miércoles, 2 de julio de 2014

La violencia en la lucha por los derechos humanos



Esto es un trabajo que entregué en segundo curso de carrera, es decir, hace algo más de un año. Saqué un 9,5, lo que no está nada mal para un trabajo con este tono entregado en una universidad privada, con un profesor jesuita; creo, por tanto, que todo el mundo lo encontrará interesante, independientemente de su ideología. El objetivo del trabajo era un resumen y crítica del libro ¡Indignaos!, del difunto Stéphane Hessel, seguido por un debate en torno alguna de sus ideas. Yo escogí debatir en torno a la posibilidad de un cambio social pacífico, la idea que inspiró el movimiento de los indignados, el 15-M, etc. He decidido suprimir la primera parte del trabajo para el blog, por considerarla poco interesante; sin embargo, lo comento, ya que el debate también tiene varias referencias a Hessel, y quería señalar que se deben a esta estructura original del trabajo.


Hay un debate importante en torno al uso de la violencia en manifestaciones, protestas, huelgas y otros actos. Para ello, tal vez lo mejor sea repasar qué procedimientos han tenido éxito anteriormente, y explicar por qué.

En primer lugar, debemos establecer cuál es la causa por la que se lucha. Creo que los Derechos Humanos redactados tras la II Guerra Mundial son un buen principio en el que coincide la inmensa mayoría de la gente, independientemente de su ideología; podríamos, por tanto, contar como objetivos de una revolución el derecho a la vivienda, o la lucha contra un régimen que viole los DDHH, o la lucha por los derechos de una minoría, o por mejores condiciones de trabajo.

Otro punto que hay que aclarar lo antes posible es qué se considera violencia. ¿Violencia contra las personas, o contra los objetos? Por ejemplo, la jornada de trabajo de 8 horas se consiguió en España tras la huelga de la Canadiense. Durante dicha huelga, los trabajadores cortaron el suministro eléctrico de toda Barcelona, se produjeron disturbios contra la policía, y destruyeron material de la Canadiense; si bien no hubo ningún muerto ni heridos graves (aunque sí los hubo en disturbios producidos unos meses después que tenían su raíz en dicha huelga). ¿Se considerarían como violencia esos disturbios y ataques contra las propiedades de diversas empresas? Probablemente, la opinión generalizada de los medios de comunicación actuales es que sí, de modo que a lo largo del trabajo consideraré también como violencia los disturbios y los piquetes de las huelgas, si bien marcando una diferencia clara con los movimientos normalmente más conocidos como “terroristas”, y actos como poner bombas o atentar contra personas. No obstante, como bien dice Hessel, esta diferencia, en un contexto lingüístico, parece estar diluyéndose (“Hay que ser israelí para calificar como terrorista la no violencia”).
Una vez aclarados estos conceptos básicos, creo que lo mejor sería empezar por Gandhi, el ejemplo más conocido de no violencia.

Evidentemente, su lucha supuso todo un triunfo y un buen ejemplo; sin embargo, no creo que se le pueda atribuir todo el éxito. La independencia de la India estuvo plagada de ataques terroristas –que Gandhi nunca condenó, pese a preferir sus propios métodos-, así como por el ataque del Ejército Nacional Indio, formado por 14.000 soldados y apoyado por Japón. Tampoco conviene olvidar el hecho de que durante los conflictos más graves, Gran Bretaña estaba inmersa en la II Guerra Mundial, no pudiendo dedicar su atención a sofocar los movimientos independentistas.

En resumidas cuentas, no pretendo deslegitimizar las acciones de Gandhi, ya que indudablemente fueron uno de los factores más importantes para conseguir la independencia de la India, pero no podemos saber hasta qué punto exacto lo fueron; no cuando había atentados terroristas y un gobierno independentista profesional que contaba con un ejército a su servicio. En la India también hubo violencia.

