Durante algo más del último siglo,
la sociedad ha ido cambiando y evolucionando a pasos agigantados. Se puede
hablar mucho de estos cambios, y en esta ocasión yo he decidido centrarme en
dos de ellos.
Por un lado está el cine; o, siendo
precisos para lo que me interesa en este caso, el arte de narrar historias de
ficción en una producción audiovisual, sea para una sala de cine propiamente
dicha o para su emisión en televisión.
Por otro lado, está la policía: un
cuerpo con la función de mantener la ley y el orden, que va avanzando a lo
largo del segundo milenio, reemplazando algunas de las funciones del ejército y
añadiendo otras nuevas, hasta el punto de que en el siglo XXI tiene unas
características y unas funciones inimaginables unos siglos atrás.
Creo que se puede establecer una
relación interesante entre ambos: si bien al principio no es muy fuerte, poco a
poco el género policíaco va convirtiéndose con derecho propio en toda una
variedad dentro del cine. Conforme la policía adquiere más presencia, poder y
funciones en la sociedad, esto se va reflejando cada vez más en el cine. Las
producciones audiovisuales actúan por un lado como reflejo de la importancia
que va adquiriendo la policía dentro de la sociedad; por otro lado, se
adelantan, ofreciendo con un propósito propagandístico historias en las que se
nos venden las nuevas funciones que van a adquirir los cuerpos policiales para
que nos acostumbramos a ellas y las aplaudamos.
Acabada la introducción, empieza el
análisis. Veamos cómo va evolucionando esta relación.
La primera película policíaca podría
considerarse Histoire d’un crime (1901).
Aquí vemos cómo un hombre comete un asesinato, es arrestado por la policía y
ejecutado. Es una estructura policíaca típica que, sin embargo, no será muy
frecuente en los próximos años.
Será más frecuente que la policía no
tenga mucha carga argumental y aparezca como simple resolución de la historia,
para llevarse al criminal una vez ya se ha resuelto el nudo. Esto lo vemos en
obras como Le chemineau (1905) o Suspense (1913).
En mi opinión, esto se explica a raíz
de la concepción del cine como un arte burgués. El cine está en pañales; apenas
hay cineastas en todo el mundo y, quienes lo son, son personas de clase
acomodada que pueden permitirse invertir en instrumentos muy poco habituales en
la época. Cualquiera no puede hacer una película. Esto explica que, desde la
visión burguesa, la policía sea un elemento que aparece ocasionalmente siempre
para ayudar a los protagonistas arrestando a un criminal de una clase social
más baja, a menudo vagabundos, de hecho.
Mientras nos quedamos con esta visión
de la policía transmitida por el cine, me gustaría detenerme en La pólice en l’an 2000 (1910) por
darnos una curiosa visión. Esta película futurista nos traslada a 90 años al futuro,
donde se nos muestra una policía que usa zeppelins y potentes catalejos,
sobrevolando la ciudad para detectar los delitos con extraordinaria rapidez y
eficacia. Para atrapar a los ladrones usa unos brazos mecanizados que los
captura desde las alturas.
Lo más curioso de esta historia es
que la policía no lleva pistolas. Y es que, en 1910, la policía no llevaba
pistolas y los cineastas no podían prever que 90 años después sí las usarían.
Visto desde esta perspectiva, ¿cómo habría sido una película de ficción que
mostrara la pistola como una característica reconocible de la policía?
Probablemente habría sido del género distópico, y eso es lo que me resulta
curioso y quería remarcar: desde la perspectiva de 1910, vivimos, en nuestras
vidas reales, en una distopía en la que nos hemos acostumbrado a que los
policías lleven pistola y nos parece lo más normal del mundo.
Si continuamos avanzando, ¿Los ladrones son deshonestos? (1918) nos
muestra la transición entre esta visión de la policía como un elemento que
aparece para ayudar a los protagonistas y detener a los delincuentes de clase
baja y una visión más cómica.
Esta visión cómica se desarrolla más
claramente en films como Charlot,
maleante (1916), Just rambling along
(1918), El hombre mosca (1923) o
Another fine mess (1930). En estas
historias, los policías funcionan como elementos cómicos gracias a su
incompetencia.
