Sola, la
Mente repasa sus recuerdos; pues, al fin y al cabo, no tiene
sentidos –ni los necesita- y no puede hacer otra cosa que pensar.
A su alrededor sólo hay vacío, excepto quizá por alguna
partícula aislada, pero es irrelevante. El Big Freeze ha llegado. La entropía
ha alcanzado su punto máximo, y el Universo entero ha fallecido por una muerte
térmica. La energía está distribuida de forma uniforme por todo el infinito, de
manera que nunca hay una fluctuación lo bastante grande como para permitir
cualquier tipo de trabajo, ni tan siquiera para permitir la existencia de la
materia como tal. Sin embargo, la
Mente sobrevive.
El Big Freeze no ha sido una sorpresa, desde luego. Los
científicos lo vieron venir hacía incontables millones de años. Sencillamente,
todo dependía de la gravedad: si ésta podía volver a juntar todas las
partículas del Universo, seguramente volverían a condensarse en un único punto
y, tal vez, volvería a haber un Big Bang; pero si la gravedad no era lo
bastante fuerte… y no lo fue.
Por supuesto, en aquel momento no parecía haber modo de
evitarlo… algunos hablaron de seres compuestos por partículas, pero aquello era
pura ficción. ¿Cómo se iba a conseguir?
Y un día, alguien tuvo una idea. Entrelazamiento cuántico.
De esta forma, con información transmitiéndose instantáneamente de un lugar a
otro, daba igual que el Universo se expandiera hasta el infinito: podría haber
seres que siempre sobrevivirían.
Se le dio muchas vueltas a la idea. ¿Había que crear una
civilización de seres así? Los últimos avances en genética permitían diseñar la
vida desde cero, pero diseñar ADN usando sólo determinadas partículas parecía
realmente complicado.
Por tanto, la solución sería crearme a mí. La
Mente. Un ordenador cuántico que pudiera
transmitir información entre sus partículas independientemente del espacio y el
tiempo.
La ciencia informática y la neurológica –pues al fin y al
cabo tenía que ser capaz de pensar- estaban lo bastante avanzadas como para
empezar. Pero crear una mente desde cero implicaba tener que interconectar las
partículas una a una. Era un trabajo de miles de millones de años.
Las subvenciones cubrieron buena parte de los gastos, pero
hubo muchas donaciones. Especialmente, actores o músicos millonarios que tenían
interés en que sus obras perduraran para siempre. A esto se le añadió otra
ventaja: las donaciones de particulares eran compensadas con un pequeño hueco
en la Mente. De
esta forma, cualquiera podía alcanzar la inmortalidad –en cierto sentido- a
cambio de una suma de dinero.
Hubo que cambiar el proyecto de planeta muchas veces,
conforme los soles en torno a los que orbitaban iban muriendo; pero predecirlo
siempre era fácil, y contaban con milenios de ventaja en cada ocasión.
Todos fueron cayendo, uno a uno. La tecnología
estaba cada vez más avanzada y había sistemas que aprovechaban la energía y la
materia de formas que millones de años antes eran impensables, pero eso sólo
consiguió retrasar el crecimiento de la entropía. El Universo era cada vez más
grande, más frío y más oscuro.
Al fin, la
Mente estuvo lista. Los últimos supervivientes murieron
sabiendo que lo habían conseguido. Ya no quedaba nada más en el Universo; sólo la Mente , recordando
eternamente trillones de vidas, de historias, de canciones y de poemas.
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