Estoy
en Amsterdam y compro una caja de trufas alucinógenas de 10 gramos. Mistery Mix
Purple, la más potente que tienen. En la caja pone que hay dos dosis, pero el
vendedor me dice que para un buen viaje debería tomarla entera (con sólo media
caja “haría click pero boom”, dice).
Así
que la tomo entera. Estoy en la habitación de hotel con tres colegas. Me siento
un poco impaciente, parece que no sube. Pasada una hora sí noto que me río con
más facilidad, me río bastante a lo largo de las conversaciones.
Después,
al salir a la calle, los sonidos se distorsionan, la orientación es más
difícil, la percepción del tiempo y el espacio varían un poco… no noto frío, a
pesar de que debe de hacer bastante. Me siento muy ligero.
Los
síntomas van variando hacia una sensación de bienestar y de lucidez muy
positivas. Siento ganas de hacer cosas, de conocer gente. Éste es el pico de
efectos positivos que voy a tener, y no es un viaje realmente espectacular, no
hay alucinaciones propiamente dichas, por ejemplo.
Tal
vez sea por no haber tenido el estómago lo bastante vacío… no sé. Pero parece
que los efectos ya se han pasado. Han pasado cuatro horas desde que he comido
la primera caja y compro y me como una segunda. Esto será un error,
probablemente. Lo cierto es que pensaba que cuatro horas sería tiempo de sobra
para que los efectos no se acumularan y decidir ya que podía duplicar la dosis.
Aún
así, las horas siguen pasando con normalidad. De la segunda caja ni siquiera
noto efectos en bastante tiempo… tal vez han pasado algo más de dos horas
después de comer la segunda caja, algo más de seis después de comer la primera,
y regresamos al hotel.
Impaciente
y decepcionado por no haber tenido tantos efectos como los deseados, pido unos
tiros de un porro a uno de los tres colegas en la habitación. No mucho, sólo
fumo unos tiros; creo, sin embargo, que esta pequeña dosis de hachís sumada a
una dosis tan alta de trufas puede ser el detonante principal del mal viaje. O
quizás no, quizás habría pasado de todas formas… no sé.
El
caso es que cuando apagamos la luz, mis movimientos son muy lentos, me cuesta
pensar. Estoy algo agobiado.
No
puedo dormir y empieza el mal tripi. No puedo pensar, pronto me encuentro
completamente fuera del tiempo: atrapado en una especie de bucle, de momento de
Eternidad. No hay filtro: una vez más, nadie lo explica mejor que Aldous
Huxley: las puertas de la percepción se han roto. Todo sucede a la vez. Todo
pensamiento, todo sentimiento, toda paranoia, todo recuerdo de cualquier época
de mi vida está asaltando mi cerebro a la vez, y no hay una consecución lógica:
cada momento no precede ni sucede a ningún otro, sencillamente no existe el
paso del tiempo, todo es a la vez.
Sé
que el paso del tiempo tal y como lo conocemos no existe y es sólo una ilusión
de la mente humana en base a conclusiones de las obras de Einsten y Minkowski,
por lo que siempre había querido vivir uno de estos momentos de Eternidad, pero
pensaba que sería mucho más agradable. En este caso, es muy angustioso.
Me
siento patético y humillado y no sé muy bien por qué. Creo que todo empieza por
una débil base real sobre lo caro que es todo en Amsterdam en relación a lo que
estoy acostumbrado y, a partir de ahí, mi mente paranoica sobredimensiona
totalmente esto. Me siento como si me hubieran robado a punta de navaja hasta
el último céntimo, como si esta ciudad me hubiera masticado, exprimido y
escupido. No son pensamientos racionales y, sin embargo, por algún motivo me
siento terriblemente humillado. Tampoco puedo moverme más allá de hacer algunos
gestos extraños.
No
quiero molestar a los demás, que ya están durmiendo, pero necesito ayuda. Sigo
atrapado en un bucle y no estoy seguro de cuándo he hablado finalmente en voz
alta y cuándo era sólo mi discurso interno el que pedía ayuda: probablemente,
formulo frases de ayuda en mi cabeza docenas de veces –parecen cientos- antes
de pronunciar alguna en voz alta.
Digo
algo así como “Chavales, necesito ayuda. Me encuentro mal, me han sentado mal
las trufas, demasiadas trufas”. Los otros se despiertan y encienden las luces
para ver cómo estoy, pero tampoco puedo explicar qué me pasa exactamente.