Los policías son torpes, son
engañados con facilidad por los delincuentes, que empiezan a ser protagonistas
y con los que el espectador simpatiza. El cine, aunque sigue siendo un arte
burgués, ya no tiene una ideología burguesa tan marcada, pero es debido a la
carga del humor. El policía pasa a ser en ocasiones un elemento al que el
espectador puede mirar por encima del hombro y del que puede reírse.
Probablemente esta transición es un reflejo de cómo el cine empieza a
convertirse en un espectáculo de masas y, por tanto, a desprenderse de esa
visión burguesa. Chaplin, cuya obra es mencionada en el párrafo anterior, nació
en un campamento gitano, lo que es un indicativo claro de esta transformación
del cine.
Pero, fuera del mundo del humor,
empieza a nacer un género policíaco más serio, como vemos en M, el vampiro de Düsseldorf (1931) o El testamento del dr. Mabuse (1933).
Aquí los policías vuelven a tener mucho protagonismo, el espectador vuelve a
simpatizar con ellos y se les ve resolviendo crímenes… o no, pero, al menos,
intentándolo de forma seria.
Tengamos en cuenta que, de forma
paralela, está empezando a nacer el cine noir. No quiero centrarme mucho en él,
porque este artículo trata sobre cine policíaco, y considero que el noir es un
género distinto. Yo llamaría cine noir a aquel cuyo antagonista es un criminal,
pero los protagonistas son detectives privados a veces, u otros criminales, incluso.
Es decir, este tipo de cine muestra el submundo criminal pero sin una presencia
importante de la policía; o, a veces, sin una presencia de la policía en
absoluto. A veces, se cruza con el género policíaco (de hecho, podríamos
considerar que la mencionada M, el vampiro de Düsseldrof anda a caballo entre
el género noir y el policíaco), y otras veces, sólo influye indirectamente en
él.
Esta nueva tendencia incluso se deja
ver en los films más humorísticos, en los que la policía sigue siendo
ridiculizada, pero ya no siempre como un elemento secundario del que se ríe el
protagonista, sino que a veces son también policías los protagonistas, como en Patrulla de medianoche (1933).
Los años 40 suponen el clímax del
cine noir. Las fronteras entre noir y policíaco se desdibujan, y las películas
policíacas están repletas de elementos noir, como los villanos carismáticos y
con motivaciones, o protagonistas más humanos. De hecho, a veces, los
protagonistas son una especie de antihéroe, contrastando así con los policías
más planos e idílicos del género policíaco de una década atrás. Los policías ya
no son sólo policías perfectos: son humanos, tienen preocupaciones, cometen
errores.
Esto lo podemos ver en El tercer hombre (1949) o El perro rabioso (1949). En esta última
también me tengo que detener para señalar que es el primer precedente claro del
cine bud cop, el subgénero policíaco en el que los protagonistas son una pareja
de policías que, de una forma u otra, tienen personalidades contrapuestas que
chocan y se equilibran a la vez. Pueden ser un policía novato y uno veterano,
uno muy torpe y uno muy hábil, uno muy cómico y uno muy serio, un hombre y una
mujer… o diversas combinaciones de esto a la vez, claro.
Pero el cénit del bud cop no lo
veremos hasta los años 80; mientras tanto, en los años 50, el género noir
retrocede. Se conserva la idea de que los policías que protagonizan las
películas sean humanos y cometan errores, pero estos errores ya no son de
índole moral: se ha vuelto al maniqueísmo más clásico, a la estructura policía
bueno vs. delincuente malo, con pocos grises entre medio. Esto lo vemos en
películas como Yo confieso (1953), Crimen perfecto (1954), Sed de mal (1958) o Vértigo (1958).
Dicha estructura se mantiene durante
los años 60, con El confidente (1963),
El infierno del odio (1963) o En el calor de la noche (1967). Es
posible que, muy ocasionalmente, también se puedan mostrar a policías haciendo
cosas poco éticas: pero son, aún dentro de la propia película, casos aislados,
“manzanas podridas”.