Otro ejemplo que se suele citar es la Revolución de los Claveles. En este caso, creo que se ve mucho más claro cómo la revolución no fue tan pacífica. Si bien no fue necesario el uso de la violencia, esto fue así debido a la gran fuerza de los sublevados, que sobrepasaban con creces los medios de la dictadura para conservar su poder. Y esto fue así gracias al uso de armas; sin ellas, poco se habría podido conseguir. De hecho, la escena que da nombre a la revolución, la de los manifestantes portando claveles, no fue ni el origen del golpe de estado ni un acontecimiento imprescindible; fue solamente un evento sin el cual se habrían alcanzado los mismos objetivos.

El otro de los 3 grandes ejemplos que se suele citar es el de Martin Luther King. Éste también me parece una falacia; no por la actuación de Luther King, que sin duda fue impecable, sino por otros motivos.

Para empezar, si bien el discurso de Luther King era claramente pacifista, no lo fue tanto su efecto. Su asesinato produjo una oleada de 125 motines en 60 ciudades distintas, que obligaron a la Guardia Nacional a intervenir y que se saldaron con numerosas muertes.

Por otra parte, no hay que olvidar la importancia de otros movimientos defensores de los derechos de los afroamericanos que no estaban tan dispuestos a condenar la violencia, como Malcolm X o los Panteras Negras.

En resumen, creo que no se puede considerar que ninguna de estas tres revoluciones fuera pacífica. El pacifismo tuvo un papel importante dentro de ellas, probablemente imprescindible, pero no fue el único. Deberíamos, tal vez, cambiar el enfoque y ver qué tipo de derechos sociales han sido conquistados mediante la revolución pacífica, y en qué medida.

El sufragio femenino depende directamente de la revolución rusa de 1917. La URSS fue uno de los primeros países en permitir el voto de las mujeres; esto obligó a todas las potencias capitalistas a permitirlo también, temerosas de que los movimientos feministas de sus países comenzasen a admirar el modelo soviético.

Los derechos laborales, por supuesto, inevitablemente han estado ligados a la violencia, si bien a ese tipo de violencia a la que hacía referencia en la página anterior: violencia contra las estructuras, contra la propiedad, o violencia no letal contra la policía y las fuerzas de seguridad.

La revolución francesa de 1848, la revuelta de Haymarket en EEUU (con la posterior condena a los célebres Mártires de Chicago) y la ya mencionada huelga de la Canadiense en España son sólo tres ejemplos sobresalientes de las numerosas huelgas que tuvieron lugar en todo el mundo para lograr la jornada laboral de 8 horas. En la mayoría de los casos, no creo que se deba hablar de violencia; hay que tener siempre presente que estamos hablando de violencia contra la propiedad y de disturbios, sin usar medios letales.

No obstante, así como los medios de comunicación condenan este tipo de violencia, es probable que Hessel también lo hiciera. En el libro no habla específicamente de esto, sino que se centra más en el terrorismo. La mayoría de colectivos de “indignados”, considerados como los seguidores ideológicos de Hessel, sí condenan claramente este tipo de actos, considerándolos como violentos. En la manifestación del 15 de octubre de 2011 en Roma, de hecho, algunos manifestantes pacíficos redujeron a un grupo de manifestantes que lanzaban piedras y otros objetos contra sucursales bancarias, ayudando a la policía a detenerlos.

Debemos, por tanto, considerar que los derechos laborales también han sido obtenidos mediante el uso de la violencia.

Considerando otra alternativa, la lucha por los derechos de los homosexuales me parece un buen ejemplo de lucha pacífica, tal vez el mejor ejemplo. El matrimonio homosexual parece estar extendiéndose poco a poco, sin necesidad de ningún tipo de terrorismo, violencia contra la propiedad, etc.

Por supuesto, esta lucha tampoco está completamente exenta de violencia. Muchos historiadores consideran que la raíz del activismo LGBT se encuentra en los disturbios de Stonewall de 1969. Los disturbios comenzaron con una redada de la policía en el bar Stonewall (era ilegal llevar puesta “ropa del sexo opuesto”), que los clientes intentaron detener. Se fue produciendo una escalada de violencia que se extendió por todo el barrio de Greenwich Village, y los disturbios duraron varios días.

