Peso las setas mexicanas en una báscula hasta que alcanza el
peso que quiero. Cuando empiezo a comerlas, no saben tan mal como esperaba,
aunque después de unas cuantas, el sabor amargo se va acumulando y el estómago
se revuelve ligeramente.
Los efectos empiezan a notarse con la sensación de estar en
una nube, que se va incrementando. La percepción del tiempo se altera, aparece
una sensación de bienestar muy agradable, y resulta duro moverse,
sobreponiéndose las ganas de quedarse tumbado. La sensación de bienestar
termina siendo bastante fuerte; parece un buen remedio contra la depresión,
aunque tal vez al pasarse los efectos se produzca cierto efecto rebote.
Se produce también un leve mareo y la memoria a corto plazo
parece bastante afectada; en principio, parece difícil concentrarse en algo. La
risa aparece muy fácilmente, igual que con la marihuana, quizá más.
Conforme los efectos se van pasando, noto cierta alteración
de la realidad. Parece que todo se ve mucho más real, como si el cerebro
captase mejor lo que ve el ojo. No se ve más nítidamente, pero, de alguna
forma, se percibe más nítidamente lo que se ve. Es un efecto muy difícil de
explicar; recuerda a Aldous Huxley citando a William Blake para explicar cómo
las puertas de la percepción se abren.
Bajando a la calle, todo sigue siendo más real. Hace frío y
calor a la vez, pero el sol y las setas juntos hacen subir de nuevo el
optimismo. La distancia es juguetona, igual que lo es el tiempo; recorrer unos
cuantos metros puede hacerse muy largo, y el tramo siguiente, sin ningún
motivo, se hace mucho más corto.
La diarrea aparece unas horas después.
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