miércoles, 13 de agosto de 2014

Paseo al atardecer


Un relato que envié a una revista de ciencia-ficción. Juraría que no se llegó a publicar, así que está bien aprovecharlo.


Los rayos del atardecer iluminaron la ciudad trémulamente, a través de las nubes de polución que permanecían suspendidas en el horizonte. Greg caminó lentamente, apoyado en su bastón, intentando atisbar un pedazo de cielo entre los gigantescos rascacielos en ruinas que se erguían ante él.

Greg rondaba los 30 años, pero sus músculos estaban atrofiados por la falta de actividad; había pasado demasiados años encerrado. El bastón ayudaba ligeramente, pero no mucho. Su piel estaba blanca por la falta de luz, y su cuerpo delgado por la falta de alimento. Dos ojos marrones aún brillaban en el interior de unas cuencas demasiado hundidas.

Greg avanzó poco a poco. Las calles estaban absolutamente desiertas, no se veía un alma. Tampoco se oía nada… no, algo sí. Un ruido lejano, que pronto fue creciendo en intensidad. Ladridos. Jadeos. Y pasos.

En apenas unos segundos, Greg se vio rodeado por una manada de perros callejeros, considerablemente grandes. Aquellos perros habían perdido a sus dueños hacía tiempo; puede que ni siquiera hubieran tenido. El joven comprendió que habían sobrevivido comiendo lo que podían, carne humana incluida, de ser necesario. Y estaban hambrientos, muy hambrientos.

Alzó el bastón para defenderse, a sabiendas de que no tenía ninguna posibilidad; pero un dardo, lanzado de quién sabe dónde, se hundió en el cuello de uno de los perros y produjo una descarga eléctrica, haciendo que el animal cayera al instante. Sus compañeros se mostraron confusos, sin saber de dónde venía el peligro.

Greg decidió aprovechar la oportunidad y corrió como buenamente pudo hasta el edificio que tenía más cerca. Reactivados por la adrenalina, sus músculos reaccionaron bastante bien para las condiciones, y consiguió trepar por unos escombros, dejando atrás a los perros.

Pasado el peligro inmediato, comenzó a preguntarse cómo bajaría. Tal vez su misterioso salvador se ocupase de los perros… pero por el momento allí seguían. Greg paseó por el primer piso del edificio, inquieto.

De pronto, el suelo se hundió bajo sus pies. El joven cayó junto a un montón de hormigón y acero, perdiendo el bastón y aterrizando en el frío suelo, cubierto de polvo y dolorido.

Se incoporó, no sin gran esfuerzo, y comprobó que estaba bajo tierra, en el que debía de ser el párking del edificio. Conforme sus ojos se acostumbraron a la débil luz que entraba por los agujeros del techo, vio una puerta que supuso que sería la salida, de modo que comenzó a caminar hacia ella.

Cuando apenas faltaban unos metros, oyó un susurro que provenía de la oscuridad. Confundido, se giró, y quedó paralizado.

Ante él se encontraba una extraña abominación tambaleante, con una silueta remotamente humana, pero dos cabezas creciendo en su pecho y unas alas en la espalda. Sus afiladas uñas se extendían hacia delante, ansiosas de alimento.

Greg se encontraba estupefacto, demasiado asustado para moverse. Entonces, vio el destello de una porra eléctrica en la oscuridad, y aquella abominación recibió un duro golpe en la cabeza que la derribó.

-Uno de los experimentos genéticos fallidos de la pasada década. Las empresas encargadas pidieron disculpas, pero siguen pululando por ahí. Qué se le va a hacer.
-Tú… tú me has salvado también de los perros, ¿verdad?-preguntó el joven.
-Sí, los perros también son un problema. Y tú deberías tener más cuidado.

Greg miró a su salvadora. Era una joven que aparentaba unos 25 años; tenía la piel algo morena y el pelo negro, recogido en pequeñas trenzas. Mostraba una sonrisa encantadora y un gesto alegre; vestía con unos pantalones ajustados de cuero negro, una camiseta de tirantes, una cazadora abierta encima, y botas militares.

-Soy Milla. Encantada.
-Greg-respondió éste estrechándole la mano.
-Salgamos de aquí antes de que sea tarde. Se avecina una tormenta.

Los dos se encaminaron a la salida del párking y se dirigieron al exterior.

-¿Estás segura? Yo no he visto nada.
-¿Cuántos años has estado encerrado, Greg? El cambio climático ha empeorado mucho últimamente. Las tormentas son brutales y llegan de un momento para otro.

Efectivamente, fuera, unas pesadas y amenazadoras nubes se arremolinaban justo sobre ellos.

-Demasiado tarde…-susurró Milla.

Entonces, un rayo cayó furiosamente del cielo y la alcanzó de lleno, partiéndola por la mitad. Greg retrocedió, medio cegado por el resplandor.

-¡Milla! ¿Estás bien? ¡Milla!
-No… corre… ponte a salvo antes de que sea tarde…-murmuró ésta.
-¡No! ¡No pienso dejarte aquí!
-¡No seas ridículo! ¡Ponte a salvo!

Greg comenzó a ver mejor y vio el amasijo de cables que surgía de la cintura mutilada de Milla. Avergonzado, comprendió que había tomado por humana a uno de los androides de seguridad que el Gobierno había dispuesto hacía ya más de medio siglo.

Sin mediar palabra, echó a correr lo más rápido que sus débiles músculos le permitieron, dejando allí a Milla, que pronto fue alcanzada por otro rayo que la destruyó casi por completo.

Los minutos pasaron lentos mientras Greg corría hacia los edificios seguros, enormes moles de titanio que resistían el clima y el abandono mucho mejor que sus vecinos.

Por fin, llegó ante uno en concreto; se colocó frente a la puerta y un escáner de retina confirmó su identidad. La entrada se abrió, y segundos después lo hizo el ascensor, con el piso de Greg ya marcado.

Jadeando, entró en él y llegó hasta su piso, una pequeña habitación de ocho metros cuadrados. Allí, se quitó la ropa, se tendió en la cama y se colocó dos cables: el del suero en el brazo y el de internet en la nuca.

Menuda experiencia: nunca habría pensado que el mundo exterior se hubiera convertido en un lugar tan peligroso desde que todo el mundo lo había abandonado. No pensaba volver a salir, pero sería divertido contárselo a todos sus amigos y a su novia, y postearlo en su blog.

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