Creo que la forma más precisa de
introducir este tema sería colocándonos en una situación hipotética, con un
toque de ficción.
Supongamos que de la nada salen
unos malvados nazis que secuestran a un sujeto de izquierdas. Entonces le
ordenan hacer el saludo nazi y gritar “Heil Hitler!” para demostrar que es un
auténtico ario. El pobre izquierdista tiene dos opciones. La primera sería
realizar dicho saludo, después ir a su casa –donde oculta un Kalashnikov,
porque todo el mundo sabe que los izquierdistas siempre tienen un Kalashnikov
en casa-, volver bien armado y acribillar a los nazis. La segunda sería negarse
en rotundo a realizar el saludo, proclamar que es todo un rojo y ser asesinado
allí mismo. Con orgullo, eso sí.
Igual es cosa mía, pero podría
jurar que la opción idealizada es la segunda. La de morir con orgullo,
defendiendo tus valores. No doblegarte ante los nazis. No rendirte. Sentirte
orgulloso de lo que eres, y morir dignamente.
No obstante, en esta situación
parece claro que la opción más útil es la primera, y la que más se opone al
fascismo, realmente. Tiene un defecto, sí, y es que deja la dignidad del
izquierdista por los suelos. Pero, ¿no es, entonces, un sacrificio igualmente
valiente? Sacrificar la dignidad para sobrevivir y así tener la oportunidad de
luchar, frente a morir en ese mismo momento y que tu muerte no sirva de nada.
A veces me pregunto si es sólo
una cuestión de dignidad, o si también influye ir con la verdad por delante.
Parece que hay cierto miedo a la mentira. La imagen idealizada del héroe es
alguien que lo mismo puede liarse a tiros con sus enemigos, pero eso sí, nada
de mentir.
En resumen, que no creo que
hacerse pasar por el enemigo tenga nada de malo. Te da la oportunidad de seguir
vivo para poder seguir luchando. Y eso siempre es importante.
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