos como el asesinato de William a los malos tratos recibidos durante sus aventuras.

En primer lugar, narra un episodio en el que la gente le tira piedras. Es rechazado por su aspecto físico y debe, pues, retirarse de todo acto social. Si asumimos que su mente funciona igual o de manera muy similar a la humana (al fin y al cabo, se trata de un cerebro humano revivido), es normal que el completo aislamiento social le lleve a un estado depresivo.

La criatura entiende las interacciones sociales mediante un pobre moldeamiento, espiando a la familia De Lacey. Esto hace que también desarrolle ciertos sentimientos de cariño y afecto a ellos; tal vez, incluso, viéndolos como un modelo paternal en cierto sentido, al ser ellos de quienes aprende todo. El rechazo de esta familia es un duro golpe para él que termina por empeorar considerablemente su estado de ánimo.

Veamos esto ahora desde el punto de la familia DeLacey, una familia pacífica y tranquila que podríamos considerar como bondadosa. La conversación con el anciano ciego indica, efectivamente, que pueden apreciar el trabajo del monstruo de Frankenstein. Sin embargo, es evidente que en su decisión final se dejan llevar por criterios estéticos, no éticos.

El rechazo que expresan al monstruo no es desde una posición de superioridad, como una especie de burla cruel: lo que sienten es terror. Son, por tanto, víctimas y verdugos al mismo tiempo. Temen a la criatura por su aspecto, pero a la vez, su rechazo la hiere. Esto es especialmente importante, porque es uno de los más duros golpes que hacen que la criatura declare la guerra a la Humanidad. Podríamos hablar entonces, incluso, de que la familia DeLacey tiene una pequeñísima parte de la culpa en las muertes de William y Justine, pero trataremos esto más tarde.

Ya después de haber declarado su odio a la Humanidad, hace aún un último intento por reconciliarse con ella, intentando salvar a una niña que iba a morir ahogada. Este gesto, sin embargo, es respondido con disparos.

En este caso también podemos atribuir cierta ingenuidad y falta de malicia a los que disparan, ya que, al fin y al cabo, creen estar haciendo lo mejor para la niña; sin embargo, es una reacción exagerada y que alimenta aún más el odio del monstruo. El caso, por su intento de dañar a la criatura, es, desde luego, más grave que el de la familia De Lacey.

Así pues, llegados a las muertes de William y Justine, ¿qué porcentaje de culpa tiene Frankenstein, y qué porcentaje tiene su monstruo? ¿Y los que lanzaban piedras, la familia De Lacey y los que dispararon, sin cuya intervención el monstruo no habría declarado la guerra a la Humanidad?

Resulta interesante el hecho de que, si alguno de todos estos personajes hubiera actuado de manera diferente, probablemente podría haber detenido la cadena de catástrofes del libro; y no solo eso, sino que tal vez incluso se podría haber seguido usando la técnica para mejorar considerablemente la calidad de vida de la humanidad.

Ésta es una de las conclusiones más claras a las que puedo llegar personalmente a lo largo del debate, sino la que más: creo que Prometeo sí debía robar el fuego a los dioses. La esperanza de vida de toda la humanidad podría haber aumentado considerablemente, y también se habrían solucionado muchas injusticias, como asesinatos de personas inocentes. No obstante, la culpa de no seguir con el experimento y perfeccionarlo no es sólo de Frankenstein: es natural que no quiera hacerlo, dada la maldad de la criatura fruto de su primer intento, que a su vez es, en parte, culpa de las circunstancias ya explicadas.

Como apunte: por otro lado, no deja de ser cierto de que con esta reflexión, Frankenstein cae en el sesgo psicológico de la generalización, al asumir que todos los cuerpos que pueda resucitar van a ser malvados porque el primero lo ha sido. Además, tenemos que tener en cuenta que, si hubiera educado al monstruo en lugar de abandonarlo, probablemente no habría terminado siendo malvado, ya que tampoco habría vivido las circunstancias que le llevaron a serlo. Queda claro que Frankenstein debe cargar con buena parte de la culpa.

Llegados a este punto, se presenta la exigencia de la criatura de tener una pareja. Vemos, una vez más, que las necesidades y objetivos vitales del monstruo de Frankenstein resultan ser muy similares a los del resto de la humanidad. Esto nos reafirma que podemos seguir reflexionando sobre su psicología como reflexionaríamos sobre una mente humana normal.

En un principio, Frankenstein acepta la exigencia. Dada la promesa de la criatura de abandonar su cruzada particular si el doctor le da una pareja, parece ser, efectivamente, una buena opción. La creación de un segundo monstruo, esta vez femenino, resulta lo más conveniente y ético para todas las partes implicadas. De hecho, como vemos más adelante, habría salvado varias vidas inocentes.