Las comedias en las que se ridiculiza
a la policía han pasado ya de moda, aunque podemos ver alguna, en un ejercicio
nostálgico, como La Pantera Rosa (1963)
o El show de Benny Hill (1969-1989).
Los años 70 nos traerán muchos
cambios y novedades, así que vayamos poco a poco. Lo más destacable es que esta
tendencia a mostrar al policía como bueno empieza a sufrir una exageración
grotesca cuando se nos vende como bueno, a la vez que tiene algunas
características de antihéroe, pero éstas no son criticadas como en los años 40,
sino aplaudidas.
Esto es, aparece la figura del
policía extremadamente eficaz gracias a su tendencia a desobedecer las normas.
Las normas son vistas como una limitación de un Estado progresista que mima y
protege a los criminales; el policía realmente eficaz, conservador y violento,
debe saltarse esas normas que le impiden amenazar y matar a delincuentes,
registrar sus hogares sin una orden judicial, etc.
En este marco encontramos películas
como Bullitt (1968) o Harry, el sucio (1971) y sus secuelas.
Las películas no sólo hacen propaganda de este héroe ultraconservador que se
salta las débiles leyes progresistas, sino también de las nuevas funciones
policiales. Desde que ha empezado este artículo hasta este momento, las leyes
han cambiado mucho: por ejemplo, en 1901, en casi todo el mundo eran legales
todas las drogas. Desde esa perspectiva, no se concebía que el Estado pudiera
perseguir las sustancias con las que uno mismo se embriaga voluntariamente,
bajo su propio riesgo. Sin embargo, las progresivas campañas de ilegalización y
la forma en que se han extendido por todo el mundo, con el Tratado de Versalles
y posteriormente las Convenciones Únicas de la ONU de 1961 y 1971, han
sumergido al mundo en la llamada “guerra contra las drogas”. Las películas
policíacas empiezan a estar centradas en esto y a vender esta realidad, como es
el caso de The french connection, contra
el imperio de la droga (1971), cosa que unas décadas antes habría sido
impensable.
Cabe mencionar también que el villano
de Harry, el sucio está vagamente inspirado en un asesino real, si bien el
resto de la película es puramente ficticia. La adaptación de hechos reales al género policíaco no es nada frecuente, y
la excepción más notable será Serpico
(1973). Pero Serpico no es una excepción sólo en ese aspecto: también lo es
en la crítica social que ofrece. Al fin y al cabo, por fuerza el realismo debe
mostrar abusos policiales, que son frecuentes, en la vida real, por lo que, casi siempre,
realismo y crítica social van de la mano.
Serpico será una rara excepción en
estos aspectos y no veremos muchas películas como ésta en los años 70-80;
quizá, mientras aún duran los años 70, las críticas a la policía se vean más
frecuentemente en esas películas que pertenecen más al género noir o al
subgénero de gángsters que al género policíaco propiamente dicho; aunque, como
se ha señalado antes, son géneros bastante parecidos y que a menudo se cruzan.
Así, por ejemplo, en la alabada El
padrino (1972), la policía juega un papel muy secundario, pero este papel
consiste básicamente en ser presentados como un cuerpo ineficaz que más bien
sirve al crimen organizado, en lugar de combatirlo.
Las que sí empiezan a surgir en esta
década son las series de TV policíacas, con su estructura típica. Cuando hablo
de “estructura típica” quiero decir que en cada capítulo se presenta un nuevo
caso, se produce un nudo, una investigación, y se resuelve atrapando al
criminal. Cada capítulo tiene presentación, nudo y desenlace, siempre de un
caso distinto, siempre resuelto de forma satisfactoria. De esta forma, si el
espectador se pierde un episodio, no pasa nada: son todos un calco. Entre estas
series podríamos mencionar Colombo
(1971-1978), Barney Miller
(1974-1982), SWAT: Los hombres de
Harrelson (1975-1976), Starsky y
Hutch (1975-1979), Hill Street Blues (1981-1987)… o incluso pueden verse
acompañadas de elementos ficticios, como El
coche fantástico (1982-1986) y además ser de dibujos animados, enfocadas al
público mas joven, como El inspector
Gadget (1983-1986).
