[Es la continuación de Cenicienta
la kostra. No os perdáis el futuro lanzamiento de Blancanieves la kostra, la
emocionante historia de una muchacha adicta a la farlopa que vive en una
chabola con siete enanos]
Ariel, la pobre sirenita, vivía
indignada con el mundo y bastante amargada por el hecho de no tener coño.
Básicamente, se sentía como si hubiera sido diseñada por un autor machista que
exponía mediante ella las fantasías de la época: una mujer que sólo servía para
dar placer, no para recibirlo.
Sencillamente, así era. Ariel
tenía tetas, y también podía hacer mamadas, o pajas, pero ella no podía recibir
placer alguno. ¿No era aquello terriblemente injusto?
Por suerte, Ariel conocía a una
hippie llamada Úrsula. A menudo le pillaba tripis para escapar un poco de
aquella opresiva realidad, y las drogas de Úrsula eran realmente buenas: aún
recordaba impresionada aquel extraño viaje en el que, en sus alucinaciones, un
cangrejo con acento cubano cantaba “bajo el maaaar, bajo el maaaaar”.
Úrsula le pasó a Ariel una mierda
realmente buena que la convirtió en humana; aunque, a cambio, tuvo que dar su
voz. Aquello era una mierda, pensó. La otra gran fantasía machista: una mujer
muda, sin opinión propia, sólo sumisión. Tenía que encontrar alguna forma de
arreglar aquello, pero, mientras tanto, disfrutaría de su humanidad.
Obviamente, la forma más sencilla
de disfrutar fue el sexo. Se tiró a un tío más o menos apuesto que resultó ser
un príncipe –abundaban mucho-. A la mañana siguiente, mientras el príncipe
dormía agotado, pues Ariel le había pillado con muchas ganas, la muchacha
empezó a concebir un astuto plan.
Su objetivo estaba claro: que
Úrsula le devolviera su voz. ¿Y qué podría querer a cambio? Pues bien, como era
bastante viciosilla, Ariel sabía lo que iba a darle. De modo que agarró un
cuchillo y arrancó de cuajo la polla del príncipe. Nótese que Ariel era una
chica muy buena, pero, desde luego, amputar partes del cuerpo a la realeza no
entraba en conflicto con su ética, ni con la de casi cualquier persona con
sentido común.
Ariel volvió a donde Úrsula antes
de que los gritos del príncipe desangrándose consiguieran alertar a los
guardias –a los que, al fin y al cabo, tampoco les pagaban lo bastante bien
como para molestarse-. Allí, efectivamente, consiguió cambiar la polla del
príncipe por su voz.
Y vivió feliz llevando una vida
sexual plena aunque sin comer perdices, porque se hizo vegana, pero eso es otra
historia.
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