Apenas puedo hablar y no sé qué es lo que pienso y qué es lo que digo en voz
alta. Sólo me salen palabras sueltas, no puedo formular frases coherentes, sólo
repetir vagamente ideas acerca de que me encuentro mal por comer demasiadas
trufas, que no puedo dormir ni pensar ni salir del bucle en el que estoy
atrapado. Todas estas frases se mezclan con absolutamente cualquier tipo de
pensamiento: desde recuerdos de la infancia hasta frases de películas, libros o
vídeos virales, lo mismo da. Como decía, no hay filtro, todo viene a mi cabeza
a la vez. Cada frase la digo en distinto volumen, distinto tono, incluso
distintos acentos. No parece tener sentido.
Aunque
el tiempo es imposible de calcular en ese momento, ahora calculo que habrían
pasado unos veinte minutos desde las caladas al porro, varias horas desde las
últimas trufas comidas. De ahí que crea que el hachís pudo actuar como
detonante, porque el mal viaje se produce poco después de su consumo: posiblemente
mezclarlo con las trufas fuera la gota que colmó el vaso.
De
todas formas, tampoco es que puedan hacer mucho por ayudarme, así que sigo
diciendo cosas incoherentes en voz alta. Con el paso del tiempo, terminan
apagando la luz, deseando que se me pase el viaje y volviendo a dormirse,
mientras yo continúo hablando solo.
Lo
siguiente que sé es que me despierto por la mañana. Me sorprende haberme
dormido, pero es como si no lo hubiera hecho. Aunque debo de haber dormido
varias horas, me siento como si no hubiera dormido ninguna en absoluto,
totalmente reventado.
A
duras penas puedo cambiarme, hacer la maleta y bajar del hotel; cada paso se va
volviendo más y más difícil, supone un enorme esfuerzo. Tengo una sensación de
náusea constante. Al menos ya soy consciente del paso del tiempo y no digo
cosas incoherentes, aunque sigue costando mucho pensar.
Mientras
desayunan –yo no tengo apetito- vuelvo a entrar en un pequeño bucle de agobio,
aunque menos intenso. Me agobio por cómo voy a poder llegar al aeropuerto, a
hacer lo que debo de hacer, si apenas puedo moverme ni hablar.
Finalmente,
consigo levantarme e ir al baño, con intención de vomitar. Sé que las setas
deben de estar digeridas de sobra, pero la sensación de náusea sigue ahí. Una
vez en el baño –y a pesar de que está toda la taza meada, que ayuda- no consigo
vomitar, ni siquiera forzando el reflejo emético. Pero, a efectos prácticos,
funciona: tras unas cuantas arcadas, a pesar de no vomitar, me siento como si
lo hubiera hecho, la sensación de náusea desaparece y me encuentro más
despejado.
Las
próximas horas sigo aturdido, como estando aún bajo los efectos de las trufas;
poco a poco, este aturdimiento que identifico más con las trufas se va
convirtiendo en uno más semejante al puro sueño y agotamiento.
Es
eso lo que siento, vaya: sueño y agotamiento. He debido de dormir más de cinco
horas, pero me siento como si no hubiera dormido ninguna. Alguno de los colegas
comenta que no estoy acostumbrado a dormir tan poco durante varios días, y
lleva cierta razón en eso; pero sé que se equivoca al pensar que de ahí viene
mi estado. O sea, hasta cierto punto, conozco mi cuerpo: sé que si sólo duermo
cinco horas voy a pasar mucho sueño y cansancio a lo largo del día, pero ni de
lejos hasta este punto. Me siento como si no hubiera dormido nada:
sencillamente, parece que, al dormir bajo los efectos de las trufas
alucinógenas, no he podido descansar en absoluto, las horas de sueño no han
cumplido su función. Me quedo dormido hasta al sentarme en una terraza, nunca me
había pasado eso.
Podría
seguir contando lo mal que me va intentando permanecer despierto, pero creo que
se entiende: el objetivo del trip report es analizar las consecuencias del
consumo y una es no haber descansado, sin más. Sí cabe mencionar cierta diarrea,
no muy fuerte, y el exhaustivo control al que me sometieron en el aeropuerto,
probablemente al ver síntomas claros de haber consumido drogas en mi cara (o
igual sólo porque son unos cabrones, que también puede ser).
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