La gran mayoría de estas series sigue
compartiendo las características que mencionaba antes: tendencias nuevas como
la lucha contra las drogas y policías más conservadores que el propio Estado,
que consideran a éste una limitación para hacer su trabajo correctamente. De
hecho, puede pasar que el policía sólo pueda resolver el caso después de que su
superior le obligue a entregar la placa por desobediencia. Como he mencionado
de pasada, el género del bud cop se hace bastante popular. Ah, y mencionar también
que los policías setenteros como Starsky y Hutch pueden llevar vidas muy cool y
glamourosas.
Estas tendencias más o menos se
mantienen en películas como Límite: 48
horas (1982) o Manhattan sur (1985),
nuevas series del mismo estilo como Miami
Vice (1984-1990)… también las comedias policíacas se transforman. Pueden
seguir estando protagonizadas por policías incompetentes, como en los años
20-30, pero esta vez no hay delincuentes más inteligentes que también se rían
de ellos y los ridiculicen, sino que también los delincuentes son
incompetentes. Se puede ver en Superdetective
en Hollywood (1984) y sus secuelas, en Loca
academia de policía (1984) y las suyas o en Agárralo como puedas (1988) y las suyas. Es decir, incluso cuando
se ridiculiza a la policía, se hace con más respeto que en décadas anteriores,
puesto que los delincuentes ya no parecen superiores a ellos, y los policías
salen triunfantes al final de la película. La propaganda cinematográfica al
servicio de la policía está alcanzando su cénit.
Quizá Los intocables de Eliot Ness (1987), en su conclusión, lo deja aún
más claro. El reportero pregunta al policía protagonista algo así como “¿Qué va
a hacer cuando se revoque la Ley Seca?”, a lo que éste contesta: “Tomarme una
copa”. Es decir, al policía le gusta el alcohol, pero lo persigue, porque es lo
que dice la Ley. El policía no puede pensar por sí mismo, es una máquina, y la
Ley es un libro sagrado que hay que obedecer al pie de la letra para hacerla
cumplir, pero no cuando protege al criminal (unas escenas atrás, ese mismo
protagonista que muestra su sumisión a la ley a la hora de perseguir el
alcohol, arrojaba ilegalmente a un delincuente desde una azotea para matarlo,
ante el temor de que quedara libre). Lo curioso es que esto no se nos vende como
crítica, sino como algo cool: Eliot Ness tiene clase cuando asesina a un
delincuente en lugar de arrestarle, y tiene clase cuando muestra su sumisión a
la ley por perseguir a delincuentes por algo que a él mismo le gustaría hacer.
Pero aún quedaba una vuelta de tuerca
más: sin meter elementos demasiado ficticios como en el caso de la ya
mencionada serie El coche fantástico o de la película Robocop (1987), aparece el superpolicía, que ya no sólo tiene una
excelente puntería disparando y una gran habilidad conduciendo para persecuciones
en coche, sino que directamente realiza todo tipo de acrobacias prodigiosas e
imposibles en su labor. Tenemos claros ejemplos en Cobra, el brazo fuerte de la ley (1986), Arma letal (1987) y sus secuelas o La jungla de cristal (1988) y las suyas.
Nótese también la gran predominancia
del cine estadounidense en el mercado del cine policíaco; casi todas las
películas y series que se han hecho conocidas a lo largo de estas últimas
décadas provienen de EEUU.
Quizá ahora sí que hemos alcanzado el
cénit de la propaganda al servicio de la policía: tenemos policías que están
dispuestos a hacer cumplir leyes ridículas por la fuerza, pero saltándoselas para
cometer abusos policiales, y además son máquinas de matar que pueden saltar de
edificio en edificio o sobrevivir ellos solos a un tiroteo contra docenas de
criminales. Podríamos debatir si esta completa ausencia de crítica social y
este servilismo a la autoridad están relacionados con la época en la que Ronald
Reagan estaba en la Casa Blanca. En cualquier caso, y afortunadamente, alcanzar
el cénit también significa que la cosa tiene que mejorar por fuerza.
