miércoles, 19 de julio de 2017

Microrrelato punk: Sirenita la kostra


[Es la continuación de Cenicienta la kostra. No os perdáis el futuro lanzamiento de Blancanieves la kostra, la emocionante historia de una muchacha adicta a la farlopa que vive en una chabola con siete enanos]

Ariel, la pobre sirenita, vivía indignada con el mundo y bastante amargada por el hecho de no tener coño. Básicamente, se sentía como si hubiera sido diseñada por un autor machista que exponía mediante ella las fantasías de la época: una mujer que sólo servía para dar placer, no para recibirlo.

Sencillamente, así era. Ariel tenía tetas, y también podía hacer mamadas, o pajas, pero ella no podía recibir placer alguno. ¿No era aquello terriblemente injusto?

Por suerte, Ariel conocía a una hippie llamada Úrsula. A menudo le pillaba tripis para escapar un poco de aquella opresiva realidad, y las drogas de Úrsula eran realmente buenas: aún recordaba impresionada aquel extraño viaje en el que, en sus alucinaciones, un cangrejo con acento cubano cantaba “bajo el maaaar, bajo el maaaaar”.

Úrsula le pasó a Ariel una mierda realmente buena que la convirtió en humana; aunque, a cambio, tuvo que dar su voz. Aquello era una mierda, pensó. La otra gran fantasía machista: una mujer muda, sin opinión propia, sólo sumisión. Tenía que encontrar alguna forma de arreglar aquello, pero, mientras tanto, disfrutaría de su humanidad.

Obviamente, la forma más sencilla de disfrutar fue el sexo. Se tiró a un tío más o menos apuesto que resultó ser un príncipe –abundaban mucho-. A la mañana siguiente, mientras el príncipe dormía agotado, pues Ariel le había pillado con muchas ganas, la muchacha empezó a concebir un astuto plan.

Su objetivo estaba claro: que Úrsula le devolviera su voz. ¿Y qué podría querer a cambio? Pues bien, como era bastante viciosilla, Ariel sabía lo que iba a darle. De modo que agarró un cuchillo y arrancó de cuajo la polla del príncipe. Nótese que Ariel era una chica muy buena, pero, desde luego, amputar partes del cuerpo a la realeza no entraba en conflicto con su ética, ni con la de casi cualquier persona con sentido común.

Ariel volvió a donde Úrsula antes de que los gritos del príncipe desangrándose consiguieran alertar a los guardias –a los que, al fin y al cabo, tampoco les pagaban lo bastante bien como para molestarse-. Allí, efectivamente, consiguió cambiar la polla del príncipe por su voz.


Y vivió feliz llevando una vida sexual plena aunque sin comer perdices, porque se hizo vegana, pero eso es otra historia.

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