Va un experimento extraño, un collage. Básicamente son fragmentos de textos de Jack, William Burroughs, Benedetti, Alan Moore y míos mezclados e intentando darles coherencia.
Cuando oigas ese pitido tras tus
orejas, es que la Muerte va por ti.
Una vida hecha escombro, pero si
rectificar puede ser más fuerte que antes que se destruyeran los usurpadores
fascistas.
Si vivir es un regalo, prefiero
soñar el sueño y no las pesadillas.
Prefiero que nos devuelvan el
color que nos robaron. Recuperarlo en un mágico momento, en la Ciudad Eterna.
Devolvednos los colores que
robasteis de nuestro mundo y usasteis para el vuestro.
Devolvednos el rojo que robasteis
para vuestras banderas mentirosas y vuestros anuncios de Coca-Cola. Devolvednos
ese rojo al clítoris y al pene y la sangre y el sol.
Devolvednos el azul que robasteis
y embotellasteis y distribuisteis en cuentagotas de droga. Devolvednos el azul
que robasteis para vuestros uniformes de policía. Devolvednos ese azul al mar y
al cielo y a los ojos de la tierra.
Devolvednos el verde que robasteis
para vuestro dinero. Y tú, Mano Muerta Aferrando al Pueblo Legumbre, devuelve
el verde que robaste para tu Negociado Verde y para vender a los pueblos de la
tierra y embarcarte en el primer bote salvavidas disfrazado de mujer. Devolvednos ese verde a las flores y la
jungla al borde del río y el cielo.
Y lo hacen. Recuperamos los
colores.
Las paredes se van, queda la noche
llena de color.
Las nostalgias se van, no queda
nada.
El Espacio y el Tiempo se pliegan,
como un abanico pintado. La década y la distancia se desploman en una
calcedonia roja traslúcida magnífica del Aquí y el Ahora.
En esta ciudad, están contenidas
todas: las que desaparecieron, las que vendrán, o aquellas que nunca fueron, en
una simultaneidad grandiosa. Despojada de sus circunstancias terrenales,
Londres es Nínive, Bizancio, es la Jerusalén de Blake y el Dublín de Joyce.
Toda la Historia en miniatura,
comprimida ocurriendo ahora mismo en sus callejones y esquinas. Roma se alza y
cae en los montones de basura de las afueras del mercado, regida por una
sucesión de Césares moscardones. Caín acaba con Abel
en los adoquines escarlatas de una pelea de gallos. Paris le hace un dedo a Helena
en el callejón de una taberna. La luz furiosa de Dresde, Cartago, Nagasaki,
lanza una mirada de ira desde el brasero de la herrería.
Todo el Tiempo y todo el Ser se
concentran en un simple punto colorido, todas las cosas arden con símbolo, con
significado.
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