Como a lo largo de la década anterior
hemos visto aparecer nuevos subgéneros y desarrollarse otros, tenemos ahora una
variedad mayor que puede ser continuada por distintos derroteros. Así, podemos
encontrarnos con series más tradicionales como Ley y orden (1990-2010) o NYPD
Blue (1993-2005). Otras continúan con el género del superpolicía, como Walker Texas Ranger (1993-2001). El bud
cop mezclado con comedia lo podemos encontrar en películas como Dos policías rebeldes (1995). A su vez,
Expediente X (1993-2002) coge el
género bud cop y se limita a añadirle algunos elementos sobrenaturales. Más
original es Twin Peaks (1990-1991),
que contó también con una tercera temporada tiempo después (2017) y que aprovecha la estructura clásica de las historias
policíacas para ir desarrollando algo que no tiene nada que ver.
Pero más interesante resulta ver que,
poco a poco, la época de máxima glorificación de la policía se va pasando y
vuelve a surgir cierta crítica con películas como Teniente corrupto (1992). La crítica a la corrupción no suele ser
sutil, y tiene mucho ver con saltarse todas las leyes y normas internas: no se
plantea tanto la idea de que un policía pueda cometer abusos policiales cuando
la ley le ampara en ello. Incluso podemos ver cierta dualidad entre policías
que se saltan la ley para ser más eficaces y son “buenos” y policías que se
saltan la ley por interés personal y son “malos”, como en Instinto básico (1992).
Con todo, siguen siendo habituales
las estructuras típicas de series policíacas, sin innovar en absoluto. Es el
caso de Rex, un policía diferente
(1994-2004), que posteriormente fue alargada (2008-2015) o Alerta Cobra (1996-actualidad).
Pero la tendencia a añadir un poco más de crítica social y volver a hacer a los
policías más humanos frente al superpolicía impecable de los años 80 continúa
desarrollándose. Aparecen, por tanto, películas como Clockers (1995), Sospechosos
habituales (1995), Se7en (1995),
Lone star (1996) o Negociador (1998), en las que podemos
ver esto en mayor o menor medida.
Esto no quita que se sigan explorando
las posibilidades de la mencionada variedad de subgéneros. Así, por ejemplo, Hora punta (1998) y sus secuelas pueden
mezclar subgéneros como el bud cop, el superpolicía y la comedia.
Conforme llegamos al siglo XXI,
continúan las típicas series policiales como CSI: Las Vegas (2000-2015) y sus múltiples secuelas y spin-offs, o Bones (2005-2017). Sin embargo, en el
caso de estas dos cabe señalar una característica en común: ambas están
centradas en la ciencia forense y aprovechan las nuevas tecnologías para buscar
presentárselas al espectador y entretenerle con ello. En ocasiones las exageran
más, en otras se apegan a la realidad, pero ambas series nos presentan técnicas
para encontrar a un asesino que no existían unos pocos años antes.
Pero, en otros productos como la
película Training day (2001),
aumentan las críticas a la labor de la policía.
A su vez, entrar en el siglo XXI
implica la posibilidad de hacer series de TV más complejas, aunque CSI o Bones
no aprovechen dicha posibilidad. Si hacía unos años era más habitual que todos
los episodios copiasen la misma estructura, que cada uno de ellos tratase un
caso distinto que siempre se resolvía de forma satisfactoria, ahora se han
popularizado los DVDs, internet… o, dicho de otra forma, es más improbable que
un espectador se pierda un episodio, porque tiene más posibilidades de verlo aunque
no esté frente a su TV a la hora en que lo emiten. Esto permite que cada
temporada de TV se pueda convertir prácticamente en una película de 10 horas, y
que un caso se alargue durante varios episodios.
Empezamos a ver esto en The shield: Al margen de la ley (2002-2008),
más tímidamente al principio. The shield sigue el día a día de varios
personajes distintos, algunos de los cuales resuelven un caso en cada episodio,
como en la estructura típica de las series policíacas, mientras que otros
siguen casos que se alargan durante varios episodios o hasta varias temporadas.
