miércoles, 16 de marzo de 2016

Luces

Éste es un relato que fue publicado originalmente en el número 23 de la revista Penumbria. Los requisitos para el relato eran tres páginas de extensión (yo creo que habría quedado mejor con cuatro, alargando un poco la parte final) y que fuera un relato antinavideño. Por supuesto, decidí que la mejor forma de hacer un relato antinavideño era adaptando el conocidísimo Cuento de Navidad de Dickens.


¿Y las luces? ¿Os habéis planteado por qué ponen las luces de Navidad desde principios de noviembre? Bien, yo os lo diré: para gastar dinero público. Los alcaldes ponen las luces, gastan una millonada en dinero público que va para las compañías eléctricas, y luego las eléctricas les devolverán el favor dándoles un puesto de trabajo, o una donación, o un sobre con dinero negro… así es la Navidad: una gran mentira.
Martín concluyó su discurso al tiempo que sonaba la campana. Era un hombre de cuarenta y tantos, delgado, pelo castaño en el que asomaban tímidamente algunas canas, gafas. Su aspecto inofensivo creaba cierto contraste con la radicalidad de sus ideas y discursos: tal vez por eso aún conservaba su puesto de profesor de sociología.

Los alumnos se fueron retirando, algunos de ellos murmurando algo sobre la clase que acababan de recibir. Martín oyó a uno de ellos bromeando. “Parece que no le ha visitado el Espíritu Navideño”, dijo. El profesor sonrió por lo bajo: era un comentario bastante habitual, dado que solía dar discursos similares por aquellas fechas. Por supuesto, no, el Espíritu Navideño nunca le había visitado. No tenía ni idea de que aquel año, eso cambiaría.
A la noche, Martín se encontraba cómodamente dormido en su cama cuando el frío le despertó. Tiritando, giró sobre sí mismo y vio que una ráfaga de aire helado entraba por la ventana abierta de la habitación. Se acurrucó entre las mantas, intentando conservar el calor, mientras se decidía a levantarse. ¿Qué hacía aquella ventana abierta? Él vivía solo y, desde luego, la había cerrado. Empezó a pensar que estaba desarrollando un curioso caso de sonambulismo.
Cuando asomó del todo la cabeza, comprobó aterrorizado que no era aquello lo que pasaba. Frente a su cama, de manera que no lo había visto al mirar la ventana, y mortalmente silenciosa, flotaba una figura espectral.
Antaño, parecía haber sido un hombre; al menos, en su rostro demacrado se apreciaban rasgos masculinos. Vestía ropas del siglo XIX, y estaba cubierto de pesadas cadenas que rodeaban su cuerpo varias veces y le hacían permanecer encorvado. No estaba hecho de carne y hueso, no: parecía más bien hecho de una sustancia transparente a través de la cual Martín podía ver la pared de su habitación.
—Soy el Fantasma de las Navidades Pasadas. Ven.
De pronto, Martín se vio arrastrado por una fuerza sobrenatural que le levantó de la cama y le dejó flotando en el aire, a la altura del espectro. Ambos volaron en una corriente, saliendo por la ventana y flotando por encima de la ciudad. El profesor observó, estupefacto, que no eran aquellos los edificios que tenía frente a su habitación. Haciendo memoria, recordó que el paisaje que veía eran los viejos almacenes demolidos hacía veinte años, cuando él vivía en la otra punta de la ciudad. Estaba viendo el pasado, tal y como era hacía 35 años.
            —Esto es una locura…—murmuró.
            —¿Ya lo recuerdas?—repuso el espectro—¿La Navidad, tal y como era?
            Los dos espectros fueron descendiendo poco a poco, acercándose al jardín de la antigua casa de Martín. Allí, con sorpresa, se vio a él mismo con 5 años, poniendo bolas en el árbol de Navidad. Su madre le ayudaba, en actitud cariñosa; su padre miraba desde el porche de la casa con una amplia sonrisa en los labios.
            —Sí… sí… pero, ¿cómo? ¿Hemos viajado al pasado? Es increíble…
            —Soy un espectro, y he sacado tu forma astral de tu cuerpo. Somos ectoplasma, sí, podemos viajar al pasado. El ectoplasma no está sujeto a las tres dimensiones espaciales…
            Mientras el Fantasma de las Navidades Pasadas se extendía en su discurso, Martín se colocó junto a él, agarró las cadenas que arrastraba y estiró, dando una vuelta extra. Al momento, el espectro se encontró inmovilizado, sujeto por el profesor.
            —Lo que imaginaba. Si los dos somos ectoplasma, te puedo tocar.
            —¿Qué… qué haces? ¡Suéltame! ¡No es así como debe ser!
            —Oh, sí. Si es así. No te voy a soltar hasta que no hagas unas cuantas visitas: vamos a cambiar el pasado, y vamos a desmontar esta farsa.
Martín descubrió que, en su forma ectoplásmica, era bastante fácil volar hacia donde él quería. Hacerse visible o invisible ante la gente parecía ser un problema de concentración, también fácil de manejar. Con el espectro encadenado, intentando zafarse inútilmente, hicieron la primera visita a la casa del alcalde. Y luego a la del dueño de los grandes almacenes. Y así sucesivamente. En todas ellas, el discurso era muy similar.
—¡Así que dejad que quien quiera cene en familia y ya está! ¡Pero dejad las estúpidas luces, los regalos caros, la hipocresía de quienes ayudan a los pobres sólo en estas fechas y la empalagosa decoración en cada rincón de este planeta! ¡Sino, volveré para atormentaros!
El Fantasma de las Navidades Pasadas hizo en las primeras ocasiones un pequeño amago de negar con la cabeza, que fue corregido con un doloroso tirón de las cadenas.

Martín regresó a su cuerpo, sabiendo que había podido corregir el pasado, al menos en su ciudad, y tener un final feliz. Un final feliz, eso sí, sin el menor rastro navideño.

1 comentario:

  1. Es un poco inquietante. No sé por qué me gusta tanto.

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