Por tanto, yo me posicionaría a favor de crear a este segundo monstruo. Los argumentos de Frankenstein en contra son bastante débiles; parece influido sobre todo por sus emociones, como la muerte de William, antes que por un criterio lógico y frío. Menciona la posibilidad de que los monstruos se reproduzcan y pueblen el planeta con una raza de monstruos malvados; esto es ridículo, completamente impropio de un científico tan brillante. No sólo porque asume un argumento genético muy fuerte (que, efectivamente, puede ser fruto de su época: en aquellos años, muchos científicos creían que la maldad de una persona podía depender directamente de sus genes o incluso de la forma de su cabeza u otros valores), sino por el cuestionamiento de su capacidad de reproducirse. Es posible, incluso, que se trate de un despiste de Shelley al escribir el libro, porque no tiene sentido que un médico de la talla de Frankenstein se vea incapaz de esterilizar permanentemente al monstruo que vaya a crear: algo tan sencillo como extirpar los ovarios antes de coser las piezas del cadáver, por citar sólo uno de los métodos posibles.

En cualquier caso, Frankenstein decide finalmente destruir el monstruo que estaba construyendo, lo que a todas luces me parece un error. La criatura jura venganza por esto, y desaparece. De hecho, más especificamente, afirma que volverá en la noche de bodas del doctor.

La tercera muerte es la de Henry. Aún en esta situación, el doctor continúa manteniendo en secreto la existencia del monstruo. A mi juicio, esto es un error importante, y muestra además que es incapaz de asumir las consecuencias de sus actos. Tal vez decir la verdad podría ayudar a salvar más vidas, pero no se atreve (aún existiendo siempre la posibilidad de que no le creyeran, claro está).

La cuarta y la quinta muerte van seguidas: Elizabeth y, como consecuencia del impacto emocional en la familia, su padre, Alphonse Frankenstein. El asesinato de Elizabeth ya había sido avisado por la criatura: se confirma el gran error del doctor al ignorar parcialmente la amenaza; al menos, toma la precaución de montar guardia, aunque eso no sirva de nada.

Frankenstein es ya una completa representación de Prometeo, dados los muchos horrores que ha sufrido: la muerte de su hermano, su criada, su mejor amigo, su esposa y su padre, además del sentimiento de culpabilidad que le azota y de haber pasado meses en una celda como sospechoso de asesinato. En este estado es cuando parte por todo el mundo buscando matar a su criatura, más por venganza que por un sentimiento de responsabilidad.

Llegamos así a la conclusión de la historia en el Polo Norte, en el barco de Walton. Aquí Frankenstein finalmente muere a causa de una neumonía, algo que quizá incluso pudiera llegar a verse como un alivio, dado el sufrimiento que arrastraba.

Walton se encuentra con la criatura, que termina despertando su compasión al confesar que se arrepiente de los crímenes cometidos y al narrar la soledad y la tristeza que siente. Manifiesta también su voluntad de suicidarse, dado que toda su vida giraba en torno a Frankenstein, incluso en torno a la posibilidad de que él aún pudiera crear a más seres semejantes.

Tras esta experiencia, parece ser que Walton decide aprender del ejemplo de Frankenstein al dejarse llevar por su ambición, y desiste en su intento de explorar el Ártico, no queriendo convertirse en otro Prometeo.

Mis conclusiones finales se resumen en que esto es una falacia: Prometeo nunca tiene la culpa. Su intención, así como la de Frankenstein o la de Walton, no tenía nada de condenable por sí sola. La ambición como tal no es mala, si se enfoca a un objetivo bueno. El mal que puede acarrear se debe a otros factores: a la ira de unos dioses injustos, tal vez.

En el caso de Frankenstein, dejando de lado si contar su historia en el momento adecuado hubiera sido bueno o no, creo que comete dos errores principales, dos errores que provocan todo el mal: el primero, abandonar a la criatura justo después de crearla, y el segundo, destruir a la pareja que le estaba creando.

Por otro lado, Frankenstein tampoco deja la menor nota póstuma, ni el menor consejo a su ayudante Walton, sobre la técnica usada para insuflar vida a los cuerpos. Todo el bien que Frankenstein hubiera podido hacer para compensar el mal creado queda, pues, en nada.

La criatura también debe cargar con buena culpa de los tres asesinatos que comete y las otras tres muertes que provoca. Su culpa se ve, tal vez, repartida también entre Frankenstein y entre la gente que encuentra en su camino, y que con tanta crueldad le tratan.


El responsable último, pues, es Frankenstein. En todos los sentidos, es el personaje que peor obra; pero no por su ambición ni por la técnica que crea, sino por no estar preparado para afrontar el cuidado de una nueva vida, abandonando primero a la criatura y luego a la pareja de la criatura. Con todo, el castigo que sufre es desproporcionado e inmerecido. Para finalizar regresando a la metáfora de Prometeo, podemos decir que en este caso Prometeo robó el fuego a los dioses y fue castigado por ello… aún cuando la antorcha se le apagó antes de poder entregársela a la Humanidad.

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