Relato que espero que sirva como adelanto de un proyecto más grande.
Cuando cayó la noche, el joven Bhagwan se
escabulló en silencio. Bhagwan era un chico muy delgado, tímido y serio; sin
embargo, era probablemente el más aventajado de los Discípulos de Kali. Un
bindu de color rojo decoraba su frente.
En silencio, el chico entró en el cementerio
musulmán. Los musulmanes comenzaban a abundar en su tierra, despreciando a
Kali. Pero serían útiles aquella noche. Aquella noche, Bhagwan llevaría a cabo
su iniciación.
El chico llevaba puesto sólo un sencillo
salwar sucio y desgastado, y llevaba una pala casi más grande que él. Sus pies
descalzos no hacían ruido; era como un fantasma que se deslizaba por la noche,
hasta detenerse frente a una tumba al azar, sin nombre.
Bhagwan clavó la pala en el suelo y la pisó,
hundiéndola. Después, con gran esfuerzo, la levantó. Así una y otra vez.
El sudor se acumulaba en su cuerpo raquítico.
La sangre no tardó en brotar de sus pies, al clavarse el borde de la pala cada
vez que empujaba. Pero continuó.
El tiempo iba pasando y la tierra se acumulaba
alrededor de Bhagwan, que no descansó ni un momento. Finalmente, la pala se
clavó en algo blando. A partir de ahí, fue cuestión de minutos retirar la
tierra de alrededor, con cuidado de no dañar el cuerpo.
Bhagwan descendió a la tumba y con mucho esfuerzo
consiguió levantar el cadáver y sacarlo fuera. Estaba bastante descompuesto, y
olía realmente mal. La piel estaba apergaminada, seca al tacto y presentaba
diversos colores según su grado de descomposición. El cuerpo estaba un poco
hinchado y los músculos muy rígidos.
El chico tendió el cadáver en el camino del
cementerio, perfectamente estirado. Después, dejó a un lado la pala y sacó del
bolsillo de su salwar las tres cosas que necesitaba: una vela, pedernal y
yesca.
Con sumo cuidado, se agachó frente al rostro
del cadáver. Primero abrió sus ojos; después su boca y allí introdujo la vela,
que encendió en pocos segundos.
Finalmente, se sentó con las piernas cruzadas
sobre el pecho del cadáver y le miró fijamente a los ojos. Éstos eran opacos;
hacía tiempo que no se podía ver la pupila.
El tiempo fue pasando mientras Bhagwan
continuaba allí sentado. La luz irradiada por la vela le deslumbraba aunque no
la mirara directamente. Pronto, su vista comenzó a cansarse.
Después empezó a ver pequeñas manchas.
Durante un momento creyó que las pupilas del cadáver habían vuelto a aparecer,
pero después se dio cuenta de que era sólo una ilusión. La luz de la vela era
demasiado intensa para la oscuridad de la noche.
Poco a poco, los contornos de la visión de
Bhagwan fueron retrocediendo en una nube negra. Con el tiempo, sólo quedó la
intensa luz de la vela y los ojos. Al final, sólo los ojos.
Debían de haber pasado muchas horas. Quizá
días. Sin embargo, seguía siendo de noche y la vela no terminaba de consumirse;
la cera goteaba en el interior de la boca del cadáver. Bhagwan era vagamente
consciente de que el tiempo había dejado de existir. Sólo existían los ojos.
Dos enormes globos blancos brillando en la oscuridad absoluta.
Y entonces, Bhagwan lo vio. Vio el Mal.
Supo que estaba viendo algo mucho más antiguo
y poderoso que la diosa Kali. Kali era sólo una de sus facetas; de hecho, ni
siquiera era una de sus facetas en su totalidad, sino mezclada con otra
personalidad e historia más compleja.
Y Bhagwan comprendió que el Mal era algo más
que lo que hacen los hombres. Y que llegaría. Podría tardar años, incluso
siglos, pero en algún momento llegaría aquí.
Y entonces, la vela se apagó.
Bhagwan se convirtió en el maestro de Kali
más importante. Sus disciplinas tántricas iluminaron a cientos de discípulos.
Su sabiduría casi se podía palpar.
Sin embargo, Bhagwan era ciego. La leyenda
contaba que en los ritos de iniciación, había estado tanto tiempo sin desviar
la mirada que la luz de la vela le había cegado. Pero no era cierta. La
realidad era que Bhagwan se llevó el pulgar y el índice a ambos ojos y se
hundió las uñas hasta dejarse ciego, porque lo que vio le impactó tanto que
quiso borrar la imagen de su mente como fuera. Pero nunca lo dijo.
Bhagwan llegó a ser el maestro más sabio de
toda la India. Sin
embargo, nunca fue feliz. Porque mirase a donde mirase, Bhagwan sólo podía ver
dos ojos. Dos enormes globos blancos brillando en la oscuridad absoluta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario