miércoles, 27 de agosto de 2014

El manicomio



Poniéndome nostálgico, voy a recuperar la primera historia que conseguí publicar en papel, en una antología de Paranoia Studios, un estudio gráfico boliviano.


“Bueno, sí, es un manicomio. Así lo llama todo el mundo, aunque el término exacto es “hospital psiquiátrico”. “Hospital psiquiátrico” suena mucho mejor, es como “fallecer”, “cigarro de la risa” o “hacer de vientre”; es uno de esos eufemismos que la gente inventa porque de algún modo creen que van a tapar la realidad. Pero la realidad no se puede tapar, y siempre se escapa. Lo sé porque estoy en un manicomio y aquí hay que aprender a distinguir entre realidad y ficción muy rápido.

Salgo de mi habitación y empiezo a andar por el pasillo. El manicomio huele bien. No es como los hospitales, aunque sea un hospital psiquiátrico, no huele a medicamentos ni a nada de eso. Además no todas las paredes son blancas, no tiene ese aire tan triste que tienen los hospitales. Por el pasillo me encuentro a uno de los celadores acompañando a Tim. Saludo a Tim, aunque no me responde. Tim no puede hablar, porque cree que es un compuesto orgánico. Pero sí puede andar, porque se cree que es 9,10-ditioantraceno. El 9,10-ditioantraceno es el único compuesto orgánico que puede andar, cuando se le sitúa sobre una superficie caliente de cobre.

Entro a la sala de estar. La mayoría de locos me saludan, son todos muy simpáticos. Me siento al lado de Elizabeth.

-¿Qué tal estás hoy, hija mía?-le digo.
-Muy bien, Su Santidad-me responde-. Por fin he convencido a Jim de que no se pusiera esa horrible camiseta amarilla; cuando la vi estuve toda la tarde llorando. Fue horrible.

Elizabeth es muy maja. Para estar casi cuerda, no se le ha contagiado mucho la locura de toda esta gente. Tiene yauntofobia, miedo al color amarillo. Creo que cuando era joven la violó un hombre que llevaba una camiseta amarilla, o algo parecido. No lo sé. Tampoco he entendido nunca la tentación de la carne. Supongo que es porque soy un hombre santo, y nunca he pecado ni he hecho mal a nadie.

Jacques acaba de llegar de su habitación, y se sienta a mi otro lado, como siempre. Lo hace con las piernas cruzadas, como siempre. Saluda con un escueto “Buenos días, ¿qué tal?”, como siempre. Jacques tiene trastorno obsesivo-compulsivo, del tipo de repetición. Le encanta hacer las cosas como siempre; ingresó en el manicomio por voluntad propia. Supuso que su vida sería mucho más monótona y repetitiva aquí.

Enfrente se encuentra Charles. Es un hombre que ha pecado, pero le he perdonado por ello. Charles era un pervertido. En realidad no hizo daño a nadie, excepto a él mismo, puesto que los pensamientos impuros son un pecado. Le pillaron alguna vez masturbándose en público, no podía evitarlo. Bueno, tampoco exageradamente en público, solía disimularlo como podía. A veces lo hacía cuando veía a alguna mujer vestida con ropas sucias; a eso se le llama misofilia. También tiene capnolagnia, fue así como le pillaron; se estaba masturbando disimuladamente en los asientos de atrás de un autobús mientras contemplaba a una mujer que estaba fumando, a pesar de que no se podía fumar en el autobús. Nos dijo que también era formicófilo y dejaba que las hormigas reptaran por su miembro, pero eso siempre lo hizo en su casa.

También estoy hablando un rato con Mark, que tiene paraskavedekatriafobia. Ahora está muy tranquilo, pero dentro de unos días tendrá que pedirle que le seden, porque se acerca el viernes 13 y él le tiene pánico. Cuando se va, viene Barbara.

Barbara parece triste. Es una pena. Es una mujer creyente, y buena. Pero tiene muchas depresiones.

-Le estaba diciendo a Mark que hace un buen día. ¿No crees, Barbara?-la digo sonriendo, intentando animarla.
-No, no me lo parece. Lo siento, Su Santidad. Sé que tengo que tener fé y tengo que aguantar, pero… Es difícil. Hoy he visto a Jim. Me ha puesto muy triste hablar con él.
-Hablando del rey de Roma-dice Mark, señalando a Jim, que acaba de entrar en la habitación. Después me pide perdón por lo de “rey de Roma”.

Jim siempre está un poco más triste aún que Barbara. Se acerca y se sienta en el sofá con desgana. Hunde las manos en su cara y habla así.

-Estoy pensando en suicidarme. Otra vez.
-No merece la pena, Jim-dice Elizabeth acercándose y poniéndole una mano en el hombro-. En serio. Pide que te aumenten la dosis, lo necesitas.
-No. Necesito suicidarme, pero no sé cómo hacerlo. Controlan demasiado mi medicación, y nunca me dejan objetos afilados. Estoy pensando en ahorcarme, pero no quiero hacerlo. He conocido a muchos psicólogos a lo largo de mi vida, y dicen que muchos de los supuestos suicidios son en realidad gente que se excita asfixiándose, y quieren masturbarse mientras se ahogan pero fallan y terminan estrangulados. No querría que si me suicido la gente pensara eso. Es que además he leído que los ahorcados muchas veces tienen una erección post-mortem; dicen que es por la presión que hace la cuerda en el cerebelo. Imaginaos que me ven ahorcado y encima con una erección, todo el mundo pensaría que estaba intentando masturbarme porque tengo…
-Asfixiofilia-señala Charles-. No te preocupes, a mí también me pasa.

Yo también intento calmarle. Entonces entra en la sala Rob. Rob es algo agresivo, pero en el fondo es un buen hombre.

-Buff… ¿Ya está éste otra vez queriendo suicidarse? Si lo sé no vengo.
-Cállate, Rob. Algunos hacemos lo que podemos-le espeta Mark.
-No sé quién es peor… ¿Y Su Santidad qué dice? ¿Qué haces tan lejos del Vaticano, eh?

Abro la boca para responder, pero Elizabeth lo hace por mí. Realmente Rob es muy maleducado. Creo que no le gusta estar aquí, y ése es su principal problema. Pero bueno, ya es la hora de ir a comer.”


-Es hora de comer. ¿Puede oírme, Su Santidad?
-Parece que reacciona.
-Ayúdale a levantarse, ¿quieres?
-Sí. Vamos, Su Santidad… ¡Arriba! Ya está. Venga, que se va a enfriar la comida.
-¿Ha dicho algo?
-Creo que algo de un celador. Supongo que sigue pensando que está en un manicomio. Es increíble qué imaginación tiene, ¿alguna vez le has escuchado describir a sus compañeros?
-Supongo. Pero la imaginación no le va a servir de mucho si quiere conservar suc argo.
-Ya, bueno, la edad no perdona. Supongo que llega un momento en el que uno se olvida de cómo distinguir la realidad y la ficción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Blog Widget by LinkWithin