Pero más interesante es que la crítica social y el realismo se meten por fin de
lleno: nada tienen que ver estos policías con los de los años 80. Muchos de
ellos son totalmente corruptos; otros, no tanto, pero hacen alguna “trampa” de
vez en cuando. Se empiezan a introducir conceptos para el espectador como la
burocracia, las comisarías que compiten entre sí por aumentar su tasa de
delitos y que a su vez también hacen “trampas” para intentar que ésta suba, los
intentos de los policías por quedar bien ante los medios de comunicación, etc.
Estas tendencias se pueden ver con
más claridad, por supuesto, en la alabada The
wire (2002-2008), que desde el principio nos muestra también la perspectiva
de los delincuentes, nos presenta casos que se alargan durante toda la
temporada y un realismo absoluto. Esto se entiende considerando que sus
creadores son David Simon, antiguo reportero de investigación, y Ed Burns,
antiguo detective de homicidios, y basan la mayor parte de las tramas en hechos
reales más o menos modificados. Los policías ya no son caricaturas ni del bien
ni del mal: son lo que son, funcionarios armados, y mostrar la realidad de
forma tan clara también sirve como crítica social.
Abierta esta veda, podemos seguir
avanzando en los años con películas más o menos típicas pero con cierto toque
realista y, a menudo, con crítica social. Podemos ver Crónica de un asesino en serie (2003), Infiltrados (2006), Zodiac
(2007) o Tropa de élite (2007);
lo que no quita que siga habiendo producciones de los otros géneros que ya
hemos visto, como es el caso de la comedia en Arma fatal (2007).
Esto no quita que surjan nuevas
series siguiendo la estructura típica de finales del siglo XX, como Mentes criminales (2005-actualidad), Castle (2009-2016), Hawaii 5.0 (2010-actualidad) o Chicago PD (2014-actualidad). También,
de la misma forma que Expediente X imitaba completamente esta estructura pero
añadiendo elementos sobrenaturales, podríamos citar Grimm (2011-2017); o, en menor medida, El mentalista (2008-2015).
Pasando a la siguiente década, se
puede decir que la tendencia se mantiene, así como la variedad de géneros.
Tenemos películas que siguen las tendencias de la década anterior, como No habrá paz para los malvados (2011), Sin tregua (2012) o Comanchería (2016), que nos permite dar
también mucho protagonismo a los delincuentes y simpatizar con ellos. Esto no
quita que se sigan produciendo comedias típicas con bud cop, como Infiltrados en la universidad (2014).
Encontramos también que algunas
series sí aprovechan el legado de The shield y The wire de romper la estructura
típica para ofrecer una historia más compleja, y aprovechar de paso para que
sea más realista: es el caso de True
detective (2014) y sus secuelas o Luther
(2010-2019).
Como conclusión, yo diría que estamos
en un momento interesante. Existe una amplia variedad de subgéneros, y parece
que en la mayor parte de ellos ha quedado ya atrás la tendencia a glorificar y
justificar a la policía, la más pura propaganda política. Muchos productos
actuales siguen buscando empatizar con el policía protagonista, pero al menos
desde una perspectiva más realista y permitiéndose ofrecer cierta crítica
social aún así.
Quizá incluso podamos relacionar esta
tendencia con protestas contra los abusos policiales como las que se dieron en
Baltimore en 2015; o quizá no. Después de todo, probablemente las protestas
contra abusos policiales más recordadas de la historia reciente de EEUU son las
de Los Ángeles en 1992, y aquellas se dieron precisamente cuando más descarado
era el cine propagandístico a favor de la policía… así que quizá la imagen de
la policía que transmite el cine no cale tanto en la mente del espectador como
podemos pensar. ¿Puede notarse más la tendencia al revés? ¿Puede que el
resurgimiento de las películas críticas con la policía a raíz de Teniente
corrupto se deba al mismo cambio de percepción en la ciudadanía que desembocó
en las protestas de Los Ángeles, aquel mismo año?
En cualquier caso, y aún si la
relación mutua entre realidad y cine respecto a la percepción de la policía es
más bien débil, yo, personalmente, veo con buenos ojos que en el cine se siga
transmitiendo la realidad de que la policía miente y comete abusos con
demasiada frecuencia.
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