Este evento también dio origen a las marchas del orgullo gay, que en la actualidad se celebran en numerosos países. La primera marcha del orgullo gay fue organizada para conmemorar el primer aniversario de los disturbios de Stonewall.

Otro escenario en el que la revolución pacífica jugó un importante papel fue el fin del apartheid en Sudáfrica, gracias a la intervención del líder negro Nelson Mandela, que posteriormente sería presidente.

No obstante, la lucha por el fin del apartheid también estuvo plagada de violencia, con un enorme número de disturbios violentos (siendo los más conocidos los disturbios de Soweto), y con la influencia también de la Guerra de la frontera de Sudáfrica, en la que, si bien había intereses territoriales, también se luchó contra el apartheid.

En resumen, esto no quiere decir directamente que la idea de revolución pacífica de Hessel esté equivocada. Significa, simplemente, que no hay ningún ejemplo histórico de cambios importantes conseguidos por la vía pacífica. Sí podemos encontrar pequeños logros (existe una gran cantidad de activistas famosos y organizaciones que han conseguido diversos progresos: se podría citar, por poner algunos ejemplos, a Amnistía Internacional o Rigoberta Menchú), pero a la hora de realizar grandes cambios como los que se proponen hoy en día en un contexto de crisis, la tarea se torna imposible.

Los indignados, a los que ya he mencionado como sucesores de Hessel, no han tenido mucho éxito en sus propuestas. Movimientos como el 15-M o la plataforma Occupy fracasaron estrepitosamente en sus intentos. En España, la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca) parece estar teniendo un éxito muy moderado: si bien no está consiguiendo cambiar ninguna de las condiciones, al menos su presión ha servido en un pequeño número de casos para frenar el desahucio o para lograr acogida y medios para las familias desahuciadas. Irónicamente, muchos medios de comunicación y políticos como Esteban González Pons o Cristina Cifuentes han tildado a la PAH de violentos y han llegado a compararlos con el entorno proetarra, a pesar de que en este caso la violencia ni siquiera se reduce a disturbios contra la policía o daños a la propiedad, sino a pegar pegatinas y a hacer ruido.

Como apunte, ahora que ya hemos analizado casos muy diversos de resistencia pacífica, y aunque resulte demasiado evidente, considero importante resaltar cómo la resistencia pacífica es más útil a medida que no se cruce con los intereses de las personas que tienen el poder.

Así, como hemos visto, la lucha contra una dictadura suele ser la que más violencia utiliza, incluso en los ejemplos señalados como revoluciones pacíficas (ni qué decir tiene que la mayoría de estas luchas no han sido mencionadas precisamente porque nadie podría ponerlas como ejemplo de revoluciones pacíficas: la Revolución Francesa, la cubana, la rusa o la lucha contra el Eje en la II Guerra Mundial serían algunos de los ejemplos más conocidos). Por supuesto, hay excepciones, pero en general se aprecia esta tendencia. Sin embargo, en luchas que no tienen relación directa con los intereses del poder, como la ya mencionada de los derechos LGBT, el uso de violencia no es tan necesario. A la élite -uso el término para incluir no sólo a los gobernantes de un territorio políticamente hablando, sino también a gente poderosa e influyente contra la que a menudo también se dirigen las revoluciones- le preocupa perder su poder y recurre a todos los medios para protegerlo; sin embargo, que haya o no matrimonio homosexual es algo que suele preocuparle mucho menos.

Esta diferencia no se ha hecho patente en algunos casos, puesto que a menudo las dictaduras han tenido una fuerte carga ideológica. Así, en la Alemania nazi, por poner un ejemplo, no se podría tolerar la homosexualidad, y ésta sería reprimida casi con tanta fuerza como un intento por cambiar el régimen. Sin embargo, ahora no es una ideología como la nazi la que se impone, ocupando el papel de la dictadura: es el simple egoísmo, la avaricia.

