Poniéndome nostálgico, voy a recuperar la primera historia que conseguí publicar en papel, en una antología de Paranoia Studios, un estudio gráfico boliviano.
“Bueno, sí, es un manicomio. Así lo llama todo el mundo,
aunque el término exacto es “hospital psiquiátrico”. “Hospital psiquiátrico”
suena mucho mejor, es como “fallecer”, “cigarro de la risa” o “hacer de
vientre”; es uno de esos eufemismos que la gente inventa porque de algún modo
creen que van a tapar la realidad. Pero la realidad no se puede tapar, y
siempre se escapa. Lo sé porque estoy en un manicomio y aquí hay que aprender a
distinguir entre realidad y ficción muy rápido.
Salgo de mi habitación y empiezo a andar por el pasillo. El
manicomio huele bien. No es como los hospitales, aunque sea un hospital
psiquiátrico, no huele a medicamentos ni a nada de eso. Además no todas las
paredes son blancas, no tiene ese aire tan triste que tienen los hospitales.
Por el pasillo me encuentro a uno de los celadores acompañando a Tim. Saludo a
Tim, aunque no me responde. Tim no puede hablar, porque cree que es un
compuesto orgánico. Pero sí puede andar, porque se cree que es
9,10-ditioantraceno. El 9,10-ditioantraceno es el único compuesto orgánico que
puede andar, cuando se le sitúa sobre una superficie caliente de cobre.
Entro a la sala de estar. La mayoría de locos me saludan,
son todos muy simpáticos. Me siento al lado de Elizabeth.
-¿Qué tal estás hoy, hija mía?-le digo.
-Muy bien, Su Santidad-me responde-. Por fin he convencido a
Jim de que no se pusiera esa horrible camiseta amarilla; cuando la vi estuve
toda la tarde llorando. Fue horrible.
Elizabeth es muy maja. Para estar casi cuerda, no se le ha
contagiado mucho la locura de toda esta gente. Tiene yauntofobia, miedo al
color amarillo. Creo que cuando era joven la violó un hombre que llevaba una
camiseta amarilla, o algo parecido. No lo sé. Tampoco he entendido nunca la
tentación de la carne. Supongo que es porque soy un hombre santo, y nunca he
pecado ni he hecho mal a nadie.
Jacques acaba de llegar de su habitación, y se sienta a mi
otro lado, como siempre. Lo hace con las piernas cruzadas, como siempre. Saluda
con un escueto “Buenos días, ¿qué tal?”, como siempre. Jacques tiene trastorno
obsesivo-compulsivo, del tipo de repetición. Le encanta hacer las cosas como
siempre; ingresó en el manicomio por voluntad propia. Supuso que su vida sería
mucho más monótona y repetitiva aquí.
Enfrente se encuentra Charles. Es un hombre que ha pecado,
pero le he perdonado por ello. Charles era un pervertido. En realidad no hizo
daño a nadie, excepto a él mismo, puesto que los pensamientos impuros son un
pecado. Le pillaron alguna vez masturbándose en público, no podía evitarlo.
Bueno, tampoco exageradamente en público, solía disimularlo como podía. A veces
lo hacía cuando veía a alguna mujer vestida con ropas sucias; a eso se le llama
misofilia. También tiene capnolagnia, fue así como le pillaron; se estaba
masturbando disimuladamente en los asientos de atrás de un autobús mientras
contemplaba a una mujer que estaba fumando, a pesar de que no se podía fumar en
el autobús. Nos dijo que también era formicófilo y dejaba que las hormigas
reptaran por su miembro, pero eso siempre lo hizo en su casa.
También estoy hablando un rato con Mark, que tiene paraskavedekatriafobia.
Ahora está muy tranquilo, pero dentro de unos días tendrá que pedirle que le
seden, porque se acerca el viernes 13 y él le tiene pánico. Cuando se va, viene
Barbara.
Barbara parece triste. Es una pena. Es una mujer creyente, y
buena. Pero tiene muchas depresiones.
-Le estaba diciendo a Mark que hace un buen día. ¿No crees,
Barbara?-la digo sonriendo, intentando animarla.
-No, no me lo parece. Lo siento, Su Santidad. Sé que tengo
que tener fé y tengo que aguantar, pero… Es difícil. Hoy he visto a Jim. Me ha
puesto muy triste hablar con él.
-Hablando del rey de Roma-dice Mark, señalando a Jim, que
acaba de entrar en la habitación. Después me pide perdón por lo de “rey de
Roma”.
Jim siempre está un poco más triste aún que Barbara. Se
acerca y se sienta en el sofá con desgana. Hunde las manos en su cara y habla
así.
-Estoy pensando en suicidarme. Otra vez.
-No merece la pena, Jim-dice Elizabeth acercándose y poniéndole
una mano en el hombro-. En serio. Pide que te aumenten la dosis, lo necesitas.
-No. Necesito suicidarme, pero no sé cómo hacerlo. Controlan
demasiado mi medicación, y nunca me dejan objetos afilados. Estoy pensando en
ahorcarme, pero no quiero hacerlo. He conocido a muchos psicólogos a lo largo
de mi vida, y dicen que muchos de los supuestos suicidios son en realidad gente
que se excita asfixiándose, y quieren masturbarse mientras se ahogan pero
fallan y terminan estrangulados. No querría que si me suicido la gente pensara
eso. Es que además he leído que los ahorcados muchas veces tienen una erección
post-mortem; dicen que es por la presión que hace la cuerda en el cerebelo.
Imaginaos que me ven ahorcado y encima con una erección, todo el mundo pensaría
que estaba intentando masturbarme porque tengo…
-Asfixiofilia-señala Charles-. No te preocupes, a mí también
me pasa.
Yo también intento calmarle. Entonces entra en la sala Rob.
Rob es algo agresivo, pero en el fondo es un buen hombre.
-Buff… ¿Ya está éste otra vez queriendo suicidarse? Si lo sé
no vengo.
-Cállate, Rob. Algunos hacemos lo que podemos-le espeta
Mark.
-No sé quién es peor… ¿Y Su Santidad qué dice? ¿Qué haces
tan lejos del Vaticano, eh?
Abro la boca para responder, pero Elizabeth lo hace por mí.
Realmente Rob es muy maleducado. Creo que no le gusta estar aquí, y ése es su
principal problema. Pero bueno, ya es la hora de ir a comer.”
-Es hora de comer. ¿Puede oírme, Su Santidad?
-Parece que reacciona.
-Ayúdale a levantarse, ¿quieres?
-Sí. Vamos, Su Santidad… ¡Arriba! Ya está. Venga, que se va
a enfriar la comida.
-¿Ha dicho algo?
-Creo que algo de un celador. Supongo que sigue pensando que
está en un manicomio. Es increíble qué imaginación tiene, ¿alguna vez le has
escuchado describir a sus compañeros?
-Supongo. Pero la imaginación no le va a servir de mucho si
quiere conservar suc argo.
-Ya, bueno, la edad no perdona. Supongo que llega un momento
en el que uno se olvida de cómo distinguir la realidad y la ficción.
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