En ese sentido, al no haber ideología, es fácil explicar por qué algunas luchas parecen estar triunfando y otras no. A los políticos, empresarios y banqueros españoles lo mismo les da que los homosexuales puedan casarse o no: son sólo una herramienta para conseguir votantes. Sin embargo, cualquier intento de ataque contra ellos es combatido contundentemente; la mejor prueba de ello es el exceso de violencia de las unidades de antidisturbios en manifestaciones pacíficas, que ha sido ampliamente denunciado en un gran número de medios de comunicación de todo el mundo, e incluso por algunas figuras como la presidenta de Argentina, Cristina Fernández.

No obstante, el uso de la violencia entre los indignados no sólo no ha llegado a aplicarse, sino que ha sido hábilmente utilizado por el Gobierno para defenderse. Infiltrar policías entre los manifestantes para llevar a cabo actos de violencia en su nombre, como sobradamente se ha demostrado (siendo el caso más célebre el video de un policía infiltrado gritando a los otros “que soy compañero”, además de muchas otras fotos y videos), ha demostrado ser una técnica eficaz para justificar las cargas policiales, dispersar las manifestaciones, y poder condenarlas posteriormente en los medios de comunicación.

Nos encontramos, quizá, ante una situación más compleja que cualquier otra anterior. El hecho más relevante me parece que el poder mediático está prácticamente monopolizado. En España, por ejemplo, los grupos Prisa y Vocento poseen la gran mayoría de medios importantes de comunicación (especialmente si excluimos aquellos menos relacionados con la situación sociopolítica, como los dedicados a informar exclusivamente sobre fútbol, otros deportes, música, nuevas tecnologías, cine, etc.). Para abarcar el resto de los medios, tan sólo hace falta añadir unos pocos grupos más.

La evidente imparcialidad de estos medios (expuesta constantemente por medios rivales, por organizaciones neutrales o incluso por sus propios accionistas, como se produjo a finales de 2007 en la Junta General de Prisa) queda camuflada por el hecho de que existan alternativas; incluso dentro del propio grupo, los distintos medios se ven muy frecuentemente como entidades muy diferentes entre sí. Esto se debe a la poca difusión que se le da a este sistema. Es muy poco frecuente que en la portada de un periódico figure a qué grupo editorial pertenece, y mucho menos en una emisora de televisión. Por tanto, si el público no conoce las relaciones entre distintos medios, se formará una idea de pluralidad mediática que no se corresponde con la realidad. Esto contrasta con ejemplos de propaganda anteriores, sirviendo como ejemplo más destacado la propaganda del régimen nazi: con un control tan absoluto, cada persona en Alemania estaba totalmente segura de dónde venía la información, y sabía que las alternativas no eran permitidas. Por el contrario, en la actualidad existe una falsa idea de pluralidad que camufla el hecho de que casi todos los medios de comunicación pertenecen a un reducido número de personas.

Éste fue un hecho que pasaron por alto los indignados. Cuando la convocatoria del 15 de mayo empezó a extenderse por todo el país y las plazas de cada ciudad comenzaron a rebosar de gente acampando, se extendió el optimismo. En los debates se animaba a dejar atrás al PP y al PSOE, los dos grandes partidos que nos habían sumergido en la crisis y a explorar alternativas. Partidos tan diversos como Bildu, Izquierda Unida o la Falange Española apoyaron la idea, y desde las plazas parecía claro que el PP no ganaría las próximas elecciones (las generales de 2011). Sin embargo, sí las ganó, y una vez más, el segundo partido más votado fue el PSOE.

Los indignados habían considerado el factor del voto útil: las alternativas a los dos grandes partidos siempre van a ser menos votadas, porque al querer sacar a un partido del poder, la opción más segura y cómoda es votar al partido que quedó en segundo lugar. Sin embargo, habían pasado por alto el hecho de que los grandes medios de comunicación siempre van a tener más poder e influencia que lo que se diga en una plaza, y dichos medios, en su mayoría, defendían al PP o al PSOE. Los indignados habían sido atrapados en el juego mediático: los medios afines al PP les acusaban falsamente de defender al PSOE, mientras que los medios afines al PSOE procuraban ocultar su discurso e informar de hechos más concretos (como, por ejemplo, el abuso de los antidisturbios al desalojar la acampada de Barcelona, del que pudieron hacer responsable a CiU).

En conclusión, creo que la idea de resistencia pacífica no tiene argumentos demasiado sólidos como para demostrar que es la opción más viable. Como esbozo de una alternativa, cabría decir que el terrorismo –dejando de lado si es moral o no, puesto que sería un debate demasiado largo y profundo, y centrándonos sólo en si sirve para cumplir sus objetivos- también muestra señales de fracaso: ETA, las FARC o el RAF sólo han servido como excusa para condenar una ideología, y es discutible si el IRA contribuyó a la independencia de Irlanda o ésta se hubiera producido de todas formas.

Las revoluciones violentas parecen mostrar una eficacia inicial, y un posterior declive: es indiscutible que la revolución cubana, la rusa o la revolución del 1 de septiembre en Libia mejoraron considerablemente las condiciones de vida de los ciudadanos de los países mencionados, y contribuyeron a asegurar sus derechos humanos. No obstante, el hecho de tener que mantener el poder mediante la fuerza también llevó a que se produjeran mayor o menor número de excesos. En Cuba, los DDHH se cumplen mejor que en cualquier otro país de Latinoamérica (tal y como asegura Amnistía Internacional, y pese a la amplia difusión que se le da a los opositores políticos), pero la URSS o Gadhafi también trajeron evidentes violaciones de los DDHH.

Tal vez la mejor solución sea usar todos los recursos pacíficos posibles, y saber que la violencia es una herramienta que, en caso de necesidad, va a mostrar una considerable eficacia; siempre que procuremos usarla en la menor medida posible y respetando los DDHH.


Bibliografía

ABC (1/5/2013). El 1 de mayo y la revuelta de Haymarket.

Adam, Barry (1987). The rise of a gay and lesbian movement.

Amnistía Internacional (www.es.amnisty.org)

BBC, sección On this Day. 4 Apr 1968: Martin Luther King shot dead.

Black Panther (www.blackpanther.org)

Carter, David (2004). Stonewall: The riots that sparked the gay revolution.

CNT Puerto Real. La huelga de la Canadiense y la jornada de 8 horas.

Gutiérrez López, Mª Asunción. Gandhi: las bases de argumentación de la no-violencia.

Heehs, Peter (1998). India's Freedom Struggle: A Short History.

Hessel, Stéphane (2010). ¡Indignaos! (traducido en 2011 por Telmo Moreno Lanaspa)

Londoño, Patti (1993). La Sudáfrica del Apartheid: el mundo en un solo país.

Malcolm X (www.malcolmx.org)

Planeta Sedna. La Revolución de los Claveles: El fin de la dictadura más larga de Europa occidental.

Romero-Laullón, Ricardo (2011). El 15-M y el optimismo de la voluntad.


Las noticias recientes (indignados, 15-M, la PAH, Prisa, etc.) han sido extraídas de diversos medios (El País, 20 Minutos o Público). Algunas reflexiones al respecto de los indignados corresponden a mi experiencia personal al asistir a los debates en las plazas.

4 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho el post, lo he encontrado muy interesante, pero he echado en falta una mejor comparativa y una conclusión más tajante. Saludos y buen trabajo!

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  2. Decir que en Libia se vive mejor ahora...

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  3. Decir que en Libia se vive mejor ahora...

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    1. No creo que lo hayas leído bien, pero en todo caso, sí, las condiciones de vida de Libia mejoraron muchísimo tras la revolución del 1 de septiembre, cualquier fuente lo confirmará. La nacionalización del petróleo, las reformas administrativas y económicas mejoraron bastante la calidad de vida con respecto a antes de los años 70, además de que el laicismo mejoró considerablemente los derechos de las mujeres frente al islamismo.

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